En los últimos diez años el número de operaciones de cirugía plástica de pechos ha aumentado más de siete veces. Se habló en determinado momento de fiestas en las que se sorteaba entre las damas asistentes una cirugía mamaria. No es anormal que una cumpleañera de quince le pida como regalo a sus padres “unas tetas nuevas” y las estrellas y estrellitas de la farándula local anuncian regularmente un ajuste de sus carrocerías delanteras. La cosa ha crecido al punto de llegar a generar su propia mitología: que un implante de siliconas puede llegar a explotar en pleno vuelo.
Entre nosotros, estas operaciones ocupan el segundo lugar en las preferencias, luego del lifting facial, una coquetería, pero en algunas circunstancias también una necesidad de reparación en caso de accidentes y quemaduras.
No ocurre lo mismo en Colombia, donde el crecimiento exponencial de la última década en cirugías plásticas pone en pie de igualdad a las reformas en los supuestamente dos grandes centros erógenos del cuerpo femenino. Es decir que entre nosotros, así como nos resignamos, no sin cierta tristeza, a un culo desganado no toleramos unas tetas chambonas y chanfleadas y estamos dispuestos a los mayores sacrificios para adecuarlas a cánones de belleza que manejan con destreza y buen marketing los cirujanos plásticos.
Pero a diferencia con lo que ocurre en Estados Unidos, en el mundo mediático, las tetas pierden la batalla contra el culo. La tele los prefiere, la cumbia llama a moverlo incesantemente y ocupa el lugar de preferencia en la pose clásica de las vedetongas en las revistas cachondas: culo bien para afuera, levemente inclinadas y dejando ver un atisbo de teta entre los brazos que funcionan como apoyo imprescindible de tan forzada posición. En la erótica real, los pechos ocupan un lugar más importante y delatan la necesidad de una cantidad creciente de mujeres que tener un cuerpo a la altura de lo que requieren los nuevos e impuestos cánones del deseo.
Este aumento de la necesidad de rehacer la propia anatomía, que parece explosivo en tiempos de verano y cuerpos exhibidos tiene su costado terrorista. Son muchas las personas que se sienten más seguras y atractivas si adecuan sus cuerpos y sus prácticas a las exigencias actuales. Hay una constante apelación, sobre todo al público femenino y, desde la voz supuestamente especializada en el deseo que asumen los sexólogos mediáticos, se pide a todos y mayoritariamente a todas que cumplan con un trabajo exigente: el de dar y obtener placer. Y si se siguen sus consejos, siempre dichos con una sonrisa eterna y cómplice, se convierte al orgasmo en una técnica pero también en una queja. El sexo deja de ser un placer para transformarse en un trabajo. Así como se habla de trabajo de parto podría hablarse de trabajo de coito.
El tetazo se colocó en otro paisaje. Trajo a las tetas al mundo natural, son así como son. Pero esa posición debate sólo con los hombres que prohíben y deja de lado a esas mujeres que viven a las tetas como un lugar a reformar, a lucir, a ser una herramienta de seducción. Aquellas para las cuales la teta forma parte de una erótica. Tal vez sea el momento de que empiecen a encontrarse.