Aunque la aritmética electoral marcó un triunfo de la oposición, no todo es lo que parece. El resultado de las legislativas habilita una conclusión que parece contradictoria, pero que se consolida con el andar de los días: Alberto Fernández se fortaleció en la derrota. Lo mismo que Guzmán y Kulfas, los más criticados por el kirchnerismo. La doble grieta, el FMI y una mirada sobre el debate legislativo que se viene.

El Frente de Todos está en partido, sigue en la cancha, y no es poco. Hasta se podría decir que el resultado electoral fue relativamente bueno de cara a la tragedia social y productiva que dejó Cambiemos y profundizó la pandemia. Allí están para confirmarlo la desocupación, la pobreza, la precarización laboral y la inflación, entre otras pestes. Pese a todo, Alberto Fernández sigue mandando. Lo hace con menos espacio de maniobra. Sin embargo, nada señala que estemos en un período de “transición”, como postulan Bullrich, Macri & Cia. en un intento por vaciar de poder al gobierno.

La anunciada convocatoria al diálogo político que lanzó Alberto Fernández apenas conocidos los resultados de las legislativas siempre estuvo en la agenda presidencial. La lanzó antes e inmediatamente después de asumir. No pudo ser. Se la llevó puesta la pandemia. En el mientras tanto, la búsqueda de consenso la negaron, o pusieron en duda, la oposición y los medios de comunicación afines a la oposición. Hoy, se repiten. Prefirieren cavar en la grieta. Agitar fantasmas. La fatigada radicalización de Cristina, que nunca fue tan radical, pero que siempre está por llegar, aunque no termine de hacerlo.

Tampoco pudo con el discurso opositor, amplificado por los medios hegemónicos, la prédica de Martín Guzmán. Aquello de que hay que tranquilizar a la economía y que el acuerdo con el FMI pasará por el Congreso. Esta última, una decisión poco menos que histórica. Ningún gobierno lo hizo. Un intento por llegar a conclusiones apoyadas en los mejores argumentos a la mano. Es mucho. Ni que decir en las actuales circunstancias, donde la estrechez fiscal manda y las demandas sociales apuran definiciones.

Paradojas de la política. El electorado, sin darlo los votos, le dio la derecha a la prédica presidencial. Consenso es la palabra que esgrimió Alberto Fernández apenas contados los votos. ¿Es la adecuada?¿Será posible? Si lo es, ¿de qué clase de consenso hablamos? Se verá con el andar. Por lo pronto, el caudal nada despreciable de votos que consiguió el Frente de Todos en la Provincia de Buenos Aires pone un límite a las posibles concesiones. Límite al que también contribuyen los votos del Frente de Izquierda. Lo que viene pinta tarea ardua. El sendero fiscal plurianual que propondrá Guzmán para cerrar el acuerdo con el FMI hablará de ajuste. De cuánto, dónde y cómo hacerlo.

Por ahora, el mentado círculo rojo festeja. El Caballo de Troya está en camino. Al menos así lo imaginan. Se entusiasman. El acuerdo con el FMI como garantía de que no habrá desborde populista. Es lo que buscan AEA, la UIA & Asociados. Empujan una lógica que se cae de maduro: Alberto Fernández hace el trabajo ingrato. Ajusta, paga el costo político y el malhumor social hace el resto. Camino despejado para la oposición. Es lo que pretende el sector duro de Juntos por el Cambio. La transición de la que hablan Macri y Bullrich, y que apoya, sin mucha estridencia, el sector más concentrado de la industria y el complejo agroexportador. El que aporta divisas, el bien más escaso.

En lo inmediato, y mientras Martín Guzmán apura un entendimiento con el FMI, el programa económico plurianual que el gobierno anunció que enviará al Congreso en los próximos días desata polémicas antes de su presentación. Hacia al interior del Frente de Todos, un debate con sordina, donde abundan las chicanas. Nada bueno. Desde Juntos por el Cambio ya deslizaron que no lo tratarán. ¿Qué dicen? Palabras más, palabras menos, que el Congreso no está para aprobar planes económicos. Afirman que la hoja de ruta para los próximos años la debe discutir el equipo económico primero con el FMI y recién después mandarla al Congreso. Dicho de otra forma: no me hago cargo del balurdo que te dejé. Así de sencillo.

La razón es obvia. Lo dicho: lo que está en juego es la profundidad y la velocidad del ajuste. La carambola que buscan anotar Alberto Fernández, Guzmán y Matías Kulfas es a tres bandas. Con el FMI, la oposición y el kirchnerismo. Será determinante para saber quién se hará cargo del malhumor social. Un límite que ya se dejó entrever en las legislativas. Si Alberto Fernández carga con la mochila, el oficialismo tendrá pocas chances en 2023. La recuperación es lenta, no alcanza a todos. Un exceso de celo fiscal, según no pocos de los propios. Bajar al 1 por ciento el déficit primario en 2022 – como sugieren los trascendidos que reclama el FMI – es tarea insalubre. Más aún cuando la poda pasará por los subsidios a las tarifas de luz y gas. Pegará de lleno en la siempre descontenta clase media. La mentada segmentación beneficiaría, si finalmente se concreta, solo a los perceptores de planes sociales y jubilados. No mucho más.

Ante semejante panorama, la estrategia de Alberto Fernández de llevar la discusión al Congreso tiene su lógica. Es inversa a la tradicional: históricamente, primero se negoció el ajuste con el FMI y, recién después, con la carta de intención en la mano, se mandaron, a títulos informativo, los acuerdos al Congreso. Ahora, el gobierno quiere primero discutir puertas adentro el ajuste para luego llevarlo a Washington y negociar con el FMI. Sumar a la oposición, que le dicen. Si la estrategia no prospera, el gobierno podría señalar a la oposición por la imposibilidad del acuerdo. Si la posición es complicada para el gobierno, tampoco es sencilla para Juntos por el Cambio. ¿Se animarán a decirle no un acuerdo que busca soluciona el problema que ellos mismos generaron? ¿Se cortaran solos los diputados y senadores que orbitan a Cristina? No parece, pero habrá que esperar.

El FMI afirmó en varias oportunidades que el plan plurianual que contendrá el ajuste deberá contar con un amplio apoyo político. A principios de este año, la oposición votó a favor del llamado “proyecto de sostenibilidad de la deuda pública” que presentó Carlos Heller. La norma dispone que el Ejecutivo precisa la autorización del Congreso para endeudarse y negociar, o renegociar, con los organismos internacionales. En otras palabras: son los legisladores los que deben autorizar el acuerdo. Trazada la hoja de ruta, la expectativa pasa por el contenido.

En lo inmediato, y hasta hasta tanto no se resuelva el plan plurianual y se alcance un nuevo acuerdo con el FMI, el Presupuesto 2022 seguirá en veremos. En el equipo económico, como quien abre de una ruta de escape, afirman que el mentado plan plurianual “es algo separado del presupuesto”. Sugieren así que seguirán adelante con el proyecto presentado a mediados de septiembre. Sus metas, va de suyo, suenan improbables en el marco de un acuerdo con el FMI. Se sabe, no es lo que reclama el organismo.

Los analistas, al menos la mayoría, dan como un hecho que habrá acuerdo. Difieren en la velocidad con que se logrará. No pocos arriesgan que no será antes de marzo. Son los que no descartan un “acuerdo light”. Una suerte de carta de intención provisoria que habilite una prórroga de los vencimientos inmediatos: 1.900 millones de dólares en diciembre, 730 en enero, 370 en febrero y casi 2.900 en marzo. La urgencia es obvia. La suma equivale a las reservas netas del BCRA. Solo en la previa de las elecciones, Miguel Pesce vendió unos 620 millones de reservas para contener la escalada del dólar, el termómetro social que excede los estrictamente económico y pone en segundo plano la reactivación en marcha, la que confirman el Indec y los informes de las cámaras sectoriales, y que capturan vía precios las grandes empresas.

Sea en diciembre o en marzo, serán los detalles del plan plurianual los que darán la pauta de lo negociado hasta el momento con el staff del FMI. La letra chica, que le dicen. “Contemplará los mejores entendimientos que nuestro gobierno haya alcanzado”, anticipó Alberto Fernández el mismo día de las legislativas. Agregó que no renunciará al crecimiento económico y la inclusión social. El debate es interno. Si hay restricciones o no en el mercado cambiario poco le importa al FMI. Al menos en el corto plazo. Su objetivo prioritario es garantizarse el repago del préstamo concedido a Macri y que el acuerdo deje espacio fiscal para el repago de la deuda renegociada con los tenedores privados.

En lo inmediato, en los diálogos que mantienen Fernández, Guzmán y Kulfas con los representantes de las multinacionales, aseguran que no habrá default. Lo mismo repiten ante los locales. Una certeza que no condice con las posibilidades que baraja el sector kirchnerista del oficialismo. El peligro, según los albertistas, es que una ruptura con el FMI conduzca a una mayor restricción económica y lleve a una endurecimiento político. La lectura que hizo Kulfas de la última presidencia de Cristina Kirchner en su libro “Los tres kirchnerismos: Una historia de la economía argentina, 2003-2015”.

De allí que Fernández, Guzmán y Kulfas afirmen que el norte será la convergencia fiscal. Dicen que sin ajuste. Hablan de redireccionar subsidios, profundizar la lucha contra la evasión y otorgar nuevos incentivos a las compañías volcadas al comercio exterior – léase: petroleras, mineras y agroindustriales -. Un escenario amigable para las inversiones en rubros generadores de divisas. La salida por el lado externo que, como se ha dicho en este mismo espacio, es larga y socialmente dolorosa. Tan cierto como que puede deshilachar las mejores intenciones.

Por lo pronto, la negociación que encara el gobierno es la más complicada en muchas décadas. Las divergencias internas mandan en el oficialismo y en la oposición. Doble grieta. Están en juego el modelo económico y la carrera hacia las presidenciales de 2023. Dos términos de una misma ecuación. En Junto por el Cambio, la interna, que venía larvada, se disparó la misma noche en que se conoció el resultado de las legislativas y se reflejará en la discusión por el plan plurianual. Los llamados “halcones” de la dupla Bullrich-Macri no ahorran críticas a Rodríguez Larreta, tal vez el único posible interlocutor del gobierno en el debate legislativo que se viene.

Mucha incertidumbre. La única certeza es que corre tiempo de descuento. El Gobierno debe acordar hacia el interior del Frente de Todos, formatear el programa que le presentará al staff del FMI y negociar en el Congreso el apoyo de la oposición. Si hay consenso, el paso final será la aprobación por parte del directorio del organismo. Una jugada a tres bandas con final abierto.