Aunque monedas digitales como el Bitcoin se pensaron como un mundo algorítmico de autonomías y consensos, solo un grupo de desarrolladores puede decidir a veces qué es y qué no una criptomoneda y cómo administrarla. Lo que prometía ser un sistema descentralizado y seguro entró en crisis en la llamada “guerra de los bloques”.
Bitcoin, la cara más conocida de la tecnología blockchain o cadena de bloques, tuvo un origen bastante humilde y, se puede decir, misterioso. Satoshi Nakamoto –pseudónimo que usó el o los autores– describió el funcionamiento de una nueva moneda completamente digital en un artículo de menos de diez páginas. La confianza ya no debía depositarse en intermediarios como bancos o gobiernos; en este nuevo sistema el código garantizaría la seguridad y la validez de las transacciones.
Indudablemente, luego de la crisis financiera de 2008, era atractiva la propuesta de una tecnología autogobernada. Una moneda que no podría ser corrompida por intereses políticos, cuya evolución ya estaba inscripta en el código. Sin embargo, esta visión en la que la tecnología reemplazaría toda disputa humana no resistió la realidad. La crisis más significativa de su historia revelaría las configuraciones de poder que se construyen y sostienen sobre un impoluto código de números y letras.
Una cuestión de tamaño
Era un sábado 15 de agosto de 2015 y lo que muchos pensaban que jamás iba a ocurrir, pasó. Dos de los desarrolladores más conocidos de Bitcoin, Mike Hearn y Gavin Andresen, publicaron una propuesta para cambiar el código. Este simple acto podría significar el riesgo de pérdida de valor en la cotización, fallas de seguridad, una crisis de confianza irreparable y, sobre todo, la sensación de que por primera vez había un conflicto en la comunidad Bitcoin que podría dividirla para siempre.
Lo que hoy conocemos como la guerra del tamaño de los bloques había comenzado. “Subió la tensión al máximo porque se consideró como un ataque a la red. Como que dijeron: ‘pará, en esto tenemos que ponernos de acuerdo’”, recuerda Nicolás Bourbon, físico dedicado a la ciencia de datos y miembro de la comunidad Bitcoin de Argentina desde sus inicios.
La disputa se daba por un aspecto técnico que puede parecer bastante inocuo: la cantidad de megabytes (MB) que almacena cada uno de los bloques que forman la blockchain. Una de las más destacables diferencias entre una base de datos centralizada -como es la que puede tener un banco- y Bitcoin, es que en esta criptomoneda las transacciones se encuentran “encadenadas”. Aproximadamente cada 10 minutos se crea un nuevo bloque en la cadena que contiene todas las operaciones pasadas y las nuevas a agregar. Este bloque tiene, entre otros datos, una serie de números y letras que es el único resultado posible de un acertijo matemático contenido en el bloque anterior. Esta suerte de candado une los bloques asegurando que no se creen dos bloques iguales y evitando así que se gaste dos veces la misma cantidad de monedas. Las transacciones quedan aseguradas por este mecanismo de criptografía informática denominado proof of work o prueba de trabajo y no por una institución centralizada.
Para resolver este acertijo existe una red de nodos o computadoras que brindan su poder de cálculo. Cuando uno resuelve el acertijo crea o “mina” un nuevo bloque en la cadena con el resultado. Este nuevo eslabón debe ser validado por el resto de los nodos porque el sistema no está en poder de una persona o institución, sino que es descentralizado, visible y verificable por todos los nodos.
Un ecosistema en crecimiento
La cuestión es que el tamaño del bloque define la cantidad de transacciones que se pueden confirmar en cada eslabón nuevo. En 2009 se realizó la primera transacción para comprar una pizza por 10.000 BTC (Bitcoin), monto equivalente a u$s 40 en ese momento. Seis años más tarde, cuando Hearn y Andresen lanzaron la nueva propuesta, esa misma cantidad de BTC valía aproximadamente u$s 6 millones. El valor de la criptomoneda y también la cantidad de usuarios había escalado velozmente.
Por otra parte, la comunidad de mineros -los que poseían las computadoras que proveen el poder de cálculo para resolver los acertijos y crear los bloques nuevos de la cadena- también había crecido. Cada minero que crea un bloque es recompensado en Bitcoin y al aumentar el precio de esta moneda cada vez era más lucrativo invertir en el negocio, sobre todo en un país como China, en donde la electricidad era económica. El debate sobre el gasto excesivo y contaminante de recursos y cómo los nuevos protocolos intentan disminuirlo exigiría otra nota aparte.
Mucho había cambiado también para el equipo de desarrolladores del código. Si bien el sistema fue creado por Satoshi Nakamoto, en el año 2010 el líder declaró que ya no colaboraría más en el proyecto. Le otorgó el rol de administrador del código a Gavin Andresen, quien luego lo delegó a un grupo de desarrolladores que se conocerían como el grupo núcleo o core de programadores.
Todo este ecosistema de usuarios, mineros y desarrolladores había crecido al ritmo de la cotización de la moneda. En este contexto, algunos pensaban que el límite de tamaño de 1MB que Satoshi había configurado podía frenar el crecimiento del negocio. Era necesario aumentarlo para que se confirmaran más transacciones en cada bloque. Esto permitiría que fuese posible tomar a Bitcoin como un medio de pago masivo para operaciones del día a día. Sin embargo, otros actores, sobre todo el núcleo de desarrolladores, creían firmemente que este cambio representaba un riesgo importante de seguridad para todo el engranaje tecnológico.
La cuenta regresiva
Los argumentos de ambos bandos fueron discutidos durante meses principalmente en Reddit, una plataforma de foros online. Pero Andresen, frustrado por no lograr consenso en la comunidad, decidió publicar la nueva propuesta ideada por Hearn. El 15 de agosto lanzarían Bitcoin XT como una cadena gemela paralela a la de Bitcoin, con la sola diferencia de que los mineros que produjeran esos bloques los “firmarían” electrónicamente para dejar constancia de su apoyo a la nueva versión. Si para el 11 de enero del 2016, solo cuatro meses más adelante, 750 de los mil bloques que se tenían que producir estaban firmados, se activaría efectivamente la nueva cadena con bloques de 8 MB que, se pensaba, reemplazaría a la antigua.
Esta idea desató una ola de críticas. Unos días después se hizo pública una carta en apoyo a la nueva propuesta firmada por algunas de las principales compañías de transacciones y mineros de Bitcoin de ese entonces. Entre los partidarios de los bloques pequeños esta carta fue muy mal recibida. Para ellos Bitcoin era un sistema pensado principalmente para los usuarios y Andresen debía buscar convencerlos primero a ellos.
Las posiciones de los bandos parecían irreconciliables. Tan es así que el moderador del foro publicó una nueva política para el espacio: como Bitcoin XT no tenía consenso en la comunidad y planteaba la creación de una nueva moneda que competiría con Bitcoin, ya no se permitiría discutir sobre eso en el espacio. En una comunidad reunida por la libertad que otorgaba una moneda descentralizada, apareció una política que fue tomada por los partidarios de los bloques grandes como censura. Si no podían discutir en el foro porque no había consenso sobre la nueva propuesta, ¿cómo, entonces, podrían llegar a ese consenso?
Las discusiones continuaban sin parar las 24 horas del día, ahora en foros divididos. Se organizaron, además, dos conferencias, una en Toronto y otra en Hong Kong, para intentar llegar a un acuerdo que no dividiera la moneda en dos. Los días pasaban y cada vez se acercaba más la fecha decisiva sin un acuerdo a la vista.
La política invisible
Existe una forma de gobernanza inscripta en el código que resuelve eficazmente qué transacciones son válidas. Sin embargo, al querer cambiar esas reglas, los conflictos entre grupos con intereses diferentes comienzan a surgir.
Para Jonathan Bier -autor del libro La guerra del tamaño de los bloques en donde se cuentan los dos años de este enfrentamiento- , el conflicto fue mucho más allá de una disputa técnica; puso en debate cómo se debían modificar las reglas de Bitcoin. ¿Era una tecnología que debía cambiar velozmente y adaptarse al mercado, o por el contrario era preferible mantener el statu quo y cambiar excepcionalmente con el respaldo de un fuerte consenso de la comunidad?
“Todo esto empezó a generar debate y lobby y un ejercicio de poder donde todos estos mineros empezaron a decir: ‘¿al final quiénes son los que en el esquema de proof of work tienen el poder?’ La discusión empezaba a trascender lo que era el tamaño del bloque, empezaba a moldear la definición de quién es el que está habilitado para decidir qué es y qué no es Bitcoin”, reflexiona hoy Bourbon.
Si bien todos los usuarios pueden participar tanto con su opinión en foros como con propuestas de mejoras en el código, solo un grupo de desarrolladores tiene el rol de administrador para poder hacer efectivo el cambio. Esta concentración de poder tecnocrática parece contraria a la descentralización que propone el sistema en su código. Según los propios desarrolladores de Bitcoin, ellos “tratan de no estar demasiado involucrados en el proceso de decisión de la comunidad”. La excepción es en las “raras” ocasiones en donde no se llega a un acuerdo. En esos casos, dice su propia política, “siempre se preferirá la opción conservadora”, o sea, no hacer ningún cambio. El problema es quién y cómo se define si hay acuerdo o no.
Por otra parte, si los mineros no apoyan un cambio en el código no invertirán en el sistema. En ese terreno gana el que invierte más, tanto en equipos como en electricidad, lo cual delinea una plutocracia. Si los usuarios, sean mineros o no, no apoyan un cambio en el código no usarían el nuevo software. Esto es lo que los investigadores Primavera de Filippi y Benjamin Loveluck* describen como una gobernanza de mercado.
“Los partidarios de los bloques grandes aun teniendo el grueso del ecosistema no pudieron cambiar Bitcoin. No hay un esquema de gobernanza que diga: ‘las actualizaciones se logran de tal forma’ y eso transforma a Bitcoin en una red muy resistente a cualquier tipo de ataque porque no hay nadie que defina cuál es el camino a seguir. Solo se hacen las cosas si hay consenso. Por otro lado, eso hace que todas las cosas vayan más lentas. No lo podés modificar, pero es muy difícil meter una mejora. Son las dos caras de la misma moneda”, reflexiona Bourbon.
Esta interdependencia de los diferentes actores hace que ninguno pueda tomar una decisión unilateralmente, pero también que, dado un conflicto, sea bastante difícil lograr un consenso representativo cuando no se cuentan con mecanismos formales de toma de decisiones. El caso de Bitcoin XT es un ejemplo de esto. Fue solo el primer intento de división en una guerra que se prolongó por dos años hasta que, en 2017, efectivamente, se dividió la comunidad con una nueva moneda de bloques más grandes: Bitcoin Cash.
Mariano Di Pietrantonio es responsable de la unidad de Marketing de MakerDAO, una organización descentralizada basada en la blockchain de Ethereum con un sistema de gobernanza muy complejo: “Muchas de las crisis de gobernanza que yo vi en los últimos tiempos se dan precisamente porque el contrato social que existe dentro de esa comunidad es un tanto endeble. El contrato social es la creencia que nosotros como comunidad tenemos sobre lo que estamos haciendo con el protocolo. No está escrito, está demostrado en el accionar de la comunidad […] Es una cuestión muy humana. Es como plantear una pareja abierta hace 50 años. Todo lo dogmático de la familia se fue ablandando hasta lo que es hoy. Con la gobernanza pasa lo mismo”.
Hacia un mundo descentralizado
¿Qué nos dice todo esto sobre blockchain? Que ninguna tecnología nace completamente definida. La evolución es parte de la creación propia de un objeto técnico. En el proceso de crecimiento de una tecnología cualquiera, pero mucho más en una descentralizada, hay mucho por discutir y definir entre las organizaciones y personas interesadas en su utilización. “A medida que fue avanzando la tecnología blockchain fue quedando claro que la política era parte de la movida”, destaca Sergio Yuhjtman, doctor en Matemática e investigador independiente del mundo cripto.
Una técnica que niega el gesto humano que la creó puede tornarse demasiado rígida frente a un entorno que inevitablemente cambia. A largo plazo (a veces corto también), frente a una crisis, como puede ser un desacuerdo en la comunidad o también un ataque hacker, contar con reglas de gobernanza definidas permite una flexibilidad que robustece al sistema. Si no, lo que se diseñó como descentralizado a nivel tecnológico puede terminar creando lagunas de concentración de poder.
¿Y por qué todo esto nos debería interesar a los que no invertimos en cripto? La promesa de la Web 3 es una internet descentralizada con aplicaciones basadas en blockchain en las que el poder ya no está en las empresas como Google o Facebook sino en los usuarios. Si esa utopía se cumplirá o no está por verse y depende de debates y consensos que nos interpelan a todos.
*P. De Filippi, B. Loveluck (2016). The invisible politics of bitcoin: governance crisis of a decentralized infrastructure, Internet Policy Review.