Un regalo que se pide de vuelta, una mujer inflexible y un paisaje en el que abundan las tormentas de todo tipo. No siempre el arte, la seducción y la risa se ponen de acuerdo.
Un día eliana vino cargada con un paquete enorme envuelto en papel de embalar. apenas podía con el peso. Lo abrió con parsimonia, observando mi reacción a cada gesto suyo. era un cuadro. –¡Columbus! –Casi gritó cuando me mostró la tela. Yo no sabía qué era Columbus, y el cuadro no me gustaba mucho. Intenté una sonrisa. –¿No es hermoso? ¿No te gusta? ¿No es divino? –me seguía mirando con los ojos brillantes. esperaba algo de mí pero mi sonrisa no avanzaba. sacó un sobre de la cartera, el certificado de autentificación del cuadro: –Te lo estoy regalando, es lo único que me dejó mi papá. ahí me enteré. No eran ricos. ese cuadro era su herencia. ¿Qué había visto yo hasta ese momento? solamente aparentaban. habían tenido la mala fortuna de mantenerse honestos. ella no tenía nada salvo estilo y clase, en cantidades. me dio pena y traté de sonreír con toda la cara. No salía. elogié el cuadro. Le di un beso fuerte en la mejilla, tratando de que sonara mucho. La pintura era horrible, una mujer rodeada de flores muy coloridas contra un fondo beige, un color que me deprime. Las flores no alcanzaban para realzarlo. No tenía idea de Columbus, ni de artes plásticas en general. eliana me aseguró que valía mucho, y que me lo regalaba porque yo era noble. salimos para festejar, tomé de más y arruiné la noche. a ella no le importó, me abrazó y me volvió a decir que yo era muy noble. Googlé a Columbus. La crítica lo llamaba “el Picasso argentino”. había vivido entre argentina e Italia. sus obras eran tristes: pintaba la figura de la mujer idealizada, sin carnalidad ni alegría. Las mujeres de los artistas a veces son raras, monstruos lanzados a la vida casi sin gracia. Golems. en mercado Libre valía la mitad de lo que había dicho eliana. me arrepentí de haber averiguado el precio, era algo muy mezquino de mi parte. Volví a guardar el cuadro en el papel madera, asegurando los bordes con cinta adhesiva. aún envuelto, el esperpento seguía irradiando vibraciones muy bajas y oscuras. eliana me visitaba todos los días para ver en dónde lo había colgado, o si por lo menos lo había colgado. Le decía que todavía no estaba seguro sobre cuál sería el mejor lugar del departamento. empezó a sospechar y me volvió a decir que era su única posesión, su resguardo económico por si le pasaba algo, y que si no me gustaba que se lo devolviera. me había regalado algo demasiado importante para ella, lo único que tenía –me lo repetía una y mil veces– y yo no lo valoraba. el cuadro era cada vez más horrible. Parece imposible que un objeto se modifique de esa manera, pero era así, se afeaba, a cada hora que pasaba le encontraba más defectos. Pero si se lo devolvía, eliana iba a tomarlo como un desprecio, de modo que me aferré a él como si también fuera mi posesión más preciada. Forcejeamos durante unos días, hasta que en un arranque de furia se lo quiso llevar. mis protestas no habían servido de nada, ya que no eran sinceras. me dio un ultimátum, el jueves se lo tendría que devolver. Un regalo no se devuelve, me defendí, y ni siquiera correspondía que me lo pidiera. estaba banalizando la situación y eso la irritó más. me mandó varios mensajes llamándome miserable. el jueves me las arreglé para no estar en todo el día. el sábado recibí la visita de una mujer, pero cuando ya estábamos en la cama el timbre empezó a sonar enloquecido. Tuve miedo. –Deben ser los mormones, siempre pasan a esta hora – dije, pero nada justificaba tanta insistencia, y menos bajo una tormenta como la de esa tarde. La chica sospechó, y yo en lugar de calmarla le pedí que se fuera. esperé un rato hasta que se puso oscuro. eliana volvió a prenderse del timbre. La hice pasar. –¿Por qué no me atendías? Pensé que te había pasado algo. –estaba en la cama con una chica. No te podía hacer pasar. ahí estalló. Volvió a gritarme miserable, agarró el cuadro y se lo llevó arrastrando hasta la puerta del edificio. Iba rompiendo los bordes del envoltorio. se había desatado una nueva tormenta. No lo podía sacar bajo la lluvia, así que tuvo que dejarlo en el palier. se fue corriendo. No era la primera vez que se iba de mi casa de esa manera. Corría y yo me quedaba pensando en por qué no la había seguido. siguieron días de tormenta, las calles estaban vacías, de vez en cuando un auto pasaba por la esquina salpicando agua sucia. el cuadro volvió a su lugar en el suelo, apoyado contra la pared. Parecía algo orgánico que se estaba pudriendo, esa era la sensación. si hubiera tenido un depósito o un garaje lo hubiera puesto fuera de mi vista. en esos días dormía hasta tarde, comía poco y sin ganas. era el fin del invierno y buenos aires estaba inhóspita. Nadie aguantaba más la lluvia y el frío, la ropa mojada, la mugre. me arrepentí de haber echado a la chica; la llamé pero no me respondió. Caía un agua sonora y visual, la veía y la escuchaba en estéreo, por las ventanas y en la puerta del edificio. abarcaba todo. era imposible salir. Volvieron a atronar los mensajes de eliana. en mayúsculas me llamaba miserable, ladrón, delincuente. Decidí que lo mejor sería terminar con el asunto. en media hora te llevo el cuadro, le escribí. me respondió que como yo era un chanta esta vez esperaba que cumpliera con mi palabra, que le llevara el cuadro hasta el bar que estaba abajo de su casa, ella me iba a estar esperando. apenas salí, una ráfaga de viento hizo volar el cuadro a unos dos metros. La lluvia desarmó el papel de embalar, lo deshizo en menos de media cuadra. me sentí en el Titanic. o yo era el Titanic, o eliana era el barco expuesto a las fuerzas de la naturaleza, embistiendo con su proa hacia mí. estaba a pocas cuadras de su casa, tenía que poder llegar, no sería tan difícil. La tela se mojó y se puso muy pesada. Cada pocos pasos tenía que apoyar el cuadro en el suelo, mis brazos no podían con el Columbus empapado. en una de esas, al soltarlo sobre el suelo se desprendieron los clavos de una esquina y el marco se abrió en uno de los ángulos. Fue algo rápido, no resistió y se rompió. busqué refugio debajo del techo de un comercio e intenté volver a juntarlo, tratando de volver a darle una forma rectangular. Le di unos cuantos golpes con una piedra en donde estaban los clavos para volver a unirlo, pero se volvía a abrir. reflexioné en que después de todo lo importante era la obra, la pintura en sí misma, así que dejé las maderas sueltas en la calle y enrollé la tela sin el paspartú. me imaginé la cara de Eliana y las cosas que iba a decirme. el espanto vino cuando noté que algunas partes del dibujo se empezaban a borrar. se estaba desdibujando y ya la figura de la mujer no tenía forma humana. Traté de abrirme paso a través de una cortina de agua y de viento. era una película de barcos de madera, velas con naufragios y olas de varios metros. el viento hizo que se me cayera el rollo de tela y vi que solo iba quedando la tela original, marrón clara, con algunos manchones coloridos en donde Columbus había resaltado la alegría femenina, florida y vegetal. La idea era estúpida, infantil. Las mujeres no tienen nada que ver con eso. advertí con cierto placer que la tela, ya casi despojada de sus formas y colores, y también de la intención del artista, se había vuelto un objeto apreciable, volvía a tener el encanto del trozo de materia vegetal y pura que había sido en un inicio. Llegué al bar, un lugar tradicional con una librería al fondo, saludé a augusto, el empleado de seguridad, que estaba con la campera azul de siempre, en uno de cuyos bolsillos guardaba el arma que una vez me había mostrado. Para mis adentros lo llamaba el emperador.augusto siempre estaba sonriente, aunque su sonrisa permanente sumada al arma me hacía verlo como un psicópata. me atendió el mozo pálido con camisa blanca y moño negro al que conocía bien, y que ahora parecía más pálido que de costumbre. Desplegué la tela sobre la mesa; era un pedazo de arpillera descolorida. eliana me llamó al celular, estaba muy irritada porque no había ido directamente a su casa. Contemplé la obra, la tela desnuda, y me dio un ataque de risa nerviosa. La tela tal vez era una metáfora de algo. ¿De qué? No sabía. era una metáfora sin un significado explícito. Instintivamente subí la escalera que llevaba a los baños de la planta alta y me senté en el descanso. el tono oscuro de la madera y del revestimiento de las paredes se convirtieron en un abrigo en la tempestad que seguía inundando la calle como un ruido de fondo. me sentí abrigado por la tradición del lugar, por su antigüedad, los libros al fondo del local, la música a bajo volumen, los mozos uniformados y hasta por la caja registradora que en ese momento estaba cerrada y callada. Todo eso era sinónimo de orden. se abrió la puerta de entrada; y yo me acurruqué contra un costado de la escalera. eliana había entrado y me buscaba, avanzó entre las mesas hasta que se abrió la puerta de entrada; y yo me acurruqué contra un costado de la escalera. eliana había entrado y me buscaba, avanzó entre las mesas hasta que quedó frente a la tela. La expresión que puso fue idéntica a la de El grito de munch. Quedó extática, congelada, pero sin emitir sonido. si hubiera sido una película, me habría espantado y reído al mismo tiempo. subí la escalera despacio, como un insecto, y me metí en el baño de hombres. me quedé sentado en el inodoro, tratando de imaginarme los movimientos de eliana. Trabé el pasador de la puerta. respiré profundo y con pausas para relajarme y no pensar más en lo que estaba pasando. La manija de la puerta subió y bajó varias veces. el traidor de augusto le habría dicho dónde estaba yo. –¡miserable! ¡Judío! ¡era lo único que tenía! Por un momento creí que podría vencer a resistencia del pasador y de la puerta, o que iba a romper en llanto, pero no sucedió ninguna de esas dos cosas. silencio. No sabía lo que era un hombre, pero sí conocía los estados por los que pasa una mujer enojada o angustiada. alguien que puede destruirte, pero que pasado cierto punto pierde todo su poder. había que esperar a que pasara la tormenta emocional. Y mi culpa. La culpa también hay que pasarla. Pensé en Columbus, en sus mujeres floridas y cubistas, y en cómo se equivocan los artistas. Los seductores no se equivocan casi nunca. saben un secreto. Un Casanova vale por miles de pintores y poetas. es un espejo que las refleja. a través de él las vemos: esperanzadas, estafadas, enamoradas, desilusionadas, usadas. me iba a costar mucho encontrar una como eliana. Una que me hiciera reír siempre. me acordé de lo que me había dicho alguien hacía muy poco: el amor es un rato. Pero la risa no, la risa dura mucho más, y por algo los manuales de seducción, esos que les gustan tanto a los americanos, dicen: si querés enamorar a una mujer, aprendé a hacerla reír.
José Ioskyn es psicoanalista y escritor. Entre sus libros, Mi revolución rusa; Literatura y vacío. Psicoanálisis, escritura, escritores y Un lugar inalcanzable. Este relato pertenece a Cómo hacerse hombre, recientemente editado por Paradiso.
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