¿Cuáles son los límites de un proyecto democrático popular cuando la burguesía se consolida como una contrarrevolución permanente, sin dejar espacio para cambios de fondo? Aquí, un análisis de lo que dejaron los debates presidenciales, el espectacular fervor místico de Jair Bolsonaro, el desarrollo de los comicios y la primera intervención pública de Lula da Silva tras confirmarse su triunfo.

Primer debate

Estábamos a una semana de la primera vuelta en las elecciones presidenciales de Brasil. En un momento los participantes podían elegir otro candidato para hacerle preguntas y discutir. El candidato del PTB eligió a Lula y los dos quedaron frente a frente en el escenario. La escena se volvía extraña, ridícula para algunos, demasiado seria para otros. El candidato del PTB era prácticamente desconocido, un cura llamado Kelmon que estaba ahí porque el presidente de su partido, Roberto Jefferson, aliado incondicional de Bolsonaro, tenía prisión domiciliaria por amenazas al poder judicial. Lo primero que hizo fue atacar a Lula en lo obvio: la corrupción de los gobiernos del Partido de los Trabajadores. Lula comenzó a elaborar sus respuestas, pero el padre lo acusaba de bandido, lo llamo ex presidiario y no le dio descanso en sus ataques. Entonces Lula, un poco cansado, se quedó mirándolo. Vio el crucifijo enorme colgado del cuello, un pañuelo con cruces en la cabeza. Vio frente a él a alguien que parecía disfrazado de cura, que dice pertenecer a la Iglesia Ortodoxa de Perú y que de la nada estaba disputando una elección a presidente en uno de los países más grandes del mundo. Entonces, antes de seguir, le preguntó: ¿De dónde saliste?

Reaccionarios

Al comienzo del libro Brasil Autofágico (ed Tinta Limón) de Fabio Luis Barbosa do Santos y Daniel Feldmann hay una entrevista donde Luis Barbosa cuenta que la izquierda combinó la presión de los movimientos sociales con la disputa política a cargo del PT como instrumento para alcanzar el poder. Pero, citando al gran sociólogo Florestan Fernandes, dice que ese proyecto democrático popular tiene su límite en el de una burguesía que se consolida como una contrarrevolución permanente, sin dejar espacio para cambios de fondo. De ahí que las reformas estructurales no llegan a buen puerto, estableciendo una dinámica de contención del neoliberalismo que al desbordar acelera el sistema, apura la autofagia.

Una aceleración encarnada en Bolsonaro y el estado de crisis permanente que utiliza para gobernar. Una aceleración que deja atrás cualquier proyecto de Brasil igualitario para normalizar un nosotros vs ellos y luego un todos contra todos.

Lula mira a Kelmon. Un poco se ríe. Piensa en su historia, en todo lo que ha pasado y como vuelve a estar disputando una elección. De alguna manera sabe de dónde salen esos personajes, vienen de las sombras hacia donde no se mira. Quizás empieza a creer, como muchos a su alrededor, que existe un consenso antibolsonarista, que “somos el 70 por ciento”, como rezaba una campaña, porque ese bando de malucos no puede llegar hasta donde ha llegado.

En el Brasil Autofágico el progresismo ha intentado “lo correcto posible en un mundo equivocado”, llegó al límite en su búsqueda de inclusión en una dinámica social que excluye cada vez más. Eso terminó engrosando la base reaccionaria del caldo de cultivo para que surja Bolsonaro, que al principio era la figura que representaba a los “excluidos” del sistema democrático por sus posturas justamente antidemocráticas y con el tiempo conquistó parte de los otros excluidos, los que se desencantaron con la promesa de la Nueva República y necesitan canalizar su frustración.

Segundo debate

Eran solo Lula y Bolsonaro. Lula de entrada empezó a hablar a cámara, con la intención de mirar a los ojos de los espectadores. Bolsonaro quiso disputar ese espacio también. Lula fue preparado, Bolsonaro no, él improvisa, se deja llevar. En los cortes parecían ir cada uno a su esquina del cuadrilátero al encuentro de los asesores. Ahí descubrimos que al lado de Bolsonaro estaba Sergio Moro, flamante senador elegido en la primera vuelta a pesar de su caradurez al volverse ministro de justicia de Bolsonaro, a pesar de su parcialidad vergonzosa como juez, a pesar de haber renunciado al gobierno y volverse un traidor para el bolsonarismo.

Imagino a Lula con la misma expresión con la que miraba a Kelmon al descubrir a Moro ahí. Sonríe y piensa “Claro, todo vale para el espectáculo” Los seguidores de Bolsonaro, que ya parecen ser casi la mitad del país, solo quieren un Lula nervioso enfrentando las fuerzas del bien, poco les interesa que el cura quizás no sea cura, o que el ex juez sea un fraude.

En un momento Bolsonaro, de manera socarrona e irónica, le aconseja a Lula que aproveche que está libre y vaya a su casa, que su tiempo ya pasó y es hora de dejar lugar a un nuevo Brasil.

Si pensamos desde el Brasil Autofágico lo que dijo Bolsonaro realmente fue un golpe bajo: “Décadas de neoliberalización erosionaron las condiciones materiales que daban sustento a la ciudadanía salarial como horizonte societario, convirtiendo a un partido de los trabajadores –concebido a la manera del PT– en algo anacrónico”.

Algo de eso seguramente le hace ruido a Lula. Las cosas han cambiado. Ya no está ahí gracias a la presión del campo popular. Ha vuelto porque muchos de los que intentaron borrarlo del mapa político, privándolo incluso de la libertad, lo necesitan para combatir esa locura de la que un poco se sienten responsables. Ha vuelto saludado por periodistas y medios que fogonearon el antipetismo creando el habito de un consumo sin tregua, violento, de espectáculo. Ese debe ser el ruido en la cabeza de Lula, esa “nueva política” a la que ha sido arrastrado. Es Lula contra El Mal. Es Lula queriendo meter propuestas cuando todo lo que se busca es su poder carismático, el “lulismo” para combatir el “bolsonarismo”.

Espectáculo

Durante el tercer debate Bolsonaro pide un momento, alza las manos al cielo y dice “ Dios, patria, familia y libertad”. La discusión y las propuestas se diluyen en la puesta en escena como diálogo con el elector. Todo el debate es un intercambio de sopapos que los periodistas analizan con impotencia para mantener un folclore que solo vale por el rating en pantalla. Lula es historia, Bolsonaro es un presente que no deja pensar. Uno promete salvarnos del otro. Aceleración y contención.

Seguramente el ruido estaba en la cabeza de Bolsonaro. Antes del debate intentó disminuir la ventaja de Lula en la primera vuelta con gestos moderados, dando a entender que el bolsonarismo tiene una parte de show que no es tan peligroso como dicen. Pero unos días antes su aliado Roberto Jefferson, el presidente del PTB y jefe de Kelmon, recibió con tres granadas y 50 disparos a un grupo de policías que cumplían con un pedido de prisión. Y el viernes Carla Zambelli, otra aliada incondicional de Bolsonaro, entró en un bar empuñando una pistola como reacción a un escrache. Los dos invocaron su derecho a defenderse, a ser libres con un arma en la mano.
Esa es la vara que se corre cada vez más. “ En un país como el nuestro la violencia latente del neoliberalismo llega a los hechos”, según el Brasil Autofágico.

30 de Octubre

Las motos , como tantas otras veces, irrumpen en las calles de Rio queriendo demostrar poder, intimidan , llaman a festejar o esconderse. Bolsonaro ha llegado al lugar donde vota rodeado de otros motoqueros uniformados con la remera de la selección. Hay seguridad, helicópteros, la puesta en escena de un triunfo anticipado. Una nena agita la bandera de Brasil alentada por los padres. Bolsonaro es recibido como una celebridad.

Lula también es una celebridad, con menos despliegue y de blanco, neutro. Está confiado y lleva su elección a otro lugar. Dice que quizás sea la elección mas importante de su vida, la elección más importante de Brasil.

La votación en las urnas electrónicas es rápida. Después llega el momento de estar pendiente de las coberturas, yendo de una transmisión en vivo a otra, buscando el último minuto.

Llegan noticias de que la Policia Rodoviaria Federal detiene ómnibus con votantes en el Nordeste, obstaculizando la votación donde históricamente el PT es favorito por lejos. El jefe de la PRF declaró su voto a Bolsonaro unos días antes. Alexandre de Moraes, ministro del Supremo Tribunal Federal y el único que en estos últimos tiempos ha puesto algún tipo de freno a la desbocada bolsonarista, exige explicaciones. Eran procedimientos de rutina en un día poco rutinario…

A partir de las 17 cuando la votación está casi cerrada los números empiezan a llegar a toda velocidad. Al principio Bolsonaro va al frente. Ese fue el gran baldazo de agua fría semanas atrás, cuando se creía en una posible victoria de Lula en primera vuelta. Ahora hay calma, ya se sabe que los primeros estados que se cargan son bolsonaristas, hay que esperar ese nordeste que por fin le da equilibrio a un país marcado por la riqueza concentrada.

A las 18:45 Lula “vira”, se pone al frente de Bolsonaro. De ahí hasta el final la ventaja se mantiene. Un triunfo con lo justo que no impide llantos de emoción, de desahogo, felicidad, la sensación de volver a respirar, de que se ganó tiempo.

El trámite rápido de la urna electrónica poco tiene que ver con lo que fueron los cuatro años de Bolsonaro a los que hay que agregarle el impeachment, la muerte de Marielle Franco, la prisión de Lula, el establecimiento de una derecha reaccionaria como parte de la democracia.

Hijos de Brasil

Me enterraron vivo, dijo Lula. Hablo y habló soltándose hasta el borde de su voz ronca casi inaudible. No hay dudas de que Lula es épico. El Hijo de Brasil, una historia de lucha y superación que no olvida su origen, que mantienen el ideal de la conciencia de clase. Pobreza, trabajo infantil, compromiso político…

Para los bolsonaristas Jair también es épico, es Mito. Un capitán pasado a retiro por desobediencia que sin perder el tiempo entra en política desde mediados de los noventa, defendiendo la dictadura, luchando solo contra el comunismo y la degradación moral de la sociedad. Un hijo de otro Brasil, uno que ya no tiene que avergonzarse de reaccionar, de defender la autofagia del sistema, ya sea por privilegios, ya sea porque los que son comidos son “otros”.

Después del resultado Bolsonaro se mantuvo en silencio en un psicopateo nunca visto. Militantes bolsonaristas salieron a bloquear rutas, buscan paralizar Brasil. La policía rodoviaria dialoga con ellos amistosamente. En un video vemos un oficial que les dice que aguanten el bloqueo unas 72 has hasta que Bolsonaro hable. Si fuera gente pidiendo por salarios mejores o estudiantes ya los hubieran desalojado.

En otro video Zé Trovão, camionero protagonistas de otras actitudes golpistas, habla de que el pueblo está reaccionando y necesita la voz de su líder. Ese tipo fue elegido para el congreso en la última votación, junto con otros bolsonaristas que se volvieron mayoría en las cámaras.
Finalmente Bolsonaro habla, dice poco, mezquino, hermético, sin aceptar la derrota. Reviste de seriedad una actitud infantil, le hace “el vacío” a la institucionalidad brasileña que se dedicó a dinamitar y a la que de ahora en adelante pretende asediar sin tregua.

Respiramos, dijo un amigo brasileño. Respiramos aunque no se puede entender como Bolsonaro triunfó en Manaos, donde la gente moría por falta de respiradores durante la pandemia.

No queríamos que Lula vuelva a casa, nos aferramos a él porque parece ser el último dique de contención ante la locura del sistema acelerado hasta volverse antisistema del Bolsonarismo, que ya empieza a copiarse, a volverse engendro en nuestro país. Supongo que a partir de ahora lo que llama a seguir la lucha contra la aceleración no es la esperanza en un mundo mejor, más bien es la posibilidad de volver a crear ,en algún momento, las condiciones para tener esperanzas en ese mundo mejor que ahora pensamos en el pasado.