Un nombre de mujer escrito como homenaje y que el tiempo y los engaños terminan deshilachando. Los tatuajes prometen una eternidad que es, sobre todo, precaria. Como cuando el deseo y el amor no son parejos ni circulan por las mismas calles. (Ilustración Simón Chávez).
Mabel es masajista. Atiende en su casa, un departamentito en Saavedra, mientras los chicos están en la escuela. Hace mucho que está estudiando, hace cursos en hospitales, se acaba de recibir de experta en reflexología de pies y manos. Y también es cosmiatra. Muestra con orgullo los diplomas. Tiene una voz suave y no habla demasiado para que la clienta se relaje. Dice que le encanta dar masajes. A medida que puede, va equipando su consultorio. Compró una máquina de electrodos, tiene un exhibidor de productos que le facilitó una marca de cremas, piedras para relajar la espalda que calienta en un taper en el microondas. Hace poco fue a un seminario de reflexología peruana y aprendió una técnica que agrega un barrido fuerte con los pulgares además de la presión característica de la reflexología oriental. Los cruces de saberes. Creer o reventar, dice cuando toca el anular del pie derecho porque me llora el ojo izquierdo y duele. Creer o reventar, comenta si cuando tengo tenso el cuello me aprieta entre el dedo gordo y el índice y veo las estrellas.
Mabel se separó hace dos años. De Tito, que fue su novio desde los quince. A poco de estar juntos, él se tatuó en el bíceps un corazón que decía Mabel. Vinieron juntos de Paraguay, tuvieron dos hijos (Braian y una nena) y después él entró a trabajar en una metalúrgica en Loma Hermosa. Cuando la fábrica cerró durante el gobierno de de la Rúa, le pagaron una indemnización y un tío le consiguió a Tito una portería por Warnes. Se mudaron de Chilavert a Capital, donde Mabel pudo empezar a estudiar masajes y todo lo demás.
Tito siempre le metió los cuernos. Tiene arrastre con las mujeres. Es simpático, servicial con las propietarias, hace pesas. Cuando ella le reprocha, dice que es demasiado macho para una hembra. Mabel todavía lo ve y se calienta. En serio, dice, me da vergüenza comentarlo, pero a mí se me moja la bombachita. Y pone cara de pícara. Tito entrena todas las siestas en el gimnasio, donde se enganchó con Sheila, una peruana que iba a practicar baile del caño. Linda no es, es bastante oscurita, los dientes salidos, dice Mabel. Pero tiene un lomazo. Yo me di cuenta que con ésta no era como con las demás, un par de polvos y a otra cosa mariposa, repasa Mabel, porque Tito salía de noche para verla. Y entonces él empezó a decir que necesitaban un auto. Así paseamos con los chicos los fines de semana, mentía. Pero a ella no se le escapaba que quería buscar a Sheila que trabajaba en un boliche en Munro y hacerse el potentado llevándola en auto.
Tito le vendió los electrodos y la camilla de masajes para el anticipo del auto. Y la sandwichera y la freidora, las cosas que Mabel había comprado con las cuotas que daba Cristina. Mabel volvió a alquilar un gabinete en una peluquería. Ahorraba todo lo que podía para volver a comprar los equipos y seguir con la cuota del auto. Se anotó en un curso de manejo. Cuando les entregaron el Renault 19,viejo pero con poco uso, llevaron a los chicos al Parque de la Costa. Y otra vez a Luján. Ese día Mabel lo manejó. Estaba emocionada. Siempre había querido tener un auto, conocer lugares, ir por la ruta. Debut y despedida, porque al poco tiempo Tito le dijo que se iba con la Sheila y se llevó el auto. Decía que Sheila lo cogía mejor. Que no era de andar pidiendo plata o reprochándole si se emborrachaba o si estaba tomando sol. Pero la convicción le duró poco. A la semana volvió deprimido. Llorando, balbuceó que no quería irse, que extrañaba. Mabel lo perdonó. Se había sentido desolada sin él. A la noche se desvelaba porque extendía el brazo en la cama y no lo encontraba, extrañaba las piernas que Tito entrelazaba entre las suyas. El había sido el único hombre de su vida. Igual siempre dudó de que hubiera dejado a la Sheila. Pasaron unos meses hasta que un día Tito apareció con una bailarina del caño tatuada en el otro bíceps. Mabel lloró y lloró, esta vez decidida a separarse.
Una clienta abogada la asesoró. Aprovechá que ahora él está con la cola entre las piernas, se siente culpable por lo que hizo, le dijo. La abogada consiguió que firmara que la casita que compraron en Chilavert fuera para Mabel y los chicos, y él se quedó con el Renault. Qué rabia me da cuando pienso que Sheila se sienta en las butacas que hice forrar en polar de animal print, se pinta los labios mirándose en el espejo que está atrás de la visera, baja la ventanilla con el automático, se quejaba Mabel. Entonces alquiló la casa de Chilavert, que es bastante grande, y con eso paga el departamentito en una torre en Paternal, cerca de la portería donde está Tito y los chicos van becados a la escuela de la parroquia.
Así, dos años. Mientras, Mabel se capacitó. Ahora, cuando está haciendo algún curso, porque le encanta estudiar, alguna colega usa su consultorio y le paga un porcentaje.
Un día unas amigas la invitaron a una fiesta y le presentaron a Rubén, un peluquero separado y sin hijos. Bailaron toda la noche, y después él empezó a mensajearla a cada rato. Tanto le escribe que se distrajo y contestó mal en un examen sobre rosácea en el Ramos Mejía y no se sacó buena nota. Con Rubén, Mabel volvió a reírse, a arreglarse. Le dejaba los chicos a Tito y salía a comer pizza con el peluquero. El le hizo un cambio total de look. Le cortó el pelo. Ahora usa un tono rubio almendrado y los rulos desaparecieron gracias al alisado de keratina. Él le dice que le gustaría que abrieran juntos un local de peluquería y belleza integral, donde ella haga masajes y cosmetología.
Mabel le contó a Tito que salía con Rubén. Al principio, él no le creyó. Daba por sentado que Mabel siempre lo iba a estar esperando. Después se enojó y a los pocos días se puso en plan conquistador. Se hacía el filósofo, le decía que ella era lo más noble de su vida. Qué mujer íntegra sos, suspiraba, con voz de locutor. Daría cualquier cosa por volver a vivir en familia. Le dice que, si ella lo perdona, va a tratar de serle fiel. Que le dé tiempo, que no le cierre la puerta. Y también le manda whasap. Mabel está trabajando y el celu no para de hacer ruiditos. Mi cielo, cómo amaneció hoy, mi reina, la reina de las masajistas, le pone Rubén, que es de piropear. Mamita, voy a cenar, me mensajeó la Melody que quiere verme. Llevo empanadas, escribe Tito, el ex. Melody es la nena. O si no, una fila de emoticones. Mabel los lee entre clienta y clienta, se sonríe. Un coro de amigas, vecinas, clientas la aconsejan. Una opina que al marido hay que perdonarle todo. Es una señora mayor. La psicóloga que se atiende los viernes por un sarpullido en las piernas le dice que por el momento no decida nada. Me gusta sentirme deseada, sonríe Mabel. Tengo dos hombres que me quieren. Un día llamó por teléfono a la mamá que vive en Asunción. Contra lo que esperaba, la mamá le dijo que Tito no hizo más que humillarla, que nunca la respetó. No lo dejes volver, le repetía.
La Melody empieza a enfermarse, un día se descompone y vomita en el colegio, otro día le baja la presión y si no, arde de fiebre. Reclama todo el tiempo al padre, le pide que se quede. A Mabel casi no le queda tiempo para ver al peluquero, que quiere presentarles a la madre y los hermanos. Una tarde llega de un curso y encuentra a Braian llorando. Le reprocha que ella no deja que el padre vuelva, que Tito les había dicho que Mabel no lo quería más y les había pedido que la convencieran. Y Mabel duda. Esa noche apaga el celular. Llora.
Tito le jura que pronto va a dejar a la Sheila, que ya se lo planteó, que ella se va a ir de la portería. Y que le hizo una promesa a la Virgen de Caacupé. Le está rezando una novena para que le dé fuerzas para dejarla. Y su sueño es tener otro hijo que sea el fruto de la reconciliación. Mabel no contesta. Pero piensa que no quiere más hijos. A mí me gusta mi vida, con mi trabajo y mis estudios. No me copa volver a estar en casa con un bebé. Yo dos puedo mantener, comprarles yogur, zapatillas. Tres, no- cuenta.
A la semana llegó una vecina de Lima, trayendo a la Marilyn, la hija de Sheila de cinco años. Sheila no sólo no se fue, sino que la nena vive con ellos en la portería y Tito la cuida por las noches. Sheila va al boliche en el auto y busca un trabajo de día para estar con la nena.
Patri estudió abogacía pero vende ropa importada. Una prima azafata la trae de Miami y Patri la vende. Sus clientas son las oficinistas de la zona de Tribunales, y cada tanto hace una feria con unas conocidas en Belgrano R. Es flaca pero vive a dieta. Hace años se hizo las lolas, se puso unas enormes y le encantan. Está siempre muy acelerada. La tensión se le nota en la cara. Se acaba de separar y tiene un hijo de 13 años. Duerme mal, se despierta con dolor de cuello, de espalda. Con el marido peleaba todo el tiempo. Una amiga le recomendó atenderse con Mabel para aflojar las contracturas.
Patri habla todo el tiempo y no se da cuenta. Le dice que nunca le alcanzó con el marido, que siempre necesitó otros hombres para coger, y más desde que se separó. No le interesa el amor, quiere sexo. A Mabel no le cae muy bien. Dice cosas que la incomodan. Le contó que se pasea en bolas por la casa y que el hijo la ve. Que una vez el pendejo -así le dice- la espiaba cuando se estaba vistiendo y entonces ella se puso en poses sensuales. Con el propio hijo- comentaba después Mabel revoleando los ojos. Otra vez le contó que buscó un chabón por la web y que se pasó chateando cosas puercas. Patri le mintió en todo. Le dijo que vivía en Bariloche, que era lesbiana, que le gustaba hacerlo de a tres, de a varias. Mabel detuvo el masaje y le dijo que, si no se callaba, no la atendía más. Está totalmente desquiciada, opina. Por un mes Patri dejó de ir.
-¡Me estoy morfando a un bombón!- fue lo primero que dijo cuando volvió. ¡28 años! gritaba, como si se tratara de un trofeo. Ella tiene 45. La cagada es que el pendejo nos vio una madrugada y se puso como loco. Se fue a vivir con el padre –le contó. Y ahora me piden el departamento. Estoy en el horno. Charly (el bombón) le ofrece irse con él pero vive en Ituzaingó. Patri llamó a las conocidas buscando alojamiento. Se fue a lo de la azafata. Patri aprovecha para llevar al bombón al depto cuando la prima está volando. Otra vez le contó que el bombón se había choreado un taper con dólares que la azafata guardaba en el freezer. La prima la echó. Estaba intentando volver con el marido. Fui una boluda en separarme, no sé qué me dio. Siempre tuve los hombres que se me antojaron, no se me escapó ninguno. Al que le eché el ojo lo llevé a la cama. Puedo hacer mi vida sin dejar a mi marido y a mi hijo. Mi hijo me necesita en casa y eso es lo más sagrado. El marido la perdonó. Un fin de semana él se fue a pescar y Patri se quedó dormida en la cama del hijo. Dice que se despertó cuando el pendejo la tapó con la sábana. Patri tenía el camisón enrollado y se le veían las gomas. Enormes, duritas.
Otra vez dijo que una noche salió a bailar y conoció a un gallego que había venido de vacaciones. Cogieron en el baño del boliche. Con él probó la cocaína. Se vieron un par de veces y después él se fue a Cataratas y a Salta. Estaban meta wasap. No quiso apagar el celu en lo de Mabel, y no la cortaba con hablar de sus proezas sexuales. Le mostró las fotos del gallego y Mabel comprobó que era bastante lindo, ojos celestes y pelo rubio rizado. Tiene 33 años. Cuando probaste carne fresca, no podés estar con viejos, contestó porque Mabel le comentó que le parecía que era muy péndex. El gallego, como el peluquero de Mabel, le manda mensajes hermosos.
Vuelve al mes, desolada porque el gallego ya había regresado a España. Siguen con los mensajes y están empezando con el Skype. Dice que la prima trajo juguetes eróticos y ella los va a vender. Y de paso, se los va a mostrar al gallego en la compu. Sex toys, le explica a Mabel. A Mabel no le gustó cuando Patri le preguntó por Tito. Me dio cosita, como un escalofrío, cuenta. Guauuu, está re fuerte, exclama Patri al ver fotos del celu que Mabel le mostró. Ese día al salir se tropezó con Tito. Qué cara de reventada tiene tu clienta, le comentó él a Mabel. Patri se imaginó que Tito la cogía en el ascensor.
Ahora también le doy al sexo virtual, le dijo la vez que fue a hacerse radiofrecuencia con el equipo que Mabel acababa de comprar. Le explicó que se ponía frente a la cámara con el consolador y el gallego la miraba y le pedía cosas. Mabel fue a atender el timbre y Patri aprovechó para copiar el número de Tito. Mabel la encontró con su celu en la mano y Patri le mintió que le había sonado una alarma. A la noche, empezó a mandarle selfies a Tito donde posaba en bolas.
Sheila tuvo un accidente en el trabajo. Se cayó y se fracturó brazo y pierna. Está enyesada en la portería y Tito fue a hablar al colegio de sus hijos para anotar a la Marilyn. En el fondo, para Mabel fue un alivio que Tito dejara de presionarla con volver. Sigue saliendo con Rubén. Rubén reclama una relación más formal. Un domingo van en tren a General Rodríguez para conocer a la madre que está muy viejita. Quiere formar una familia, vivir con los hijos de ella, tener uno que sea de los dos. A veces le dice que piensa traer a la madre y que vivan todos juntos. Y tener perros y gatos.
Mabel se pregunta: ¿qué soy, una fábrica de bebés? ¿Todos me ven cara de madre de familia? Y siente que no quiere desviarse de su proyecto de capacitarse y trabajar.
Patri empezó a ir al gimnasio donde entrena Tito. Se pone una musculosa bastante transparente y ajustada. Y pezones autoadhesivos. El primer día no le sacó los ojos de encima. El levantaba pesas y le devolvía las miradas. En cuanto Tito se fue a la ducha, Patri se escabulló. Quiso dejarlo con las ganas. Le histeriqueó durante varios días hasta que él la encaró. Tomaron unas birras en el bar del gimnasio y se fueron de raje a un telo. Desde ese día Tito se hizo humo. No dio más bola a los chicos, que le mandaban mensajes o lo llamaban, ni a las mujeres que inspiraron los tatuajes. Sheila llamó a Mabel para contarle que Tito ya no vivía en la portería. Ella la escuchó sin regodearse. Mabel estaba convencida que Patri lo tenía engualichado a Tito. Estuvo atando cabos porque, el día anterior, ella había cancelado un par de turnos. Mabel fue a la portería a ayudar a bañarse a la Sheila. Melody jugó con la Marilyn, a quien ya conocía del colegio. Con Sheila se hicieron bastante amigas. Una semana después, en la foto de perfil del celu, Tito puso una donde estaba abrazado con Patri. Ella de frente, luciendo las lolas.
Mabel había empezado a recibir canciones de Marco Antonio Solís que le mandaba Rubén. Y videítos de Luis Miguel, que volvió a la fama. Le hacía comentarios románticos. Mabel se dio cuenta que se divertía más con los mensajes que cuando estaba con él. En persona, no tenía tanta chispa. Los besos de Rubén tampoco eran gran cosa. Ella tenía que separarle los labios con la lengua, presionarlos para que los abriera más. Y de ir a la cama, ni ahí. Le dijo que no podía llevarla a la piecita donde vivía, que la dueña del PH prohibía las visitas. Así que lo intentaron en un sillón de la peluquería, pero fue un fracaso. Algo para olvidar, dictaminó Mabel al día siguiente, jugando con el nombre de una película vieja por la que suspiraba su mamá. Tenían que esperar que los chicos no estuvieran y hacerlo en el departamento de Mabel. Pero Tito se había borrado y los chicos estaban siempre con Mabel. Rubén ni habló de ir a un telo y Mabel no se animó a plantearlo.
Mabel se anotó en un curso de masaje tailandés. No estaba segura de que le interesara mucho, pero le parecía bien actualizarse y sobre todo dominar distintas técnicas. Un día hizo una recorrida por los locales de masajes del barrio chino. Fue a uno donde metió las piernas hasta las rodillas en un recipiente transparente. Era como una pecera grandota con agua tibia donde nadaban peces mínimos que le mordían la piel. Al principio le dio asquito, pero después se relajó y le gustó. Le alivió una molestia en las pantorrillas. Estos chinos inventan cualquier cosa, le comentaba más tarde a la Sheila cuando fue a bañarla.
Sheila le consultó si le convenía aprender cosmetología y manicuría. O masajes. Quería dejar el baile, la Marilyn la necesitaba. Y tampoco le gustaba la vida de noche, las cosas que se veían. Mabel la alentó y le consiguió la dirección de un instituto donde hacer un curso.
Una tarde, a Mabel le cancelaron un turno y se fue hasta la peluquería de Rubén a darle una sorpresa. Lo encontró en la cocinita de atrás apretando con el asistente, un coreano flaquito de campera ajustada que se había teñido de rubio y se peinaba con un importante jopo vertical. A todo trapo sonaba Mariposa traicionera, cantado por Maná. La verdad es que era re lindo el chinito, le confesó después a una amiga. Rubén la llenó de mensajitos afligidos. Le juraba que había sido la primera vez, una distracción fatal, un desliz que no volverá a suceder. Que la amaba y quería casarse con ella. Que había despedido al coreano. Durante tres días le escribió, le mandó canciones con letras arrepentidas, (Soy adicto de tus labios, por ejemplo) la llamó, la fue a buscar. Le mandaba flores con tarjetas con frases románticas. Dame otra oportunidad, le mensajeaba tres veces por día. Mabel le dijo que basta. Al quinto día lo borró de sus contactos.
A veces Mabel extrañaba a Tito. Son casi veinticinco años. No habrán sido siempre buenos, más bien regulares, pero es mucho. Si se ponía triste, hacía un esfuerzo y recordaba las mentiras que le mandaba, las veces que la engañó. Con la vecina, con una prima, con la de la verdulería, la del kiosco… Soy mucho macho, ya te lo dije. No me vas a cambiar, si las minas se me acercan, qué querés que haga… Son todas trolas. Sos de pedir demasiado; ya no me calentás; mucho estudio pero no ganás plata; te creés que sos la perfectita, le repetía cuando peleaban. Estaba cansada de Tito.
Una mañana la llamaron del Hospital Fernández. Le avisan que Tito había tenido un accidente con el auto y había muerto.
Fue a buscar a la Sheila y se tomaron un taxi. Le dijeron que Tito manejaba y Patri iba al lado. Ella también había muerto. Iban a 130 km por hora por Libertador hacia el centro. Estaban borrachos y pasados de cocaína. El Renault 19 quedó destrozado. Daño total. A causa del impacto, saltaron del baúl los sex toys que vendía Patri. En el asfalto quedaron consoladores, látigos, esposas, correas. Mabel tuvo que reconocer el cuerpo. Buscó en los brazos los tatuajes y vio que estaban tachados por una X en color rojo. Abajo del que decía Mabel, estaba tatuada la sílaba PA. Y en el otro brazo, la bailarina quedó debajo de una X en negro y sobre el bíceps se leía TRI. Y en los hombros, en los antebrazos, en el pecho tenía tatuadas unas tetas con enormes pezones. Y debajo de cada una decía PATRI. PATRI, PATRI, repetía Mabel.
Los días que siguieron anduvo mareada haciendo trámites. Su madre viajó para acompañarla y quedarse con los chicos.
Poco después empezó a cobrar los seguros: el del auto, el del gremio de propiedad horizontal, el de la obra social. Sheila terminó el primer nivel de asistente en manicuría y cosmiatría. Mabel alquiló un departamento más grande y la llevó a trabajar con ella.
Después compró un auto, un poco más viejo que el anterior. Reinaldo, el mecánico que se lo vendió, le tiró onda. Es un paraguayo al que le gusta la cumbia. Le mensajea temas de Gilda y Corazón mentiroso, de la Princesita Karina. Los domingos sale a pasear con la mamá y los chicos. A veces la invita a la Sheila. A Mabel le gusta subir y bajar las ventanillas con el automático y Reinaldo recorrió todo Warnes para conseguirle un tapizado de animal print en tonos de fucsia para las butacas.
Nora Mazziotti es ensayista y narradora. Entre sus libros, La cordillera, La industria de la telenovela, Milonga perdida y Amores calabreses.