A lo largo de casi dos años Osvaldo Bayer recibió en su casa a músicos, poetas y periodistas para hablar de su primer gran amor: la poesía. Jaime Torres, Víctor Heredia, Raúl Zaffaroni y Stella Calloni, entre otros, compartieron con él evocaciones sobre la vida y la obra de Gelman, Urondo, Walsh, Yupanqui y Conti que formarán parte del libro Revolución es la palabra.
Poseo anteojos de sabio, / cerebro de ignorante, / sexo de hombre, / alma de mujer, / impulsos de mercader, / bolsillo de poeta. / De todos los que conozco / soy el único libre, / el único poeta, / el único artista.
Antes de ser historiador y periodista, Osvaldo Bayer escribió versos como éste, que pertenece a su libro Los cantos de la sed, reeditado en 2015. Tenía menos de veintiún año aunque ya desde los quince anhelaba ser poeta.
De adolescente solamente quería ser poeta. No quería escribir prosa. Cuando empecé a escribir poemas, mi inspiración eran los sentimientos que me atravesaban. El amor, por ejemplo. La poesía es la inspiradora de mi vida. No hay dudas. A veces interpreto todo como una gran poesía. La poesía y el periodismo me ayudan a interpretar la vida”. Se lo contó Bayer a Mariana Dufour, gestora cultural, periodista y autora del libro aún inédito Revolución es la palabra, sobre la relación de este “cronista con opinión” con la poesía y con escritores y poetas que fueron contemporáneos suyos.
Todo empezó hace tres años, dice Dufour, quien conoció a Bayer cuando le pidió sumar su voz a una campaña por la reapertura de la Escuela Nacional de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. “Fue aquel año 1949. Se llamaba Annemarie. Estudiaba en la Escuela de Bellas Artes. Caminábamos juntos por sus jardines arbolados, antes de que comenzaran las clases, muy cerca del Balneario Municipal, como le decía antes la gente. Fresco del río, verde de los árboles, color de las flores. (…) Con ella sólo hablábamos de poesía, /nos habíamos propuesto eso. /Todos los días, un poeta. /Llegábamos por fin al silencio, / sólo se escuchaban nuestros pasos / y los trinos de pájaros curiosos“, le contó él.
Militantes de la desobediencia
Ese relato disparó un deseo y surgió la idea de retomar esos pasos para celebrar a autores que habían nutrido la vida de Bayer con su amistad. Se trataba de homenajear a militantes de la desobediencia y la justicia, que habían caminado a su lado.”Me gusta la idea. Es un homenaje necesario. Hermoso. Nos faltaba la poesía”, dijo el escritor. “Pero ya estoy cansado. Tengo 89 años. Vos te encargás de todo.. Y así fue. Mariana sumó la propuesta de invitar a personalidades de la cultura que también hubieran conocido a los autores evocados. Habló con cada uno, organizó agendas, postergó encuentros cada vez que Osvaldo por razones de salud no pudo ser el anfitrión, acomodó, ordenó y acompañó siempre.
Los encuentros se hicieron en la casa de la calle Arcos, en Belgrano, hogar paterno de Bayer al que Osvaldo Soriano bautizó El Tugurio. Amigos, colegas, compañeros de lucha o de exilio de los escritores y poetas elegidos estuvieron puntuales, compartiendo veladas en las que inevitablemente se habló de política, hubo música, canto, cariño. El escritor que murió antes de la última navidad, esperó con ansiedad la llegada de Miguel Ángel Estrella, Adolfo Pérez Esquivel, Stella Calloni, Ponciano Cárdenas, Alejandra y Marcelo Conti (hijos de Haroldo), Jaime Torres, Teresa Parodi, Horacio Fontova, Carlos Malbrán, Pablo Llonto, Marián Farías Gómez, Raúl Zaffaroni, Alejandro Apo, Cristina Banegas, Víctor Heredia, Carlos Aznárez, Beatriz Pichi Malen, Fernando Buen Abad, Lorenzo Pincen, Tito Cossa y Héctor Olivera.
Esas tertulias se fueron realizando a lo largo de un año y medio, y cada una duró entre 2 y 3 horas por lo menos, tomando como eje la obra y la figura de Juan Gelman, Hamlet Lima Quintana, Paco Urondo, Armando Tejada Gómez, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Atahualpa Yupanqui, Jaime Dávalos, Alfredo Zitarrosa, Eduardo Galeano, Osvaldo Soriano. “Nos propusimos desentrañar la importancia que tiene la palabra en la delicada tarea de despertar conciencias y encender la resistencia. Pensar la significación que adquiere la poesía para concebir la identidad latinoamericana y alzar la paz. Pero la paz, no como sinónimo de calma, sosiego y silencio, sino concebida como acción, como grito. La paz protagonista, rebelde y fundante de Justicia”, dice Dufour.
Las que en principio iban a ser quince charlas se convirtieron en veinte que se desplegaron bajo el amparo de la libre asociación de ideas, pensamientos y metáforas, entre mates, medialunas de grasa y churros rellenos de dulce de leche. El vino también acompañó los encuentros tras los brindis que llamaron anarquistas porque se servía en copas heroicas, sobrevivientes de distintos juegos, una de cada color y cada tamaño. Anarquistas, como solía autodefinirse Oswald (así lo llamaban de chico), sin violencia. El ida y vuelta de las anécdotas ayudó a agilizar los recuerdos que se convirtieron en testimonios para un libro del que participó también el especialista en Literatura, Javier Corcuera.
Luego de sus experiencias iniciales, el tiempo de la poesía continuó para Osvaldo con poemas tangueros. Tangos libertarios. “Cantar a la madre pobre y soltera del barrio, al niño con hambre, al obrero preso. El canto y el baile como protesta. La palabra. La música. La poesía para cantar el derecho al trabajo (…) La caricia del arte contra la explotación del hombre por el hombre. Tangos anarquistas. La voz del pueblo. Los mártires de la lucha cantados por las obreritas. La protesta en las calles. El dolor de la derrota. Pero los ideales, poner el pecho por los demás, por un pan digno para todos y flores para el futuro”, definió Osvaldo esa obra y ese tiempo.
Los de entonces
Yupanqui, contó Bayer, “influyó mucho en mis gustos. Siempre lo escuché con atención, con gran cariño. Y cuando lo pude conocer, también. Muy pocos visitaban a los exiliados. Puede ser que su obra haya sido musa inspiradora para mí porque me gustaba muchísimo su música. Puede que haya sido así sin darme cuenta. Tenemos los mismos fundamentos: la búsqueda de la solidaridad entre la gente, la búsqueda de la felicidad para todos, tan del idioma del pueblo”.
Con Juan Gelman fueron muy amigos desde los años cincuenta en reuniones de poetas y de escritores.“Eran tiempos de mucha esperanza, éramos optimistas de pura sangre. Escribíamos en revistas literarias, de esas que aparecen y desaparecen”. Poesía y política asociadas, interpelando la realidad, desacomodándola. Para Gelman, la palabra no hacía la revolución, pero podía cambiar al lector al descubrirle “territorios que no tenía, porque ignoraba tenerlos”. Solo así se explica la necesidad de compartir esas largas noches de poesía junto a los compañeros. “Vino muchas veces a visitarme a El Tugurio y a Berlín. También nos encontrábamos en un café de Uruguay y Corrientes, que ya no existe. Discutíamos hasta la madrugada: él luchaba por la dictadura del proletariado; yo, por la Igualdad en Libertad”.
En las tertulias tugurienses el escritor rememoró el último diálogo que mantuvo con Rodolfo Walsh.
—No comprendo, Rodolfo, cómo podés ser peronista. Sabés que Perón le entregó la facultad de Filosofía a los militares y a la iglesia católica.
—Te equivocás. No soy peronista. Soy marxista.
—¿Por qué te acercás a Montoneros? No me vas a decir que no son peronistas.
—El marxismo está con el pueblo, y el pueblo ¿con quién está ahora?
“Sin dudas, gran parte del pueblo estaba con el peronismo”, decía Bayer. Walsh le dijo que no quería ser cobarde. Pero para Bayer irse no era cobardía: era salvar la vida. “Se podía hacer mucho más desde el exterior, que acá, escondido. No tenía sentido quedarse. Menos él. Rodolfo era un hijo del pueblo. ¿Sabés lo que pasa? Mientras otros hacían romanticismo con cuchilleros, él se metía en la actualidad. Estaba en la calle con los perros y los piojos, los jóvenes y los ilusos. Algo imperdonable para el Olimpo y los repartidores de prebendas”. Fue un tiempo intenso, muchos de sus amigos estaban metidos en la guerrilla. “En mis encuentros con Rodolfo Walsh yo le decía que ellos eran los mejores pero que los iban a matar. La represión era diez veces mayor en fuerzas. Muchos me llamaban despectivamente “el burguesito”, me acusaban de ser responsable de una interpretación libertaria de la vida, que jamás llegaría a provocar la revolución. Desgraciadamente, los hechos me dieron la razón”.
“¡Que poeta era Paco!”, señaló sobre Francisco Urondo, “un hombre de bondad para los que sufren. Nos quedaron para siempre sus poemas, sus escritos, sus sacrificios. Fuimos muy, muy amigos. Era de lo mejor, muy buen periodista. Un hombre de la amistad y un luchador por los derechos de los demás. Íbamos todas las noches a cenar juntos porque teníamos un turno que terminaba muy tarde: a las dos de la mañana nos juntábamos en un restaurante cerca de la redacción. Parece mentira, porque él era un fifí. Nunca nos imaginamos que iba a entrar en la guerrilla. ¡Y en qué forma! Yo me entero poco antes de su asesinato. Parecía de Barrio Norte… por su forma de ser, tan atildado. Nunca nos imaginamos. Nunca me dijo nada. Él me reprochaba un poco que yo fuera socialista”.
“Haroldo Conti mereció ver el éxito de sus obras en los años posteriores a la dictadura. Era admirable. Gran cabeza. Gran hombre. Lo vi en Martínez, donde yo vivía. Vino a un asado, un domingo. Era tan abierto, ocupaba la atención de todos. Un hombre del pueblo, mezclado con él, era generoso, de mano abierta. Qué hermoso que se editen sus libros ahora, me llena de orgullo que sea así, recordado. Siempre me hablaba del Delta y del Plata y en los ojos se le dibujaba el río. Era tanto el amor por la naturaleza que nos hizo recrear el paisaje de los ríos y las islas”.
Los de ahora
En el encuentro que mantuvo con Jaime Torres, el charanguista contó que, durante una gira por Bolivia, “unos jóvenes me invitaron a comer en una casa del pueblo, luego sacaron la guitarra y cantaron la que llamaron Zamba del Che, ¡pero era la Zamba para no morir! Pregunté por qué la llamaban así. Con sencillez y orgullo, relataron que Guevara entró a Bolivia por oriente y todas las noches cantaba esa canción en un boliche. Al contarles a Hamlet y a Armando, lloraron de emoción”. La mañana siguiente al encuentro, el teléfono de Dufour sonó muy temprano. “¿Hola, Mariana? Soy Jaime Torres. Te llamo para decirte que no puedo pegar un ojo desde ayer. Pasé cada minuto de esta noche repasando el encuentro con el maestro. Durante años busqué encontrarme con él… ¡y el deseo se hizo realidad en El Tugurio!”. En vísperas de la Nochebuena quiso la vida, o la muerte, que ambos partieran juntos, que la madre tierra los cobijara en un mismo abrazo.
“Con Osvaldo nos encontramos varias veces, una fue en el Teatro Argentino de La Plata, hablando en una mesa rara, con un colorado… ¿Cómo se llamaba? ¡De Narváez! Osvaldo, de Narváez y yo en la mesa”, recordó el ex titular de la Corte Suprema de Justicia, Raúl Zaffaroni. ¡Osvaldo lo miraba con una cara! Yo creo que De Narváez quería la foto con nosotros. A Osvaldo le debe haber dicho que iba yo y a mí, que iba Osvaldo. Y así consiguió la foto pero lo mirábamos medio raro. No tengo explicación de por qué quería esa foto”. El debate giraba en torno a los Derechos Humanos. En la foto, Osvaldo, sentado bien en la punta de la mesa, parece querer huir.
En la visita de Carlos Aznárez, se habló del documental de Julio Ferrer, El arte de comunicar. “Vos y Norita están por todos lados! Son como dios… pero un poco más progresistas”, dijo el periodista, director de Resumen Latinoamericano y del Tercer Mundo.
Cuando la periodista Stella Calloni desembarcó en El Tugurio, Bayer advirtió: “Es peligrosa esta mujer”. Es que un día, en el bar La Continental, ella le había confesado: “¡Ay, qué lástima que no nos hemos conocido más jóvenes! Yo lo hubiera perseguido por todas partes. Lo hubiera raptado”.
—OB: ¡Pero no lo hiciste!
—SC: No lo hice. Me arrepiento. Hubiéramos sido una pareja muy loca, muy linda. Yo, por los Caribes y vos, por los vientos fríos… ¡Teníamos todo! Yo te doy un tecito de algo y vos te enamorás perdidamente de mí. Yo tendría que haberte dado eso…
—OB: No necesito eso
—SC: ¡Estamos tremendos los dos!
—OB: ¡Capaz que hubiéramos hecho la revolución!
—SC: Éramos capaces de hacerla. Éramos ¡y somos! capaces de hacerla ahora mismo.
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