Una hija única y un hermano que llega y le descentra el mundo con tensiones inesperadas que van cambiando con el correr de los años hasta que la dictadura impone una ausencia que ella transforma en búsqueda. (Imagen de portada: Luis Vargas).

La mano enorme de papá aprieta la mía en medio de ese amontonamiento de gente. Me arrastra hacia algún lugar que solo él sabe. Extraño a mamá.

La música se escucha muy fuerte, sobre todo tambores Veo hebillas de cinturones, zapatos lustrados parecidos a los de papá y faldas lisas o con dibujos, piernas con medias de seda y zapatos con tacos o tacones. De pronto me toma por debajo de mis brazos y me coloca sobre sus hombros.

Veo soldados vestidos de azul y dorado con sombreros altos como una olla para hervir fideos. Caminan con pasos largos todos igualitos. Ninguno se asoma fuera de la línea que trazan mis ojos. Delante de todos va uno de ellos revoleando un palo brillante que miro sorprendida. No se le cae y parece que da vueltas en el aire con un cruce de dedos. Sé que seguimos en Rosario, pero el entorno es muy diferente a todos los paisajes que conocí hasta entonces.

Terminan de pasar unos soldados enormes montados a caballo y papá otra vez me pone en el suelo, me arrastra entre la multitud hasta que llegamos a una vereda donde hay un pirulinero. Me encanta chupar esos caramelos hasta que se hacen chiquitos y sólo queda un palo pegajoso. Como si me hubiera leído la mente me compra uno le saca el papel y lo pone en mi mano. Le hace señas a un auto que se detiene y al que subimos atrás. Escucho que le da la dirección de casa. Volvemos a Saladillo. Mamá no está. La tía Mercedes me hace la leche. Papá se pone un sombrero y sale. Entonces le pregunto a la tía por mamá y me dice que pronto va a volver con un regalo para mí.

Los días pasan y mamá no vuelve. Le pregunto por ella a la tía Nora que me hizo el desayuno. Dice que hoy a la tarde vuelve a casa. Le abrazo la cintura muy fuerte por la felicidad que me llena la panza mezclándose con el café con leche.

Doy vueltas por el patio, entro al cuarto vacío del abuelo Alfonso. Hace poco lo dejamos en una casita en el cementerio. No me dejaron verlo muerto.

Espero a mamá sentada al lado de la muñeca de porcelana, casi grande como yo. Mis tías me hicieron las trenzas. Una cada una así que están desparejas, pero no me importa. No puedo dejar de mirar la puerta. Me duelen los ojos, los tengo duros, ni parpadeo. Escucho el ruido del picaporte antes de ver un haz de luz y unas sombras que caminan hacia adentro. Mamá, grito y corro hacia su sonrisa. Tiene las manos ocupadas y no me abraza. Se agacha y me dice que mire el regalo que me trajo, extendiendo un envoltorio donde veo algo que se mueve.

Tiene un bebé en los brazos y dice que es mi hermanito.

Sos feo y te odio. Me arruinaste el día y vas a arruinarme muchos más. No sé de donde habrás salido. Mamá dice que ahora que soy la mayor tengo que ayudarla a cuidarte y que vamos a ser muy felices.

Llorás y mamá te da la teta, gruñís y mamá te cambia los pañales. Te hace dormir cantando el arrorró y yo me retuerzo en mi cama tapando mis orejas con ganas de devolverte a París a esa tienda de dónde viniste. Recién estoy aprendiendo a leer, pero te salvás porque no se escribir.

Una mañana me levanto y voy a la cocina buscando a mamá. Está con el Bebu en la teta hablando con la tía Mercedes que hace el desayuno y las tostadas. Hablan de preparar valijas, de mudanzas, de ciudades con nombres que no conozco.

Tomamos un tren con papá que me lleva de la mano, mamá con el Bebu adherido como garrapata y un señor con muchas valijas apiladas sobre un carro que empuja por el costado de un tren. La tía Mercedes, que corre porque es petisa y de piernas cortas dice que el camión con los muebles llegará al día siguiente. Hago un esfuerzo y pido un deseo: que tus piernas sean tan cortas como las de la tía y que tu nariz crezca grande como la de papá y que a mamá no le salga más leche de las tetas para que al fin tenga un poco de tiempo para mí. Pero mi conducta no deja translucir nada de esos sentimientos. Te miro y sonrío con falsedad. Ya llegará mi momento.

La casa en la ciudad a la que nos mudamos se abre con una ancha puerta de hierro forjado sobre la diagonal ancha y empedrada. Tiene un jardín hermoso por los cuidados de mamá. La vecina dice que tiene manos verdes, pero no sé qué quiere decir. Yo se las veo hermosas, de pianista. Por suerte el Bebu crece y se despega de mamá, aunque hace destrozos por donde pasa. Lo detesto.

Dos veces fui castigada por tu culpa y cada día me caes peor. Intenté deshacerme de vos cruzando la diagonal y dejando el cochecito sobre la vía del tranvía 8. Pero el vehículo es lento y las vecinas unas metidas que te devolvieron a la vereda.

La segunda te empujé de la silla y caíste de culo dentro de la olla de agua hirviendo. Mamá la llevaba a su dormitorio para bañarte en el catre de goma y que no tomaras frío en el baño. Yo anhelaba sentir cómo era ahora su caricia. Que ella volviera a bañarme pasando su mano por mi espalda, mis orejas, mis piernas. No tuve suerte. Terminaste en el hospital de niños internado junto a mamá una semana.

Yo en lo de Porota una de sus mejores amigas y madre de Marta, también mi mejor amiga y afortunada hija única. Estaba Luis, querido por todos. Tenía una pierna coja y una notable habilidad para contar cuentos y mantener nuestra atención durante horas. Eran momentos de felicidad y armonía.

Resigno mis ganas de hacerte daño cuando sacan tu cama del cuarto de nuestros padres y te traen a dormir al comedor. Ese espacio será compartido, pero ahí yo pongo las reglas. Apago la luz a la noche cuando termino de leer mi revista y ni miro que estás haciendo. Es mi territorio. Sigo sin aguantarte mucho.

Te llevo de mi mano a la escuela. Estoy por dejarte en cualquier esquina abandonado. Lo descarto porque sos chico, pero sé que te orientás bien en la ciudad. Por suerte la tarea será por poco tiempo. Primer y segundo grado y ya no serás cosa mía

Me siento grande. Hoy entro a la secundaria. Estoy muchas horas fuera de casa. Eso lleva un poco de tranquilidad a la tensión que me produce tu presencia. No te quiero Bebu.

Nuevas amigas y horizontes. Un mundo delicioso se abre para mí y lo disfruto. El centro de la ciudad, el cine con las amigas los domingos, enseñar el catecismo a los niños y los seminaristas que son jóvenes y atractivos en sus sotanas.

Ahora empezó la competencia por las revistas que trae papá e insiste que leas. Hora Cero, El Tony. Empezás a leer casi con la misma voracidad que yo. Estoy segura que lo hacés para molestarme. Si las encuentro antes que vos las leo y corto las dos hojas finales de las historietas que más te gustan.

Papá te lleva al bar donde toma algo con sus amigos y juega a las bochas. Te invita, no a mí, a vos Bebu y te odio. Parece que con el estreno de los pantalones largos te corresponde el privilegio. Le pido a Marta que me acompañe y nos paramos frente a la vitrina desde donde se ven algunas mesas y la larga barra. Estás ahí muy orondo sintiéndote grande, tomando una gaseosa. Nos ves y saludás con la mano. Te saco la lengua y salgo corriendo sintiéndome ridícula, con Marta a la carrera detrás de mí que grita preguntando qué pasa. Mirá que sos bobo Bebu.

Hoy a la noche cuido a Martín. Sus papás son oboístas del Teatro Argentino.  Ensayan y actúan de noche. Trabajo y me pagan. Ese dinero lo uso para pagar mis gastos de la facultad.  Voy en bicicleta a todos lados. Espero Bebu que sepas negarte al pedido de mamá. No quiero que vengas a buscarme. Soy grande, más grande que vos, aunque mi deseo de que tus piernas fueran cortas como las de la tía Mercedes no se cumplió y sos un grandote rubio y pintón.

Bebu te vi. Estás mirando a Ana como si fuera un durazno para hincarle el diente, pero sos muy chico pibe. Estamos estudiando. Tu presencia me jode. No somos amigos. Apenas mi hermano y es un parentesco que no pedí.

Tengo novios, voy a peñas, ciclos de cine, leo a Sartre, Simone de Beauvoir, Camus. Pienso Bebu, pienso.

Te encontré unos volantes en la carpeta de matemáticas y los quemé en la pileta de lavar. No podés andar con eso. No sabés lo que pasa en el país. Sos un boludo Bebu Yo tuve que enterrar mis libros porque los prohibieron y vos con esos volantes que son como petardos. Y te lo digo porque me lo pidió mamá. Está muy preocupada. Pero vos hacé tu vida que ya sos grande. Podés morirte cuando quieras.

Festejo mi recibida 7 años tarde. Ya soy oficialmente Antropóloga. Estoy feliz. Reabrieron mi carrera y pude rendir mis últimas materias. En estos años me uní a un grupo de búsqueda e identificación de personas asesinadas durante la dictadura y aprendí mucho Bebu. Aunque fuiste una nota desafinada en mi vida le prometí a mamá que voy a encontrarte y que podrá hacerte un entierro tan grande como el desfile en el que naciste el 17 de agosto de 1950.

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