De pronto tiene algo de sorprendente y perturbador asomarse a la infancia de los padres, como si hubiese allí algo que no era posible imaginar. Una adolescente en pleno verano descubre una foto de su madre como niña.

Tener una tía idéntica a tu madre puede ser una putada. Cuando digo idéntica quiero decir eso: idéntica, con exactamente el mismo rostro. Y también el mismo pelo y la misma piel, la misma voz, los mismos gestos, la misma sonrisa, el mismo modo de andar con aquellas piernas largas y finas.
……….Así era y así es mi tía Emma, la gemela idéntica de mi madre.
……….Mi padre siempre contaba la anécdota de la pedida, cuando mi abuelo le preguntó que si estaba seguro, y que por qué no le gustaba su otra hija, Si es que son calcadas, coño, decía mi padre que dijo mi abuelo. Parece ser que mi padre se quedó de piedra y se le ocurrió soltar que para él no eran iguales porque mi madre tenía un ángel propio: Un aura que la hace única, decía él que dijo. Yo rara vez las confundía. Si podía mirarlas bien de cerca, mi madre era, tal y como había dicho mi padre el día de la pedida, única. De pequeña me gastaban bromas que a mí no me hacían ni puta gracia. Recuerdo que se me plantaban delante, sus miradas a la altura de mi mirada, y mi tía Emma decía: Pepa, soy tu madre. Y mi madre decía: Pepa, soy tu tía. O viceversa. Y ambas se quedaban esperando mi reacción. Yo siempre acertaba porque podía mirarlas a los ojos y porque había algo en mi madre que nadie más que yo podía ver. Algo que no era material, como un haz de luz que me atravesaba los ojos, acaso ese haz de luz fuera el aura a la que se refirió mi padre en la pedida. Por eso las bromas que me hacían nunca funcionaban. Pero hace tres veranos, en casa de la tía Emma, yo estaba para pocas bromas porque tenía el cuerpo revuelto de los catorce años y porque mi madre había muerto en abril.
……….Aunque no ha pasado tanto, os aseguro que fue el verano más raro y más triste de mi vida. Incluso más que las semanas posteriores a su muerte. El verano fue muchísimo peor. Hace poco leí en internet que el cerebro tarda meses en comprender y asimilar la muerte de los seres queridos. Lo cierto es que mi padre me había llevado al pueblo porque él no tenía vacaciones hasta agosto, y porque yo tampoco quería quedarme sola en casa. Qué época más horrible: sentía que nadie me comprendía, que el mundo entero conspiraba en mi contra, y que algo estaba dando vueltas en mi interior, algo que me asfixiaba, pero tampoco sabía muy bien qué era. Me costaba dormir por las noches y lloraba a diario porque la echaba de menos. Si es que no lo podía entender: se había puesto mala de un día para otro, y de un día para otro la habían ingresado. Y de un día para otro nos dejó. Era joven y guapa y buena madre y no tendría que haberse muerto.
……….Su muerte hizo que me sintiera sola.
……….Eva lloraba conmigo: me decía que fuese valiente. Venga, tía, que tú puedes, me decía. Y ella también lloraba, aunque por otros motivos. Es mi mejor amiga y sé que su hermano es un gilipollas que la maltrata y la vigila y todo eso. Un gilipollas integral que la putea sin descanso. El muy imbécil hace poco me llamó bollera porque se le ha metido en la cabeza que Eva y yo estamos enrolladas. Será payaso. Vale, que sí, que es verdad: me paso todo el día con ella, pero porque es mi amiga y la quiero. Además, compartimos nuestras movidas, nuestros secretos. Nos apoyamos y me hace sentir menos sola. Y eso para mí es lo máximo.
……….Mi estado de ánimo empeoró bastante cuando acabó el curso: Eva se marchaba con su familia a no sé qué sitio en medio de un valle, donde pasan los veranos enteros. Aunque parezca increíble, hace tres años los móviles no tenían las pijadas que tienen ahora, así que hasta septiembre no volveríamos a hablar. ¿Qué iba a hacer sola en casa? No tenía sentido quedarme en la ciudad. Mi padre me dijo: Te llevo al pueblo, así estás con tus tíos y tus primos, y en agosto nos vamos a Comillas, a visitar a los abuelos. A mí me daba un poco igual, lo que no quería era estar todo el día sola y sin hacer nada. Mis primos eran más pequeños, unos críos, vaya, pero la casa del pueblo molaba mucho porque tenía piscina y porque después de cenar mi tía Emma siempre nos dejaba estar en la plaza hasta las tantas. Por supuesto le dije a mi padre que sí.
……….El pueblo no estaba lejos, menos de tres horas en coche. Salimos muy pronto. Era un viaje que habíamos hecho cientos de veces. En verano pero también en Navidades y en varios puentes, sobre todo cuando hacía bueno. Pero nunca lo habíamos hecho mi padre y yo, quiero decir solos, sin la compañía de mi madre. Ese verano fue la primera vez y en la mirada de mi padre, en varios momentos del trayecto, entendí que también él se había quedado solo.
……….Mis tíos nos recibieron con una alegría medio rara. No digo que la fingieran pero estaba claro que no había motivos para festejar nada. Comimos en el porche, los seis. No sé ellos pero en la mesa sentí todo el rato la ausencia de mi madre. Mi padre se marchó a última hora de la tarde ya que al día siguiente tenía que trabajar. Esa primera noche, mi tía Emma vino a mi cuarto porque me había oído sollozar. No sé cómo pudo oírme. Se sentó en la cama y me dijo en voz muy baja:
……….–Pepa, cariño, no llores.
……….Me acariciaba la cabeza y de vez en cuando me colocaba el pelo por detrás de la oreja. Yo estaba de lado, tapada hasta los hombros y de espaldas a ella. Pensé en darme la vuelta y abrazarla fuerte pero no lo hice porque en cierto modo me avergonzaba la situación.
……….Sucedió el cuarto día. Todavía no habíamos comido. Mis primos se habían empeñado en que jugara con ellos a rescatar canicas del fondo de la piscina. La idea no me entusiasmaba demasiado pero insistieron tanto que acabé diciéndome: Hala, juguemos a esa mierda de juego. Y accedí. No estaba muy cómoda: aunque fuese en casa de mis tíos, aquel verano me daba un poco de corte pasearme con el bikini nuevo. Era color marfil, todavía lo tengo. No sé, sentía que se me metía por todos lados y que se me veía todo. Pero el bikini era chulísimo, me lo había dicho Eva y también mi tía Emma el primer día que me lo vio puesto. Estaba claro que el problema era yo. Mis primos, que no se enteraban del tema, insistían en que jugara con ellos: Venga, Pepa, decían. Recoger canicas del fondo significaba estar mucho rato debajo del agua, y como el cloro me hace daño a los ojos, pregunté si había gafas de buceo. Diego, el mayor de mis primos, estiró el brazo en dirección al cobertizo y me dijo que buscara allí.
……….Todavía no habíamos comido.
……….Desde la casa salían voces de locutores, a veces alguna canción. Mi tía Emma cocinaba con la radio a todo volumen. En esos días la había visto bebiendo vino mientras cocinaba: una copa grande que se rellenaba constantemente. Creo que por eso, a veces, se la oía cantar como una loca. Y a veces discutir con mi tío Alfonso, que esa mañana llevaba en el garaje desde muy temprano reparando el ciclomotor de un vecino. El portón trasero del garaje daba a la piscina.
……….Hacía rato que no oía a mis tíos, ni discutir ni cantar ni nada, solo los acelerones de la moto y el olor a gasolina quemada que salía del garaje.
……….No sé si mis primos lo sabían pero el vecino dueño de la moto estaba allí, junto a mi tío Alfonso. Antes de ir a por las gafas me sumergí con los ojos cerrados y me tapé la nariz y cuando saqué la cabeza del agua vi al tipo ese hablando con Diego. Era mucho más joven que mi tío, tal vez treinta años o por ahí. Sé que me puse roja de vergüenza porque mientras el tipo les hacía preguntas chorras a mis primos, no dejaba de mirarme. Pensé: De qué vas. Me miraba a los ojos pero también me miraba el cuerpo. Yo miraba para cualquier lado. Él estaba en cuclillas, encima del bordillo, entre sus dedos giraba una tuerca o alguna pieza pequeña de la moto. Y yo no sabía qué hacer: tenía que escapar de allí pero no quería que me mirase el culo mientras subía la escalerilla, eso ni de coña. Por suerte, el tipo volvió al garaje enseguida. Sin pensármelo dos veces, salí de la piscina y fui a por las gafas de buceo.
……….Era mediodía y ya tenía bastante hambre. Todavía no sabía por qué mi tía tardaba tanto en llamarnos a comer. Me sequé un poco el pelo, me coloqué el bikini, y dejé atrás la piscina. Uno de mis primos me gritó que tuviera cuidado con las arañas, que el cobertizo estaba plagado de ellas. Está petado de tarántulas negras y gordas, gritó. ¿Tarántulas? Los otros rieron. Estuve a punto de decirles A que no voy una mierda y jugáis solos, listos, que sois unos listos. Pero no dije nada. Por alguna extraña razón quise ir a por las gafas de buceo, aun sin que me apeteciera demasiado jugar a eso de sumergirme para recoger canicas.
……….No tardé nada en llegar porque el cobertizo estaba poco más allá de la parte trasera del garaje, al fondo de la parcela. Vi la puerta abierta hacia fuera, de par en par, enganchada con una cuerda en una punta que sobresalía a media altura. Era un cobertizo de madera, bastante hecho polvo pero grandísimo. La sombra de un pino, que cubría el final del terreno hasta la linde, impedía que alrededor de la entrada creciera la hierba. Me asomé con la mano agarrada al quicio. Olía fatal, como a cartón podrido por la humedad. Eché un vistazo a las baldas: eran metálicas y llegaban hasta el techo. En el suelo, todo eran cajas de mil tamaños y cestas de esas que se usan para las mudanzas. Enseguida supe que no sería fácil encontrar lo que había ido a buscar, que había sido una mala idea, y que bien podría pasar del tema. Pensé: Iros a la mierda, paso de meterme en esta cueva mugrienta. Pero otra vez, por alguna extraña razón, no solo me quedé sino que entré. Lo cierto es que desde la puerta me pareció ver que en una de las cestas del fondo había juguetes y, asomando, algo parecido a unas aletas. Pensé: Aletas, gafas de buceo. Tienen que estar ahí, fijo. Avancé temerosa, con la vista puesta en el trocito de tierra en donde daría el próximo paso, porque iba descalza y porque no podía sacarme de la cabeza a las puñeteras arañas.
……….La cesta de los juguetes estaba encajada detrás de un gran bulto tapado con una lona, algo como una bicicleta o una de las motos de mi tío Alfonso: esas formas, como pitones, no podían ser otra cosa que un manillar. Calculé por dónde sería mejor acercarme. La puerta era tan amplia que no había ni un solo rincón de oscuridad.
……….Más me adentraba en el cobertizo, más asqueroso era el olor y la sensación de que me atacaría algún insecto. Aunque no fuese una tarántula, podría salir cualquier bicho de debajo de cualquiera de esos trastos roñosos. Un asco. Entonces vi la caja en la que ponía familia. Era mediana y estaba forrada con papel de dibujitos. Dentro había vajilla, cacharros de cocina y unos cuadritos cutres. También una plancha de hierro que no tenía cable, un Niño Jesús de escayola y otras cosas de misa. A un costado pude ver una pequeña bolsa transparente con papeles. No sé por qué la cogí. En realidad, no sé qué coño hacía yo enredando en aquel sitio espantoso. Pero me puse a cotillear en la bolsa: había recibos y facturas a nombre de mis abuelos maternos, tíquets de garantías, cartillas bancarias, sobres llenos de más papeles y estampitas de santos. Todo amarillento. Entonces apareció la foto: era en blanco y negro y tenía las cuatro esquinas comidas, la inferior derecha mucho más. Y apenas si se distinguía el lugar donde aparecían esas dos niñas montadas en un columpio. Estaban súper abrigadas y eran idénticas porque esas niñas eran mi madre y mi tía Emma. Hostias. Le di la vuelta: la tinta estaba corrida, imposible entender lo que ponía. Solo conseguí leer una fecha: diciembre de 1974. No tardé nada en echar cuentas: aquellas niñas tenían cuatro añitos en el invierno de la foto, y a una de ellas le quedaban, en ese mismo momento, treinta y cinco años de vida. Ambas sonreían con el sol en los ojos. Me quedé mirando la foto como una tonta y no pude evitar llorar. Por qué se tuvo que morir, joder. Guardé la bolsa transparente. Cerré la caja. Tragando saliva y mocos y lágrimas fui hasta la cesta de las aletas, a por las malditas gafas. Di un par de pasos y al querer esquivar el bulto cubierto por la lona, zas, algo afilado me cortó cerca del tobillo. Recuerdo que enseguida sentí el ardor. Me restregué la cara todavía con lágrimas y mocos y cuando busqué la herida levantando la pierna hacia atrás, vi cómo un hilito de sangre bajaba por el costado del pie. Y vi, además, que había caído una gota en el suelo de tierra.
……….No sé qué me sucedió en ese momento: como un escalofrío que me dejó paralizada con la foto en la mano. No escuchaba nada mientras observaba a las niñas con sus manitas cogidas a las cadenas del columpio, tan abrigadas y felices. ¿Cuál de las dos era mi madre? ¿Esta de aquí, la que parece inclinarse hacia la izquierda? ¿O es la otra niña, la que enseña los dientecitos porque tiene la boca más abierta? Me dio rabia no poder descubrirlo. Dejé de mirar la foto y entonces volví a oír los acelerones de la moto y las voces que daban mis primos.
……….Lo que parecían aletas de goma era una sola y estaba rota. Por la profundidad de la cesta tuve que agacharme para poder hurgar bien en su interior, y meter las dos manos y los dos brazos hasta más allá de los codos. La parte de abajo del bikini se me colaba por todas partes y así agachada como estaba miré por encima del hombro hacia la puerta del cobertizo, porque tuve la sensación de que se me veía todo.
……….Fue un instante: un momento pequeño y otro escalofrío.
……….–Qué haces.
……….La voz me sobresaltó. Qué puto susto. Me quedé inmóvil, con las manos y los brazos dentro de la cesta. Respondí sin mirar:
……….–Nada, tía, buscando las gafas de buceo.
……….Por alguna estúpida razón, no quise que ella se percatara del corte que me había hecho en el tobillo. Supuse que entraría y que me ayudaría a buscar, y que al acercarse y ver la sangre montaría un escándalo y entonces vendría mi tío, y mi tío vendría con el vecino que me había estado mirando en la piscina. No, no podía dejar que se diera cuenta del corte ni mucho menos de la sangre.
……….Pero ella no entró. Ni se movió de donde estaba. Solo me hablaba.
……….–¿Estás bien?
……….Asentí y volví a mirar por encima del hombro: su silueta se recortaba en el amplio espacio de la puerta. Tenía los brazos colgando del cuerpo, las piernas rectas y, aunque esa mañana recordaba haberla visto con un pañuelo en la cabeza, así, rollo jipi, ahora llevaba el pelo suelto.
……….–Dime la verdad: ¿Estás bien?
……….Conociendo a mi tía Emma, lo primero que pensé fue que se enfadaría si descubría que había sacado la foto de aquella bolsa. Después de todo, era una foto suya, de su infancia. Y yo no tenía nada que ver con todo eso. Intenté cambiar de tema:
……….–Diego me ha dicho que estarían aquí pero ya ves, entre tanto trasto es imposible encontrar nada.
……….–Pepa, cariño.
……….También pensé en decirle que la había encontrado por casualidad, y que me la quería quedar. Mi madre en el invierno de 1974. Nunca la había visto a esa edad. Eso pensé decirle. Pero no lo hice.
……….–El bikini que llevas es precioso.
……….Algo no iba bien. Pensé que seguramente estaría borracha, y que por eso había discutido con mi tío, y que por eso aún no habíamos comido. Todo eso pensé.
……….–Te sienta estupendamente. Y el color te favorece mucho.
……….–Sí, está chulo. Lo pillé en las rebajas. Si ya te lo he contado.
……….Hubo más silencio. En ese momento no tuve dudas de que había bebido demasiado vino de su copa gigante. Hablaba raro y permanecía allí, en el marco de la puerta, quieta como una momia.
……….–Estás muy guapa este verano.
……….Sin sacar las manos de la cesta, haciendo que buscaba algo que ya me importaba una mierda, volví a mirar hacia la entrada: la luz de fuera apenas me dejaba ver qué hacía. Solo aquel brillo del mediodía en torno a su figura oscurecida. Intenté escuchar los acelerones de la moto o los chillidos de mis primos jugando en la piscina. Pero no se oía nada.
……….–¿Has venido a avisarme para comer? Necesito las gafas porque el cloro me hace daño a los ojos. Solo será un momento.
……….Noté que sonreía, como cuando hacemos una pregunta de lo más estúpida y el otro suelta aire por la nariz, en plan burla.
……….–No –dijo.
……….Si hubiese sido con Eva, por ejemplo, le habría preguntado si se estaba quedando conmigo o es que iba pedo o las dos cosas juntas. Qué coño era esa respuesta y esa conversación de subnormales. Pero me convenía seguirle la corriente.
……….–Ah, creía que ya estaba la comida.
……….Y sin darle tiempo a nada agregué que tenía hambre.
……….Y murmuró algo.
……….Nadie más que yo puede saberlo pero juro que en ese murmullo escuché el nombre de mi amiga. Que ella pronunció el nombre de mi amiga. Que dijo Eva. Estoy completamente segura.
……….Cuando volví a levantar la cabeza de la cesta, ella ya no estaba. No había nadie en el rectángulo de la puerta. No había silueta ni figura iluminada desde atrás por la claridad del mediodía.
……….Comprobar que se había marchado me tranquilizó: ahora podría salir de allí, llevarme la foto, guardarla junto a mis cosas y quedármela para siempre. Sería lo primero que haría, esconderla en la mochila. Y después me metería en el servicio para curarme la herida.
……….Dejé de buscar en la cesta porque allí no había ni rastro de las gafas de buceo. Además, con el corte en el tobillo tenía la excusa perfecta para pasar de jugar a eso de las canicas. De hecho, no me metería en el agua hasta el día siguiente.
……….De camino a la casa, al pasar por la piscina, mis primos se desilusionaron un poco y Diego me preguntó si me había acojonado con las tarántulas. Calla, dije. Y él dijo: Lo sabía, eres una miedica. No me detuve y según pasaba le enseñé el dedo corazón. Toma. Se echaron a reír y volvieron a llamarme miedica. Antes de entrar en la casa vi cómo salía mi tío Alfonso del garaje, en bañador y sin camiseta, y después oí cómo se zambullía en la piscina. En el porche, la mesa donde comíamos todos los días ni siquiera estaba puesta: nada más había una jarra de agua vacía sobre el mantel de flores. Ni platos, ni vasos, ni cubiertos. Nada.
……….Dentro de la casa se oían las voces de la radio. Recuerdo que olía a tomate frito y que me entró un hambre atroz. Intenté evitar que me viese mi tía, aunque la cocina estaba en la otra punta de donde estaban los dormitorios. Pensé que había sido fácil llegar sin que ella se enterara.
……….Todavía no sabía yo que mi tía Emma no estaba en la cocina.
……….Escondí la foto en un bolsillo de la mochila y me fui escopetada al servicio. La herida ya no sangraba, aunque se podía ver la raja de unos centímetros y el rastro que había dejado la sangre en el costado del pie. Busqué alcohol, algodón y unas tiritas. Aquello estaba hecho.
……….Cuando regresé a la piscina apenas habían pasado unos minutos y nadie me preguntó nada. Mi tío Alfonso buceaba y recogía las canicas que iban lanzando mis primos de modo aleatorio. Me acerqué a Diego y le pregunté si sabía cuándo íbamos a comer. Y yo qué sé, me dijo. Algo frustrada, fui a por la tumbona y mientras la arrastraba hasta la hierba mi tío emergió del agua. Reía victorioso, con la boca abierta y el pelo pegado al contorno de la cabeza. Luego nadó hasta el bordillo y allí soltó las canicas. Diego fue a por ellas. Creo que las contaba delante de su padre. Y dijo: Papá, Pepa quiere saber cuándo comeremos. Yo ya me había sentado en la tumbona. Y mi otro primo dijo: Sí, papá, tenemos hambre. Mi tío Alfonso salió del agua y se quedó de pie a un costado de la piscina. Yo no solo lo miraba sino que estaba esperando la respuesta con ansiedad. Todos esperábamos su respuesta. Él cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, contra el brillante sol de finales de junio. Tardó en hablar: Cuando a vuestra santa madre le salga de los cojones regresar, dijo sin abrir los ojos y con todo el rostro iluminado por el sol. Y dijo: Lleva tres cuartos de hora fuera. Y dijo: Igual se ha echado un novio en el mercado.
……….¿Tres cuartos de hora? Dejé de mirar a mi tío y no sé para dónde miré pero entonces vi la claridad. Otra vez. La tripa revuelta como cuando me viene la regla. Incluso peor. Retortijones y ganas de vomitar. Mis primos hablaban entre ellos. El más pequeño se quejaba y Diego le explicó que mi tía Emma había ido al mercado a por una garrafa de agua, porque la habían cortado a media mañana. Que sin agua no puede cocinar, no te enteras.
……….Otra vez la luz y la figura recortada en el rectángulo de la puerta. Y yo ahí, haciendo que hurgaba dentro de una cesta llena de juguetes y cacharros inútiles. Y la claridad con las niñas felices en aquel columpio. Y yo ahí, en medio de todos aquellos trastos, descalza con mi bikini color marfil.
……….Tres cuartos de hora fuera, había dicho mi tío Alfonso con un tono cargado de enfado y sarcasmo. Agaché la cabeza sentada en la tumbona. Volví a pensar en la claridad y una sensación de alivio me recorrió el cuerpo. Todos los sonidos, de pronto, habían desaparecido.

 

Marcelo Luján nació en Buenos Aires y actualmente reside en España, entre sus libros, Subsuelo, Siempre hay alguien a quien matar y La claridad