Escritora, periodista, en este relato breve, Laura Haimovichi habla de espiritualidades y materialidades atravesadas por una clase de yoga al aire libre que se transforma en una batalla interna donde pugnan el deseo y la frustración. (Ilustración: Christopher De Lorenzo).
La chapita
La trilogía mente-cuerpo-espíritu me convoca. Me subo a mi mate desteñido, especie de alfombra mágica que transmutará energías privadas por aura cósmica. Estoy motivada porque fui elegida, soy del grupo VIP Z. Aunque estoy en la retaguardia del ejército de adoradores del cangrejo oriental, veo al gurú que viajó para domesticarnos. Saluda al sol con la sonrisa saborizada. Kundalini, chakras, Ommmmmm en el límite del parque. Vamos juntos, chicos, aquí, en la feria de la espiritualidad estamos inspirando y exhalando para ser felices. Producimos sinergia gracias a nuestro facilitador. Tú puedes, yo puedo. Pranayama, haciendo ciencia con la respiración. Meto mi humanidad entera en el rectángulo de goma eva para sostener con disciplina y ejercicios el cuerpo que habito. El alma adelgazada por la tristeza y el cuerpo excedido por la consolación de la harina con azúcar y manteca. Tengo también mi App para estar up y no desbarrancar. No hay forma de renunciar al cambio que se anuncia. Armonía y equilibrio. Neutralicemos el conflicto, guerra de guerrillas a la gorditud, estockiemos buenas vibras para el ajuste. La tecnología viene conmigo aunque las rodillas duelen. Me rodean cuerpos fibrosos, musculosos, desgrasados. Están elastizados y en shorts; yo exploto en el pantalón-batón. En un movimiento inesperado, el hilo tomasito se suelta, las carnes se descontrolan y los pulques asoman. Miro al suelo, levanto la pierna izquierda; ahora, la que sube es la derecha. El mentón bien alto y el brazo elongado. Demasiado esfuerzo y peso ¿cuándo llega el rélax? Quiero desplomarme sobre la superficie lisa, levitar es imposible pero irme corriendo a la camita, no. Si me desmayo, podrían llevarme. Pero esto recién empieza. Clase abierta, gratuita, en Palermo verde, lleno de brotes, con Siri Siri, llegado directamente de su monasterio hindú.
Imaginen un bosque o una playa, nos coachea Siri. Somos cientos en la arena. Están descalzos, livianos, en bikini, sunga, bronceados, sobre los tablones de madera del deck. Desde el césped, pasto verde, pasto seco, lo escucho por altoparlante. Llegué tarde y estoy lejos del escenario, cerquita del puesto de chipá. A dieeeeé, la chipá caserita. Dame dié, quiero decirle, pero ese pensamiento me debilita, por lo tanto me callo. Concentración. Ha llegado el ser de luz que me llevará por buen camino. Es la clase de yoga y afines más multitudinaria de la que tenga memoria. El pase para ser parte es la chapita de gaseosa light que compré en el chino, por la que accedí a la remera con logo. Pertenezco, pertenezco al focus group y estoy enfocada. Potenciaré mi experiencia, seré replicante. Seré de luz, con energía eólica, alternativa y renovable. Uno dos, uno dos, alivio mi estrés. Prendo la vela, aromatizo el ambiente con sahumerios para entrar al ashram del hombre de la barba oscura y la túnica clara. Psicoterapia breve, eficaz y ampliamente grupal. Me revinculo con mi cuerpo y empiezo a amarlo. Me siento bien conmigo, me siento bien conmigo, me siento. Cuando me siento, los rollos se pliegan y me cuesta respirar. No me siento tan bien, mejor me paro. Espiritualidad interior, prosperidad exterior. Enriquecimiento personal sin culpa. El planeta medita iluminati. Si esta empresa no me alcanza, lo seguiré intentando.