Alguien, un transeúnte, en medio de la multitud y los semáforos, ve con ojos nuevos que nada en la realidad encaja. Que no existe la cadena de causa y efecto. Los otros dicen que todo está en su lugar. Hay algo sin embargo fuera de lugar, y otro conocimiento.

Pasó un día, en un cruce de caminos, en medio de una multitud, gente yendo y viniendo. Paré, pestañeé: no comprendí de inmediato. Nada, nada de nada. No entendí por qué razón las cosas o la gente, todo era insignificante, absurdo. Rei.

Lo que encontré extraño en aquel momento era que no lo había notado antes nunca; que todo lo había aceptado hasta entonces: semáforos, carros, carteles, uniformes, monumentos, cosas completamente sin sentido en este mundo, aceptándolas como si hubiera alguna necesidad, alguna cadena de causa y efecto que las uniera.

Luego mi risa murió. Me sonrojé, avergonzado. Hice una señal con mis brazos para conseguir la atención de las personas. “¡Deténganse un momento!” Grité, “¡Hay algo que está mal! ¡Todo está mal! Nosotros estamos haciendo cosas absurdas. Éste no puede ser el camino correcto. ¿Dónde puede terminar?”

Las gentes se detuvieron a mí alrededor, me miraron, curiosas. Me paré ahí en medio de ellos, hice señales con mis brazos, desesperado para explicarme, para compartir con ellos el destello que de repente me deslumbró; y no dije nada. No dije nada porque en el instante alcé mis brazos y abrí mi boca, como que las palabras de mi gran revelación habían sido tragadas, habían salido por impulso.
“¿Así qué?” preguntó la gente, “¿Qué quieres decir? Todo en este lugar. Todo es como debería ser. Todo es resultado de algo más. Todo encaja con todo. No podemos ver nada malo o cosas absurdas”.

Parado ahí, perdido, porque vi como todo encajaba en su lugar de nuevo y todo pareció normal, semáforos, monumentos, uniformes, apartamentos, rieles, vagabundos, procesiones; aun esto no me calmó, me atormentó.

“Lo siento”, le dije. “Tal vez era yo el que estaba equivocado. Parece ser así entonces. Pero todo está bien ahora. Lo siento”. Y me alejé de sus miradas con enojo.

Sin embargo, incluso ahora, cada vez que creo (y es a menudo) que no entiendo algo, luego, instintivamente, tengo la esperanza de que tal vez sea el momento, de nuevo, de que una vez más no entienda nada, asegurar el otro conocimiento, el que aparece y pierdo al instante.