A veces contar es una forma desatendida de incriminarse. Sobre todo en el mundo de los ajustes de cuenta donde se pasa fácil de víctima a victimario, de testigo a culpable.

En el día de la fecha, esta mañana para ser más precisos, me encuentro en la estación de servicios donde nos sabemos reunir con Caracú, con Pachulo, con los amigos. La estación de servicios de Fraga y Alicia Moreau de Justo, frente al supermercado El Asturiano. Siempre decimos que es el after que tenemos, porque es el único lugar abierto para bajar de la noche, para ir pisando el freno. Me encuentro en el lugar, saco una cerveza y un sandwich de las heladeras y voy a la caja. Saco una cerveza porque ayuda a bajar. Voy a la caja y noto que la chica que atiende no me da pelota. Ni cinco de pelota. Estás pelotudeando, le digo, porque tenemos confianza. Estás pelotudeando con la tele, le digo, porque veo que está prendida de lo que pasan en el aparato que tienen en el sector de mesas. Entonces me vuelvo y yo también me quedo colgado, como si estuviera viendo fantasmas, y me afirmo contra el mostrador para no irme de boca al suelo.

Pero qué fantasma. Entonces es que decido presentarme. Ningún fantasma. Primero lo hablé con el doctor Gomara. Mi abogado. El doctor Gomara me recomienda tomar precauciones y hablar con un amigo que él tiene y me puede ayudar. Así dice, usted viene a ser ese amigo, ¿no? Por eso estoy acá, él mismo me trae, yo vengo poco al centro y si el doctor no me alcanza con el auto capaz que me pierdo. Uno se da cuenta cuando lo miran mal, y eso pasa mucho en el centro. Como el juez, cuando me tocó estar delante de un juez y le veía la cara de ojete que ponía. Yo no voy a hablar con usted hasta que se saque la gorrita que tiene puesta, me dice el juez, como si estuviera oliendo mierda.

El doctor Gomara, aquí presente, me dice que usted conoce el asunto de Brian Andrade. Sí, claro, lo conoce toda la ciudad, lo conoce el país, me puedo ahorrar algunos detalles. Pero me dice que usted se dedicó a investigar el asunto. Que habló con los policías, con los forenses, con los vecinos. Que estuvo en el lugar en el acceso sur, y hasta encontró una vaina servida. Que usted puso nerviosa a alguna gente. A ellos, para ser más precisos. Bueno, pero no habló con la persona que le puede contar la verdad. No habló conmigo. Y no me estoy mandando la parte, el doctor Gomara no me deja mentir. Es que en este asunto hay tres personas que pueden contar la verdad. O había, mejor dicho. Porque la primera, Brian Andrade, ya no puede hacerlo.

Y yo no vengo acá porque quiero que se haga justicia, más vale. A lo mejor tengo cara de pelotudo, pero le aseguro que pelotudo no soy. No podría haberlo sido y llegar caminando hasta este lugar. Entonces yo no vengo acá para que la ciudad, cómo se dice, para que  la ciudadanía conozca la verdad sobre Brian Andrade. No, yo vengo porque, como le digo, hoy vi lo que salió en la televisión, lo que está saliendo en la televisión, y como dice Pachulo, mi amigo, mejor prevenir que curar. Pachulo está con el bicho, le queda poco.

Le voy a pedir que mi nombre no aparezca. Ya se pusieron de acuerdo con el doctor. Perfecto. Le pido que no aparezca no por ellos, porque ellos van a saber al toque que soy yo el que habla. Le pido porque yo quiero volver al barrio, caminar sin tener dos ojos en la espalda, sin pensar que en cualquier momento me la pueden poner, o se la pueden poner a mi vieja, a mi hermana, a mis sobrinos. Porque en el barrio no se ven bien estas cosas, alguno puede creer que yo me voy de boca, que tiro mierda y salpico para cualquier lado, y entonces mi nombre no tiene que aparecer, aunque ellos, apenas lean tres o cuatro palabras, sepan que soy yo.

Ellos son los que están detrás del asunto de Brian Andrade. Pero qué pasa, yo agarro el diario y oh sorpresa, me los encuentro en la tapa, en las primeras páginas. Oh sorpresa, dicen que van a terminar con las bandas narcocriminales y no veo que se pongan colorados. Los veo de traje y corbata, bien arreglados. Ellos no tienen problemas si andan por la calle, si van a hablar con un juez. Nadie los mira mal, nadie les pone cara de estar oliendo mierda, nadie les saca la gorrita de un sopapo, como hizo el vigilante cuando me llevaron delante del juez. No les sacan fotos de frente y de perfil, no tocan el pianito, no saben lo que es un buzón.

Brian Andrade, y esto lo hemos conversado con el doctor Gomara, se cavó su propia fosa. Porque la historia es que él pone una plata para ellos. Una plata importante, porque tiene y mucha, pero mucha, y entonces no le afecta. Está sacando una parva de plata por día, dólares, cash, y duplica los feriados y fines de semana. Duplica, triplica los feriados y fines de semana, dólares, cash. Ya está hecho, si ni siquiera vive en la ciudad, está en un country de Pilar, con una minita, una chica muy linda que salió en la revista Paparazzi, y maneja el negocio por control remoto. Lo maneja por control remoto y de vez en cuando se hace una escapada. Pero no tiene bastante, quiere más y por eso pone una plata importante para ellos, y todavía le agrega otro toco, billete sobre billete, cuando se entera que los hermanos Rassi, la competencia, no entran en el arreglo.

Ellos son los que mueven la pelota. O cómo se cree que funciona el negocio. No es que un policía, dos policías, tres policías, reciben un sobre y miran para el costado. El negocio se arregla arriba. Se arregla con ellos. Los que están arriba de todo. Después de ellos no hay nadie, no sé si soy claro. Bueno, esto que voy a decir ahora no lo ponga. Apague el grabador. Brian pone una plata para la campaña. Vienen las elecciones y pone plata para el muñeco que ahora hace declaraciones. A buen entendedor pocas palabras, me dice siempre el doctor Gomara. A mí no me lo contaron, yo lo vi con mis propios ojos, yo estaba cuando Brian abre una tremenda valija y pone billete sobre billete en una mesa. Yo lo vi con estos ojos, estaba Brian, estaba la plata y estaba Claudio, el que los representaba a ellos. Secretario, o subsecretario de algo. No conozco el centro, como le digo, pero me dice el doctor que el lugar donde yo estaba era, cómo se dice, el palacio, el palacio de los Libertadores.

Sí, prenda el grabador. Brian cuida su imagen. En eso se distingue de los hermanos Rassi. Dos estilos completamente diferentes, el agua y el aceite. Los hermanos Rassi tienen un cartel en la frente que dice “somos narcos”. Son dos, Emiliano y Guillermo, pero la que piensa y la que decide es la vieja, la Colo, porque ellos, los hermanos, no tienen todos los jugadores. Meten miedo porque son capaces de todo, pero no tienen todos los jugadores. Y cada vez que hay que hacer algo van y la consultan a la Colo, y la Colo dice pulgar arriba o pulgar abajo, no hay medias tintas, es la paz o la guerra, y la paz bajo el pie de los hermanos Rassi. Brian no, él ya estaba hecho, él vivía en un country de Pilar y ahí sí, en la casa, tiene un cuadro enorme de Scarface. Pero es en la casa, nadie lo ve. Cómo es que dice la Constitución, las personas pueden hacer lo que se les canta las pelotas dentro de las cuatro paredes de su casa. En público él tiene una agencia de autos de alta gama, tiene una empresa de catering. Y atrás mueve merca de primera calidad, merca que le traen de una cocina que funciona en la misma ciudad, se terminaron los tiempos heroicos en que había que viajar al norte, a Bolivia, a Salta, y jugarse a suerte o verdad en la frontera para entrar el bagallo. En público tiene una financiera que hace préstamos de plata, tiene la franquicia de una marca de primera línea en el shopping. Y atrás la merca que le reporta plata fresca las veinticuatro horas, porque arregla bien arriba, para empezar con el jefe de policía. Porque si tiene que arreglar con cada policía muerto de hambre se vuelve loco, y entonces lo hace bien arriba. Pero no tiene bastante, y ve la oportunidad de quedarse con toda la torta, porque ellos dicen que van a ir a fondo contra las bandas narcocriminales, como está puesto en el diario, y los hermanos Rassi no quieren el arreglo, los hermanos Rassi se atrincheran en su territorio, en la zona sur, y se preparan para una guerra larga y sangrienta.

Después, cada vez que Brian viene a la ciudad, me pide que lo acompañe. Son años no de amistad, pero sí de conocerse, de cruzarnos en el mismo barrio, el ex barrio metalúrgico. No de amistad, de decir hola, qué tal, de coincidir en una esquina, en la estación de servicios de Fraga y Alicia Moreau de Justo, de tomar una cerveza. Lo acompaño por una cuestión de seguridad, porque yo me dedico a eso y él necesita gente de confianza y no se va a venir con alguien de Pilar. Lo acompaño con Caracú. Pobrecito, le dicen Caracú porque no es muy lindo, hasta cuesta mirarlo de frente. Le decían. Cuando era pibe tuvo una bronca, saltó contra una barra porque le dijeron una guasada a la hermana y le tajearon la cara, pero mal, se la tajearon de oreja a oreja. Donde va Brian, entonces, vamos con Caracú. Si hasta hay una foto donde salimos los tres, me dice el doctor Gomara, una foto en el boliche, en Calígula.

El boliche es lo que pudrió la cosa. Brian estaba emputecido. Era la pendeja la que le llenaba la cabeza. Romina. También del ex barrio metalúrgico, no se vaya a creer, pero sale en la revista Paparazzi y se hace famosa. Sale en la revista porque va a fiestas, porque está en la noche, porque sigue a los jugadores de Ñuls y sale en una foto a los besos con un jugador de Ñuls. No sé cómo se conocen, una vuelta viene Brian y ya está con ella, ya son novios, y ella está con la idea del boliche. Y a Brian se le ocurre abrirlo en una zona de gente que no es de guita, pero que rompe mucho las pelotas. Una zona donde no se pueden poner boliches y donde la gente se va a dormir temprano y no quiere saber nada de ruido. Gente que si ve un auto pasar en rojo el semáforo ya está llamando a la radio, a los canales, y que también tiene alguna línea con ellos.

Donde va Brian, como le digo, vamos con Caracú. Pobrecito. Y más de una vez lo vemos a Claudio. Más de una vez. Acá vos tenés las puertas abiertas, dice el secretario, o subsecretario, y poco más nos pone una alfombra. Brian le cuenta la idea del boliche, lo pone al tanto de la inversión que quiere hacer. Brian y la pendeja boluda, Romina. Muy bien, dice el secretario. Brian le dice que a a inauguración van a venir estrellas de la televisión, de Show match. Muy bien, dice el secretario. Brian dice que le están haciendo problemas por la zona, pero que él piensa que hablando se entiende la gente y todo se puede arreglar. Se puede arreglar, dice el secretario. En esa época es que comienzan los operativos en la zona sur, la saturación policial como le dicen, en esa época es que salta la captura de Emiliano y Guillermo Rassi, y se los traga la tierra. Porque la policía va al territorio, va a esa fortaleza que tienen en la zona sur, va con helicópteros, con autos, con motos, con perros, tienen un tanque, falta que lleven aviones y lo único que encuentran es a la Colo, a la Colo amasando los tallarines del domingo. Pero la movida los afecta, porque tienen que replegar a la gente, tienen que sacar los puestos de la calle, pierden mercadería, pierden plata, y mientras tanto Brian clinc caja, Brian avanza, es intocable y ni siquiera tiene que ensuciarse las manos. Es cierto que la plata que viene de la merca es una plata que se reconoce fácil, son billetes arrugados, sucios, con manchas, con olor a sucio, a sangre, billetes que pasaron de mano en mano y tienen la mugre de todos los que los tocaron. Pero Brian ya está hecho, él lo maneja por control remoto, él está ocupado con el asunto de Calígula. Muy bien, dice el secretario, o subsecretario. Vamos a ver el tema de los vecinos, dice Claudio. Y mientras tanto Brian quiere que nos paremos en la puerta, que hagamos presencia. A Romina no le gusta que esté Caracú, dice que a lo mejor podría estar en la parte trasera, que no queda bien. Pobrecito. Romina le hace un desprecio y ni siquiera lo disimula. Caracú no tiene un gesto, no dice una palabra, es un soldado.

Brian no puede poner la cara en Calígula. En realidad, no tiene nada a su nombre, es deudor irrecuperable en la Afip. La pendeja demuestra entonces que para algo sirve, y trae a un tipo que viene de la noche y que es el que aparece como dueño en los papeles. Este tipo, equis, no me acuerdo cómo se llama, pone la cara con los vecinos, porque los vecinos no quieren saber nada y en la zona está prohibido que pueda funcionar un boliche. O sea, puede estar si dan tragos, si la gente está en el molde, si van a comer o a tomar una cerveza. Pero no para bailar, no con la música hasta las cinco de la mañana, no el zapateo con la merca en los reservados, en los baños, en la barra. Y hay un candidato a las elecciones que lleva a los vecinos a la tele, y entonces ya se arma un quilombo, porque el candidato dice que detrás de Calígula está Brian Andrade y Brian Andrade es uno de los capos del narcotráfico en la ciudad.

El doctor Gomara le puede contar mejor que yo esta parte de la historia. Brian Andrade no tiene un solo antecedente, una sola causa, es un desconocido para la justicia, el doctor no me deja mentir. Pero  el candidato insiste y tanto va el cántaro al agua que al final se pudre.  Los hermanos Rassi salen un momento de bajo tierra, llaman a una radio cuando está hablando el candidato y dicen que Brian Gerónimo Andrade tiene protección. Que es la mano negra en el negocio de la droga, pero ellos lo protegen y la policía tiene orden de no molestar. Que Brian es la mano negra y ellos mueven los hilos. Los que están arriba de todo, pero arriba, arriba. A buen entendedor pocas palabras.

Al principio Brian no se pone nervioso. La pendeja boluda sí, pero Brian se da un saque y usa anteojos de sol para disimular. La pendeja boluda lo desprecia a Caracú, y a mí también me corta el rostro. Como si no viniéramos del mismo barrio. Como si hasta ayer, cuando no había salido en la revista Paparazzi, no la dejara bien cualquier colectivo. Brian dice que si hacen la inauguración, en la inauguración va a estar gente importante de Buenos Aires, van a estar las bailarinas de Show match, y la gente ya va a hablar de otra cosa, el tema se va a olvidar y el candidato tendrá que buscar otra excusa para romper los pelotas y salir en la tele. Y Claudio tampoco está nervioso. Muy bien, dice Claudio. Y fíjese que en cambio él tiene atenciones con nosotros. Nos ofrece café, nos dice que tomemos asiento. Claudio es de la avenida Arijón, no del ex barrio metalúrgico, pero pegado. Y se toma un tiempo para hablarnos, para decirle algo a Caracú, cada vez que vamos a ese lugar, al palacio de los Libertadores.

Ahí es cuando empiezan a mezclarse los tantos. Así que son del ex barrio metalúrgico, dice Claudio. Sí, le contesto. Entonces tienen que haber ido a la canchita del club Ben Hur, dice. Sí, le contesto. Y Brian está en otra, ya no le distingo el color de los ojos porque lleva día y noche los anteojos de sol, y la pendeja nos boludea, cómo se equivoca. Entonces por ahí nos cruzamos, dice Claudio. Si, le contesto, por ahí nos cruzamos. Y no digo que seamos como chanchos, pero hay un respeto. En cambio, la pendeja se piensa que con Caracú estamos de valerio, que estamos regalados, cómo se equivoca. Y se pone peor porque lo de Calígula, de un día para el otro, se va a la mierda. Bueno, es algo que sabe todo el mundo. Se va a la mierda porque los vecinos juntan firmas, hablan con los concejales, salen con el candidato a diputado en la tele. Y no hay vuelta que darle. Pero lo que nadie sabe es que Claudio le da la noticia a Brian, y entonces Brian le pregunta si hace falta otra valija o qué diablos pasa, estaba un poco pasado y le dice no se hagan los locos, le dice mirá que si prendemos el ventilador salta mierda para todas partes y se acercan las elecciones.

El aire se pone tan espeso ahí, en el palacio, el palacio de los Libertadores, que se corta no con un cuchillo. Se corta con un taladro, se corta con una motosierra. Hasta que quedan en volver a hablar. Brian y Romina se vuelven al country, a Pilar, y en una semana tienen que estar otra vez en la ciudad por una fiesta. En ese momento van a hablar. Brian y Romina se vuelven de ahí mismo, del palacio, al country. En el BMW, y nos dejan tirados en la puerta. No sé si dicen nos estamos viendo. Claro que después nos llaman, o me llaman a mí en realidad. Me llama Brian y está incendiado porque Claudio le cortó los teléfonos. Claudio no atiende, en su lugar habla una mujer y esta mujer dice que ellos no tienen tratos bajo la mesa y mucho menos con Brian Andrade, esta mujer dice que si tiene alguna denuncia la vaya a hacer a la justicia.

Esa vez se alojan en el hotel que está al lado del casino. El hotel cinco estrellas. Brian dice que si ellos quieren guerra la van a tener. Ya no quiere saber nada con Claudio, en todo caso quiere encontrarse con el que está arriba, pero arriba. No quiere hablar con el mono, quiere hablar con el dueño del circo. A buen entendedor pocas palabras. Pero la mujer le contesta que no tienen nada que hablar. La mujer le dice que ellos no conocen a nadie de ese nombre, Brian Andrade, salvo por la información que sale en los medios.

Brian se aloja con Romina en el hotel cinco estrellas y me llama para que vaya con Caracú, para que lo acompañemos a la fiesta. Los hermanos Rassi siguen bajo tierra y en cualquier momento pueden pasar al contraataque. Es una fiesta en un club de la costa. Algo con gente que no conocemos, gente del centro, caretas. Cuando llegamos Brian nos libera. Un poco como la vez anterior, cuando nos deja de a pie y a los cinco, diez minutos, sale Claudio en un auto negro y dice que nos puede acercar, si vamos al ex barrio metalúrgico.

Nos puede acercar porque él tiene familia en la avenida Arijón y queda de paso. En el camino vamos hablando. Este es un trabajo jodido, el que yo hago, el que hacíamos con Caracú. Es jodido, no tenemos un sueldo, no tenemos obra social, no tenemos jubilación. Es pan para hoy y hambre para mañana. Y se dicen tantas cosas, se usan palabras tan feas en los medios. No viene al caso ahora. A lo que voy es que Claudio se da cuenta y en el camino nos ponemos a charlar. Hasta Caracú mete alguna palabra. Porque lo que nos dice Claudio nos va cerrando. Nos dice que Brian está fuera de control, que es un peligro para todos, y es como si le diera lástima, como cuando uno piensa puta qué le pasó a este tipo, este tipo al que yo quiero pero que de repente hace cualquiera y no sabemos en qué puede terminar.

En la fiesta pasa un poco como la vez anterior, aunque ahora tenemos un auto. No vienen al caso los datos. Brian nos libera y damos una vuelta, comemos algo en un carrito al lado del río, damos otra vuelta y volvemos cuando la fiesta termina. Son las cinco de la mañana, los invitados se van yendo. Gente bien vestida, que se ríe, que habla a los gritos. Caretas. Y en medio de esa gente salen Brian y Romina. Salen duros, muy puestos. Los vemos cuando suben al BMW y después cuando el auto se pone en movimiento y toma por la  avenida del bajo. El BMW sale despacio, apenas levanta la velocidad en la avenida, y entonces lo seguimos tranquilo, como si todo fuera un paseo.

A esa hora no hay un alma en la calle. Domingo a las cinco, cinco y media de la mañana. No hay un alma, y lo que nos dice Claudio, antes, es que la camioneta del Comando Radioeléctrico que suele verse en el cruce del acceso sur no va a estar. Nos dice Claudio, antes, cuando vamos hablando el asunto, que la jueza de turno no va a atender el teléfono. Nos dice que va a ser pan comido.

Ahora apague el grabador. Dicho y hecho, no hay un alma, no hay un policía. En el acceso sur me adelanto y cruzo el auto. Claro, Brian tiene que frenar, y Romina está a los gritos. Sí, mejor lo apaga. Brian tiene que frenar porque si no chocamos. Le cruzo el auto y baja Caracú, sin apuro. Brian lo putea de arriba abajo, boludo, qué hacés, retrasado mental, dice. Se asoma por la ventanilla y lo putea. Caracú no contesta. Camina hacia el BMW, saca el fierro y se la pone. Se la pone acá, en la frente, y Romina comienza a los gritos. Con eso ya está pero Claudio, antes, dice que conviene adornar un poco el asunto, entonces Caracú le vacía el cargador sin errar un solo tiro. No, yo no. Caracú. Con cada impacto, Brian se sacude en el asiento como un muñeco, o mejor dicho como una marioneta a la que le cortaron los hilos. Y es eso, justamente. Una marioneta. Romina sigue a los gritos, sale del auto, hace cuatro, cinco pasos. Caracú se vuelve, saca una Luger de la guantera y le apunta. Romina dice socorro, auxilio, mamá, hace tres, cuatro pasos y deja de gritar. El primer tiro la empuja al piso, el segundo la acuesta, con el tercero deja de moverse. Dicen que todavía respiraba cuando llegó la ambulancia.

Claudio mete una mano en el saco y pela un toco de billetes. Porque llega un momento en que está todo dicho. Este es el adelanto, dice. La mitad, dice. Agarro la plata y por un momento el olor me marea. No es el olor a sucio de la que plata de siempre, no. Esta plata está limpia. Son billetes que parecen salidos de fábrica. Por eso le pregunto si son buenos, y Claudio se ríe. Por eso le digo que sea no la mitad sino la cuarta parte. Si tienen la máquina de hacer plata, y Claudio se ríe. Hablando se entiende la gente. Ahí empecé a darme cuenta que ellos eran más inteligentes, que cuando Brian iba, ellos iban y volvían. Y como usted sabe, la noticia salió en todas partes, salió en los medios nacionales. Guerra narco, dijeron los medios. Los hermanos Rassi se toman sangrienta venganza de su rival en el submundo de la droga, dijeron los medios. Los hermanos Rassi, dijeron, habrían contratado a sicarios para ejecutar al capo Brian Andrade. Entonces la policía vuelve a caer en la fortaleza de la zona sur, la ciudad se inclina con la cantidad de tiras que se mueven y esta vez no la perdonan a la Colo, esta vez la Colo va presa porque le hicieron tareas de inteligencia y la escucharon cuando daba sus instrucciones, cuando decía pulgar arriba pulgar abajo.

Con Caracú nos separamos en ese momento y cambiamos los teléfonos. Nos comunicamos a través del doctor Gomara. Andate unos días de la ciudad, me dice el doctor, que no me deja mentir. Los datos no vienen al caso. Te estuvieron buscando, me cuenta después Pachulo. Porque me voy unos días y vuelvo al barrio, paso por lo de Pachulo. Te estuvieron buscando unos giles, dice Pachulo. De parte de Claudio, dice, y dejaron un teléfono. Unos giles de traje. Pero qué giles. Tenemos que arreglar las cuentas, dice Claudio, cuando lo llamo. Claro, falta pagar el resto. Perfecto, le contesto. Ya arreglé con Caracú, dice Claudio, en la canchita. La canchita de Ben Hur, como en los viejos tiempos. Tal día y tal hora. Perfecto, le contesto y termina la llamada.

Pero no llego a la cita. No llego porque Pachulo está mal, está con el bicho, tiene poca cuerda y me pide que la acompañe. Me quedo con él hasta la noche, hasta la madrugada. Sí, prenda el grabador. Y en las primeras horas de la madrugada salgo de la casa de Pachulo, voy hasta la estación de servicios de Fraga y Alicia Moreau de Justo y lo veo a Caracú. En ese momento es que me comunico con el doctor y el doctor me dice esperá que tengo un amigo.

Sigue la guerra de los narcos, dicen los canales. Un nuevo ataque de la familia Rassi, dicen. Y lo veo a Caracú, lo veo en la televisión, agarro el control y lo veo en todos los canales, lo veo tirado en el piso, en la canchita del club Ben Hur, y es una cosa de locos porque agarro el control y lo veo en todos los canales, en todas partes está Caracú en el piso, quieto, congelado en un charco de sangre. Sigue la guerra, dicen los canales. Buscan a un sospechoso, dicen, y en un recuadro de la pantalla veo mi cara, la cara que puse la vez que me llevaron con el juez y se cansaron de sacarme fotos.

 

Osvaldo Aguirre es escritor y periodista. Entre sus libros: Historia de la mafia en la Argentina, Enemigos públicos y La vanguardia perdida.