Una historia verídica, reconstruida a partir de los archivos de un hospital público, y el dilema sobre qué hacer cuando nadie reclama un cuerpo.
En estas cosas obsesivas de revisar archivos amarillentos de tanto en tanto surgen cosas que despiertan una sonrisa -o una mueca-.
El cartapacio de gruesas tapas duras tiene una cinta adhesiva que dice 1977. En un mes, una semana, un día, un momento de ese año alguien registró que a un tipo no le quedó más que morirse en un hospital, y solo. Bueno en realidad en general uno se muere solo, ¿no? O solamente se muere, que se yo. La cuestión es que pasaron una docena de días y nadie se hacía cargo del cadáver y seguramente los lugares frescos donde ponerlo a él o a otros causados empezarían a escasear.
Así las cosas, los empleados de la morgue hospitalaria (de hospital…ojo no confundir con una cualidad de hospitalaria como acogedora o cosas parecidas), naturalmente inquietos porque la contabilidad mortuoria tendía a desbordarse, trataron infructuosamente que la comisaría de la zona les diera bola para que le tomaran las huellas dactilares y una vez que así ocurriera quedaran “pegados” con la situación y quedaran obligados a promover esas cristianas sepulturas municipales en enjutas cajas de pino, y así quedara un alojamiento liberado.
¡¡ Minga!!
Como el tipo tenía documentos encima y no había sido en vida ni siquiera un humano motivo de atención para destrozarle el cráneo a balazos, ni forense le mandaron. Los policías médicos especialistas en anotar falsos NN con “destrucción de masa encefálica por arma de fuego” por ese entonces estaban hasta las manos firmando salvoconductos para que el cementerio prontamente los escondiera en una tumba sin nombre. El “tipo solo” en suma no era ni siquiera un perseguido político, era solo “un tipo solo”.
Pero la solución llegó, así como de sorpresa, y un día un tal CL se presentó y dijo que con el “tipo solo” vivían juntos, bueno tan juntos no vivirían porque el “tipo solo” se murió solo, pero bueno, sin entrar en detalles CL al fin y al cabo venía a aportar una salida a la cuestión.
No es difícil imaginar que los morgueros, con ese testimonio delante, habrán empezado a escribir con toda prisa la nota de rigor para que CL se las tomara con lo que quedaba del “tipo solo”, pero la cuestión no pareció ser tan fácil como pintaba. Daría la impresión, ya que los documentos obrantes nada dicen, que CL no disponía ni un cobre para hacerse cargo de lo que quedaba del “tipo solo” por lo que -o bien venía con una salida ya prolijamente pensada o bien esta fue inducida por los experimentados burócratas morgueros-, pero la solución sea como sea dio a luz. Y fue magnífica, tanto que quizá nunca pudo ser ni sospechada por el “tipo solo”, ya que en un santiamén el “tipo solo” se constituyó, quizá como en vida nunca se hubiera imaginado, en un filántropo para el avance de las ciencias aportando lo más valioso que un humano digno tiene, su cuerpo.
CL autorizó a entregar al “tipo solo” a la Facultad (no consta con precisión en los archivos, pero es obvio que debió ser la de Medicina), y, así las cosas, un tal Juancito se lo llevó a cuestas prontamente en dirección a la zona del Bosque. Como para que no quedara para la posteridad que semejante acto de desprendimiento filantrópico se hubiera hecho así nomás, cosa que seguramente ofendería a cualquier “tipo solo”, quedó debidamente registrado que CL no era un Don Nadie que vivió solamente con un “tipo solo”; no de ninguna manera. CL dijo –y los morgueros lo anotaron con precisión- que el “tipo solo” era primo de Solano Lima.