“Nunca una presidencia estadounidense representó una amenaza tan grave para la paz y la estabilidad mundial”, afirma Sigmar Gabriel, ex ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de la coalición alemana que lideró Angela Merkel entre 2013 y 2018.
A diferencia de La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, el viaje del mundo moderno durante los próximos ochenta días será antes que una aventura, un duro trabajo que culminará en un evento de consecuencias globales e históricas.
En menos de tres meses, Estados Unidos celebrará su 59ª elección presidencial. Debido a que Estados Unidos es aún más poderoso económica y militarmente que la combinación de Rusia y China, sus dos principales competidores, sus elecciones son siempre significativas a nivel global. Sin embargo, nunca antes se había planteado una amenaza tan grave a nivel internacional.
No hay duda de que la reelección de Donald Trump pondría en peligro tanto a Estados Unidos como al resto del mundo. Además, existen amplias razones para temer que un resultado ajustado pueda llevar a Estados Unidos a una crisis constitucional profunda y prolongada, y quizás a la violencia civil.
De manera similar, si Trump solo logra una victoria en el Colegio Electoral mientras pierde el voto popular, como ocurrió en 2016, ni Joe Biden, ni la mayoría del país que se opone a él, aceptarán el resultado tan fácilmente como lo hizo Hillary Clinton en 2016 y Al Gore en 2000. Y si la Corte Suprema vuelve a intervenir para elegir al ganador, como cuando eligió a George Bush sobre Gore, las protestas masivas a nivel nacional parecen casi seguras. En respuesta a esto, es casi seguro que Trump desataría a las fuerzas de seguridad federales, como lo ha hecho en Portland y en otras ciudades.
Tampoco se puede descartar que debido al liderazgo de Biden en las encuestas, Trump intente utilizar la pandemia como pretexto para posponer o corromper las elecciones. Un ejemplo lo constituye su intención de deslegitimar en forma anticipada el voto por correo. Aunque estas acciones han encontrado una fuerte resistencia, Trump está preparando el terreno para movilizar a sus partidarios y aferrarse a la Casa Blanca, independientemente del resultado de las elecciones.
Los recientes disturbios y saqueos registrados en Portland y Chicago son funcionales a su estrategia y al despliegue de las fuerzas del Departamento de Seguridad Nacional, como lo hizo en el centro de Portland para intimidar a grupos de manifestantes pequeños y en su mayoría pacíficos. El resultado predecible, y probablemente previsto por su estrategas, fueron una expansión de las protestas y una escalada de la violencia. El mensaje de Trump a los habitantes blancos de los suburbios de clase media es claro: Aquí hay un presidente que mantiene la ley y el orden.
El uso de los recursos federales para intimidar a la población también alimenta la narrativa de Trump, que habla de la imposibilidad de celebrar una elección justa y tranquila sin que sus oponentes las manipulen mediante el fraude electoral. Las imágenes de milicias de derecha fuertemente armadas que se presentan en protestas pacíficas son un presagio de lo que le espera al país este otoño.
Esta versión del país, cuyas divisiones internas se extienden cada vez más a su política exterior, es quizás la mayor amenaza actual a la seguridad mundial. En un momento de crecientes riesgos globales, desde pandemias y cambio climático hasta la proliferación nuclear y la asertividad de China y Rusia, una implosión política de Estados Unidos sería el máximo multiplicador de las amenazas. Estados Unidos es demasiado importante en los planos económico, político y militar para tomarse un descanso o, peor aún, para convertirse en un saboteador impredecible en los conflictos globales por la necesidad de su gobierno de jugar con el electorado.
Solo cabe esperar que la elección produzca un vencedor decisivo, tanto en el Colegio Electoral como en el voto popular. Sin embargo, incluso entonces, el recuento final puede llevar tiempo, debido al aumento masivo que se espera en el voto por correo. Toda boleta que tenga sellos de los días 2 o 3 de noviembre -según sea el estado- se considerará válida, lo que significa que el resultado final no se conocerá hasta después del día del actor electoral. Durante esa ventana de incertidumbre, una o ambas campañas pueden intentar reclamar la victoria en función del recuento provisorio.
En cualquier caso, no hay posibilidad de que Trump espere gentilmente en la Oficina Oval durante días o semanas para recibir el recuento final. En varias entrevistas ya emitió declaraciones sugiriendo que no abandonará la Casa Blanca si pierde. De hecho parece estar preparándose activamente para tal escenario. Si sigue adelante la principal superpotencia mundial se enfrentará a una crisis constitucional prolongada, y tal vez intratable .
La antigua alianza occidental de países industrializados democráticos ha cometido muchos errores en los últimos años, lo que ha minado su reputación internacional. Sin embargo, ninguna institución es más fundamental y atractiva para la sociedad occidental que las elecciones libres y justas. Si el exlíder de facto de Occidente ya no puede ni siquiera mantener este principio, nada garantizar que el resto del mundo puede optar por otros sistemas políticos.
Sigmar Gabriel fue ministro de Relaciones Exteriores de Alemania y líder del Partido Socialdemócrata. Actualmente preside la Atlantik-Brücke -el principal foro privado sin fines de lucro que promueve la relación entre Alemania y Estados Unidos-, integra la junta de supervisión del Deutsche Bank y es redactor del Holtzbrinck Publishing Group, la empresa de medios de comunicación alemana con mayor presencia global.
Nota publicada originalmente en Project Syndicate
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