O Centrao es el partido que, desde una perspectiva supuestamente más moderada, sostiene a Bolsonaro y acaba de quedarse con la presidencia del Congreso brasilero. Mientras tanto, estalla la crisis sanitaria y el presidente, que ahora usa barbijo, insiste con su prédica violenta.

Arthur Lira hizo una fiesta para 300 personas. Fue hace poco más de un mes, cuando lo nombraron presidente de la cámara de diputados en Brasil. Bolsonaro no estuvo en la fiesta, pero celebró. Arthur era su mejor opción. Hubo baile, muchos brindis, un grupo de sertanejo en vivo. Las imágenes mostraban a amigos y ex amigos del oficialismo buscando posicionarse. Mostraban a la elite política brasileña de gala en el medio de la pandemia.

Lira es el jefe de “O Centrão ” en el parlamento, un grupo de partidos de centro derecha que representan diversos intereses y poco tiene que ver en el fondo con el voto popular, más bien su poder está en llevar a “ la rosca” al extremo, a concebir al país y sus instituciones como un negocio enorme. Si imaginamos una bandera para O Centrão, sería con los colores de Brasil en tonos exagerados, artificiales, y en el medio el anillo de Julio H Grondona, ese que tenía escrito: Todo pasa.

Para O Centrão Todo Pasa, porque llevan adelante una suerte de guerra de guerrillas de la moderación, estableciendo alianzas, buscando lugares claves en el poder para asegurar la gobernabilidad en los momentos de crisis. Hasta que el hambre de poder se descontrola y dan el golpe. Despegarse y sobrevivir. Así terminó Dilma. Así llegó Temer. Así fue salvado Temer durante su gobierno. Así lograron diluirse en la noche de la elección post 2018, para luego volver a posicionarse como moderadores de un Bolsonaro descontrolado.

Entre los invitados a la fiesta estaban Roberto Jefferson, presidente del PTB, y su hija Cristiane Brasil. Roberto fue juzgado en el “Mensalão ” , investigación judicial sobre la supuesta compra de votos en el congreso por parte del PT de Lula. Cristiane, ex diputada también, votó contra el enjuiciamiento a Temer, lo que resultó en ser elegida como ministra de trabajo de ese gobierno. Pero su ascenso fue suspendido por la justicia federal, ante denuncias por no pagarle a los empleados. Años después fue acusada de desviar fondos de la prefectura de Rio y no quiso presentarse a la policía por considerar que era una persecución política.

Bolsonaro con Arthur Lira

En abril de 2020, Jefferson reapareció en la escena política con un posteo en Twitter empuñando una ametralladora, listo para el combate, según él, contra el comunismo, la dictadura y los traidores “Brasil acima de tudo. Deus acima de todos” Fue el primer indicio de que O Centrão empezaba a aproximarse a Bolsonaro. En esos días la pandemia era una “gripecita” y los otros dos poderes enemigos del Brasil de Jair, que coqueteaba con las manifestaciones antidemocráticas de sus seguidores. Podemos suponer que al final las opciones de Bolsonaro eran autogolpe o Centrão.

Cristiane en un momento de la fiesta toma el micrófono y canta “Malandragem”, apropiándose de Cazuza y Cassia Eller, íconos de una cultura brasileña muy diferente. Los arrastra emocionada. “Eu só peço a Deus / Um pouco de malandragem / Pois sou criança / E não conheço a verdade”

Seguro la escuchó cantar el diputado bolsonarista Daniel Silveira, un ex policía grandote y musculoso que se hizo conocido cuando quebró una placa en homenaje a Marielle Franco, dando a entender que las cosas volvían a su lugar con Bolsonaro. Recio, a la moda del “cortá con la dulzura” de los aspirantes a estrella de la nueva derecha, representa al Bolsonarismo que llama “ Mito” a Jair. ¿Qué pensaría del tema y su interpretación? ¿Cómo se habrá sentido ahí? “No es una fiesta de la democracia, es una guerra contra la corrupción”, fue su lema en las elecciones.

Semanas después de la fiesta Silveira hizo un video amenazando al poder judicial y celebrando la dictadura. Está detenido, ahora con prisión domiciliaria. Bolsonaro no lo defendió abiertamente. Parece que esa base fanática que lo bancó hasta llegar al poder, por momentos, no es tan conveniente con O Centrão al lado.

Pocos usaban barbijos en la fiesta y los que tenían seguramente los fueron dejando de lado mientras el festejo avanzaba. Elegantes en una suerte de Brasil paralelo, pero que a la vez refleja a una gran parte de la población que se aglomera en bares reclamando que tienen su verdad. Ya había circulado en las redes un video en el que aliados Bolsonaristas, políticos, jueces, diputados, se sacaban el barbijo al ritmo de una canción esperanzadora que invocaba la libertad, soltar las cadenas, salir a vivir. Difícil es imaginarse a los del video o a los de la fiesta de Lira saliendo a vivir la vida en el transporte público recargado de São Paulo, pateando en ojotas los mercados, con la informalidad como único horizonte.

Flavio y Carlos Bolsonaro

¿Se les habrá cruzado por la cabeza, mientras la voz de Cristiane pedía a dios un poco más de malandragem que volviera Lula? Es muy posible, saben que Todo Pasa, que el pasado se diluye en la crisis del presente. Quizás conviene tener a Lula enfrente, porque es una imagen fija, en cambio Bolsonaro, potenciado por O Centrão, se mueve en la velocidad amnésica de la repetición del zafar día a día, que solo permite vivir con estructuras desmontables. Y por ahí van llevando a los brasileños. Quizás el verdadero enemigo era Moro, otro que precisa con urgencia un Todo Pasa. Arthur Lira escribió en twitter: “Mi mayor duda es si la decisión monocrática fue para absolver a Lula o a Moro. Lula puede hasta merecerlo ¡Moro jamás!” Impensado durante la locura electoral de 2018, cuando Moro y el lavajato eran la imagen heroica de las consignas que Bolsonaro pudo capitalizar: acabar con la corrupción y la vieja política, librarse de la dictadura socialista, del adoctrinamiento en las escuelas, de la degradación moral de la izquierda. Libertad, libertad y más libertad.

Al mes de la fiesta de Lira nos enteramos de que el diputado Flavio Bolsonaro, hijo 01, sospechado de corrupción y de relacionarse con las milicias involucradas en la muerte de Marielle Franco, compró una mansión de seis millones de reales. La ultra bolsonarista Bia Kicis es nombrada presidenta de la comisión de justicia en la cámara de diputados. Bolsonaro usa barbijo. El ministro de salud Pazuello, fiel a las locuras del presidente en cuanto al Covid, está de salida y O Centrão presiona para lavarle la cara al ministerio ¿Será que Todo Pasa? ¿Será que Bolsonaro piensa en Boris Johnson, que luego de pegarla con las vacunas logró levantar su imagen, aunque haya hecho un desastre al comienzo? ¿Se podrá volver a capitalizar con Lula la lucha contra los ateos bolcheviques enemigos de la libertad, olvidando el número elevado de muertos por negligencia, por estupidez?

Pero Bolsonaro es desconcertante, por momentos parece no estar dispuesto a abandonar su base dura, y termina eligiendo de ministro de salud a Marcelo Queiroga, alguien cercano a su familia y que hasta ahora no ha discordado mucho con las ideas que han llevado a una ocupación de casi el ochenta por ciento de las terapias intensivas en casi todo el país, encendiendo las alarmas del colapso sanitario. La primera candidata a ocupar el cargo, Ludmila Hajjar, fue asediada y difamada en las redes sociales por no tener un perfil bolsonarista. Incluso se ha filtrado en el sitio Poder 360 que Eduardo, el hijo 03, le preguntó antes que nada si estaba en contra del aborto y a favor de la liberación de armas, como condición para el cargo. Difícil ocupar ese lugar cuando los manifestantes pro Bolsonaro, siguen saliendo a la calle envueltos en la bandera de Brasil para defender lo que se hizo hasta ahora, atacar a los gobernadores y pasearse con carteles que piden golpe de estado con Bolsonaro en el poder.

Mientras O Centrão, como compensación por el desaire a su candidata, exige controlar más ministerios y Lira atesora los sesenta pedidos de impeachment al presidente, que pueden seguir archivados por siempre o ser encauzados, según para donde sople el viento.

Por un momento uno piensa en Argentina, donde parecen oírse ecos de una comparsa rezagada, triste imitación de cotillón del carnaval carioca. Plástico y más plástico, caderas rígidas atizadas por influencers de turno, figuras mediáticas, medios y periodistas monotemáticos, políticos zombis que han descubierto que el espectro cuanto más a la derecha más garpa, se ha puesto de moda. Sobre todo, en las redes sociales que, a cambio de nuestra información, nos dan angustia y una bronca que nos consume y se vuelve todo… lo que pasa, pero llevándose algo difícil de recuperar y al final crea ese caldo de cultivo impaciente que termina en lo que vemos en el Brasil de hoy.

Imaginemos que Cristiane, suelta por el calor de la fiesta, decide cantar otra canción de Cazuza, una que en Argentina conocemos. Se apropia del tema y canta sin pensar, como si la letra estuviera construida en un lenguaje abstracto, indescifrable. “Te chamam de ladrão, de bicha, maconheiro / Transformam um país inteiro num puteiro / Pois assim se ganha mais dinheiro /  A tua piscina ‘tá cheia de ratos / Tuas ideias não correspondem aos fatos / O tempo não para “.

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