El fin de una dinastía nefasta y sangrienta y el renacer de una idea de que el socialismo era un horizonte posible para América Latina. El sandinismo abrió esperanzas que el propio Daniel Ortega, años después, haría naufragar. (Foto de portada: Horacio Paone).
Lo que parecía imposible sucedió. La revolución en América Latina era un hecho sin posibilidades desde la derrota de la Unidad Popular en Chile, que había buscado una vía pacífica al socialismo. Seis años después del bombardeo de La Moneda, un grupo de insurgentes logró en un recóndito punto de América Central lo que solamente habían conseguido los barbudos cubanos del Granma el día de año nuevo de 1959: tomar el poder por las armas. La dictadura más longeva de la región caís: la dinastía de los Somoza pasaba al tacho de la basura de la Historia en Nicaragua.
El 19 de julio de 1979 fue para Managua lo que el 1º de enero de 1959 para La Habana., un cambio abrupto de sistema. Con una salvedad: el régimen de los Somoza era más extenso y brutal que el de Fulgencio Batista. Un ajuste de cuentas pendiente desde 1934 se consumó ese día. Porque Anastasio Somoza hijo huyó del país corrido por una guerrilla que invocaba en su nombre a Augusto César Sandino, el líder popular asesinado por Somoza padre. La pugna entre Sandino y el Tacho Somoza fue el enfrentamiento entre dos militares opuestos: uno, contrario a la intervención norteamericana en un país que veía a los marines como parte del paisaje casi desde mediados del siglo XIX, cuando las andanzas del filibustero William Walker. Sandino pagó la osadía de enfrentarse a Washington con su vida. Somoza ganó la interna. Para la historia quedó una frase atribuida a Franklin Delano Roosevelt: “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Padre e hijos
A mediados de los 50, la dictadura tuvo su primera gran crisis cuando Rigoberto López Pérez atentó con éxito contra el dictador. Al Tacho lo heredó su hijo Luis. Al mismo tiempo, aparecía un libro que rastreaba la historia de un hombre raleado del relato oficial: Sandino, general de hombres libres, escrito por el periodista argentino Gregorio Selser. El libro tuvo repercusión en América Latina. En los 70, el Frente Sandinista de Liberación Nacional iba a cobrarse la deuda de Sandino con los Somoza.
Nicaragua era uno de los países más pobres de la región y soportaba una tiranía hereditaria. Luis Somoza murió en 1967 y lo sucedió su hermano, que cargaba con el nombre del fundador de la saga. Anastasio Somoza Debayle, más conocido como Tachito, sería quien enfrentaría al sandinismo y sería derrotado por la guerrilla. Un punto de inflexión ocurrió la víspera de la Navidad de 1972. Ese día, un terremoto devastó Managua. La capital quedó en ruinas y murieron 20 mil personas. La campaña internacional logró una ayuda multimillonaria para el país, e incluso la actuación de los Rolling Stones, en momentos en que Mick Jagger estaba casado con Bianca Pérez, una nicaragüense.
Tachito debió pilotear la crisis del terremoto. Habituado a la omnipotencia, el dictador aprovechó para quedarse con buena parte de la ayuda internacional y dictó la ley marcial, que le dio plenos poderes al órgano encargado de sembrar el terror desde el asesinato de Sandino: la Guardia Nacional. Ni Tachito ni sus esbirros contaban con que una fuerza surgida una década atrás iba a hacer tambalear al régimen.
El FSLN había nacido en 1961. Entre sus fundadores estaban Carlos Fonseca y Tomás Borge. El primero moriría en la lucha contra Tachito y sería un mártir para los sandinistas. El segundo sería un actor clave tras la victoria militar. La lucha comenzó antes del terremoto, pero la desidia somocista tras la catástrofe permitió ganar el favor popular. Borge fue rescatado por sus compañeros en 1978, luego de estar prisionero del régimen y, con él libre, el FSLN se organizó para el asalto final. El grupo organizó una mesa de nueve integrantes, una cúpula colegiada. Allí estarían los nombres emblemáticos de los años siguientes: el sacerdote Miguel D´Escoto, el escritor Sergio Ramírez y Daniel Ortega.
El amigo americano
Al gobierno de Jimmy Carter lo tomó por sorpresa la caída de Somoza. Ya jugado por los derechos humanos, Carter no veía con buenos ojos a Tachito, pero lo preocupaba lo que al ala dura de los republicanos le ponía los pelos de punta: la existencia de una segunda Cuba en el patio trasero. También es cierto que los norteamericanos quedaron especialmente sensibilizados cuando la Guardia Nacional asesinó, un mes antes de la caída de Tachito, al periodista Bill Stewart, de la cadena ABC.
Sin embargo, el gobierno de Carter quedó en un atolladero. Es cierto que aun faltaba para su declive, marcado por los rehenes en la embajada en Irán, hecho ocurrido en noviembre de, 79, y que tenía que lidiar con la crisis económica. Pero los sandinistas no eran una buena noticia desde la perspectiva de un nuevo enclave rojo en América Central y los republicanos estaban caldeados. Carter venía de negociar la devolución del Canal de Panamá a Omar Torrijos y para la derecha norteamericana sus concesiones eran una muestra de debilidad. Recién con la crisis de los rehenes y entrando al año en que iba a buscar su reelección, el presidente daría muestras de autoridad, como el boicot a la URSS por la invasión de Afganistán. Pero no fue suficiente. Y la Nicaragua sandinista no entró en su agenda. Sí en la de los republicanos.
Conviene recordar que la caída de Somoza se produjo en pleno retroceso norteamericano, amén del compromiso de Carter con los derechos humanos, tras la derrota en Vietnam. Los republicanos habían sufrido en el ínterin una profunda transformación ideológica. Barry Goldwater corrió al partido a la extrema derecha en la campaña presidencial de 1964, al punto de contar con el apoyo público del Ku Klux Klan en pleno debate por los derechos civiles. El día de su nominación, los convencionales escucharon a un antiguo actor de Hollywood que tomaría la posta del flamante movimiento neoconservador: Ronald Reagan, el futuro antagonista del sandinismo.
El sucesor de Carter tomó la posta de Eisenhower. Si el general de la Segunda Guerra había evitado la propagación del comunismo con el golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala, él haría lo mismo con el sandinismo, cuya principal figura ya era Ortega. Los Documentos de Santa Fe dieron el basamento ideológico para la nueva política hacia América Latina. En la práctica, se tradujeron en la guerra de desgaste a cargo de los contras. Sus consecuencias, como se verá, pudieron haberle costado la presidencia a Reagan.
Los contras contaron con el apoyo de Reagan. El know how para luchar contra el FSLN se los dio un grupo de profesores llegados del otro extremo del continente. Así, militares argentinos enseñaron el arte del secuestro, la tortura y la desaparición. Los buenos servicios en la cruzada reaganiana contra el comunismo harían que el alto mando argentino pensara que podía invadir las islas Malvinas y contar con el apoyo de Washington.
Los sandinistas no solamente sufrían el asedio de los contras desde Honduras, en su frontera norte. La frontera sur vio el accionar de un sandinista disidente: Edén Pastora. El mítico “Comandante Cero” de la lucha contra Somoza rompió con Ortega y, aunque nunca se sumó en los hechos a la contra, aportó lo suyo desde la frontera con Costa Rica. América Central se convertía en un polvorín: al conflicto en Nicaragua se sumaba la guerra civil en El Salvador, y también el desangramiento de Guatemala; todo un combo que activaría el Plan de Contadora para hallar una solución pacífica. Reagan actuó con sentido preventivo en octubre del 83 en Granada. Tras el desastre de Beirut, donde más de cien marines fueron muertos, recompuso su imagen ordenando la invasión de la pequeña isla caribeña, que desde su óptica seguía el efecto contagio de Nicaragua.
Una experiencia singular
Para esa época, 1983, Enrique Gorriarán Merlo, uno de los hombres de la guerrilla del ERP en la Argentina, admitió ser el autor intelectual del asesinato de Tachito Somoza en Asunción. El hecho ocurrió en septiembre del 80: un disparo de bazooka había terminado con el ex dictador, que había hallado refugio en el Paraguay de Alfredo Stroessner.
Mientras, la izquierda y el progresismo del mundo no ahorraban elogios para un gobierno que debía hacer cargo de un país devastado y que no llegó con ánimo de venganza. La mirada antiimperialista veía con suma simpatía la experiencia que se daba en el país de la región que más intervenciones militares norteamericanas había sufrido en la historia. El sandinismo arrestó a más de 6 mil somocistas y los llevó a juicio con todas las garantías, ante observadores especialmente invitados, como Amnistía Internacional. D´Escoto se hizo cargo de la cancillería, y otro sacerdote, Ernesto Cardenal, además poeta, asumió como ministro de Cultura. Cuando el gobierno revolucionario se legitimó en las urnas, en 1984, Ortega asumió como presidente, y su vice fue Ramírez. La política social se hizo contra viento y marea, en un país sumido en la extrema pobreza. Eduardo Galeano recordaría que en toda Nicaragua había una sola escalera mecánica y no funcionaba.
Así y todo, la impronta del sandinismo también afectó los análisis del Departamento de Estado. La noticia de que el Partido Comunista chileno anunciara en el 83 que tomaba las armas contra Pinochet alertó a Washington. Si el golpe contra Allende había evitado la segunda Cuba en América del Sur, ahora el peligro era una segunda Nicaragua. Eso llevó a la presión norteamericana para la salida más o menos prolija de Pinochet. Sin dejarlo a su suerte, para evitar sobresaltos, pero con un mensaje claro: el trabajo sucio ya estaba hecho y era imperioso convocar a elecciones.
Irán-Contras
Para ese entonces, Nicaragua era un dolor de cabeza para Reagan. En 1984 se supo que la CIA había minado los puertos nicaragüenses. Para el derecho internacional, era un acto de guerra. Hasta el veterano Goldwater repudió eso. Por el bochorno, se cortó la asistencia a los contras. La Argentina ya estaba en democracia y no proveía más instructores (de hecho, Ortega llegó a Buenos Aires para la asunción de Raúl Alfonsín), y el impacto negativo de los minados hizo que se cortara el giro de fondos. De fondos legales. Porque la Casa Blanca encontró otra manera de financiar a quienes Reagan llamaba “luchadores por la libertad”.
A fines de 1986 se destapó el escándalo Irán-Contras. Watergate era un pequeño error de imprenta al lado de la magnitud de lo que se conoció. Reagan salió indemne y el pato de la boda fue el responsable militar, Oliver North, si bien este trató de probar que cumplía órdenes de la Casa Blanca. Para financiar a los contras, el gobierno había decidido vender armas por izquierda a su principal enemigo por fuera de la órbita soviética: Irán. El país que había secuestrado a 52 diplomáticos norteamericanos pagaba dinero sucio al “Gran Satán”, que así financiaba la asistencia a los contras. Por cierto: sobre Irán pesaba un embargo armamentístico. North fue condenado, la cadena de responsabilidades se agotó en él, si bien adujo que cumplía órdenes.
Derrota y regreso de Ortega
Los contras no triunfaron, pero el desgaste fue enorme. Y Ortega lo pagó en las urnas, cuando la derechista Violeta Chamorro ganó las elecciones en 1989. Se trataba de la viuda de Pedro Chamorro, un empresario periodístico que fue una de las víctimas connotadas del somocismo en plena insurgencia del FSLN. Para muchos, era el fin de la experiencia sandinista, al calor de la caída del Muro.
Más de quince años después, Ortega recuperó el poder a través de las urnas. El mismo Daniel Ortega que había combatido al somocismo volvió a ser presidente, pero con unos tintes lejanos a los 80. Gobierna como un autócrata, con su esposa Rosario Murillo como vicepresidente. Reprime a mansalva y casi no hay lugar para el disenso. Murillo habla como una figura esotérica, que define como “anticristianos” a los opositores. Borge y D´Escoto ya han muerto. Cardenal y Ramírez son críticos totales de Ortega. Hoy, el sandinismo es una sombra de lo que fue y Ortega está levemente a la izquierda de la tiranía a la que combatió, con tantos años en el poder desde 2007 como los que acumuló el último Somoza en el tercer turno de la tiranía hasta el 19 de julio de 1979. El símbolo de la caída del régimen fue la muchedumbre que en Managua derribó la estatua ecuestre de Tacho Somoza. Intelectuales como Julio Cortázar y Günter Grass aplaudieron aquella experiencia revolucionaria, respetuosa de las libertades, alejada por completo de la caricatura en que se convirtió hoy.
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