Algunos recuerdos de la experiencia que vivieron los sudacas en su exilio en Barcelona pueden dar pistas de las cosas que están sucediendo allí. Vamos a por ellos, tíos y tías. Las fotografías de Carlos Bosch corresponden a un largo trabajo hecho entre 1977-79, infiltrado entre “fachas”, y en pleno desarrollo de la transición española. Fueron exhibidas en muestras con el título “El huevo de la serpiente”.
La mirada vacuna del Rey”, me acuerdo muy bien que escribí, y lo recuerdo con el mismo orgullo pelotudo, pasados casi cuarenta años (socorro), con que escribí esa media línea de texto. Sucedió en el que fue mi primer laburo rentado como periodista, en Barcelona, hacia 1980, donde vivía digamos que “por razones obvias”.
La revista aquella se llamaba Grama, no Granma como el diario cubano, sino de Santa Coloma de Gramanet (Gramenet en catalán). Entre la gente que la había fundado unos cuantos años atrás los había católicos progres cercanos a lo que acá llamamos movimiento obrero y simpatizantes de las que fueron –junto con los casi extinguidos anarquistas y la LCR- las dos variantes principales de la izquierda española y catalana de entonces: socialistas y comunistas. Eran todos fieramente antifranquistas, los había catalanes de alcurnia (que en este caso equivale a decir de varias generaciones), charnegos, hijos de inmigrantes. Era, es Santa Coloma una ciudad/municipio de periferia, separada de Barcelona por el contaminado río Besós. Había sido hasta los primeros ’60 campito o espacio medio rural. Si hasta dice mi memoria que me habían contado que había viñas por entonces, hasta que avanzaron los ’60, y campesinos para esas viñas. En catalán lo más parecido al término campesino, dicho en plural, es pagesos (pronúnciese más o menos “payesus”, si la memoria no falla) y por razones que no soy capaz de hacer entender es la palabra pagesos muy hermosa, con raíces en el Medioevo. Como muy de la tierra y muy noble.
Algo de eso hay en lo mejor de la catalanidad, a ver si nos vamos entendiendo, algo bueno y de la tierra, no sé si de la patria. Santa Coloma cuando la conocí no era eso: era una ciudad-dormitorio, estragada, distópica y espantosa, mal construida durante el franquismo, en la que malvivían laburantes andaluces y extremeños y sus hijos.
Retomo. Había conseguido ese primer laburo gracias a la hermana de una gran amiga exiliada que venía escribiendo “crítica de cine” en la revista Grama. No recuerdo si la hermana se volvía a la Argentina o qué. Cuestión que me propuso reemplazarla. Y hete aquí que yo estudiaba Ciencies de la Informació y me venía más que bien el currito y me puse a escribir supongo que pésimas críticas de cine, ya que nada me autorizaba a hacerlo. Pero le puse empeño, curiosidad y a mí me gustaba escribir desde chico (no me metí en la facu para ser periodista, esa es otra historia) y la muchachada de Grama era bien solidaria, tirando a zurdita, entendían por supuesto mejor el drama de Chile que el de Argentina (peronismo y etc.). Sucedió luego que el bueno, buenísimo de Eugeni Madueño, director de la revista que luego se hizo diario, el mismo que con los años se convirtió en un periodista muy destacado del diario La Vanguardia, me probó (creo recordar) con una nota sobre zarzuelas y yo recordaba las zarzuelas porque cuando era chico aun pesaba la cultura española inmigrante en Argentina y, entusiasta, fui a aprender sobre zarzuela a la antigua y hermosa biblioteca de Barcelona cuyo nombre institucional sí que no recuerdo.
Cuestión que el Eugeni me ofreció laburo fijo y ascendí al tiempo (¡¡sudaca turro!!) a jefe de redacción y cuando Grama debió cerrar porque no daban las cuentas, fue un poco triste y patético que fuera yo (lo digo en serio) el que escribiera el editorial de despedida. La portada simplemente decía Adéu y, caramba, ese fue uno, solo uno, de los motivos de pensar en volver al país
Pero decíamos al inicio que yo escribí un día, muy canchereando, “la mirada vacuna del Rey”. Entonces vino el Eugeni y leyó y me miró con firmeza y con sonrisa sobradora, creo que hasta diciéndome con sabiduría no te hagas el periodista estrella, y añadiendo con cariño –y resignación- que lo primero que debía aprender yo como sudaca aspirante a periodista es que había dos cosas en España contra las cuales no te podías meter: el Rey y la Iglesia.
Tomá pa’ vó.
Que viva, que viva, que viva el Rey
Reinaba Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón, Juan Carlos I, cuando llegamos en masa a España, todavía espantados. Visto a la distancia siempre estuvimos más atentos a la política y a sobrevivir que a las cuestiones inextricables del reino y la nobleza –cantidad de parentescos cruzados y títulos largos y posesiones y cosas así- y las marquesas en tapa de la revista Hola. Además que –para abundante orgullo de los catalanes- Cataluña era más Europa, la cual, según el dicho popular, lo escribimos hace poco, acababa en los Pirineos. Reinaba Juan Carlos I el Boludazo –su único acto reivindicado o reivindicable fue oponerse al intento de golpe del coronel de la Guardia Civil apellidado Tejero- y era primer ministro Adolfo Suárez y me tocó ver en una vieja tele en blanco y negro junto con mi hermano y alguien más, en nuestro humilde piso de Sants, el día en que Adolfo Suárez anunció la legalización del Partido Comunista Español y guardo una fotito chotísima en la que apunto un grabador pedorro a la cara de Santiago Carrillo, máximo dirigente del PCE, en el aeropuerto de Barcelona.
Hora de decir que si bien respetuosos, sensibles y hambrientos de nuevas experiencias vitales y políticas, los argentinos contemplábamos con porteña sobradura todo aquello que íbamos conociendo. Madrid, sobre todo, acaso por los Guardias Civiles o porque llegué en invierno, me sonó franquista y medieval y medio que lo era. Nos escandalizábamos en la vía pública porque las madres trompeaban a sus niñitos (nos jactábamos de decir al respecto “¡Franquismo, franquismo!”). Salíamos a pegar afiches del PSOE como primer trabajo del bueno y resultaba que al interior de las combis marca Pegaso nos conocíamos las canciones de la Guerra Civil y estos nabos no. Nos decían los progres instruidos, los nativos, que todos los buenos libros que habían podido leer provenían de editoriales argentinas y mexicanas. Los más popus preguntaban (muuuuy reiteradamente) “Oie, ¿y por qué te has venido de la Argentina, si sois un país tan rico?”. Tenían como mitologizada la riqueza pampeana y nos explicaron que a ciertas chauchas ellos les llamaban peronas porque las había mandado –a las chauchas originales- Eva Perón por barco o algo parecido. Los dentistas tenían fama de malos y los psicoanalistas eran argentos.
El pavo real
Nosotros atravesamos la experiencia de vivir en una monarquía (joder) en Cataluña. Esto más o menos puede querer decir que para los catalanes el Rey (un pavo) era una figura distante, acaso estúpida, irrelevante o despreciada. No sé qué significaría el Rey para otros sudacas que vivieran en otras ciudades o comarcas. Creo recordar que los pactos de la Moncloa (que no me los acuerdo para nada pero acá en Argentina son tratados con un cholulismo que te la debo) o lo que fuera borraron de un plumazo la posibilidad, en España, de discutir la monarquía o de acordarse de la República (ni qué decir los crímenes del franquismo). A nosotros, sudacas zurditos, todo eso nos resultaba entre desdeñable, simpático y entretenido. Pero el Rey, el Rey, ¿qué significaba el Rey en mi vida cotidiana en Barcelona? Creo que absolutamente nada excepto para el gaste y puede que para muchos lo mismo.
Ahora todo está agitado, o eufórico o triste y riesgoso en Cataluña. No me mantuve informado de lo que sucede allá. Me reconectaron las noticias del “separatismo” catalán y como analista político la pifié mal porque nunca pensé que se llegara hasta donde se está llegando, con amenaza o decisión de envío de tropas del ejército del Estado español, que no tiene nada que ver con decir España(s). Me reconectó eso y me tocaron el cuore las dos notas escritas acá en Socompa por viejos amigos del exilio que quedaron allá y con los que apenas tuve contacto en estos años. Por eso ahora, o ayer, cuando me enteré por La Nación que el rey Felipe VI iba a hablarle a España por cadena, estuve atento. Lo leí y luego lo escuché y me dio una bronca terrible, y más tristeza, porque su actitud no fue la de llamar a la serenidad o al diálogo sino que impuso la política del PP salvándole los trapos a Rajoy (veremos), una cosa bastante autoritaria y franquista, con incomprensión de lo que es Cataluña, una actitud hispano imperialista, por decirlo con imperdonable grandilocuencia.
Tornará a ser rica i plena
La línea del subtítulo anterior corresponde al himno catalán, Els Segadors. Tornará se escribe con acento grave al final pero no encuentro el acento grave en el teclado, no hinchen. En Barcelona tuvimos que ser despiertos al llegar. Para reponernos y para sobrevivir y –lo más difícil, dolorosamente jodidísimo- para encontrarle un puto sentido a nuestras existencias post-militantes. En Barcelona nos la pasamos dos años completos haciéndonos los pícaros e imitando cierto modo en que los catalanes pronuncian la sílaba final “al” (Es igual es una expresión muy usada). Pero entre que había que estar despiertos y éramos almitas sensibles, lo catalán nos pegó fuerte. De modo que así como nos pasábamos el dato de una cabina telefónica descompuesta o rompible para llamar a Argentina (largas colas de madrugada, escena similar a la de El exilio de Gardel), del mismo modo nos pasábamos datos sobre cursos gratuitos de catalán, que había muchos. A mí me tocó –en Barcelona, uffff, terminé el secundario- aprender alguna literatura fundacional catalana y como siempre me gustó cantar me anoté en un orfeó (coro) y… ¿qué se cantaba allí? Se cantaba el himno, Els segadors, porque aún se vivía lo más intenso de la etapa reivindicatoria.
Pero eran los integrantes del orfeó catalanes demasiado de pro, es decir conservadores. Así que duré poco, me miraban mal. Esos catalanes no nos gustaban nada. Eran pijos (chetos conservadores, podría traducirse) cuyas familias seguramente votaban a la derecha catalana: Convergencia i Unió. Momento oportuno para decir que siempre y seguramente hasta hoy, entre esa derecha catalana y Madrid hubo un duelo de tahúres, de burguesías especuladoras. Y que ese duelo de tahúres algún peso debe tener en lo que está pasando hoy en Cataluña. Lo digo a pura intuición y no a información.
No importa esto ahora tanto. Importa que nosotros, los sudacas exiliados (los uruguayos repartían bombonas de gas, es decir garrafas puestas en camiones) éramos sensibles a la cuestión catalana acaso por una traslación elemental: el pueblo catalán había sufrido opresiones varias y bien pesadas con el franquismo y mucho antes del franquismo. De modo que era matemática la identificación porque éramos buenos. Si no te alcanzaba con la Historia y la ideología, tenía que alcanzarte con las fiestas populares barriales, las políticas (la Festa del Treball organizada por el PSUC, a la que iban bandas de rock de puta madre), el morfi ancestral, las Ramblas, los cantantes “de protesta”, los rincones de la ciudad que nos apropiábamos, las tradiciones, las masías en los Pirineos y no solo en los Pirineos, la Cataluña profunda y umbría, las iglesias hermosas románicas y góticas, las comunas ácratas que eran en realidad viejos y enormes departamentos en los que antes que Bakunin se acudía a la doctrina del porro, el Mediterráneo y las tapas, las ruinas romanas, las catalanas feministas, Gaudí, el mercado de la Boquería, la serie de novelas de Pepe Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán.
Éramos jóvenes, eran años de formación, en la juventud todo se vive con mayor intensidad. Y como para colmo veníamos de nuestras propias épicas (o porque acaso veníamos de la ominosa derrota) cantábamos Els Segadors con alto entusiasmo. Ahora que lo pienso pudimos cantar els segadors, qué grande sos, els segadors, cuanto valés, pero no se nos ocurrió.
No tengo la más puta idea de cómo van a evolucionar las cosas allá pero sí que son gravísimas y supongo que hacen a la hijoputización global que atravesamos. No sé si votaría independencia si pudiera votar allá (tengo un pasaporte español vencidísimo que no sé para qué sirve). Creo que me identifico con algo que escribió acá en Socompa Andy Ehrenhaus, con mucha más gracia, que votaría una u otra opción mientras los eventuales gobernantes fueran copados (¿de izquierda?) y no meros tahúres o aventureros políticos. Pero dijo el otro sudaca residente en la Cataluña profunda, acá en Socompa, Raúl Carlevaro, que no hay solo utilización política desde arriba sino un movimiento social y cultural venido de abajo y hace tiempo.
No lo sé. Escribí estas líneas no para hacer periodismo político sino para acercarles algunas vivencias. Contra Macri tampoco sé o no sé lo suficiente. Pero para eso también inventamos Socompa. Para compartir las propias dudas y contenernos y no para vender espejitos de colores y grandes certezas, cosa que hace muy bien el otro periodismo.