De lo que habla entre muchas cosas la guerra en Ucrania es de la ausencia de un movimiento político-social a escala mundial que exprese una posición democrática, pacifista, de avanzada e independiente de los grandes poderes económicos, mediáticos y de los imperialismos.

Quien empieza una guerra suele anunciar que solo durará unos días o apenas unas semanas, pero cuando una guerra empieza nadie sabe cuándo va acabar. Dos meses después de la invasión de Ucrania la barbarie sigue bien presente: miles de muertos, ciudades destruidas, matanzas indiscriminadas, millones de desplazados y la economía mundial en otra grave recaída. El campo de batalla está en Ucrania, pero esta guerra se juega en muchos frentes y todo indica que puede agudizarse el enfrentamiento entre los diferentes intereses imperialistas. Nadie se puede librar de ella porque lo está determinando todo.

Frente a esta barbarie se alza la valentía del pueblo que se opone al invasor, la osadía de los rusos que se enfrentan a su gobierno, la solidaridad que recorre el mundo, las redes de apoyo, tanto para acoger a los desplazados como para ayudar por todos los medios posibles a los combatientes y las redes sindicales y solidarias con los sindicalistas y las izquierdas ucranianas. Lo que se echa a faltar, y hay que construir, son las voces y las fuerzas políticas, sindicales y sociales que expresen una posición independiente de la de los poderosos, un movimiento que exprese las exigencias democráticas y sociales a favor de la paz y de un nuevo mundo sin guerras ni explotación.

En un anterior artículo publicado en Sin Permiso ya debatimos sobre los diferentes análisis del conflicto. Unos se agarran al recuerdo de lo que fue la URSS, lo identifican con la actual política de Putin y consideran que la OTAN y el imperialismo americano serían los responsables al acosar a Rusia. No es difícil encontrar opiniones que presentan a Ucrania como un maléfico instrumento de Estados Unidos y la OTAN. Es de suponer que para ellos la resistencia del pueblo ucraniano también forma parte de la conspiración imperialista. Pretender identificar una posición de izquierdas con las atrocidades de la guerra iniciada por Putin es un daño enorme para la causa de la democracia y el socialismo.

Otros sectores de las izquierdas solo ven la agresión de Putin, y para defenderse aceptarían ponerse bajo el paraguas de la OTAN (o sea, bajo la dirección del imperialismo americano). Para defenderse del imperialismo ruso no se necesita caer en los brazos de la OTAN, cuyos intereses nada tienen que ver con los de los pueblos y los trabajadores y trabajadoras.

Sobre guerras e invasiones

La invasión de Putin es una guerra de agresión imperialista. Sin condiciones. Tiene el objetivo de apoderarse de una parte del territorio y adueñarse de sus medios de producción. Poco le importa si para eso tiene que destruir el país (hay informes que indican que Ucrania perderá el 45% de su PIB) o matar a miles de personas. Incluso quienes opinan que la invasión es una respuesta al cerco de la OTAN no pueden obviar el carácter de agresión imperialista.

En ese sentido, no hay diferencia sustancial con las invasiones de Irak o Afganistán. No fue muy diferente en Bagdad o en Kabul que ahora en Kiev. Tienen el mismo o parecido patrón: control de recursos, defensa de zona de influencia o presión frente a otros competidores. En la mayoría de las ocasiones el responsable fue el imperialismo americano y lo denunciamos enérgicamente y con manifestaciones masivas por todo el mundo. No hay ninguna duda de que la extensión y agresividad del imperialismo americano gana de lejos a todos los demás, pero eso no obvia la denuncia de la agresión rusa. No hay un único imperialismo. En todo caso, hay unos más fuertes que otros. Francia, un imperialismo venido a menos, sigue manteniendo su presencia imperialista en África. Gran Bretaña, la antaño primera potencia, sigue ejerciendo su papel, aunque la mayoría de las veces como complemento de Estados Unidos. El listado de invasiones, agresiones o intervenciones es el hilo de la historia de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Es la historia del imperialismo, que significa la concentración del capital en muy pocas manos, la conquista y saqueo de terceros países y guerras mundiales cuando las potencias se han enfrentado entre ellas en su disputa por el reparto del mundo. Una paz real y duradera es incompatible con el sistema capitalista.

La novedad, por expresarlo de alguna manera, es que han aparecido nuevos actores, Rusia y China, que ponen en cuestión el dominio norteamericano. Estos nuevos actores tienen que conquistar su espacio vital y económico y, al mismo tiempo, defenderse del principal imperialismo, el americano.

Esta clarificación es imprescindible en el debate que hay en las izquierdas. Algunas casi, o sin casi, interpretan la invasión de Ucrania como una responsabilidad de la OTAN por su cerco a Rusia y, quieran o no, acaban siendo cómplices de la política de Putin. Para barnizar un poco su posición extrapolan las posiciones del gobierno Zelensky para presentarlo como un nazi y, sobre todo, para negar el derecho de Ucrania a su independencia. También entre las izquierdas, especialmente la de países cercanos a Rusia o que se ven amenazados por ella, cierran los ojos y aceptarían la intervención de la OTAN como medio para defenderse de la agresión rusa.

De una manera u otra, ambas posiciones se sitúan detrás de alguno de los bandos imperialistas y, por lo tanto, no ayudan a crear una posición que represente las necesidades de los pueblos y las clases trabajadoras diferenciada de los intereses económicos, políticos y militares de los imperialismos. Una posición que debería exigir la retirada de las tropas invasoras; el derecho de los ucranianos a defenderse por todos los medios que consideren; la defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos; la disolución del bloque militar que representa la OTAN; la denuncia de la militarización y del aumento del gasto militar e inversiones en políticas sociales.

La tradición internacionalista

La solidaridad internacionalista representa la tradición democrática y socialista y tiene una larga y profunda historia que es necesario recuperar y actualizar. En los momentos de crisis esa tradición se distinguió por definir una posición independiente de los gobiernos y por ser la expresión de camaradería entre las clases trabajadoras de los diferentes países.

Podríamos situar el inicio de ese hilo en la Comuna de París de 1871. Este levantamiento obrero y popular fue la respuesta a la invasión alemana y a la traición de su propia burguesía, que prefería pactar con los agresores por miedo a las clases trabajadoras. Los comuneros declararon que sus enemigos no eran los soldados alemanes sino su gobierno y cuando vieron que su propia burguesía les traicionaba no dudaron en insurreccionarse y proclamar la Comuna. Y así eligieron el primer gobierno de los trabajadores y se convirtieron en una guía para toda Francia y un ejemplo para la clase obrera internacional. Esa tradición se mantuvo hasta la Primera Guerra Mundial. El movimiento socialista aprobaba en el congreso de Basilea de 1912 la siguiente resolución: “Si existe la amenaza de que estalle la guerra, es obligación de la clase obrera y de sus representantes parlamentarios de los países afectados […] hacer toda clase de esfuerzos para evitar la guerra por todos los medios que parezcan efectivos […] En caso de que a pesar de todo estalle la guerra, es su obligación intervenir a fin de ponerle término en seguida, y con toda su fuerza aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista”.

Lamentablemente, al inicio de la Guerra de 1914 la mayoría de los socialistas se colocaron detrás de sus propias burguesías y colaboraron activamente en el enfrentamiento militar entre los trabajadores de los países en conflicto. Una minoría (Trotsky escribió que “todos los internacionalistas del mundo pudieran caber en cuatro coches”) mantuvo la tradición revolucionaria, denunció el carácter imperialista de la guerra, no se situó detrás de sus gobiernos (uno de sus lemas fue “el enemigo está en nuestro propio país”) y luchó para agitar y precipitar la caída de los gobiernos capitalistas. Un proceso revolucionario recorrió toda Europa y, siguiendo el ejemplo de la Comuna de París, la clase obrera rusa tomó el poder. Fueron capaces de levantar una alternativa de las clases trabajadoras que ligaba la lucha por la paz a la lucha contra el capitalismo y la opresión.

En muchos otros momentos el internacionalismo ha sido la expresión de la solidaridad internacional con los pueblos que luchan contra la opresión. Lo fueron las Brigadas Internacionales en apoyo a la república y a la revolución en España, o la solidaridad con Vietnam en los años 60 del siglo pasado, o la solidaridad con la Nicaragua sandinista y tantas otras luchas de emancipación nacional y social.

Democracia y oligarcas

En toda guerra además de la lucha por la información y la desinformación, hay una lucha por el relato y las ideas que puedan movilizar, o neutralizar, a la población. Quién es más hipócrita para ocultar sus verdaderas intenciones también forma parte de la guerra. Solo hacía falta escuchar al presidente norteamericano Biden decir que la guerra de Ucrania es la lucha entre la democracia y los oligarcas. El presidente del país con más oligarcas del mundo, con las mayores fortunas, quien domina los instrumentos básicos de la economía capitalista y con el mayor aparato militar del globo, de un país que no ha dudado en eliminar la democracia mediante golpes de estado o asesinatos, pretende aparece como el defensor de la democracia. Tamaña hipocresía es difícil de superar.

En todo caso, habría que decir que es una guerra entre los oligarcas rusos y los oligarcas norteamericanos en el territorio de Ucrania. Unos invaden el país y otros esperan, más o menos agazapados, para sacar buenas rentas del conflicto. Mientras, la Unión Europea solo juega un papel de comparsa, que nada tiene que ver con la democracia.

La invasión nos transmite imágenes desgarradoras, fosas comunes, asesinatos a sangre fría, ciudades destruidas y se monta una gran campaña para acusar a Putin de cometer crímenes de lesa humanidad. Con toda razón. Pero la lista debería ser larga. Bush, Blair y Aznar hicieron creer que en Irak había unas supuestas “armas de destrucción masiva”, pero las armas no aparecieron y lo que quedó son miles de muertes, un país destrozado y las torturas en las cárceles iraquíes con los soldados norteamericanos mostrando sus “trofeos”. También ellos deberían pasar por el Tribunal Internacional de La Haya.

Otro mundo es posible

Esta guerra es también una expresión de la crisis de la globalización y de las enormes dificultades por la que atraviesa el sistema capitalista. De la misma manera que hay que actualizar la tradición solidaria e internacionalista hay que recuperar la idea del movimiento antiglobalización de que otro mundo es posible, y cada vez más urgente y necesario. La paz solo podrá ser duradera si está ligada a la lucha contra este sistema y a la defensa de la vida, del empleo, de la vivienda y del futuro de la mayoría.

Por eso es tan imprescindible la confluencia en un amplio movimiento alternativo de fuerzas políticas, sindicales, feministas, de los movimientos sociales que represente una voz distinta y unas propuestas diferencias de cualquiera de los bandos imperialistas. Los derechos, las libertades, unas condiciones de vida y de trabajo dignas sólo serán posible si frente al bloque de los poderosos logramos levantar un bloque de los pueblos y los oprimidos. Ya conocemos lo que nos depara el imperialismo y sus gobiernos en cualquiera de sus vertientes.

Ese movimiento se expresa ahora a través de las campañas de solidaridad, de protestas contra la guerra, de numerosas acciones sindicales de apoyo, de relación entre las izquierdas del este y del oeste y de una red europea de solidaridad que ya agrupa a unas 178 organizaciones de toda Europa. Los objetivos de esa confluencia pueden empezar por lo que el mismo movimiento está planteando: la defensa de Ucrania y su derecho a defenderse; la disolución de la OTAN; la defensa del derecho de autodeterminación; combatir la militarización y exigir mayores inversiones sociales. No es solo la lucha contra la guerra, es también la lucha por una existencia digna. Estas exigencias no caerán del cielo, implica la movilización solidaria internacional, estrechar relaciones entre los pueblos, luchar contra los actuales gobiernos y abrir una perspectiva de una Europa de pueblos libres desde el Atlántico a los Urales, que rompa con la división entre este y oeste.

Tras el inicio de la Primera Guerra Mundial se reunieron en la localidad suiza de Zimmerwald unos cuantos representantes socialistas revolucionarios que se oponían a la guerra. Fue el punto de partida del movimiento internacionalista que tras los desastres de la guerra puso en jaque a los imperios de la época. Algo de ese estilo y con ese espíritu necesitamos. Karl Liebneckt, el revolucionario alemán compañero de Rosa Luxemburg, lo expresó de esta manera: “Sólo una paz basada en la solidaridad internacional de la clase obrera y en la libertad de todos los pueblos puede ser una paz duradera. Por lo tanto, es el deber de los proletariados de todos los países llevar adelante durante la guerra una labor socialista común a favor de la paz”.

 

* Miguel Salas es miembro del comité de redacción de Sin Permiso.

Fuente: www.sinpermiso.info.

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