Lo que pasó en las elecciones chilenas se parece mucho a las nuestras. Especialistas en comunicación, campañas de terror, promesas que se sabe que no se han de cumplir. Con eso alcanzó para que Piñera se quedara con el triunfo en un país en el que vota menos de la mitad de la población.
Si algo caracteriza a la oleada de gobiernos de derecha en Latinoamérica es que dejaron de lado aquella vieja práctica de delegar la administración del país. Chile, en esto, no es la excepción.
Esto, con la seguridad de que aunque ciertos gobiernos denominados “progresistas” no compartieran totalmente sus fundamentos políticos, económicos, sociales ni sus valores, la idea era que no se llevaran a cabo las transformaciones estructurales, que pudiesen poner en peligro el dominio de los grandes grupos económicos de derecha. Tal como ha sido la realidad de gran parte de los países latinoamericanos, que suelen enfrentar la oposición activa y violenta de las derechas cuando estas no dirigen ni administran totalmente los países.
Chile, efectivamente, no es una excepción, ya que a través del amplio triunfo de Sebastián Piñera, en la segunda vuelta electoral, no sólo consolida el dominio económico del país por los grandes grupos económicos que sustentaban su candidatura, sino que suma la administración del Estado y la posibilidad de llevar adelante los cambios e incluso revertir aquellos que vayan en contra de los intereses del sector representado por el mandatario electo.
Un empresario multimillonario que vuelve a ocupar la presidencia del país sudamericano tras su primer período comprendido entre el 11 de marzo del año 2010 y el 11 de marzo del año 2014. Sólo un par de horas después del cierre de las 42.300 mesas electorales el 98,5% de las mesas escrutadas mostró la amplia diferencia entre ambos candidatos en una muestra de un sistema electoral que no suscita dudas respecto a su transparencia
La alegría en el comando era tan evidente, como sorpresivo el amplio margen que separó el 54,53% obtenido por Sebastián Piñera, con 3.782.085 de votos como abanderado de la derecha con su conglomerado Chile Vamos, obteniendo 850 mil votos más que en la primera vuelta. Muy lejos del 45,37% del candidato oficialista Alejandro Guillier de la Nueva Mayoría – 3.159.446 – cifra esta última que demostró que el ansiado proceso de trasvasijar votos de los ex candidatos presidenciales Beatriz Sánchez del Frente Amplio, Carolina Goic de la Democracia Cristiana y Marco Enríquez Ominami del PRO fueron simplemente un deseo no concretado. 630 mil votos separaron al candidato de Chile Vamos del candidato oficialista. Nuevamente, los pronósticos de las empresas encuestadoras y los propios analistas políticos fracasamos. No fuimos capaces de determinar que la elección no sería estrecha y no logramos visualizar la amplitud de la victoria derechista, no sólo en el plano de porcentaje, sino de su capacidad de sumar a sectores de la propia Nueva Mayoría.
Eje derechista en Latinoamérica
El balotaje en Chile, tras las elecciones de octubre pasado, que definieron que la presidencia sería competida entre Sebastián Piñera y Alejandro Guillier, volvió a mostrar un nivel de abstención preocupante con un 52% de ciudadanos con derecho a voto que no hicieron uso de su prerrogativa, dejando en mano de 7.006.393 votantes el manejo ejecutivo, que tendrá efectos para 17 millones de chilenos. Más aún cuando el triunfo de Sebastián Piñera avizora una continuidad del modelo político, económico y financiero del país, que estructuralmente no va a cambiar y que incluso hace temer un freno a varias reformas llevadas a cabo por la presidenta Bachelet en materia educativa, temas valóricos y tributarios.
Se augura, igualmente, que en el marco de las relaciones exteriores Piñera se sume con entusiasmo al arco derechista latinoamericano, que tiene representantes como Mauricio Macri de Argentina, el cuestionado Michel Temer de Brasil, el también cuestionado presidente del Perú Pedro Pablo Kuczynski cuyo Congreso inició un proceso para destituirlo por “incapacidad moral”. También Lenin Moreno de Ecuador que ha dado un viraje a la política ecuatoriana, tras el término de funciones del ex presidente Rafael Correa. A estos nombres se suman los del presidente colombiano Juan Manuel Santos y de México Enrique Peña Nieto.
Esa relación más estrecha entre presidentes derechistas significa malas noticias para los gobiernos de Bolivia, Venezuela y Cuba, principalmente, que verán incrementadas las presiones respecto a sus formas de gobierno y un alineamiento con Washington. No en balde la campaña de Piñera, para esta segunda vuelta, tuvo elementos de clara crítica al supuesto modelo político “izquierdista” representado por el oficialismo, señalando que si triunfaba Alejandro Guillier, Chile se transformaría en una nueva Venezuela. Una descabellada teoría surgida desde las oficinas de diseño comunicacional de Chile Vamos, utilizando para ello a personajes como la ex atleta y diputada electa por la derecha Erika Olivera, tarotistas que pronosticaban el triunfo del comunismo si llegaba Guillier al poder e incluso usando a inmigrantes venezolanos, que ofrecían sus testimonios como “victimas del socialismo” en su país y llamaban a votar por Piñera. Una campaña del terror que mereció la más amplia repulsa, pero que caló hondo en la masa de votantes derechistas, cuyo ADN parece estar dotado de un rechazo crónico a todo lo que huela a izquierda, unidos a los sectores dotados de menor educación y que suelen ser convocados por los cantos de sirena de la derecha, junto a aquellos indecisos que se volcaron a votar por Piñera. En el discurso del triunfo dado por el Sebastián Piñera en la noche del domingo 17 de diciembre, la multitud agolpada en la sede del comando derechista vociferó en múltiples oportunidades “Chile se salvó” dando cuenta que con el triunfo del candidato opositor, el modelo de Venezuela no se implementaría en Chile aunque ello fuese sólo un volador de luces para incautos.
En sus palabras el presidente electo reiteró sus promesas de campaña respecto a: dotar al país de mayores y mejores empleos, con mejores remuneraciones. Un país más justo y solidario, con pensiones justas – la pregunta es ¿cómo hacerlo frente a las enormes diferencias en torno a las empresas ligadas a la administración de los fondos de pensiones y que son de los mismos grupos que apoyan a Piñera? – Dar salud de calidad y educación de calidad – donde el tema de fortalecer el sector público de salud y ampliar la gratuidad en educación, tal como se prometió, será un elemento presente desde el primer día de su segundo período como gobernante – Combatir la delincuencia y el narcotráfico – que vuelve a plantear la interrogante del cómo lo hará si fracasó en su primer mandato. Piñera consignó, que sobre todo, iniciaría un nuevo y mejor trato con los adultos mayores, niños, mujeres y la clase media, con el mundo agrícola y el mundo rural, como también con el mundo de los pueblos originarios – en momentos que la represión contra el pueblo mapuche se acrecienta tanto en Chile como en la zona argentina.
Piñera expresó, que una de sus prioridades sería “alimentar el alma del país” dando cuenta con ello una de las diferencias más notorias que se tiene respecto al mundo oficialista en materias valóricas vinculadas al matrimonio igualitario, derechos reproductivos entre otros. Se comprometió a ser el presidente de la unidad, de todos y para todos los chilenos. Un mandatario centrado en el trabajo, el cambio, el progreso y sobre todo de la clase media y de las regiones del país. Terminó sus palabras al estilo estadounidense con un “Dios bendiga a Chile y a los chilenos”. Finalmente, fuimos testigos de meras expresiones de lugares comunes, sentido común llevado a su máxima expresión, frases desbordantes de deseos, palabras para la tribuna y sin sustancia alguna. Expresiones que a la derecha le da lo mismo si se cumplen o no, ese es otro cuento, se verá cuando ya ocupen el poder ejecutivo y si no se puede, ya habrá a quienes sindicar como responsables de no llevar a cabo las promesas efectuadas.
¿Cómo concretar estas promesas? Esa es la respuesta que tendrá su expresión a partir del 11 de marzo del año 2018 cuando comience el período presidencial de cuatro años y donde un Congreso fragmentado – donde la derecha no es mayoría – ofrecerá una dura batalla a las ideas legislativas del mandatario electo. Recordemos que la primera vuelta, que fue una elección general mostró, junto a nuevo sistema electoral, el aumento del número de diputados y senadores, que signó un parlamento sin mayorías claras y donde la posibilidad de contar con quórum calificados para ciertos cambios requerirá, necesariamente, la unión de los distintos conglomerados políticos. En ese marco el novel Frente Amplio tendrá un papel de movimiento bisagra con sus 21 diputados.
En la idea señalada y recordando lo sostenido en la primera vuelta sostuve que “el poder legislativo no tendrá muchas variaciones en el plano del cómo se definen las leyes en el país. En la Cámara baja, que elegía 155 curules, tenemos la novedad de un 15% – 21 diputados – de un conglomerado nuevo como es el Frente Amplio, que marcará presencia, que hará ruido, que será visible pero cuyos resultados serán sacrificados en la política de consensos que tanto daño ha hecho al país. A menos que la Fuerza de la Mayoría, decida da un paso ético y audaz muy distinto al que ha tenido hasta el momento y decidan unirse en una postura de cumplimiento de lo prometido y tantas veces traicionado. Toda una incógnita”
Una democracia frágil
El análisis de los medios de comunicación en Chile ha llenado sus horarios de noticias y explicaciones sobre el amplio triunfo de Piñera, destacando el aumento de votos con relación a la primera vuelta sin dar cuenta que el gran problema que enfrenta nuestro país en estas materias electorales es la calidad de la democracia representativa que se ha construido y donde sólo un 48% de su población acude a las urnas y define quiénes serán sus administradores por los próximos cuatro años. 7.100.000 ciudadanos – un 52% del total de electores – que se quedaron confortablemente en sus casas mientras que el 48% restante participó de esta ceremonia democrática. Esto debe preocuparnos y sin embargo se minimiza su relevancia en virtud de la cómoda crítica “sino participan no tienen derecho a opinar” ¿Es así de simple?
Hablar de éxito de una democracia como la chilena, con estos exiguos números de participación, es simplemente ocultar bajo la alfombra un tipo de política que ha fracasado y que necesita no sólo oxigenarse sino un nuevo nacimiento. No trabajar por ese camino es seguir marcando el paso y pensar que la democracia es el acto de signar un voto cada cuatro años. Tránsito penoso y estéril a la hora de pensar y llevar a cabo cambios profundos. Hay que estrechar esa diferencia entre ciudadanos y el mundo político y el manejo del Estado. Aminorar la desconfianza en la res – publica, lo que implica generar un nuevo contrato social que permita pensar el país más allá de las contiendas electorales y sumarnos a un proyecto con objetivos comunes, que nos convoque ampliamente en el plano interno pero también que nos sume en la defensa de aquellos que en el resto del mundo sufren la opresión, el abuso y las deshumanización.
La Sima existente entre ciudadanía y el sistema político, expresado concretamente con sus partidos políticos, debe revisarse y establecer un nuevo pacto. Uno que nos permita transitar de una sociedad individualista, a una donde los proyectos colectivos nos convoquen, donde seamos capaces de combatir a quienes nos oprimen en el país y a otros pueblos en el mundo, que lo mismo sea enfrentar al opresor local que aquel que pretende hacer del mundo su campo de dominio. Sólo con ese cambio de pensamiento, de moralidad, de forma de filosofar podemos imaginar un mundo mejor y no sólo asumir como una desesperanza aprendida que emitir un voto es la única alternativa. No existe decisión local que no tenga su correlato global.
Para algunos, como el mandatario electo “Vienen tiempos mejores” señalado en su campaña y reiterado al término de su discurso de la victoria. ¿Es posible o sólo será un eslogan más destinado a captar a incautos? No depende de él, sino de cada uno de nosotros, de los que votan y de aquellos que se quedan en su casa creyendo que las políticas implementadas no los alcanzará en su vida cotidiana. Depende de nosotros el exigir que se cumpla lo prometido o sino que sea la calle y la movilización social el recurso a utilizar para que las promesas sólo sigan siendo las baratijas de vidrio entregadas a pueblos incautos. Una sociedad se construye en común, lo demás es favorecer el dominio crónico sobre nuestros pueblos y esa debe ser la primera enseñanza de cualquier proceso electoral destinado a elegir a quienes ocupan los principales poderes de un país.