El cronista y escritor chileno Juan Cristóbal Peña explica que el relato sobre la revuelta debe inevitablemente incluir el perfil de “los muchachos que estuvieron en la primera línea batallando contra la policía”, y que el tiempo dará la perspectiva necesaria para escribirlo. Periodismo en tiempos de insurrección; el (esperado) fin de la democracia transicional en Chile; el poder de la movilización popular; el FPRM y el atentado fallido a Pinochet, temas de esta charla organizada por la Fundación de Periodismo Patagónico.

Octubre de 2019 quedará marcado a fuego en la historia de Chile. Y fuego no es un eufemismo. El fuego de las barricadas alumbró la elección de convencionales de mediados de mayo de 2021, en las que independiente y opositores, izquierdistas y mapuches, ganaron los comicios y se encaminan a trastocar definitivamente el espíritu y letra de la Constitución pinochetista.

Este proceso se escribió -y escribe- en las calles, y en centenares de publicaciones. Y será el tiempo el que sume crónicas con distancia, abarcativas, profundas. El tiempo y la sensibilidad en la mirada de los y las cronistas.

Juan Cristóbal Peña.

El escritor, periodista y cronista Juan Cristóbal Peña cree que “la crónica del estallido en Chile está por escribirse” y que ese relato debe incluir “el perfil de los muchachos que estuvieron en la primera línea luchando, batallando contra la policía”.

Director del Magíster en Escritura Narrativa de la Universidad Alberto Hurtado de Santiago de Chile y autor de los libros “Jóvenes pistoleros” (2019), “La secreta vida literaria de Augusto Pinochet” (2013), “Los fusileros” (2007) y “La vida en llamas” (2003), entre otros, Peña analiza en esta charla el rol periodístico durante la insurrección; las similitudes y diferencias entre los protagonistas de la revuelta y la izquierda tradicional; y el fin de la transición democrática.

El encuentro entre Peña y Santiago Rey -a través de una transmisión en vivo por Instagram- fue organizado por la Fundación de Periodismo Patagónico.

-Santiago Rey: ¿Cómo se narró desde el periodismo de Chile -o está narrando, porque es un proceso vivo y en construcción-, este momento histórico de ese país?

-JCP: Todavía se está narrando. Estamos en una especie de paréntesis motivado por la pandemia. Justamente cuando el año pasado, hacia marzo o abril, ocurre el cierre de la vida social, estaba todavía muy galopante el movimiento social, si bien había bajado un poco la intensidad. Justamente en esa suerte de resaca de cuando el mar se recoge, comenzaba a ocurrir el mejor momento para narrar lo que estaba siendo el estallido social.

Hay diferentes tiempos y afanes en el modo de cubrir. Hay un periodismo de urgencia y de denuncia más inmediato que tiene que funcionar y tiene que ocurrir, pero también a un modo de un tiempo más pausado que aborda fenómenos y los hechos con una mirada un poco más detenida, que me parece que es el mejor momento para narrar fenómenos como el ocurrido en Chile.

Me parece que la crónica del estallido está por escribirse. Me refiero, ya sea un libro, una crónica o un reportaje, un gran perfil, a que falta todavía una mirada que hable de lo universal del fenómeno pero que no sea el relato social absoluto. Tal vez un perfil en profundidad de uno de los muchachos que estuvieron en la primera línea luchando, batallando contra la policía. Hay cosas muy buenas igual, se han escrito piezas muy ejemplares, muy bien logradas, pero también tengo la impresión que de todavía falta mucho por narrar. En ese sentido, el tiempo es un gran aliado o un gran condicionante, la perspectiva del tiempo quiero decir, para narrar esos hechos ya no desde la urgencia.

-Si tuvieras que escribir vos esa gran crónica, ¿cuál sería tu cabeza de nota, tu título y tu bajada?, digo, sobre lo más importante de la revuelta de Chile.

-Yo creo que esto ofrece múltiples entradas. Sería muy arrogante y pretencioso (creer) que esto tiene una sola mirada o un solo rostro o un solo personaje. No me pongas en aprietos pidiéndome un título y una bajada en este momento sobre el fenómeno. Creo que una de las entradas muy interesante es una suerte de diario íntimo de gente común y corriente sobre cómo vivió el fenómeno desde diferentes lugares, y no hablo de lugares geográficos sino diferentes existencias. De qué manera recordamos esos días que eran de alguna forma imposibles, ¿no?, que jamás pensábamos que ocurrirían o que ocurrirían así, pero que deseábamos profundamente que ocurrieran. Hay motivación y deseo distintos entre la generación a la que pertenezco yo, que vivimos en dictadura y que esperábamos una democracia muy distinta a la que resultó, y por tanto esto fue como ‘vivimos para asistir a esa ruptura con la dictadura’ que estaba pendiente en los últimos 30 años; y los muchachos/as de 17, 18 o 20 años que tenían otros deseos, ímpetus, otras rabias internalizadas. Creo que uno de los relatos bellos de contar sería desde la intimidad de diferentes personas sobre lo que vimos y sobre lo que sentimos, en relación a lo que había sido nuestro pasado, nuestros padres y abuelos. Me refiero a un relato íntimo, casi epistolar, del estallido.

Otra entrada es la de quienes estuvieron en la calle, en el día a día, en la batalla más intensa. Ese relato no tiene una sola voz ni una voz unívoca o única, es una voz múltiple. Hay una gran pretensión de retratar quiénes eran esos muchachos que estaban en la calle luchando contra la policía con piedras, con hondas y molotov a veces, y con escudos. Ahí hay diversidad de vidas, de experiencias, no es un solo perfil el de la gente que estuvo en la calle.

Está pendiente o hay que retomar lo que es el relato sobre el horror y la violencia de agentes del Estado, de policías contra manifestantes. Hay bastante testimonios reunidos, pero me parece que todavía hay una gran oportunidad para darle perspectiva a lo que fue ese horror contado desde los cuarteles mismos, desde los buses policiales donde ocurrieron las golpizas, las vejaciones. Tenemos grandes relatos, diversos, pero creo que todavía falta mucho. Faltan perfiles a los victimarios, a los agentes del Estado.

-Que siempre es más difícil, siempre presenta una dificultad extra.

-Sin duda.

-En la Argentina tenemos un sistema de medios muy concentrado, oligopólico, unitario en el sentido de centralizado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y la mirada que tienen esos está cruzada por intereses económicos, empresariales, políticos. Entiendo que en Chile se da una situación parecida, que en cabeza de uno o dos grupos de medios se va buena parte de las audiencias. ¿Qué ha sucedido con la cobertura de estos medios, y qué con los más chicos, cooperativos, comunitarios?

Lo que pasó era lo predecible y probablemente lo que hubiera pasado en la Argentina, en cuanto a que los grandes medios estuvieron centrados en el discurso de la violencia, en condenar los hechos de violencia y aminorar o invisibilizar lo que eran los múltiples hechos de violencia policial, que quedaron en la historia como un capítulo horroroso de mutilaciones y golpizas, habituales, frecuentes, permanente contra manifestantes. La prensa masiva ligada a intereses empresariales y poderes económicos se alineó con un discurso que era bastante predecible sobre poner en segundo orden las demandas que impulsaban los actos de protesta. No así lo que fueron otros medios más pequeños que hicieron y siguen haciendo un trabajo sistemático de denuncia de lo que fueron esos hechos habituales y permanentes de represión durísima, que en la calle no se diferenciaba tanto de lo que había sido la dictadura. No había una policía política pero la policía uniformada se comportó de un modo muy similar a como se comportó la policía de Pinochet en los años ‘80, los años de las principales protestas contra la dictadura.

Por fortuna hay un antes y un después. No es que los medios grandes vinculados a grupos empresariales y a la derecha más conservadora y más pinochetista todavía, haya cambiado mayormente, pero el eje del país cambió y por tanto ya se mira con más respeto lo que son la manifestaciones y a los candidatos electos en la constituyente que vienen de la calle. Hay íconos que razonaron, surgieron y legitimaron durante los días de protesta social. Y eso en definitiva fue muy potente. Se sacó a la protesta de la marginalidad y asomó no solo gente de la calle sino también dirigentes sociales vinculados a lo medioambiental, a lo más poblacional, social, liderazgos que no estaba visibles. El establishment periodístico se ha visto obligado a prestarle la atención y el respeto que se merecen esos fenómenos que antes eran criminalizados o invisibilizados y por tanto relegados a una marginalidad, casi delictual y lúmpen.

-Es muy interesante también lo que sucedió con algunos personajes, pintorescos, de la primera línea, que ganaron, sobre todo a través de las redes sociales, un lugar de mucho reconocimiento. Sensual Spiderman, Tía Pikachu, por ejemplo. Se convirtieron en referentes.

-Sí. Entre las cosas que más me sorprenden de ese fenómeno es de qué manera hubo una ruptura con el discurso y los símbolos de la izquierda tradicional chilena y latinoamericana que estaba históricamente, desde la segunda mitad del siglo veinte, muy ligada a lo que era la impronta de la revolución cubana, que marcó a todo el continente, particularmente a Sudamérica. Ustedes en la Argentina lo saben muy bien, la figura del revolucionario representada por el Che Guevara. Eso se cortó. Hay un antes y un después porque hasta entonces era muy común que las organizaciones políticas y sociales de izquierda estuvieran ligadas a esa tradición, pero lo que luego se vio en el estallido social, en las calles, era otra cosa. Muy rara vez se veían banderas políticas de partidos tradicionales o íconos tradicionales de la izquierda. Los nuevos íconos venían del pop, con figuras como esta mujer que salió constituyente, Tía Pikachu, que era una transportista escolar que estaba tan hundida en la explotación y la miseria como tanta gente en Chile que se compró un traje Pikachu y partió a la calle y se convirtió en un ícono. Igual que otro personaje disfrazado de Spider Man, lo mismo que Pare Man que es un ícono de la primera línea. Es muy sorprendente eso, que se traduce también en otro tipo de discursos también que de alguna forma viene a renovar -y en mi opinión para bien- las reivindicaciones históricas del siglo veinte. Esto también está representado en las artes, esto no ha sido solo una explosión social política, sino cultural, explosión de artistas, de bandas, de graffiteros, y también una explosión que fue de la mano con narradores que venían de antes y comenzaron a madurar y que llegaron a contar lo que estaba ocurriendo en el país, con los recursos que había a mano. Es interesante mirar el fenómeno si lo hacemos desde el periodismo: cómo mucha gente se lanzó a la calle a narrar con sus propios medios y recursos.

-Ha habido transmisiones en vivo, que luego no se escribieron. Y son verdaderas crónicas de lo que estaba pasando en las calles.

-Sí, claro.

-Pensaba en tu trabajo sobre el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), reflejado en el libro Los fusileros y en Jóvenes pistoleros, en relación a los íconos de la izquierda del siglo veinte: también hay un corte con aquella experiencia más vinculada a la vanguardia, en contraposición de la masividad y espontaneidad de las experiencias callejeras de la reciente revuelta de Chile.

-Sí, hay paralelos y diferencias. Esta agrupación armada fue muy potente en Chile y estuvo cerca de rozar la gloria a través de acciones armadas que fueron muy arrojadas, entre ellas un atentado armado a la comitiva de Augusto Pinochet. Esa organización se nutría de jóvenes que tenían mucho ímpetu y veían bastante ya no el ejemplo de la Revolución Cubana sino el de la revolución Sandinista en Nicaragua, pero que hacían una suerte de escalafón -estamos hablando de jóvenes de 18 o 20 años- por medio del partido Comunista que tenía mucho arrastre a mitad de los años ‘80 en Chile. Algunos eran seleccionados y pasaban a formar parte de esta élite que eran los comandos armados que se constituyeron en torno al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. En relación a lo que ocurre a partir del estallido social de octubre de 2019, hay paralelos donde los muchachos que uno ve en la primera línea combatiendo tienen motivaciones similares porque de alguna forma sienten que están protagonizando algo histórico y que están por hacer historia. Que la historia de alguna forma está a la mano, que se está por lograr algo importante.

Es curioso pero parece muy voluntarista. Tú dices ‘qué sentido tiene estar combatiendo con la policía en muy desventajosas condiciones, con piedrazos, con bombas molotov cuanto más, con barricadas y escudos frente a una policía con todos los recursos y que siempre llevan las de ganar’, y a diferencia de lo que fue la experiencia de la guerrilla del FPMR en la época de Pinochet y en los primeros años de la transición a la democracia, estos muchachos de alguna forma tuvieron una recompensa popular en el resultado expresado en las urnas. Primero en el plebiscito y luego en las elecciones para la constituyente y alcaidías y gobernadores. También hay una suerte de reconocimiento social, de sentir que uno puede ser una suerte de héroe, vestirse de héroe porque no solo se está atacando a la policía sino que se está defendiendo a los manifestantes. Es algo parecido a lo que ocurría con las organizaciones armadas, pero con la diferencia que no había que hacer escalafón en un partido político, cualquiera podía entrar a combatir directamente a la calle, en un tumulto que era muy poco orgánico, muy poco militante en el sentido tradicional.

Hay ahí también un gran tema pendiente (en el periodismo): los perfiles de los muchachos que combatieron a diario en las calles, no solo de Santiago sino de todo el país.

-En relación a la película Matar a Pinochet, sobre esa emboscada fallida, me preguntaba si estuvo hecha en base a tu libro Los fusileros, si tuvieron contacto contigo, si el guion se basó en tu trabajo.

-Yo vendí los derechos de esa película, pero no tuve que ver en la realización, ni la estructura del guion, ni en nada. Vi las primeras versiones del guion y después hubo algo así como 12 o 15 versiones que yo ya no vi, y finalmente vi la última versión la que se estrenó. Me parece que es bastante distante a lo que es el libro, porque la película tiene una pretensión de mostrar a héroes, de reivindicar a este grupo de muchachos que formaron parte de la comitiva que atentó contra Agusuto Pinochet en 1986, y está bien, lo fueron, pero me parece que 30 años después o más, uno tiene que mostrar relatos más complejos, mostrar relatos donde también quede en evidencia la derrota, el papel de los jefes versus el papel del soldado, más los enfrentamientos y las intrigas internas, y es lo que yo traté de hacer en el libro. Si uno toma la historia de una agrupación armada de esos años, a esta altura capaz es un poco ingenuo idealizar en torno a miradas heroicas sobre todo de lo que fue una derrota política. Me parece a mí más interesante ver claroscuros y matices en esas organizaciones formadas por seres humanos, donde hubo gente que tenía mezquindades como todo ser humano y sus acciones fueron conducidas por pasiones humanas, por mezquindades, aciertos y errores, y por pasiones amorosas. Me parece más interesante esa mirada donde no es necesario únicamente un discurso reivindicativo ideológico donde uno se quede levantando el puño y diciendo ‘qué valientes que fueron estos muchachos’ y únicamente se dedique a victimizarlos.

Cuando ocurren hechos de violencia, lo que manda es la urgencia y por tanto la denuncia, pero con el tiempo uno empieza a ver claroscuros, empieza a ver esos matices, creo que hay que desprenderse de los compromisos, de esas banderas, para contar esos hechos, sin que eso signifique que uno no va a tener un punto de vista. Uno tiene que tener un punto de vista siempre, tiene que tener una mirada, tiene que contarlo desde algún lado, pero jamás desde la condescendencia.

-Evitar el panfleto…

-Ese es el punto. Evitar los relatos condescendientes y simplistas, por muy simpáticos que nos caigan los hechos y personajes.

-Parte de esa complejidad humana en torno a ese tema están reflejadas en Tengo miedo torero, con todas las libertades que (Pedro) Lemebel se daba y transmitía para narrar la circunstancia.

-Exactamente. Y ese libro y esa película remiten también a El beso de la mujer araña (libro de Manuel Puig), ¿no?, que pone en cuestión esa tradición del macho de izquierda frente a sus sentimientos, sus emociones.

-¿Las elecciones a convencionales constituyentes cierran el proceso de la transición de la democracia chilena?. ¿Es un punto de inflexión, de cierre de la bipolaridad electoral, de ruptura definitiva con la dictadura?

-Tiene toda la cara de parecerlo. Por fin. Treinta años, 31, de la transición a la democracia que comienza en Chile en marzo de 1990. Una democracia que se presentó ante el mundo como ejemplar, una democracia pacificada, pero esa pacificación fue a costa de muchos muertos y de mucho sacrificio, sepultando las demandas sociales y las libertades a cambio de gobernabilidad. Eso fue la democracia chilena, una tranza, donde se concedió la mantención de poderes de los grupos empresariales vinculados a la derecha, cómplices de la dictadura, y a los militares. Mantención de sus privilegios y sus poderes a cambio de gobernabilidad y de promesa de crecimiento económico que se suponía iba a chorrear a toda la población. Eso se mantuvo como un gran mito frente al mundo, como algo ejemplar, hasta que, en octubre de 2019 ya finalmente termina de reventar.

Respecto a la pregunta, me parece que sí, hasta ahora lo que se ha viso en los hechos, es que se le ha doblado la mano al poder, a las lógicas del poder con que se había administrado esa transición a la democracia ya sea por parte de grupos y partidos políticos de centroizquierda o de derecha, que fueron alternándose en el poder con una lógica de duopolio político. Finalmente esos dos grupos políticos fueron los grandes perjudicados y derrotados porque quedó en evidencia que pese a todo el poder económico y la influencia que siguen teniendo los medios de comunicación, no fueron suficiente para decidir la voluntad popular que se manifestó por cambios profundos, radicales, respecto a lo que venía siendo este pacto de la transición a la democracia.

Hay mucha esperanza con lo que vaya a pasar, no solo con esta constituyente sino también con la elección para renovar el parlamento y la presidencia.

Y este es un camino institucional y democrático. Es el fin de la transición y de la herencia de la dictadura. Muchos nunca creímos que íbamos a ver esto, un cambio de verdad. Es bien esperanzador y sorprendente lo que está pasando y lo que viene.

(Fuente: En Estos Días)

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