Como colofón a dos semanas que pusieron patas arriba la geopolítica del siglo XXI, Irán y China firmaron el 27 de marzo pasado un acuerdo estratégico que renueva el espíritu de Eurasia como entidad geohistórica y propende a restituir a Teherán su rol clave en Eurasia Central, que se remonta a los escitas y a las primeras caravanas de mercaderes que enlazaron Oriente y Occidente.
El evento no podría haber sido más espectacular. Luego del Quadrilateral Security Dialogue [1]; de la Cumbre 2+2 entre Estados Unidos y China en Alaska [2]; de la reunión entre los cancilleres de Rusia y China en Guangxi [3]; y de la cumbre de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN en Bruselas; la concreción de la Asociación Estratégica Sino-Iránica, anunciada hace cincos años durante la visita de Xi Jinping a Teherán, se convirtió en el evento geopolítico más importante del año. Un acontecimiento clave que desvela el nacimiento de un nuevo paradigma en las relaciones internacionales.
Fruto de numerosas conversaciones a puerta cerrada desde 2016, Teherán describe el acuerdo como “una hoja de ruta completa, con cláusulas políticas y económicas estratégicas que abarcan la cooperación comercial, económica y de transporte”. Se trata de un acuerdo win-win. Irán rompe el cerco de las sanciones estadounidenses e impulsa significativamente la inversión nacional en infraestructuras, mientras que China se asegura unas importaciones energéticas clave a largo plazo, algo que trata como una cuestión de seguridad nacional.
Si hay que identificar a un perdedor es sin duda la estrategia de “máxima presión” promovida por la administración Donald Trump contra todo lo relacionado con Irán. Como lo describió el profesor Mohammad Marandi de la Universidad de Teherán: “Es básicamente una hoja de ruta. Es especialmente importante en un momento en que la hostilidad de Estados Unidos hacia China está aumentando. El hecho de que viaje a Irán el Ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, y la firma del acuerdo haya tenido lugar días después de los sucesos de Alaska lo hace aún más significativo, simbólicamente hablando”.
El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Irán, Saeed Khatibzadeh, confirmó que el acuerdo es efectivamente una “hoja de ruta” para la cooperación comercial, económica y de transporte, con un “enfoque especial en los sectores privados de las dos partes”. Marandi señala que se trata de un “amplio acuerdo de lo que puede ocurrir entre Irán y China, puesto que Irán es rico en petróleo y gas, y es el único país productor de energía que puede decir ‘no’ a los estadounidenses y puede adoptar una postura independiente en sus asociaciones con otros, especialmente con China”.
En la actualidad, China es el mayor importador de petróleo iraní, y los acuerdos sortean el dólar estadounidense. Según Marandi, los chinos son cada vez más cautelosos con el comercio marítimo: “El incidente del Canal de Suez refuerza eso. A Irán le gustaría utilizar la nueva ruta de la seda que los chinos quieren desarrollar. Para Irán, el progreso económico de China es bastante importante, especialmente en los campos de la alta tecnología y la inteligencia artificial, que es algo que los iraníes también persiguen. Este es un momento muy apropiado para que Asia Occidental y Asia Oriental se acerquen. Los iraníes tienen gran influencia entre sus aliados en el Mediterráneo, el Mar Rojo, el Hindu Kush, Asia Central y el Golfo Pérsico, Irán es el socio ideal para China”.
En pocas palabras, desde el punto de vista de Pekín, la sorprendente saga del buque Evergreen en el Canal de Suez reitera ahora más que nunca la importancia crucial de los corredores terrestres de comercio y conectividad de la nueva ruta de la seda a través de Eurasia.
¿Acuerdo nuclear, qué acuerdo?
Wang Yi, al reunirse con Ali Larijani, el asesor especial del ayatolá Jamenei, lo enmarcó todo en una frase: “Irán decide de forma independiente sus relaciones con otros países y se diferencia de aquellos países que cambian de posición con una llamada telefónica”. El sellado de la alianza fue la culminación de un proceso de cinco años que incluyó frecuentes viajes diplomáticos y presidenciales, y que comenzó antes del interregnum de máxima presión de Trump.
Wang Yi, que mantiene una relación muy estrecha con el ministro de Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, volvió a subrayar que “las relaciones entre los dos países han alcanzado ahora el nivel de asociación estratégica” y “no se verán afectadas por la situación actual, sino que serán permanentes”. Zarif, por su parte, subrayó que Washington debería levantar todas las sanciones unilaterales y volver al acuerdo nuclear iraní tal y como se cerró en Viena en 2015. En términos de realpolitik, Zarif sabe que no va a suceder, teniendo en cuenta los ánimos que prevalecen dentro de la élite política estadounidense.
Pekín está articulando una sutil ofensiva de encanto en el suroeste de Asia. Antes de ir a Teherán, Wang Yi fue a Arabia Saudí y se reunió con el príncipe heredero Mohammed Bin Salman. El relato oficial es que China, como buen “socio pragmático”, apoya los pasos de Riad para diversificar su economía y “encontrar un camino de desarrollo que se ajuste a sus propias condiciones”. Sin embargo, no ha habido ninguna filtración respecto a la cuestión crucial: el papel del petróleo en la relación Pekín-Riyad. Tampoco sobre si China decidirá comprar petróleo saudí exclusivamente en yuanes.
¿Una nueva forma de entendimiento global?
Es absolutamente esencial situar la importancia del acuerdo Irán-China en un contexto histórico. El acuerdo contribuye en gran medida a renovar el espíritu de Eurasia como entidad geohistórica, o como lo enmarca el geopolítico francés Christian Grataloup, “un sistema de interrelaciones de un extremo a otro de Eurasia” que tiene lugar a través del nodo duro de la historia del mundo.
A través del concepto de la Nueva Ruta de la Seda, China está volviendo a conectar con la vasta región intermedia entre Asia y Europa, a través de la cual se tejieron las relaciones entre continentes mediante imperios más o menos duraderos como los persas, los grecorromanos y los árabes. No se debe pasar por alto que los persas, de manera crucial, fueron los primeros en desarrollar un papel creativo en Eurasia. Los iraníes del norte, durante el primer milenio a.C. eran la primera potencia en el núcleo estepario de Eurasia Central.
Históricamente, está bien establecido que los escitas constituyeron la primera nación nómada pastoril. Se apoderaron de la estepa occidental – como potencia principal -, mientras otros iranios esteparios se desplazaban hacia el Este, llegando hasta China. Los escitas no sólo eran guerreros fabulosos – como dice el mito – sino que, como describió Heródoto, eran comerciantes muy hábiles que conectaban Grecia con Persia y el este de Asia.
Así, se desarrolló una red de comercio internacional ultradinámico por tierra a través de Eurasia Central como consecuencia directa del impulso, entre otros, de escitas, sogdianos y los hsiung-nu – quienes siempre acosaban a los chinos en su frontera norte -. Las diferentes potencias de Eurasia Central, en diferentes épocas, siempre comerciaron con todos los que se encontraban en sus fronteras, estuvieran donde estuvieran, desde Europa hasta Asia Oriental.
Es posible que la dominación iraní de Eurasia Central hubiese comenzado ya en el año 1.600 a.C., cuando los indoeuropeos aparecieron en la alta Mesopotamia y en el mar Egeo, mientras que otros se fueron desplazando hasta India y China. Es objeto de consenso académico que el estilo de vida nómada a caballo fue desarrollado por los iraníes de la estepa a principios del primer milenio antes de Cristo. Fuentes académicas intachables respaldan la teoría [4].
Saltamos ahora a finales del primer siglo a.C., cuando Roma empezaba a recoger su preciada seda de Asia Oriental a través de múltiples intermediarios, lo que los historiadores describen como la primera Ruta de la Seda. Una historia fascinante presenta a un macedonio, Maes Titianos, que vivía en Antioquía, en la Siria romana, y organizó una caravana para que sus agentes llegaran más allá de Asia Central, hasta Seres (China) y su capital imperial, Chang’an. El viaje duró más de un año. Fue el precursor de los viajes de Marco Polo en el siglo XIII.
En realidad, Marco Polo siguió caminos y senderos muy conocidos desde hacía siglos, surcados por numerosas caravanas de mercaderes euroasiáticos. Hasta la caravana organizada por Titianos, Bactria – en el actual Afganistán – constituía el “limes” (límite, en latín) del mundo conocido para la Roma imperial, y la puerta giratoria, en términos de conectividad, entre China, India y Persia bajo los partos.
Una última anotación para ilustrar los “contactos de pueblo a pueblo”, algo central en el concepto de la nueva ruta de la seda: después del siglo III, el maniqueísmo – perseguido por el imperio romano – se desarrolló plenamente en Persia a lo largo de la Ruta de la Seda gracias a los comerciantes sogdianos. Del siglo VIII al IX se convirtió incluso en la religión oficial entre los uigures y llegó hasta China. Marco Polo conoció a los maniqueos en la corte de Yuan en el siglo XIII.
Gobernando el corazón de Asia
Las rutas de la seda fueron un magnífico vórtice de pueblos, religiones y culturas, algo que atestigua la excepcional colección de manuscritos maniqueos, zoroástricos, budistas y cristianos, escritos en chino, tibetano, sánscrito, siríaco, sogdiano, persa y uigur, descubiertos a principios del siglo XX en las grutas budistas de Dunhuang por los orientalistas europeos Aurel Stein y Paul Pelliot, quienes seguían los pasos del peregrino chino Xuanzang. En la subjetividad china, esto sigue muy vivo.
A estas alturas ya está consensuado que las rutas de la seda empezaron a desaparecer lentamente al cobrar protagonismo las rutas marítimas, que se extendieron de Occidente a Oriente desde finales del siglo XV. El golpe mortal llegó a finales del siglo XVII, cuando los rusos y los manchúes de China se repartieron Asia Central. La dinastía Qing destruyó el último imperio pastoral nómada, los Junghar, mientras que los rusos colonizaron la mayor parte de Eurasia Central. La economía de la Ruta de la Seda – la economía basada en el comercio del corazón (Heartland) de Eurasia – se derrumbó.
Ahora, con la enormemente ambiciosa Nueva Ruta de la Seda, China está invirtiendo en la expansión y la construcción de un espacio euroasiático de este a oeste. Desde el siglo XV – con el fin del Imperio Mongol de las estepas – el proceso fue siempre de Oeste a Este, y marítimo, impulsado por el colonialismo occidental. La asociación China-Irán tiene el potencial de convertirse en el emblema de un fenómeno global de alcance similar al de empresas coloniales occidentales de los siglos XV al XX.
Desde el punto de vista geoeconómico, China está consolidando un primer paso para afianzar su papel de constructor y renovador de infraestructuras. El siguiente paso es consolidar su papel en la gestión. Todo el aparato conceptual de “dominar las olas” [5] está siendo superado. China pudo haber sido una potencia Rimland – exhausta – hasta mediados del siglo XX. Ahora, se posiciona claramente como una potencia del Heartland, al lado de Rusia, su primer socio estratégico, y al lado de su otro socio estratégico, quien resultó ser nada menos que la primera potencia euroasiática de la historia: Irán.
Notas
[1] El QUAD es una plataforma que integran India, Estados Unidos, Australia y Japón. Los temas centrales tratados en la reunión del 12 de marzo pasado fueron seguridad, la libre navegación en el Indo-Pacífico, las cadenas de suministro alternativas a China, la recuperación pospandémica, las tecnologías emergentes y el cambio climático.
[2] Se desarrolló los días 18 y 19 de marzo en medio de acusaciones cruzadas entre las principales figuras de ambos gobiernos. El tono de confrontación de la cumbre casi no encuentra antecedentes recientes. Según los analistas, las relaciones sino-estadounidenses atraviesan el punto más bajo desde que ambos países formalizaron su vínculo diplomático en 1979.
[3] Los ministros de Relaciones Exteriores de china, Wang Yi, y de Rusia, Sergei Lavrov, alcanzaron nuevos consensos estratégicos en la región autónoma de la etnia zhuang de Guangxi, en el sur de China.
[4] Nicola di Cosmo en Ancient China and Its Enemies: The Rise of Nomadic Power in East Asian History (Cambridge University Press).
[5] Se conoce como “dominar las olas” al enfoque geopolítico del contralmirante Alfred Thayer Mahan, que consiste en que Estados Unidos debía establecer una supremacía naval en todos los mares del mundo. Su propuesta política enlazó la Doctrina Monroe con el Big Stick del presidente Theodore Roosevelt y amplió la doctrina del Destino Manifiesto, originalmente orientada hacia las Américas a la que convierte en una formulación para el mundo.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en el sitio web de The Saker el 29 de marzo de 2021 y reproducido por Misión Verdad. La traducción fue realizada por Eli Casas.
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