En las últimas elecciones regionales de Madrid arrasó una de esas figuras de (esta) época, presuntamente inclasificables, gritona, con el lema “comunismo o libertad”. Es de esas fuerzas desatadas, “sin ideología” aunque sea puro Partido Popular, capaz de equiparar en su blietzkrieg la Fiesta del Orgullo Gay con las corridas de toros, ambas como muestra presunta de alguna españolidad al palo.
Ahí va eso: Isabel (Ayuso) nació el 17 de octubre de 1978. Que cada cual la procese toda esa información idiosincrática como pueda y quiera. Lo que es a mí, me cuesta horrores no verla y pensar en la Arrimadas (N. del E., casi del Traductor: por Inés Arrimadas, presidenta del partido Ciudadanos, originario de Barcelona y opuesto a lo que llaman “el nacionalismo obligatorio” catalán) y viceversa. Curiosamente las dos tienen las mismas iniciales, IA (¿inteligencia artificial?). Aunque Arrimadas es apenas dos años más joven, fue ella la precursora del look, la gestalt, la oralidad y el desparpajo con toque femenino, una forma muy hispana de joven mujer que promete más sinceridad que cautela, sin alcurnia, sin grandes modales, casi frágil a la vista y, por eso, no exenta de dureza y pundonor. Puesto que la una empezó a alborar cuando la otra atardecía, no es descabellado pensar que son una y la misma. O –más fácil, más probable, menos zarpado– que ambas son parte de una misma cosa. El fenómeno IA.
Es lícito, por tanto, hablar de una y otra indistintamente. Incluso, para ir aún más lejos, también se parecen los hombres jóvenes que las avalaron políticamente y que, ahora, han quedado a su sombra, uno ya del todo, el otro en camino: Rivera (ex líder de Ciudadanos) no es muy distinto de Casado (¿líder del PP?), en variados aspectos. Por ejemplo, tienen una edad muy similar; de hecho, y aunque ambos son menores que sus prohijadas, las tratan patrimonialmente, como si, en los aspectos políticos que importan, las más chicas fueran ellas. Ellos les dieron la alternativa taurina, ellos les cedieron protagonismo, ellos las defendieron ante los halcones de sus partidos. Al menos, hasta cierto punto; ahora las temen o deberían. Porque, aunque Arrimadas parezca haberse desarrimado casi definitivamente, el fenómeno IA le da vida, la prolonga, la preparara para, si se diera el caso, una alternatiova alternada, una carrera de alterne, una dinámica de “quitate tú pa ponerme yo” hasta que el cuerpo les aguante. Inés, Isabel, Isabelita, Inés.
En la cresta
Pero ahora, tras las elecciones en Madriz, la que surfea la cresta de la ola electoral es Isa, o Isabel Ayuso. Veamos sobre qué tabla, en qué mar, ante qué playa. La tabla es de skater poligonero duro, con calcomanías de toros y banderas de España. La playa es la España ideológica de siempre, la de los dos gallos y el estigma de la europeidad limítrofe. El mar es el de la pospandemia, que es lo mismo que decir el de la cronificación de lo inesperado. Ayuso se ha encargado de subrayar, de vociferar casi, que hay una pandemia dentro de otra, que la social es peor que la sanitaria, que la pobreza es más peligrosa que el bicho. Parece un argumento populista pero no lo es: es el argumento del liberalismo desatado. La consigna de guerra de Isabel durante la campaña fue “comunismo o libertad” primero (cuando se trataba de demonizar a Iglesias) y “sanchismo o libertad” después, cuando flirteó con la idea de proyectar su silueta sobre todo el mapa de España. ¿Todo? Bueno, todo no. Hay regiones donde ya descuartizaron a su gemela política y la descuartizarían a ella también. Catalunya, Euskadi.
En cualquier caso, en nombre de esa libertad (de oportunidades comerciales, de inversiones bonificadas fiscalmente, de privatización sanitaria y educativa, de información trucha o barata o posverídica) Isabel le dio pista libre también al bicho, cuyo dinamismo, osadía y ambición tal vez la deslumbran.
Madrid –si pudiéramos personalizarla y darle una entidad más o menos homogénea– lejos de recriminarle la liberalidad irresponsable, se la festejó. Su triunfo fue arrasador. Tanto que ella misma se ocupó, al día siguiente de los comicios, de aclarar que se sabía recipiente de muchos votos prestados. ¿Ah, sí?, le preguntó el periodismo, ¿prestados de quién? Isabel, con esa IA que la caracteriza, respondió inalterable: de toda clase de electores, de todas las edades e ideologías. Y para demostrarlo empíricamente no dudó en bajar al Averno LGTBI+ que se abre en algunos portales del barrio de Chueca y recibir, también ahí, un baño de multitudes con el barbijo puesto a medias.
No sé si la homosexualidad y demás movidas de género son ideologías (más bien estoy seguro de que no lo son para nada) pero la jugada le salió redonda, porque defendió de paso la madrileñéz de la Marcha del Orgullo Gay, a la que equiparó alegremente, en tanto rito cultural, con la Fiesta de los Toros y otros epifenómenos de la españolidad al palo. Presumir de falta de ideología es, ya lo sabemos, un sumum ideológico y eso, ese sincretismo de batalla, es una de las artes que la derecha [NOTA: la derecha no es exclusiva de la derecha, también la izquierda la tiene] mejor domina; tomemos por caso ese otro fenómeno, esta vez unicista, que es Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos (no muy lejana en edad a las IA), quizás la más anideóloga del no-ideologicismo del Partido Popular, a la que solo le frenó la carrera la pátina argenta a la que no supo renunciar. Y no es la única compatriota que sobrevuela la política peninsular.
Madrid, más que liberal
En cualquier caso, y más allá de consideraciones folclóricas o antropológicas (aunque debería, no puedo decir ginecológicas porque el estudio de las mujeres nos remite a la biología, con mucho a la psicología, mientras que el de los hombres abarca esos y todos los otros campos imaginables), el tema Ayuso tiene un trasfondo bastante más prosaico: Madrid no es que sea liberal en sus costumbres y usos, en su laxitud cívica, en sus facilidades para el consumo de ocio, sino, por encima de todo, en su política fiscal. Es la comunidad menos imponible de España. Algo que influyó mucho, y de manera sangrante, en el éxodo de empresas catalanas durante la crisis del artículo 155 y la pseudo militarización del procés autonomista català (2017), muchas de las cuales no relocalizaron su fiscalidad en Catalunya cuando la situación se “normalizó”. Pero ese es otro tema. Como también lo es el impacto simbólico del flamante corte de pelo de Pablo Iglesias (tras “dejo la política”), en una suerte de revisión cañí del mito de Sansón y Dalila. Y cierto es que no hablamos de Vox. Mejor, porque después tendría que correr a lavarme la boca con Puloil.