El golpe es contra un presidente pero también contra una Constitución que reconoce 36 nacionalidades distintas dentro del mismo estado. En sentido contrario, el emblema del comité cívico de Santa Cruz de la Sierra es una cruz potenzada, como la que utilizaban los cruzados.
La escena de la senadora Jeanine Añez Chávez entrando a la casa de gobierno con una enorme Biblia en la mano refleja mejor que mil palabras de qué viene el golpe en Bolivia. “”La Biblia vuelve a Palacio”, dijo la autoproclamada presidente interina del país andino. Se trata de la misma mujer que en 2013 había posteado un tuit -que se apresuró a borrar de su cuenta en la red social- en que afirmaba así, con graves problemas de puntuación: “Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas, la ciudad no es para los indios que se vayan al altiplano o al chaco!!”.
El golpe del 10 N no fue contra Evo Morales Ayma, o no fue solo contra él. Es un golpe racial que de la mano de la Biblia pretende regresar a 1492. Pero no fue dado solamente por la ultraderecha del oriente boliviano, encarnada en esta ocasión por Luis Fernando Camacho, un rico heredero de una empresa gasífera nacionalizada por el presidente derrocado. Fue un ataque racial a escala mundial que se pudo ver en el debate en los medios de todo el mundo sobre si fue o no un golpe y se reveló en toda su intensidad en el derrotero que tuvo que hacer el avión que trasladó a Morales a México, el único país que parece haber ofrecido asilo para el dirigente cocalero, perseguido y en peligro de muerte ante el fanatismo de sus perseguidores.
Fue el canciller del gobierno de Andrés Manuel López Obrador el que se apersonó al Palacio Nacional para responder a los periodistas que cada mañana van a la conferencia de prensa que ofrece el mandatario y estaban ávidos de detalles sobre la actitud del nuevo gobierno de ese país ante el caso.
Frente a no menos de un centenar de comunicadores de prensa, Marcelo Ebrard, ex alcalde de la ciudad de México y uno de los cuadros más importantes del partido Morena, explicó con la parsimonia a que obliga el tono de AMLO las dificultades para trasladar a Morales desde el aeropuerto de Cochabamba hasta el país azteca.
México dio asilo a Evo a las pocas horas de la renuncia del presidente, que se había refugiado en algún lugar no revelado del Chapare, donde comenzó su carrera como dirigente de los plantadores de coca y donde tendría protección de sus pares. A esa altura, ya habían quemado su casa, la de su hermana y los grupos armados que se dedicaron a amenazar y atacar a partidarios del MAS iban por más, sin que nadie les pusiera freno.
El gobierno de AMLO puso a disposición un avión de la Fuerza Aérea de México pero debió cumplir con los protocolos de vuelo necesarios, que Ebrard detalló concienzudamente. La aeronave partió con rumbo a Chimore, la estación aérea de Cochabamba, y pidió permiso a las autoridades peruanas para reabastecerse en Lima. El permiso le fue otorgado de inmediato a pedido de México pero también del presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, quien como parte de su campaña electoral se había entrevistado con Martín Vizcarra en setiembre pasado. Poco antes había visitado a Evo Morales en La Paz.
“La aeronave bajó en Lima, Perú, y tuvo que esperar para solicitar los permisos correspondientes, algo muy complejo por la situación en que no se sabe quién decide qué”, señaló Ebrard desde el salón del Palacio Nacional.
“Se otorgó el permiso y cuando llegaron a Bolivia les dijeron que no era válido y no podían llegar, tuvieron que retornar a Lima y esperar varias horas, pero gracias a la intervención de nuestra embajadora, subsecretario y un servidor gestionamos un permiso con el comando (militar), lo que demuestra quién tiene la fuerza ahí”, abundó el canciller mexicano.
Finalmente, Evo Morales subió al Gulfstream GV-SP G550 matrícula XC-LOK y ahí sucedió otro percance: el aeropuerto de Lima ya no aceptaba que bajara para otra recarga de combustible alegando “decisiones políticas”. Otra gestión de Fernández logró que el presidente paraguayo Mario Abdo Benítez aceptara una escala técnica. Para entonces, “quien tiene la fuerza” en Bolivia negaba la partida de la aeronave. Vuelta a negociaciones aceleradas ante el temor de que las bandas neonazis llegaran antes.
Con cautela, Breard dijo que pudieron salir a Paraguay, pero luego vendría la otra parte de la odisea andina. Había que negociar con Brasil para atravesar un pequeño tramo de su espacio aéreo, cosa que se logró con el tiempo justo. Ecuador también negó permiso, de modo que cruzaron “por un milimétrico espacio” sobre la frontera peruano-ecuatoriana, para salir al océano, donde rigen la leyes internacionales.
Parecía que Evo Morales tuviera algún tipo de enfermedad contagiosa. Sin embargo hasta hoy no está acusado de ningún delito, no está prófugo de la justicia de ningún país ni está en ninguna lista de violadores de Derechos Humanos.
Escala en Viena
No era la primera vez que Evo Morales sufría este tipo de humillaciones, inéditas para un dirigente político de su envergadura. El 3 de julio de 2013 el mandatario boliviano regresaba a su país luego de una cumbre de exportadores de gas en Moscú. El analista de la CIA Edward Snowden se había refugiado en la capital rusa luego de quedar en la mira de los servicios estadounidenses por haber revelado cómo las agencias de esa potencia espiaban a todo el mundo en todo el mundo mediante programas informáticos.
El presidente Barack Obama, que había asumido cuatro años antes con la promesa de transparencia y de sacar a EEUU de las guerras en Medio Oriente, ya había demostrado que el Nobel de la Paz de 2009 había sido una impostura del Comité Noruego que otorga el premio.
Alguien filtró que Morales le iba a dar asilo a Snowden en Bolivia, como un año antes había hecho Rafael Correa con Julian Assange en la embajada ecuatoriana en Londres. La noticia indicaba que para no sufrir la misma situación que el australiano, creador de WikiLeaks, que no pudo nunca obtener el salvoconducto para salir de la sede diplomática, Morales había cargado con el joven estadounidense en el avión presidencial.
Faltando a todo protocolo y regla básica de las relaciones internacionales, varios países europeos, entre ellos Francia y Portugal, prohibieron el sobrevuelo en sus espacios aéreos y el aterrizaje en sus territorios del avión donde iba Evo Morales, esgrimiendo la sospecha de que arriba estaba Snowden. Hubo un desvío de emergencia a Viena, donde las autoridades aeroportuarias revisaron la nave violando todas las reglas de los rituales diplomáticos y, tras comprobar que Snowden no estaba, luego de 14 horas en las que no dejaron bajar al presidente boliviano con argumentos burocráticos, el avión partió al aeropuerto de El Alto.
Claro que esta tampoco era la primera humillación, solo que acá se veía con claridad el prejuicio y la prepotencia con se trataba a un presidente latinoamericano. ¿Era solo eso o hay una huella indeleble de supremacismo blanco en este trato? ¿Hubiesen hecho lo mismo si el presidente tuviera rasgos de blanco caucásico y no ostensiblemente un representante del pueblo aimara?
En 2006, cuando le faltaban unos días para asumir como presidente, Morales se entrevistó en Madrid con el rey Juan Carlos, de España, y el entonces jefe de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Era un acontecimiento histórico: el primer indio en llegar a la primera magistratura de un país mayoritariamente indio, visitaba al monarca de la nación que había sometido a sus ancestros. La gran preocupación de los medios españoles -y muchos de este lado del Atlántico- fue la vestimenta de Morales: una chompa autóctona a franjas horizontales de color granate, azul, gris y blanco. Toda una irreverencia aborigen frente a un Borbón de traje gris, camisa blanca y corbata naranja con rayas azules.
Esa vez, el periodista Jaime Iturri, actual jefe de contenidos de la red ATB, el segundo canal de televisión de Bolivia, recordó que en abril de 1995, Evo estaba detenido en la base militar de Copacabana, al borde del lago Titicaca, junto con otros dirigentes que habían asistido a una asamblea de cocaleros. El jefe del penal intentó tranquilizar a los reclusos de las otras naciones que estaban en el encuentro diciéndoles que no se preocuparan, que contra ellos no iba la cosa. El sociólogo peruano Ricardo Soberón, que fue testigo presencial, completó la escena. “El militar nos dijo ´El verdadero problema es ese indio de mierda´”. Evo, dicen que dijo, sin inmutarse, “Oficial, este indio de mierda va a ser tu presidente”.
Indio de mierda es una frase que sonó mucho en las redes desde que se desencadenó el golpe del 10 de noviembre. Pero al epíteto es ancestral. Por alguna razón, el nazismo identifica al objeto de su odio con la mierda. “indio de mierda” suena como “judío de mierda” o “putos de mierda”, en otros contextos.
Como todo a quien quiere eliminar, el nazi lo cataloga de sucio, feo y malo. “El indio es bruto, perezoso, huele mal”, estigmatiza. El escritor Fausto Reinaga, que vivió entre 1906 y 1994, hace una acotación clave. Hay una diferencia entre indio e indígena. El indio “no tiene en su cultura la higiene personal y el hábito del trabajo, además de poseer en su apariencia la fealdad”. El indígena es el indio bueno, el sometido a las costumbres occidentales, “el indio cansado de luchar”. Es objeto de estudio académico en universidades o el que merece la atención de ONGs del mundo desarrollado.
“Indígena es una palabra infame. Infama al que la pronuncia e infama a aquel contra quien se lo pronuncia. El racismo blanco ha inyectado el veneno del odio racial en la conciencia y la subconsciencia, la sapiencia y la costumbre de los hombres del mundo,”, dice Reinaga en el libro El pensamiento amáutico.
El día que Evo asumía, primero en Tiahuanaco en una ceremonia aimara, un conductor radial de amplia audiencia de la época preguntó a un interlocutor si creía que un indio podía gobernar en Bolivia. La respuesta de quien ahora se pierde en la memoria, fue recordarle que habían gobernado por siglos antes de la llega de los españoles. Ese conductor, de discurso muy machista, salió del placard hace un par de años. No se sabe que tenga sangre india.
Cristo en el Palacio
“Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia”, dice el preámbulo de la Constitución que rige el país desde 2009. Un nuevo corpus legal que reconoce 36 nacionalidades distintas dentro del mismo estado. Un modelo que bien podría copiar España, estado plurinacional en permanente disputa.
El golpe es contra Evo pero también contra esta Constitución. Y eso lo tiene bien claro el líder cruceño, que el domingo de la renuncia de Morales había entrado bien temprano al Palacio presidencial, “liberado” por la policía golpista, con un grupito de adláteres y depositó sobre una bandera boliviana una Biblia, para celebrar que se iba la wiphala, la bandera de las comunidades. “La Biblia está volviendo a Palacio de Gobierno. Nunca más volverá la Pachamama. Hoy Cristo está volviendo a Palacio de Gobierno. Bolivia es para Cristo”, posteó.
El mensaje recuerda a los comandos civiles que en 1955 participaron del golpe contra Juan Domingo Perón bajo la consigna “Cristo vence”. El emblema del comité cívico de Santa Cruz de la Sierra es una cruz potenzada, como la que utilizaban los cruzados que pretendían recuperar los Santos Lugares de Medio Oriente en el medioevo.
Grabaciones que circularon por las redes sociales mostraban a agentes de la Policía Nacional -que se autoacuerteló desde el sábado- quitándose la whiphala del uniforme con una tijera al grito de “a la policía se la respeta, carajo”. El rostro de muchos de ellos no dejaba lugar a dudas de su origen no europeo.
“Usan la Biblia, usan a Jesucristo para hacer patear a las hermanas en Santa Cruz, hacen arrodillar a hombres y mujeres. Causa bronca cómo usan la Biblia, la oración, los rezos, para discriminar a los más humildes”, se quejaba Evo el último viernes de su gobierno.
“Mi pecado es ser dirigente sindical, es ser indígena. Mi pecado es tal vez ser cocalero, lo que esos grupos intentaron condenar”, dijo el domingo, al presentar su renuncia en un mensaje que emitió Telesur.
Luego se comprometió a volver como anunció Túpac Katari, aquel indio que se rebeló contra la dominación española en 1781. “Volveremos y seremos millones”.
En México el clima no era tan amigable como el que prometía López Obrador. Por empezar, los periodistas, en esa ronda matutina a la que asistió el ministro de Exteriores, estaban más preocupados por dónde iba a vivir Morales, quién iba a pagar el costo de su traslado, por qué se había utilizado un avión militar, y por qué lo asilaban.
La posición del gobierno es que la constitución mexicana prevé asistir en ayuda de quienes reclamen asilo. Un comunicador, con notoria insolvencia histórica, le dijo al canciller que el último caso había sido el de León Trotski, que recibió cobijo de Lázaro Cárdenas cuando boyaba por todo el mundo sin protección, en 1936. Terminó asesinado en 1940 en Coyoacán.
Breard, quizás sorprendido por la ignorancia del preguntador, tuvo que recordarle que es tradición de México recibir a perseguidos sin restricciones y por estrictas razones humanitarias, como lo habían hecho durante las dictaduras sudamericanas en los 70. No los mencionó, pero en esa situación estuvieron alguna vez miles de argentinos, incluido el ex-presidente Héctor Cámpora. También en otros tiempos el cubano José Martí, los guatemaltecos Rigoberta Menchú y Jacobo Arbenz, el cubano Fidel Castro y hasta por algunos meses el Sha de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, luego de la revolución islámica de hace 40 años.
El problema no es el costo y la oportunidad para recibir a Evo Morales en México, sino su indianidad. En un país de fuerte raigambre aborigen, Evo representa el peligro de despertar al indio mexicano para una lucha por el poder desde ese lugar de reivindicación histórica.
“Colla de mierda”, “fuera indios”, “indios pestilentes”, “váyanse”, bramaban desde las redes usuarios registrados en el país azteca, quise sabe si bots programados para el odio o simplemente racistas con mucho tiempo libre.
El zapoteca Benito Juárez fue cuatro veces presidente de México en el siglo XIX y protagonizó tantas batallas que bien justificarían esa frase de “volveré y seré millones”.
Pero no caben dudas de que Evo Morales asusta a los sectores mexicanos mas conservadores. Entre las cosas que no le perdonarán a AMLO ya anotaron recibir con honores a un indio de mierda exiliado.
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