En este artículo, el periodista Mike Whitney analiza la tensión geopolítica en Europa del Este desde un punto de vista poco transitado: el temor de Estados Unidos por la creciente relación comercial entre Alemania y Rusia desde que Vladímir Putin y Ángela Merkel acordaron el oleoducto Nord Stream 2, una amenaza a la supremacía de Washington en Europa.

“El interés primordial de Estados Unidos, por el que hemos luchado en guerras durante un siglo, ha sido la relación entre Alemania y Rusia, porque unidas son la única fuerza que nos puede suponer una amenaza, y debemos asegurarnos de que eso no ocurre”. George Friedman, presidente del Consejo de Chicago para Asuntos Mundiales.

La crisis de Ucrania no tiene nada que ver con Ucrania, sino con Alemania y, en particular, con un oleoducto Nord Stream 2, que une Alemania con Rusia. Washington lo considera una amenaza a su primacía en Europa y ha tratado continuamente de sabotear el proyecto. Con todo, el proyecto ha seguido adelante y ahora está totalmente operativo, listo para funcionar. En cuanto las instituciones alemanas concedan la certificación final empezará el suministro de gas. Los propietarios de viviendas y las empresas alemanas tendrán una fuente fiable de energía limpia y barata, mientras que Rusia aumentará considerablemente sus ingresos provenientes del gas. Una situación en que ambas partes salen beneficiadas.

Los altos cargos de la política exterior estadounidense no está contentos con la situación. No quieren que Alemania dependa todavía más del gas ruso. La razón: el comercio genera confianza y la confianza lleva a expandir el comercio. A medida que las relaciones se vuelven más cálidas, se levantan más barreras aduaneras, se flexibilizan las regulaciones, aumentan los viajes y se crea una nueva estructura de seguridad.

El Nord Stream 1 incluye dos ramales paralelos, cada uno con capacidad para transportar 27.500 millones de m³ anuales. Lo inauguraron en 2012 Angela Merkel y el entonces presidente ruso Dmitri Medvédev. El Nord Stream 2, conocido como Gasoducto Ruso-Alemán, se terminó el año pasado y cuenta con una capacidad anual de 55 mil millones de m³.

En un mundo en el que Alemania y Rusia son amigos y socios comerciales no hay necesidad de bases militares estadounidenses, no se necesitan armamentos y sistemas de misiles fabricados en Estados Unidos. Tampoco se necesita a la OTAN ni hay necesidad de negociar en dólares estadounidenses un acuerdo de energía, ni de acumular títulos del Tesoro de Estados Unidos para equilibrar las cuentas. Las transacciones entre socios comerciales se pueden llevar a cabo en las propias divisas, lo que provocará un fuerte descenso del valor del dólar y un cambio drástico en el poder económico.

Estos son los motivos por los que el gobierno Biden se opone a Nord Stream. No es un simple oleoducto, es una ventana hacia el futuro, un futuro en el que Europa y Asia se acercan en una inmensa zona de libre comercio que aumenta su poder y prosperidad, al tiempo que deja afuera a Estados Unidos. Unas relaciones más cálidas entre Alemania y Rusia señalan el fin de un orden mundial “unipolar” que Estados Unidos ha supervisado durante 75 años.

Una alianza germano-rusa amenaza con precipitar el declive de la superpotencia que actualmente se acerca lentamente al abismo. Esa es la razón por la que Washington está decidido a hacer cuanto pueda para sabotear Nord Stream y mantener a Alemania dentro de su órbita. Es una cuestión de supervivencia.

Aquí es donde Ucrania entra en escena. Ucrania es el “arma elegida” por Washington para torpedear Nord Stream y abrir una brecha entre Alemania y Rusia. La estrategia está tomada de la primera página del Manual de Política Exterior de Estados Unidos bajo el epígrafe “Divide y vencerás”. Washington necesita crear la sensación de que Rusia supone una amenaza para la seguridad de Europa. Ese es lo objetivo. Necesita mostrar a Putin como un agresor sediento de sangre y con un carácter irritable en el que no se puede confiar. Para lograrlo se ha encargado a los medios de comunicación la misión de repetir una y otra vez “Rusia planea invadir Ucrania”.

Lo que no se dice es que Rusia no ha invadido ningún país desde que se disolvió la Unión Soviética, mientras que en ese mismo periodo Estados Unidos ha invadido países, o ha derrocado regímenes en más de medio centenar de países. También se silencia que Estados Unidos mantiene más de 800 bases militares en países de todo el mundo. Los medios de comunicación, en cambio, ponen el foco en el “malvado Putin”, que ha concentrado a unos 100 mil soldados a lo largo de la frontera ucraniana, lo que amenaza con sumir a Europa en otra guerra sangrienta.

Toda la histérica propaganda de guerra se crea con la intención de fabricar una crisis que se puede utilizar para aislar, criminalizar y, en última instancia, dividir a Rusia en unidades más pequeñas. Sin embargo, el verdadero objetivo no es Rusia. Es Alemania. Michael Hudson, en un artículo publicado en The Unz Review [1], lo pone de esta forma: “La única manera que les queda a los diplomáticos estadounidenses para bloquear las compras europeas es incitar a Rusia a una respuesta militar y afirmar después que vengar esta respuesta es mucho más importante que cualquier interés económico puramente nacional”.

Hudson agrega además que la propia línea dura del Departamento de Estado reconoce el escenario. Victoria Nuland, subsecretaria de Asuntos Políticos, afirmó el 27 de enero pasado en el contexto de una rueda de prensa: “Si de una manera u otra Rusia invade Ucrania, Nord Stream 2 no avanzará”. Está claro: el equipo de Biden quiere incitar a Rusia a una respuesta militar para sabotear el Nord Stream 2, lo que implica que habrá algún tipo de provocación destinada a inducir a Putin a enviar sus tropas a través de la frontera para defender a las personas de origen étnico ruso en la parte oriental del país.

Si Putin cae en la trampa, la respuesta será rápida y contundente. Los medios de comunicación vilipendiarán la acción como una amenaza para toda Europa, mientras que los líderes de todo el mundo denunciarán que Putin es el “nuevo Hitler”. Esta es, en pocas palabras, la estrategia de Washington y todo ello con un objetivo en mente: conseguir que para el canciller alemán Olaf Scholz sea políticamente imposible dar el aprobado final a NordStream.

Dado que conocemos la oposición de Washington a Nord Stream, los lectores se pueden preguntar por qué a principios de año, Biden presionó al congreso estadounidense para que no impusiera más sanciones al proyecto. La respuesta es sencilla: la política interna. En estos momentos, Alemania está desmantelando sus centrales nucleares y necesita gas natural para compensar el déficit energético. Además, la amenaza de sanciones económicas desagrada a los alemanes, que las consideran una señal de intromisión extranjera.

“¿Por qué se entromete Estados Unidos en nuestras decisiones sobre cuestiones de energía?”, se pregunta el alemán medio. “Washington se debería ocupar de sus propios asuntos y no meterse en los nuestros” es la respuesta que cabría esperar de cualquier persona razonable. Según Stefan Meister, experto en Rusia y Europa del Este del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, “cuanto más habla Estados Unidos de sanciones, o critica el proyecto, más popular se vuelve entre la sociedad alemana” [2].

Y entonces, tenemos esta cita de Al Jazeera: “La mayoría de la población alemana apoya el proyecto, solo parte de la élite y de los medios está en contra del oleoducto […]. «Cuanto más habla Estados Unidos de sanciones o critica el proyecto, más popular se vuelve entre la sociedad alemana», afirmó Stefan Meister, experto en Rusia y Europa del Este del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores”. El respaldo de la opinión pública al Nord Stream ayuda a explicar por qué Washington dejó de lado las sanciones económicas y se concentró en crear una amenaza exterior lo suficientemente grande como para que Alemania se vea obligada a bloquear la inauguración del oleoducto.

Nord Stream 2 está listo para ser operado y contribuirá a reducir los precios del gas en Europa. Está pendiente de la aprobación reglamentaria de Alemania y la Unión Europea. Costó unos 11 mil millones de dólares y su construcción estuvo a cargo de Gazprom. La mitad fue financiado por empresas energéticas europeas.

La estrategia huele a desesperación, pero la perseverancia de Washington es impresionante. Cuando Biden celebró la rueda de prensa conjunta con el canciller alemán en la Casa Blanca, el evento se había organizado para fabricar un “ambiente de crisis”, que Biden utilizó para presionar al canciller. La portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, repetía a su turno que “era inminente una invasión rusa”. Le siguió la del portavoz del Departamento de Estado, Nick Price, quien afirmaba que las agencias de inteligencia tenién detalles de una supuesta operación de “falsa bandera” respaldada por Rusia en el este de Ucrania. A la advertencia de Price siguió la afirmación del asesor de seguridad nacional Jake Sullivan de que se podía producir una invasión rusa en cualquier momento. Solo unos días después de que la agencia Bloomberg publicara un titular sensacionalista y completamente falso: “Rusia invade Ucrania”.

Como era de esperar, el golpe final lo asestó el propio Biden. Fue durante la rueda de prensa. Afirmó con tono rotundo: “Si Rusia invade […] no habrá un Nord Stream 2. Acabaremos con él”. Al canciller alemán lo sorprendieron los comentarios de Biden, que claramente no estaban en el guion original. Sin embargo, Scholz no aceptó cancelar Nord Stream. Se negó incluso a mencionar el gaseoducto por su nombre. Si Biden pensaba que podría forzar al líder de la tercera economía del mundo acorralándolo en un foro público, se equivocó.

Alemania sigue dispuesta a poner en marcha Nord Stream, independientemente de los posibles conflictos en Ucrania. Por ahora, Alemania está en una posición de ventaja. Corresponde a Scholz decidir cómo solucionar el asunto. ¿Implementará la política que mejor sirva a los intereses del pueblo alemán o cederá al implacable pulso de Biden? ¿Trazará un nuevo rumbo que fortalezca nuevas alianzas en el agitado corredor euroasiático o apoyará las enloquecidas ambiciones geopolíticas de Washington? ¿Aceptará el papel fundamental de Alemania en un nuevo orden mundial comprometido con el multilateralismo, el desarrollo pacífico y la seguridad para todos o tratará de apoyar el maltrecho sistema de la posguerra, que ha superado a todas luces su vida útil?

Una cosa es segura: decida lo que decida Alemania, nos afectará a todos nosotros.

 

Notas

[1] En “America’s Real Adversaries Are Its European and Other Allies” (The Unz Review).

[2] En “Nord Stream 2: Why Russia’s pipeline to Europe divides the West” (Al Jazeera).

Mike Whitney es analista político, periodista y coautor, entre otros libros, de Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion (AK Press). Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos.

Fuente:https://www.unz.com/mwhitney/the-crisis-in-ukraine-is-not-about-ukraine-its-about-germany/