Profesor de Estudios y Sociología de América Latina, el Caribe y los Latinos en la Universidad de Albany, el autor de esta nota plantea la posibilidad cierta de una intervención directa de Estados Unidos en Venezuela y advierte sobre sus catastróficas consecuencias.
Al declararse a sí mismo como presidente de Venezuela el miércoles, Juan Guaidó ha llevado a Venezuela al borde de la catástrofe. Las acciones del hasta ahora desconocido líder de la oposición, que parecen estar estrechamente coordinadas con los Estados Unidos, si no están dirigidas por ellos, han puesto en marcha una peligrosa cadena de acontecimientos.
Estados Unidos reconoció a Guaidó como presidente minutos después de su declaración. Varias naciones latinoamericanas, la mayoría con gobiernos conservadores respaldados por Estados Unidos, también lo han hecho. La creciente lista incluye a Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Perú, Costa Rica y Paraguay. Canadá y la Organización de los Estados Americanos también han reconocido a Guaidó. La Unión Europea lo ha considerado también, pero por el momento se ha limitado a proponer un llamamiento para nuevas elecciones.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha respondido a estas acciones rompiendo relaciones con los Estados Unidos y ordenando a los diplomáticos estadounidenses que abandonen el país dentro de las 72 horas. Guaidó, a su vez, los instó a que se quedaran, un mensaje enviado al senador republicano de Estados Unidos Marco Rubio, uno de los principales opositores de Maduro. La administración de Trump está ignorando la orden de Maduro, que un funcionario de alto rango calificó como “sin sentido”. Otro alto funcionario de Trump declaró: “Todas las opciones están sobre la mesa”, reiterando un mensaje que el propio Trump viene dando desde 2017.
Lo que pueda pasar a continuación es difícil de adivinar, una invasión estadounidense aparece como una posibilidad real.
Este curso de acción debe ser firmemente rechazado. No porque Maduro se merezca el apoyo o la simpatía de nadie, sino por los indecibles sufrimientos y daños que la intervención militar de los Estados Unidos traería a Venezuela y a la región, y a la probabilidad cada vez más pequeña de que una acción de este tipo pueda provocar el cambio que Venezuela necesita.
Venezuela realmente necesita un cambio. La crisis económica que asola el país desde 2013 no muestra signos de disminuir y ha empeorado en los últimos 18 meses. La grave escasez de alimentos, medicinas y bienes básicos, junto con el castigo de la hiperinflación, ha llevado a unos tres millones de venezolanos a abandonar el país en los últimos años. El gobierno ha reaccionado gobernando de manera cada vez más autoritaria.
Las acusaciones contra Maduro son fáciles de plantear. Sin embargo, debe reconocerse que la crisis de Venezuela no es únicamente culpa de Maduro. El gobierno de los Estados Unidos y la oposición también comparten la responsabilidad. Los Estados Unidos han reconocido que sus sanciones podrían perjudicar a los venezolanos.
En un informe del Servicio de Investigación del Congreso de noviembre de 2018 se dice: “Si bien sanciones económicas más fuertes podrían influir en el comportamiento del gobierno venezolano, también podrían tener efectos negativos y consecuencias no deseadas. A los analistas les preocupa que las sanciones más estrictas puedan exacerbar la difícil situación humanitaria de Venezuela, que se ha caracterizado por la escasez de alimentos y medicamentos, el aumento de la pobreza y la migración masiva. Muchos grupos de la sociedad civil venezolana se oponen a sanciones que podrían empeorar las condiciones humanitarias”.
No hay duda de que las sanciones han empeorado las condiciones humanitarias. La razón principal es que las sanciones más severas impuestas a mediados de 2017 restringieron fuertemente la capacidad de Venezuela de tomar en deuda, y al hacerlo diezmaron la producción petrolera del país. Esto ha reducido los recursos públicos disponibles para una población cada vez más desesperada.
Lejos de ser un efecto secundario accidental, este parece ser uno de los objetivos de la política estadounidense: hacer que los venezolanos se desesperen tanto que se vuelvan contra Maduro. La inhumanidad de tal política es clara.
La oposición tiene una parte de responsabilidad por la crisis por dos razones. Uno es el daño directo e indirecto causado por episodios de protesta violenta, como ya ocurrió en 2014 y 2017, con el aliento de los Estados Unidos. Además de las propiedades dañadas y las vidas perdidas, muchas a manos de las fuerzas de oposición (aunque el gobierno también es responsable de muchas muertes), la violencia de los enemigos de Maduio alimentó un clima de temor y polarización, lo que afectó negativamente las posibilidades de reformas económicas y de diálogo entre gobierno y oposición.
La oposición también merece críticas por su incapacidad para establecer vínculos más efectivos con las clases trabajadoras de Venezuela. Si bien históricamente han apoyado al chavismo, las clases trabajadoras, compuestas en gran parte por trabajadores formales e informales, los desempleados o los trabajadores domésticos pobres, sufren tremendamente en la crisis actual. Este sufrimiento ha llevado a repetidos casos de protesta popular dirigidos contra la administración de Maduro. La oposición no ha podido conectarse efectivamente con estas protestas por varias razones, entre las que destaca su incapacidad para articular un programa positivo que aborde de manera efectiva las preocupaciones cotidianas del sector popular. Las clases trabajadoras también desconfían de la historia de violencia de la oposición y de los estrechos vínculos que ésta tiene con los Estados Unidos.
Para superar los graves desafíos a los que se enfrenta, Venezuela necesita una oposición amplia y pacífica que combine las demandas políticas legítimas (por ejemplo, de elecciones libres y justas y un diálogo significativo entre el gobierno y la oposición) y demandas sociales y económicas urgentes, como el acceso a alimentos, medicamentos y servicios básicos.
La temeraria aventura de Guaidó y los Estados Unidos ha hecho mucho menos probable este escenario, al tiempo que aumenta dramáticamente el riesgo de una catástrofe y una guerra civil. Ese aventurismo debe ser rechazado.
Fuente: The Guardian
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