¿Cómo se hace para ocultar que Gorbachov y casi 8 de cada 10 ciudadanos soviéticos trataron de salvar la URSS en las urnas, ganaron, y les robaron el triunfo? El autor de esta nota, que quiere dejar en claro ante todo que nunca fue del Partido Comunista, rescata del olvido el primer y último referéndum de la historia soviética y te cuenta sus consecuencias.
A Ud. el semanario ultraliberal británico “The Economist” y el chequista que hoy preside Rusia, Vladimir Putin lo consideran el enterrador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). No es una mentira, es un fraude. Más aún, un fraude electoral. El mayor de la historia contemporánea. Y el mejor olvidado.
En 37 años de periodismo científico éste es mi único artículo no científico. Lo escribo desde el desconcierto: ¿cómo se hace para ocultar que Gorbachov y casi 8 de cada 10 ciudadanos soviéticos trataron de salvar la URSS en las urnas, y triunfaron, y les robaron el triunfo? Si no fuera tan flagrante esa omisión, si no hubiera sucedido tan ante las narices de mi generación, la creería imposible.
A los hechos: el 17 de marzo de 1991, a instancias de Gorbachov, TODAS las repúblicas que formaban la URSS debieron votar si aquel super-estado debía seguir existiendo o no.
En el total de Ucrania votó el 70,2% del electorado y ganó el “Sí” por el 83,5%, Pero Ucrania era apenas la 2da república de la URSS en PBI y población. ¿Cómo votó el resto? En las repúblicas que aceptaron el referéndum de Gorbachov ganó por un 77,8% promedio la moción de conservar la existencia de una URRS socialista y democratizada. Reitero: democratizada. Y reitero más: socialista.
El “Sí” a favor de la persistencia de la URSS triunfó por márgenes de entre el 71,8 y el 98% incluso en las 6 repúblicas que se negaron al plebiscito.
En ellas el plebiscito tuvo lugar pese a la furia de sus respectivos presidentes separatistas, bajo el paraguas de gobernadores y alcaldes, con una participación promedio del 50% de los empadronados, que votaron contra sus élites secesionistas y a favor de la URSS. Esas 6 repúblicas eran Armenia, Georgia, Estonia, Letonia, Lituania y Moldavia.
Son datos de Nohlen y Stover, en “Elections in Europe: a data handbook”. Agradezco al memorioso y escarbador Ricardo Auer por haber traído esto a colación, en su artículo del 5 de Marzo en Infobae (¡nada menos!), aquel hecho estudiosamente olvidado.
Gorbachov propuso conservar la matriz estatal de la economía, pero cediéndole la pelota a las cooperativas y a PyMES privadas en los sectores donde el estado acumulaba 6 décadas productividad y calidad bajas, y atraso tecnológico. Entre ellos, el agro, la logística de alimentos, la construcción domiciliaria y la producción de bienes de consumo, automóviles, electrodomésticos y computadoras.
Eso Gorbachov lo financiaría con una drástica reducción de arsenales atómicos, económicamente carísimos pero militarmente inútiles. La reducción la logró en los tratados SALT, que detuvieron la carrera armamentista termonuclear en seco, y luego redujeron los inventarios estadounidenses y soviéticos de cabezas y misiles a una décima parte de lo que eran durante los ’80, y así quedaron durante décadas.
A una economía más libre de gastos militares improductivos, Gorbachov pensaba añadirle independencia de poderes, fuertes márgenes de autonomía regional, libertad de asociación y expresión, así como libertad de cultos, pero eso dentro de un estado laico a rajatabla, y con monopolio estatal de la educación.
Esa propuesta de revolución política pacífica barrió en las urnas con los tres sabores básicos del antisovietismo: nacionalista, religioso, pro-capitalista, o todo a la vez. Ganó la URSS por 113.512,812 millones de votos contra 32.303.977.
Fue el primer y último plebiscito de la historia de ese país. ¿Cómo se borra algo así?
II
Ud. Gorbachov estaba tratando de hacer una especie de Finlandia o de Dinamarca, esas ordenados estados de bienestar casi de juguete, a la hora de los censos.
Pero don Mikhail debía hacer eso en un país de 22,4 millones de km2, con más de 290 millones de habitantes de 100 etnias, religiones e idiomas distintos, dispersos sobre 7 husos geográficos, con el 75% del territorio casi despoblado y embutido arriba del paralelo 50º Norte, en plena heladera de Eurasia. Un país, de yapa, casi sin puertos ni caminos, con el ferrocarril y el avión como única logística posible, y dueño de las fronteras más largas del mundo, con 16 países, algunos muy hostiles. Iba a ser difícil, pero el 17 de marzo de 1991 Gorbachov parecía rumbeado a arrimar la bocha.
Analizando los votos, uno ve a la URSS tratando de volverse lo que siempre había dicho ser y jamás había sido: una federación de estados-nación realmente independientes, pero con una política exterior, fuerzas armadas y un presidente común. Y a la sazón, ese tipo era lo mejor que a los soviéticos les había pasado en su vida, y ese tipo Gorbachov.
Y le fue mal. Por eso The Economist y los medios occidentales hoy a Gorbachov lo ponen en su santoral capitalista. Fracasó. Terminó siendo un boludo inofensivo. Pero no lo era.
Esta votación generó un intento de golpe de estado. Lo lideraron la KGB, los “apparatchiks” más coriáceos del PC y cantidad de generales activos y retirados. El putsch duró del 19 al 22 de agosto, incluyó el confinamiento de Gorbachov en su “dacha” de Crimea, y fue derrotado por la furibunda movilización popular y de regimientos leales en Moscú.
En un episodio insólito, la multitud tomó las armas de los soldados y con las grúas municipales marchó contra la Lubyanka, sede de la KGB, y ante los guardias, paralizados de terror, derribó y retiró la estatua de su fundador, Feliks Dzherzhinsky.
En Moscú los tanques de 2 divisiones blindadas del Ejército Rojo, la Tamayévskaya y la Kantemiróvskaya habían sitiado “la Casa Blanca” (el parlamento). El pueblo moscovita anilló entonces a los golpistas con barricadas, sitiándolos a ellos.
Siguieron dos días de tensa cautela, puntuada de tiros, corridas y cantidad de muertos aquí y allá, hasta que los alzados, viendo que el grueso del Ejército Rojo se negaba a seguirlos y más bien amenazaba venírseles encima, se rindieron.
Boris Yeltsin hacía años que andaba en cuchicheos y complots con la CIA y con el presidente estadounidense George Bush (exdirector de la CIA). Sin embargo, Yeltsin quedó mágicamente como héroe del día: se subió a un tanque rebelde a arengar a la soldadesca contra el golpe, ante las oportunas cámaras de la TV nacional.
Cuando los insurrectos volvieron a sus cuarteles, Yeltsin, recargado de poder y desde su cargo de presidente de la República Rusa, aprovechó para disolver el PC en toda la URSS. Hombre, para impedir nuevos golpes.
La proscripción del PC en realidad era ilegal: los poderes presidenciales de Yeltsin se limitaban a la República Rusa. Es decir no incluían a Ucrania, Georgia, Belarús, Uzbekistán, Armenia, Azerbaiyán, Kazajistán, Kyrgyzstán, Moldova, Turkmenistán, Tajikistan, Letonia, Lituania o Estonia.
Pero además en la URSS el aparato del PC estaba infiltrado y ramificado fundacionalmente en la matriz de la producción, el gobierno y la defensa: era inseparable del estado. Sin embargo, la medida tenía también un blanco personal: disuelto el Partido, Gorbachov, presidente tanto de ese organismo como de la propia URSS –costumbre local vieja- quedaba literalmente colgado con una sola mano del resbaloso aparato del estado soviético. El 24 de agosto Gorbachov tuvo que renunciar al cargo de presidente del Partido Comunista por buenos motivos: éste ya no existía más. Y la movida siguiente de Yeltsin fue disolver también la URSS, es decir, el estado.
III
El supuesto fracaso del llamado hoy Golpe de Agosto no fue tal: Gorbachov se negó a investigaciones y castigos draconianos, que otros reformistas previos como Nikita Khrushov habrían adoptado sin pestañear. Pero eso habría contradicho los principios de Gorbachov.
Don Mikhail no era un Stalin. Para serlo, debería haber limpiado previamente los establos de Augías de la KGB y las Fuerzas Armadas. En la URSS de 1991 o en cualquier otro lugar del planeta y de la historia, esas cosas se hacen a lo bruto, o no se hacen.
El problema es que sin métodos stalinistas, no llegás a puerto, y con ellos, no remediás el stalinismo: lo perpetuás. Lo cual es pésimo si la enfermedad que viene matando al país es, justamente, el stalinismo.
Para romper ese dilema perfecto, Gorbachov seguía tratando de traducir el inmenso espaldarazo plebiscitario a la URSS en adhesiones nacionales a una constitución, llamado Nuevo Tratado de la Unión. Ésta abordaba el viejo (y terrible) tema de las nacionalidades dispersando el centralismo rusófilo en favor de mayores derechos económicos y políticos para las repúblicas.
Y 8 de repúblicas 9 firmaron, aunque no Ucrania. Y los adherentes impusieron –tenían ese derecho- condiciones especialmente distantes respecto de Moscú.
Pero los papelitos con firmas eran letra muerta ante tanto y tan diverso trabajo de zapa de tanta gente tan distinta. A partir de los ’80, los anaqueles de los supermercados oficiales estaban vacíos. La comida circulaba por un mercado negro dirigido por el PC, la KGB y diversas mafias, entre ellas la chechena.
En el Cáucaso, todo cacique de aldea y con petróleo soñaba con armarse un emirato islámico regido por la Sharia.
La propia Ucrania, el granero de la URSS, estaba descubriendo petróleo y gas offshore en Crimea, y sus élites, contentísimas de que su república no sólo fuera una panadería sino además una garrafa, barruntaban venderle grano a Medio Oriente e hidrocarburos a la Unión Europea sin pagarle un kopeck a la URSS.
Y allá en Washington DC, Bush estaba descubriendo, con igual asombro, que con topos como Yeltsin podía hacer implosionar a la URSS desde adentro y para siempre. Y sin echar mano de su arsenal nuclear. Bastaba crear algo llamado “separatismo ruso” en Rusia, la principal república soviética: que el corazón del país quisiera arrancarse de su cuerpo.
Cosas así han sucedido incluso aquí: ¿o acaso en Junio de 1880 la Provincia de Buenos Aires, bajo inspiración de su gobernador, Carlos Tejedor, no intentó secesionarse del resto de la República Argentina? Económicamente, no era un proyecto imposible. Pero reprimir el separatismo bonaerense costó más de 3000 muertos.
En la URSS los meses que van de marzo a diciembre del ’91 muestran algo que ya se había visto 5 años antes, en 1996 con el incendio de la central nuclear de Chernobyl 4, en Ucrania: un Gorbachov sagaz y bienintencionado, pero rodeado de lameculos entrenadísimos en frenar las malas noticias, que no se entera de nada, que llega tarde a todo, mientras entre la KGB y la CIA le enredan los piolines y van deshaciendo sus intentos de mejorar el país a una velocidad mucho mayor que la que él tiene para rehacerlo.
Y llega el 7 de diciembre de 1991, a 9 meses y 13 días del plebiscito de marzo, día que podríamos llamar “Nuevo Tratado, las pelotas”. El referendum fue borrado con el codo por 3 presidentes de 3 repúblicas fundacionales de la URSS. Encerrados en una dacha para mandarines del PC en medio del parque nacional bielorruso de Belazheva Puscha, habían pasado los tres días previos en una orgía alcohólica de las de perder totalmente el sentido, para darse coraje.
Ahora, encorbatados, adecentados y al parecer muy tranquilos, llamaban a los medios propios y occidentales para que fotografiaran un acontecimiento memorable. Estaban Yeltsin, aquel Carlitos Menem ruso más afecto al vodka que a la coca (esa popular gaseosa occidental), el presidente de Ucrania, Leonid Kravchuk, y el de Belarús, Stanislav Shushkevich.
¿Recuerda o al menos adivina qué firmaron?
IV
Esos tres tipos firmaron la separación de sus tres estados respecto de la URSS. Referendum, si te he visto, no me acuerdo. Era la muerte efectiva de la URSS, y también, según el historiador británico Erik Hobsbaum, el nacimiento del siglo XXI. Y del mundo actual.
A Sushkévich le tocó leerle la novedad por teléfono al presidente de la URRS, Mikhail Gorbachov, a quien la KGB no le permitía saber siquiera adónde estaba y qué carajo hacía Yeltsin. Al buen Boris en cambio le tocó informar al George H. Bush (padre). Cada cual reportaba ante su jefe natural.
Si los oficiales abandonan la nave, es que los marineros deberán nadar. La disolución formal de TODA la URSS siguió en forma inevitable, con actas de defunción firmadas por las repúblicas el 25 de Diciembre de 1991, un regalo de Navidad para Bush.
El resultado de ese fraude es la Rusia Residual donde reina el ex KGB Vladimir Putin, con una oposición más bien decorativa y muchos caciques propios, en general oligarcas que no logran siquiera contar su fortuna. Sin embargo, son proclives a caerse de ventanas elevadas o encontrar novichok en los blinis, si intentan cortarse políticamente por la propia.
Esa Rusia es residual por tres causas: se le perdieron 15 regiones que hoy son estados-nación independientes y en algunos casos, enemigos. Se le piantaron también aproximadamente la mitad de los habitantes de la URSS en 1990, y le desapareció 1/3 del PBI de entonces.
El PBI ruso actual, que va recuperándose despacio, hoy es un poco mayor que el de España. Disuelta la URSS, ante el fin del trabajo estatal, de la salud pública y de la campaña antialcohólica de Gorbachov, la expectativa de vida de los hombres rusos bajó de 65 a 57 años. Con Putin, ese número también se va recuperando con desgano. Por algo, los rusos en general todavía se lo fuman.
Los coriáceos “apparatchiks” del PC que dirigían más de 14.000 empresas monopólicas estatales, medianas y grandes, se volvieron “siloviki”: sus propietarios. Como exdirectores, lograron comprar sus paquetes accionarios al toque de que estos fueran repartidos como papel picado entre millones de empleados. El estado ya no es dueño de la economía: el estado tiene dueños.
Rusia no es China por desordenada, pero siempre fue un estado de vigilancia como no te lo crea ni Mark Zuckerberg, y no ha variado. Hay elecciones y oposición, pero el país lo vigila el FSB en lugar de los de la vieja KGB, con métodos más informáticos y cuadros más jóvenes, y funciona como una democracia atemperada por el asesinato.
La mafia contribuye: la caótica primera ola de privatizaciones dispersó socialmente la propiedad de las empresas, pero la “corrigió” y concentró no sin aprietes: según datos del Ministerio de Asuntos Internos en un trabajo de Tatiana Sidorenko, la mafia rusa en 1995 ya controlaba 40 mil empresas antes estatales, incluyendo aproximadamente 500 bancos comerciales. La mafie creó además otras 1500 empresas privadas legales.
Según Sidorenko, el 70% de las empresas privadas pagan protección a tal o cual mafia. Los eventuales intentos de pataleo de los nuevos empresarios terminan mal. Sólo en 1993 la mafia organizó los asesinatos de 94 dueños de empresas.
Afuera de Rusia, en el mundo, cambió todo: ante el derrumbe de la URSS y el regreso de China al capitalismo, las oligarquías financieras occidentales le perdieron todo miedo a la revolución y a los laburantes. Ya llevan 3 décadas desarmando de a poco -o de un saque, por privatización- los viejos estados de bienestar de Europa.
Los han venido ayudando, diligentes, esos socialdemócratas neoconservadores como Francois Hollande en Francia, o Romano Prodi en Italia, y cuando estos ya se han desprestigiado demasiado, los reemplazan por nuevos dirigentes algo fascistas, como Berlusconi, y últimamente franquistas, fascistas y neonazis confesos. La actual nomenklatura ucraniana es eso, pero santificado por petróleo y gas.
Don Mikhail, entiendo que Ud. tenía que quedar jugando en algún club, ¿pero con Felipillo González y con Tony Blair? ¿En serio hay que recordarlo a Ud. junto a esa runfla? Casi dos siglos de conquistas obreras murieron en Europa Occidental con esos tipejos. Y ahora, con el triunfo de la automatización y el trabajo remoto, también va muriendo la clase obrera en todo país donde la hubo. Los desocupados industriales son el nuevo fantasma que recorre no Europa, sino el mundo.
Adentro, en la Madrecita Rusia, la nueva república oligárquico-mafiosa no es ni la sombra de lo que fue la URSS en PBI, territorio, recursos naturales, recursos humanos, ciencia, tecnología, industria, población, salud, educación, cultura y defensa.
Lo siniestro, don Gorbachov, es que The Economist, le cante loas a Ud. por todo esto, o que Vladimir Putin, uno de los mayores beneficiarios en plata del fracaso de la URSS, no haya asistido a su entierro.
Pero sin duda el desconocimiento del primer y último referéndum de la historia soviética de marzo de 1991 sigue siendo el mayor fraude electoral de los tiempos modernos. Y lo más escandoloso es su olvido.
Vaya esto por la memoria de Mikhail Gorbachov, un humanista que prefirió pasar por gil porque creyó en la democracia, en el socialismo y en tratar de darle un sentido a la Historia.
Pero con tanto hijo de puta suelto, no viene siendo fácil darle sentido a nada, tovarich Mikhail.