Ferviente defensor de la dictadura militar, enemigo de los movimientos feministas, los afrodescendientes, el MST, el colectivo LGTB y los sectores más desfavorecidos de la población brasileña, con Lula preso, Jair Bolsonaro aparece uno de los favoritos para ganar los comicios presidenciales de octubre.
Como guardián de la democracia, parte del pueblo brasileño cercó el Sindicato de los Metalúrgicos y cuando el reloj marcó las 17 horas del viernes 6 de abril, el ex presidente Luis Inácio Lula da Silva (Partido de los Trabajadores – PT), no se entregó. En una operación más política que judicial, el día anterior, el juez Sério Moro había dictado la detención y el encarcelamiento por doce años, acusándolo de corrupción en el caso Lava Jato.
Cuando la luz verde llegó por parte del tribunal de apelación, Moro demoró apenas 20 minutos en emitir la orden de captura para el ex presidente, al que se lo acusa de la supuesta posesión de un apartamento de tres pisos en Guarujá –litoral del estado de São Paulo-; aunque ninguno de los 73 testigos escuchados en las más de 20 audiencias realizadas pudo vincular al ex mandatario como propietario del inmueble, como así tampoco comprobar que haya recibido ese departamento por acción u omisión de sus competencias mientras estaba al frente del país, delito que se conoce como corrupción pasiva.
Pese a todos los argumentos a favor de Lula, el candidato con mayor intención de voto fue condenado y peligra la posibilidad de que pueda presentarse a los comicios de octubre. En ese escenario el ultraderechista y diputado por Río de Janeiro, Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal – PSL), escala posiciones y se perfila a quedarse con el primer lugar en las elecciones, con una intención de voto de entre el 25 y 27 %, donde según Datafolha, el 60% de sus apoyos proviene jóvenes de menos de 34 años.
El ascenso de Bolsonaro representa un peligro para Brasil y para toda América Latina, admirador de Donald Trump, el ex militar se ha declarado abiertamente a favor de las dictaduras, defensor de la tortura como una práctica legitima y de la implementación de la pena de muerte, está en contra de toda la agenda de derechos humanos y se ha mostrado muy condescendiente a los intereses extranjeros y de los empresarios, en detrimiento de los de los trabajadores.
Del otro lado de la balanza, no hay ninguna figura política, a excepción de Lula, que pueda hacerle contrapeso en los próximos comicios. Es por eso que, dejando por fuera del libre albedrío al líder del PT, a través de un juicio, una operación con apariencia de legalidad y en el terreno de lo parlamentario, la derecha brasileña tiene el camino libre para llegar al poder, un lugar al que no habría accedido solo por las urnas y con el apoyo popular.
De la contienda militar a la política
“Contra el comunismo, por nuestra libertad, contra el Foro de San Pablo, por la memoria de Carlos Alberto Brilhante Ustra, el mayor temor de Dilma Rousseff”, expresó el diputado Jair Mesias Bolsonaro, al votar contra la ex presidenta del país el 17 abril de 2016, cuando quedó aprobado el proceso de impeachment contra Dilma, el que se orquestó al mejor estilo telenovela brasileña. Incluso, hasta el día de hoy, no se han comprobado los cargos por los que fue juzgada y destituida.
Ustra, a quien Bolsonaro dedicó su voto con la misma devoción que una un actor de Hollywood dedica un premio de la Academia, es uno de los militares que participó activamente de uno de los periodos más oscuros de la historia brasileña: la dictadura militar (1964 -1985). Él fue quien dirigió uno de los centros de tortura por los que pasaron diferentes presos políticos- Doi-Codi de San Pablo-, entre ellos la ex presidenta Rouseff.
El discurso pronunciado por Bolsonaro expresa, y de manera muy explícita, un mensaje antidemocrático, donde no escatima en hacer apología de la tortura y el fascismo. No solo votó en nombre del primer torturador en ser juzgado como tal por la Justicia brasileña, sino también en contra del Foro de San Pablo, espacio democrático de debate y convergencia de la izquierda latinoamericana y caribeña. Pero, lejos de retractarse, la mañana siguiente a la aprobación del impeachment el diputado continuó avivando la llama y twitteó: “Lloran comunistas!!!! ¿Durmieron calientes anoche? Un abrazo a todos!”.
El vínculo de Bolsonaro con la dictadura viene de larga data. De hecho, antes de iniciar su carrera política se desempeñó como capitán del ejército. Fue recién a finales de los 80 y, paradójicamente con la reapertura democrática, cuando decidió incursionar en el mundo político y fue elegido como concejal de la ciudad de Río de Janeiro en 1988. Desde allí en adelante su carrera se ha ido consolidando, aunque el gran salto a la fama llegó luego del juicio político a Rouseff.
La insoportable levedad de la democracia
La destitución de Dilma, el 31 de agosto de 2016, puso fin a catorce años de gobierno del Partido de los Trabajadores y abrió las puertas del país a los intereses extranjeros y las políticas neoliberales. Al día de hoy, su sucesor Michel Temer cuenta con un 3 % de apoyo por parte del pueblo brasileño. Crimen organizado, corrupción, asociación ilícita y obstrucción de la justicia son algunos de los cargos de los que se acusa a un hombre que llegó a la presidencia a través de un Golpe de Estado Parlamentario.
El declive de Temer ha sido proporcional al ascenso de Bolsonaro, quien ha sabido salir airoso de la operación Lava Jato – su nombre jamás ha sido vinculado- y los escándalos de corrupción que han envuelto a los políticos brasileños. “Soy una persona completamente fuera del ‘establishment’, soy el diferente, soy aquel intruso del poder”, afirma Bolsonaro en un video en su cuenta de Twitter – plataforma que, al igual que su admirado Donald Trump, ha sabido utilizar para posicionarse políticamente-.
Así es como se destaca ante el electorado brasileño, el que cada vez más ve con descrédito a los políticos. Al respecto la politóloga brasileña y profesora de la Universidad de Brasilia, Flávia Biroli, reflexiona: “Bolsonaro se presenta como alguien que rechaza la política en momentos en que los políticos están en descrédito. Aunque es político profesional desde hace tres décadas y forma parte del universo que el electorado medio rechaza, busca presentarse como un outsider”.
La lucha contra la corrupción y la inseguridad son los grandes ejes de campaña del militar devenido en político, quien desde 1991 es diputado por Río de Janeiro. Estos temas han prendido rápidamente en un país que tiene 19 de las 50 ciudades más violentas de todo el mundo. Incluso, la encuesta Latinobarómetro, realizada el año pasado en dieciocho países de Latinoamérica, reveló que la Iglesia y el Ejército son las instituciones más respetadas en Brasil, mientras que la satisfacción que tiene el pueblo brasileño con la democracia es la más baja de todos los países del continente.
Ante este panorama, el representante del Partido Social Liberal tiene un terreno fértil para ganar posiciones políticas, solo es necesario sembrar la semilla y plantarse como un tipo duro, dispuesto a defender a los ciudadanos de “bien”, un hombre al que no le temblará la mano para matar “delincuentes” o pedir por la aplicación de la pena de muerte.
Con este discurso es como Bolsonaro ha sabido aunar dos posiciones que parecen contrapuestas: ha podido capitalizar el desprecio que los brasileños blancos y de clase económica media –alta sienten por el PT, Dilma y Lula, como así también el hartazgo que personas de todas las clases sociales tienen por vivir en el país donde más homicidios se producen en el mundo, alrededor de 60.000 al año.
Carta blanca: bandido bom é bandido morto
“Creo que la policía brasileña tiene que matar más. La violencia se combate con más violencia”, afirmó por 2015 el candidato, ignorando los casos de gatillo fácil que asedian al Brasil. Donde solo en 2016 se produjeron 4.424 muertes en manos de policías, 12 cada 24 horas, según datos de Human Rights Watch.
Las favelas son las zonas más violentadas y la población afrodescendiente es la más castigada. Un estudio presentado por el Foro Brasileño de Seguridad Pública afirma que, entre 2015 y 2016, el 76 % de las víctimas de enfrentamientos policiales son hombres negros.
Las constantes proclamas de Bolsonaro por continuar militarizando los barrios populares deja claro a quiénes el diputado considera como “ciudadanos de bien” y a quienes no. Para los primeros propone que puedan armarse libremente, es decir, pretende legalizar la venta de armas para que “puedan defender su vida y su patrimonio”, argumenta.
Las medidas represivas y la tortura son las herramientas de las que se valdrá el político para poner fin al desorden en el que parece estar inmerso el país, un desorden que uno de los medios de comunicación más poderosos, la red O´Globo, ha ayudado a construir mediáticamente.
La baja de la edad de imputabilidad de 18 a 14 años y el evitar que sean caracterizados como crímenes los actos de legítima defensa propios y en favor de terceros, complementan la propuesta de seguridad de Bolsonaro. De hecho, el legislador se mostró muy contento por el apoyo brindado por el actual presidente argentino, Mauricio Macri, al policía Luís Chocobar, en un claro guiño y estimulación al gatillo fácil.
Además, en una reunión que mantuvo con diputados del sector agropecuario, el representante del PSL prometió distribuir fusiles para los dueños de campo, para que puedan protegerse de los “invasores”, que no son otros que los integrantes del Movimientos de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST).
Como si fuera poco, Bolsonaro también propone militarizar la educación, ya que si gana las elecciones pondrá un general a dirigir el Ministerio de Educación, para que represente “la autoridad, el amor a la patria y el respeto a la familia”, según sus propias palabras. Además, expresó que extenderá el modelo de escuelas militares, colocando parte de las 147 mil unidades públicas de enseñanza básica que hay en el país sobre la tutela del Ejército de la Policía Militar.
Ni derechos, ni humanos
Que los afrodescendientes no sirven ni para reproducirse; que preferiría tener un hijo muerto en un accidente, antes de que “uno que ande por ahí con un bigotudo”; que las mujeres son inferiores que los hombres son algunas de las banderas que Jair Bolsonaro defiende.
Opositor acérrimo de las cuotas raciales en las universidades, en un país donde más de la mitad de los 207 millones de brasileños son afrodescendientes, pero solo el 12, 8 % accede a una educación terciaria, según datos de la Encuesta Nacional por Muestra de Viviendas del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística; Bolsonaro plantea que: “Una buena educación pública haría que todos compitieran en pie de igualdad”. Como si esa igualdad viniera dada por inherencia divina y nada tuviera que ver con las conquistas sociales.
Sin empatía alguna con la realidad del pueblo brasileño, el diputado por Río de Janeiro no solo planea eliminar la posibilidad del acceso a la educación para los sectores más desfavorecidos, sino también expulsar a los afrodescendientes de las reservas, para poder explotar los recursos naturales. De hecho, al referirse al Amazonas fue muy condescendiente con los intereses extranjeros y afirmó que Brasil no cuenta con recursos para cuidar de esta región, por lo que sería mejor que los Estados Unidos se ocuparan de esto.
Suerte parecida correrá el colectivo LGTB si Bolsonaro llega al poder. Declarado abiertamente homofóbico, ha afirmado que el “sería incapaz de amar a un hijo homosexual” y además ha expresado públicamente, y de manera más que desacertada, que el apoyo a la diversidad sexual hará que pronto se legalice la pedofilia.
Las mujeres tampoco quedan exentas de la maquiavélica política de Bolsonaro. Al militar devenido en político le sobran elogios a la hora de hablar del modelo americano que, en el ámbito laboral, no contempla la licencia por maternidad, a lo que agrega que las mujeres deberían ganar menos dinero “porque se embarazan y pasan seis meses de vacaciones”.
“Las posiciones de Bolsonaro son extremas, rechaza toda la agenda de derechos humanos y se manifiesta públicamente expresando visiones violentas, en las que sexismo, racismo, homofobia y defensa de la militarización son componentes centrales “, afirma la politóloga Biroli.
A la derecha del mundo
Como el líder de un clan, Jair Bolsonaro viajó con tres de sus hijos, quienes también tienen cargos políticos -Flávio Bolsonaro, Carlos Bolsonaro y Eduardo Bolsonaro- a Estados Unidos, Israel, Japón, Corea del Sur y Taiwán. El objetivo, como el mismo lo afirma: “Dejar cada vez más claro el norte que queremos para nuestro Brasil, algo bien diferente a lo que fueron los gobiernos anteriores, simpáticos con los régimenes comunistas, fieles y adiestrados por el Foro de San Pablo”.
El vínculo de Bolsonaro con estos países deja muy claro que la integración latinoamericana no forma parte de su agenda política, como así tampoco la defensa de la industria y producción nacional, los recursos naturales, ni las políticas sociales conquistadas durante los 14 años de gobierno del PT. Muy por el contrario, los gobernantes de estos Estados son la representación de la derecha más recalcitrante a nivel mundial.
La estrategia y el discurso utilizado por Bolsonaro no es nuevo, en nuestro continente, por diferentes caminos la derecha más conservadora viene avanzando hace años: los intentos de desestabilización a Hugo Chávez (2002), Evo Morales (2008) y Rafael Correa (2008), el golpe de Estado que derrocó al hondureño Manuel Zelaya (2009), la destitución de Fernando Lugo en Paraguay (2012), la manipulación mediática y la asunción de un gobierno de derecha en Argentina (2015), son indicios de que atrás quedaron los años de primavera Latinoamericana, de gobiernos progresistas, de izquierda y centro-izquierda donde, con sus aciertos y errores, los sectores populares, los eternos olvidados y las minorías pudieron conquistar derechos.
La amenaza sobre América Latina es sistemática y en Brasil parece estar muy cerca de llegar a definir los destinos del país. En octubre serán los comicios, que el líder del PT pueda presentarse como candidato dependerá de que su defensa pueda apelar ante los tribunales Superior y Supremo que no se siguieron correctamente los procedimientos legales y que se violaron sus derechos constitucionales en el proceso judicial, lo que podría demorar meses e incluso años, por lo que su candidatura no es del todo probable. Lo que sí hay algo muy claro en todo esto, el representante de la derecha está listo y promete no vacilar en atropellar los derechos humanos, ni las conquistas de los sectores populares en pos de los beneficios de los empresarios y el mercado. Bem-vindos al Brasil del siglo XXI.