La situación económica en Brasil y los escándalos de corrupción que rodean a Bolsonaro son algunas de las causas de que esté perdiendo el apoyo de los evangélicos. El factor no puede ser aprovechado por Lula, que sin embargo sigue sin ser visto como una opción para esta porción del electorado.

El apoyo de Bolsonaro entre los evangélicos finalmente parece tener los días contados. Según la última encuesta de Datafolha [1], sólo el 29 por ciento de los evangélicos considera que el gobierno de Bolsonaro es excelente o bueno. Es la tasa más baja registrada desde el inicio de su mandato.

Desde enero, la aprobación del presidente se ha desplomado nada menos que once puntos porcentuales entre los religiosos de este segmento, lo que indica una fuerte caída de la popularidad en uno de sus principales bastiones electorales.

¿Qué explica el declive de Bolsonaro entre los evangélicos? Hay que tener en cuenta varios aspectos. En primer lugar, el factor económico: los evangélicos se encuentran entre las religiones que más concentran a los trabajadores informales y a las personas de bajos ingresos, las poblaciones que más están sufriendo los efectos perversos de la crisis económica, como el desempleo, el peso de la inflación en los alimentos, la vivienda y el transporte, así como la disminución de las ayudas de emergencia.

El factor político también parece pesar en contra del Presidente. Los escándalos de corrupción que involucran a la familia de Bolsonaro y a algunos de sus correligionarios contrastan con la figura de honestidad trabajada por su campaña en 2018. Esto ha provocado que algunos líderes religiosos –por ejemplo, el pastor presbiteriano Augusto Nicodemo y el teólogo jubilado y youtuber Yago Martins– hayan bajado su entusiasmo con el presidente a lo largo del mandato, especialmente después de que Sergio Moro dejara el gobierno en abril de 2020.

Lula tampoco

Incluso con el evidente descenso de Bolsonaro en las encuestas, el ex presidente Lula (PT) no parece poder aprovechar esta situación entre los evangélicos, ya que se mantiene en un empate técnico con Bolsonaro, al menos desde mayo de este año. En la última encuesta de Datafolha, mientras que Bolsonaro aparece en la primera vuelta con un 38 por ciento de intención de voto entre los evangélicos, la preferencia por Lula es del 37 por ciento. En la segunda vuelta, Lula tenía el 44 por ciento de las intenciones de voto frente al 43 por ciento de Bolsonaro. Contemplando el margen de error de la encuesta, de unos tres puntos, ambos compiten por igual.

Aquí es donde las cosas se complican para el candidato del Partido de los Trabajadores. Hay que recordar que, al menos desde 2014, los evangélicos han ido incorporando la tesis antipetista al discurso religioso, al elegir al “petismo” y a la “izquierda” como “enemigos del pueblo de Dios” y como una especie de síntesis de todos los problemas sociales de la nación. Y aquí se mezcla todo: desde las acusaciones de corrupción del “mensalão” hasta la Operación Lava Jato, pasando por las teorías conspirativas del “marxismo cultural” y la “ideología de género”. Finalmente, todo este bombardeo ideológico fue (y ha sido) abundantemente utilizado por los líderes evangélicos para impedir cualquier acercamiento entre el público evangélico y las agendas de izquierda, limitando así la actuación del PT en este segmento.

Además, hay que señalar que el estancamiento de Lula entre los evangélicos es también el resultado de una cierta resistencia –por no decir arrogancia y falta de sensibilidad– de algunos sectores progresistas a dialogar con este público religioso. Basándose en el argumento de la laicidad del Estado, hay quienes creen que la separación entre religión y política puede hacerse con la misma pureza química que divide el agua y el aceite.

El estancamiento de Lula entre los evangélicos es también el resultado de una cierta resistencia de algunos sectores progresistas a dialogar con este público religioso

Y aquí está el gran error de buena parte de la izquierda brasileña: al tratar de aislar el punto de vista religioso sobre la política, lo que están haciendo, en la práctica, es subestimar un aspecto muy significativo de la vida cotidiana de este electorado. Al fin y al cabo, no olvidemos que la iglesia evangélica ha crecido en el país principalmente entre las periferias de las grandes ciudades brasileñas porque es un lugar estratégico de acogida de las poblaciones más pobres. Esto se debe a que la Iglesia no es sólo un lugar de culto, sino que se extiende a una red de apoyo mutuo entre hermanos y hermanas, ofreciendo ayuda en tiempos de necesidad, además de ser un importante espacio de ocio, cultura y sociabilidad en las comunidades.

Si la izquierda carece de sensibilidad para dialogar con esta porción del electorado, no faltan esfuerzos por parte de la derecha para intentar mantener a este grupo unido. Prueba de ello es la fuerza con la que la tesis de la “guerra espiritual” sigue presentando vigor en los círculos religiosos, como si el gobierno de Bolsonaro fuera una especie de defensor único del cristianismo, mientras que sus críticos y opositores serían, en realidad, enviados (o engañados) por el maligno para destruir los pilares de la civilización judeocristiana. Aunque esta teoría va perdiendo adeptos, si el campo progresista no disputa la narrativa religiosa sobre quién sería el verdadero enemigo de Dios (y del pueblo), es muy probable que en 2022 tengamos una “tercera vía” más evangélica y antiizquierdista.

[1] Encuesta Datafolha.

© Le Monde diplomatique, edición brasileña.

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