Ningún asesinato selectivo, como el del líder de ISIS el jueves pasado, logró más que la eliminación misma del objetivo. Está claro que Estados Unidos lo seguirá haciendo pero no es esperable que obtenga un resultado diferente. Son procesos que van más allá de una persona, por más importante que sea el liderazgo.

El jueves 3 de febrero, un exultante Joe Biden, presidente de Estados Unidos, aparecía por televisión para anunciar un operativo de las fuerzas especiales estadounidenses que habría acabado con el lider del Estado Islámico, ISIS, Abu Ibrahim al-Hashimi al Qurayshi.

Horas después trascendieron imágenes y videos de la zona donde se produjo la acción norteamericana, en la ciudad de Ahmet,  provincia de Idlib, Siria, en las que se veía la destrucción del edificio donde supuestamente se encontraba el líder terrorista junto a miembros de su familia y otras personas.

En cuanto se supo la cantidad de muertos en el operativo (13 personas), también trascendió que entre las víctimas había 6 niños y 4 mujeres. Rápidamente salió el mismo Biden a aclarar que al-Qurayshi se había inmolado e hizo explotar una bomba antes de entregarse. Según informó el gobierno norteamericano, fue esta explosión la que causó todas las víctimas.

Por supuesto, ésta no es la primera operación de este tipo realizada por las fuerzas especiales norteamericanas. Hagamos un rápido resumen para pasar luego a la efectividad de esta forma de respuesta al accionar de grupos designados como terroristas por Estados Unidos y por gran parte de la comunidad internacional.

-En junio de 2006, Estados Unidos eliminó a Abu Musal al-Zarqawi, líder de Al Qaeda en Irak, casi 5 años después del cruel atentado al World Trade Center de Nueva York, que terminó con el colapso de las emblemáticas torres gemelas de esa ciudad estadounidense.

-En mayo de 2011, a 10 años del atentado con aviones contra el WTC y el Pentágono, el presidente Barack Obama fue quien anunció la eliminación física de Osama bin Laden –acusado de ser autor intelectual del atentado de setiembre de 2001–.

-En 2019, fue Donald Trump quien anunció el asesinato de Hamza bin Laden, hijo de Osama, a quien muchos veían como el probable sucesor de Osama al frente de la organización terrorista Al Qaeda.

-En 2019 también, un mes después, en octubre, Trump anunció que habían eliminado al comandante de Isis, Abu Bakr al-Baghdati.

-El penúltimo asesinato selectivo perpetrado por Estados Unidos también ocurrió bajo el gobierno de Donald Trump, el 3 de enero del 2020, cuando fue eliminado en Iral Qasem Soleimani, líder de la Guardia Revolucionaria Iraní, y un militar con mucha ascendencia también dentro de la población iraní.

-Ahora ocurrió el acorralamiento y presunto suicidio del sucesor de al-Baghdati, Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurayshi, quien hasta el momento era casi un fantasma, de quien no habían trascendido fotos ni mayores datos, en un intento de ISIS por mantener protegido a su comandante.

Según informa el veterano de guerra, periodista y destacado corresponsal de guerra en Israel, Ron Ben Yishai, en un artículo reproducido por el sitio Ynet e Ynet Español, lo que delató al líder del Estado islámico fue la operación llevada a cabo por su organización para liberar a combatientes detenidos por los kurdos en la ciudad de Al-Hasakah, en el norte de Siria.

La exitosa operación de ISIS, que prenunciaba un renacer de la organización que llegó a establecer un Califato en territorio sirio, al parecer –y según acota el periodista israelí– generó un entusiasmo tal entre las filas de combatientes que los llevó a descuidar las medidas de seguridad para comunicarse. El propio al-Qurayshi habría estado al mando de los combates que no cesaron hasta que intervinieron fuerzas estadounidenses con misiles, pero que no lograron impedir la fuga de cientos de militantes del Estado Islámico.

Tal vez en los próximos días conoceremos más detalles, pero para quien escribe estas líneas el objetivo es detenerse a reflexionar sobre la efectividad de este tipo de acciones, que no son sólo patrimonio de Estados Unidos, pues otros países –como Israel– suelen utilizarlas para eliminar objetivos potencialmente peligrosos para ellos.

El enorme avance de la tecnología, las búsquedas satelitales, los drones explosivos y tantas otras tácticas de ataque militar permiten cada vez más precisión a la hora de ordenar estos ataques. No obstante, nunca se evitan las víctimas inocentes –como fue en este caso y en tantos otros–, pues en general estos objetivos humanos mueren junto con otras personas, eliminadas por Estados Unidos (los famosos daños colaterales) o por los mismos terroristas, como se informa fue el caso de al-Qurayshi.

Pero además de los daños colaterales y las víctimas inocentes, es necesario evaluar el resultado concreto de este tipo de acciones. No es intención de este artículo defender acciones ni grupos terroristas, pues queda bien claro para quien escribe que una cosa es una Intifada (por tomar el caso palestino) y otra muy distinta lanzar misiles caseros sin objetivo definido y con víctimas al azar (como es el caso de Hamás en Gaza).

En este caso, digámoslo de una vez, Estados Unidos interviene en Oriente Medio y en Afganistán, por tomar dos casos, 21 años después del atentado a las torres gemelas sin que haya habido otro atentado siquiera parecido en su territorio. No es el caso de Israel u otros países que lidian a diario con el terrorismo.

Ahora bien, ni la muerte de Osama bin Laden terminó con Al Qaeda, ni las muertes de al-Baghdati y al-Quraishy terminarán con el Estado Islámico en Siria. Tampoco el asesinato de Qasem Soleimani debilitó a la Guardia Revolucionaria Iraní, ni tan siquiera Irán detuvo su programa nuclear, tan preocupante tanto para Israel y Estados Unidos como para otros países musulmanes del Golfo, como Arabia Saudita y Emiratos Arabes Unidos.

Ninguna de estas acciones logró más que la eliminación misma del objetivo, y está claro que Estados Unidos lo seguirá haciendo; pero no es esperable que obtengan un resultado distinto de los acontecidos. Son procesos que van más allá de una persona, por más importante que sea el liderazgo.

Quizá lo que haya que atacar, también, son las causas que llevan al fortalecimiento de organizaciones que predican acciones terroristas como toda forma de lucha contra algún tipo de opresión.

También Estados Unidos podría dejar de intentar imponer políticas en lugares del mundo tan alejados de su territorio. Esa necesidad de intervención le llevó a edificar sus propios fantasmas, como fue el haber participado en el nacimiento y construcción de dos de sus enemigos: Al Qaeda y el movimiento Talibán en Afganistán.

Respecto del terrorismo, y su efectividad como modalidad de lucha, es una discusión que a mi entender no está saldada; pero sin dudas sí está demostrado que la acción para combatirlo no puede ser también terrorista. Ninguna célula ha dejado de funcionar por estos ataques selectivos, Irán no dejó de amenazar a Estados Unidos e Israel porque fue asesinado el jefe de la Guardia Revolucionaria.

El popular refrán “Muerto el perro se acabó la rabia” no aplica para procesos políticos mucho más complejos que la influencia de un líder político o militar. Entonces, su eliminación física sólo conducirá a otro líder pero no acabará con el movimiento ni con el motivo que le dio origen.

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