Bolsonaro montó su campaña sobre la idea de la disolución de las minorías, de ser necesario a punta de pistola. Todavía queda una oportunidad de frenar la llegada del fascismo y para eso la oposición debe replantearse identidades y alianzas.

Hace algunos años, cuando daba clases en la Universidad Federal de Rio de Janeiro, un alumno me mandó un email pidiéndome que justificara su ausencia:de  la noche anterior pues  había sido atacado en la estación mientras esperaba el tren en un suburbio de Rio y,  un poco por los golpes y  otro poco por el stress post-traumático, no se sentía en condiciones de asistir a clase. Con la ingenuidad de una mujer blanca, de clase media le pregunté si le habían robado. “No, profesora. Me atacaron por cómo iba vestido”, fue su manera elegante de hacerme entender que los atacantes era homofóbicos.

Los ataques a miembros de la comunidad LGBTQ+ se han convertido en moneda corriente en Brasil, en los barrios pobres y en las  calles elegantes de las grandes ciudades. Afortunadamente, en los últimos años, también ha crecido el repudio social a estos hechos, de la mano de un tímido declive del machismo en las relaciones interpersonales. Y aunque tratar a alguien de “puto” no es penado por ley en Brasil como lo sería llamarlo “negro de mierda” (para usar dos apelativos muy cercanos al sentido común argentino), el repudio social y la concientización del machismo estructural no ha ido lo suficientemente lejos para evitar que, días atrás en el subte de San Pablo, la hinchada de Palmeiras cantara su promesa de “matar maricas” tan pronto Bolsonaro ganara las elecciones. Los relatos de amenazas directas a gays, trans y lesbianas que comenzaron a poblar las redes sociales nos muestran que la todavía frágil condena social a la violencia machista corre riesgo de disolverse si el candidato de la cura gay a cinturonazos es electo presidente.

Por toda definición, Bolsonaro afirma que la democracia consiste en que las minorías de adapten a las mayorías, y si no lo hacen, simplemente que desaparezcan. No hay márgenes de interpretación frente a una afirmación de esa índole. No hay, siquiera disenso democrático posible cuando la aniquilación es la condición sine qua non para la nueva hegemonía. Las ficciones distópicas se vuelven asustadoramente reales cuando más de la mitad de la población (que incluye muchos de sus electores) caben fácilmente en esas definiciones de “minoría” a ser subyugada o eliminada: negros, pobres, mujeres, LGBTQ+, extranjeros, devotos de religiones de matriz afro. Es evidente que algunos van a sufrir más que otros, en particular los jóvenes negros de las periferias. Si ellos ya poblaban las estadísticas de víctimas de asesinatos (muchas veces, a manos de las fuerzas de seguridad, muchas veces simplemente por ser “portadores de rostro”), la promesa de Bozo de dar carta blanca a la policía, pero también a los ciudadanos comunes para “defenderse”, no sólo legitima y alienta el aumento de la violencia y de la inseguridad, sino que trastoca cualquier idea de nación como proyecto civilizador: no hay almas para salvar, no hay cuerpos para disciplinar, si desde el gobierno te clasifican en material de descarte. Y, convengamos, si a esta altura del partido tenemos que defender la idea de nación como proyecto hegemónico, es porque ya perdimos.

No es fácil

Jair Mesías Bolsonaro, bautizado Bozo, Bolsosaurio, o “el coso” para evitar la viralización de su nombre en las redes sociales, es diputado del Partido Social Liberal (PSL) desde hace casi 3 décadas y ganó la primera vuelta de las elecciones brasileñas con 46% de los votos. El balotaje será el 28 de octubre contra Fernando Haddad del PT, ex ministro de educación y ex intendente de São Paulo, que consiguió pasar el 29% de los votos válidos.

Un análisis fácil explicaría por qué el PT perdió las elecciones, aún con un candidato bastante potable como Haddad, con una larga y bien justificada lista de motivos. La propia dinámica del aparato partidario, los escándalos de corrupción, el mediocre primer gobierno de Dilma (que borró con el codo muchas de las cosas que Lula había escrito con la mano), el completo quietismo después del impeachment, el desmantelamiento del trabajo de base que culminó con la pobre articulación social y política durante el encarcelamiento de Lula, y la espera paciente por las elecciones del 7 de octubre, que tuvo más de cálculo partidario que de republicanismo, son algunos de los motivos que explican el rechazo al PT. El apoyo de Lula y el partido no fueron suficientes para Haddad.

Pero Bozo, que ganó con más de 50% de los votos en 13 estados – de hecho, tuvo mayoría en 17 de los 27 estados, incluyendo el DF-  propone como bandera el “fin de la corrupción”, mientras vio crecer su patrimonio personal y familiar más del 400% cuando (él y sus hijos) estaban en cargos públicos y admite abiertamente haber recibido coimas “como pasa en todos los partidos”. Es un candidato que pretende reconstruir el país a partir del aumento de la violencia (institucionalizada o no) y la aniquilación de las disidencias, travestidas en un discurso a favor de la seguridad y el combate al crimen. Es el candidato que defiende la tortura, que afirma que el error de la dictadura fue no haber matado más gente, que cree que la homosexualidad se cura a cinturonazos, que defiende la violación pedagógica para las mujeres (pero no para todas, porque algunas no lo merecen). Y propone la reducción de los derechos laborales como el aguinaldo, las horas extras y la jubilación, así como cualquier atisbo de estado de bienestar.

Un análisis fácil explicaría el resultado de las elecciones por el “voto castigo” y culparía al PT por su propia derrota. En circunstancias diferentes, con un candidato del espectro de la centro-derecha como ganador, sería plausible. Pues hay un débito importante de autocrítica dentro del PT que les impidió, entre otras cosas, haber prestado atención a los acontecimientos políticos desatados tan pronto Dilma fue reelecta hace cuatro años (comenzando con las maniobras para revocar el resultado electoral). Pero los resultados electorales muestran que el PSDB fue borrado de un plumazo (el partido que ha sido la primera o segunda fuerza política desde 1989, no llegó ni al 5%) y que Ciro Gomes (el candidato del “voto útil” y una alternativa que se discutía como viable entre las clases medias educadas) apenas alcanzó el 13%.

Un análisis fácil culparía a los electores individuales, los etiquetaría, los reduciría a sus egoísmos y deseos inconscientes, a la pulsión de destrucción. Y esa podría ser, a primera vista, una explicación plausible para la victoria de un candidato que es clara y orgullosamente, racista, misógino, homofóbico, y supremacista -especialmente en las regiones más ricas y educadas del país.

Pero interpretar qué pasó este domingo en Brasil –y, por enroque, qué puede pasar en la región si nos distraemos- requiere preguntarse cómo evitar el quiebre del país. No estoy simplemente hablando de una grieta simbólica, de diferencias sobre políticas públicas que pueden destruir parejas, distanciar amistades o enfrentar miembros de una misma familia. Me refiero a la amenaza concreta de la aniquilación física -tanto por medio de medidas de reducción drástica del gasto público, cuanto por el uso directo de la violencia física- de una gran parte de la población que incluye, irónicamente, muchos de los electores de Bozo. Por eso es tan peligroso que todo el espectro de centro derecha no hayan sido alternativas viables para los electores que tradicionalmente han votado en esos partidos y que Marina Silva aparezca diciendo que “va a pensar” a quién va a apoyar el Partido Verde y promete que será oposición los próximos cuatro años, cuando lo que está en juego es que existan instituciones, sus propios votantes, algo, dentro de 4 años.

Un análisis fácil diría que los electores brasileños claman por un líder fuerte, que venga a “poner orden” y salve a Brasil del caos, de la corrupción y la inseguridad. Y, de hecho, si observamos estadística y etnográficamente las intenciones de voto cuando todavía existía la posibilidad de ser candidato, Lula ganaba en todos los escenarios posibles. Entonces, y sumado a las charlas con trabajadores de las clases populares urbanas que tuve mientras vivía en Brasil, no es descabellado afirmar que muchos de los electores de Bolsosaurio hubieran votado a Lula. La explicación, entonces, no se reduce a la esfera ideológica, a fascismo versus democracia. Y es ahí, quizás, donde empieza el trabajo de todes para reverter el resultado y conseguir el #elenão dentro de 3 semanas.

Ya perdimos

La tesis del líder fuerte, que explicaría tanto el triunfo de Lula cuanto el de Bozo, en realidad no explica nada, porque Bozo no ganó solo. Junto con él, y además de sus propios hijos, fueron electos como intendentes, gobernadores, y legisladores estaduales y nacionales, figuras execrables para cualquier régimen democrático. Dos ejemplos son los diputados electos en San Pablo y Rio de Janeiro respectivamente, Alexandre Frota y Rodrigo Amorim. Frota es un ex actor porno que confesó en TV haber violado una mãe de santo en cuanto ella estaba inconsciente y, devenido en defensor de la familia tradicional brasileña, ha sido considerado como posible ministro de educación. No, no es un chiste. Amorin, por su parte, hace una semana decidió quebrar una placa en homenaje a la concejala Marielle Franco, asesinada en marzo, y lo posteó en sus redes sociales. Lejos de criticar (o al menos ignorar!) la actitud de su correligionario, el entonces diputado Flavio Bolsonaro, hijo de Jair, salió a defenderlo. Detalle: Flavio fue electo para el senado, por el estado de Rio de Janeiro, como el candidato más votado en toda la historia.

Es imposible tratar de convencer a quienes coinciden ideológicamente con Bozo sobre los peligros del fascismo. Es inútil pedir empatía o, aún, mostrarles que tal vez sean ellos mismos los más perjudicados con sus políticas, porque, como Bozo, se consideran “ciudadanos de bien”, que pagan sus impuestos, se cortan el pelo y le dicen buen día al diariero. Y a ellos siquiera los contamos en el extremo de quienes está sinceramente exultantes con la posibilidad de un estado autoritario y la aniquilación de las minorías.

Es necesario entender que la mayoría de los electores desconfían de las formas y formatos partidarios tradicionales, y que las alianzas (en género, forma y grado) que llevaron al PT al gobierno en las últimas dos décadas, no solamente no funcionan más, sino que están completamente desacreditadas. Es necesario observar que, también gracias a los avances del PT, si bien la estructura social no se vio afectada, sí lo fueron algunas dinámicas sociales, y que muchos de los que se vieron beneficiados por las políticas redistributivas, de reconocimiento de minorías, de ampliación de la educación superior, hoy pueden estar eligiendo a Bolsosaurio.

¿Y ahora?

Las encuestas previas a las elecciones mostraban que, independiente quién fuera el candidato, sería muy difícil ganarle al coso en un segundo turno. La divulgación realizada por la Red Globo de los resultados de las elecciones este domingo a la noche, estratégicamente presentó primero los resultados de la región Sud y Sudeste, donde Bozo ganó y, el corazón de muchos se congeló con la posibilidad que ganara en primera vuelta. Las próximas encuestas salen el miércoles. No tenemos tiempo que perder.

La abstención en estas elecciones ha sido la mayor desde 1998, y supera el 20%. En un país del tamaño de Brasil es dos tercios de la población de Argentina (30 millones de electores) que no fue a votar el domingo. Por otro lado, si confiamos en las últimas encuestas de intención de voto que tenían a Lula como potencial candidato, sabemos al menos 20% de los electores Bolzo migraron desde este grupo.

Es a ellos a quienes hay hablar que hablarles, no de fascismo, no de dictadura, sino de seguridad, de empleo, de transparencia. La democracia puede resultar un bien demasiado intangible, cuando la inseguridad, el desempleo, la violencia urbana (y todo el espectro de la “inseguridad” que parece clamar por más violencia), la falta de perspectivas de futuro, se suma a la percepción de que los políticos gobiernan apenas para su propia perpetuación en el poder y el beneficio a los amigos de los amigos. Bolsonaro no es una excepción, pero tampoco el PT.

Un gran acuerdo nacional “con los militares, con el poder judicial, con todos” dio origen al golpe de estado que destituyó a Dilma, como única medida posible para detener la investigación de corrupción política denominada Lava Jato. Un acuerdo de ese tipo, para “salvar la democracia” sería un tiro por la culata. Una eventual foto con todos los partidos del arco democrático que coinciden que #elenão, soplaría más votos todavía para el lado de Bolsonaro.

Por irónico que parezca, para que la democracia representativa sobreviva al 29 de octubre es necesario desdibujar los partidos y presentar a las personas. A Haddad menos como un proxy de Lula. Más como un hombre de trabajo, y menos como un profesor universitario, porque estamos en un contexto que perdona y festeja la ignorancia, y porque en Brasil se sabe, desde Fernando Henrique Cardoso, que demostrar ser demasiado educado es piantavotos. Es necesario dar espacio a Manuela D´Avila, la candidata a vice, que es madre, trabaja y es atractiva -características que son aceptables para las versiones hegemónicas de feminidad y que pueden generar algun tipo de identificacion entre algunas electoras del coso. Incluir los grupos religiosos -y dar voz urgente a los grupos evangélicos que condenan a Bozo. Moverse al centro, aunque eso implique ceder y conceder. Sabemos lo que se pierde en este juego, pero más sabemos que lo que se define es la posibilidad de seguir jugando. Es necesario crear una red, heterogénea, heterodoxa en torno de la defensa de la democracia. Una red que puede terminar resultando una bolsa de gatos, sí. Pero que al menos garantice que podremos seguir peleando por un futuro menos sombrío.