La posible victoria de Jair Bolsonaro en segunda vuelta abre muchos interrogantes sobre el rumbo que tomará la octava economía mundial y la segunda potencia militar del hemisferio occidental. Paulo Guedes, su cerebro económico, promete privatizarlo todo, reducir impuestos y mucha apertura comercial. El destino del Mercosur y la inserción internacional de Brasil, dos incógnitas.
Hace cuatro años, el establishment brasileño, el líder de la oposición Aécio Neves, la Federación de Industrias del Estado San Pablo (Fiesp) y los principales multimedios liderados por la Rede Globo, coincidieron en desplazar a Dilma Rousseff para retomar la agenda neoliberal interrumpida por el Partido de los Trabajadores (PT) entre 2003 y 2011. La estrategia se completó con la proscripción y el encarcelamiento de Lula da Silva. El objetivo adicional: el regreso de los “tucanos” y sus aliados.
La hoja de ruta contó con el apoyo de figuras clave, como el ex presidente Henrique Cardoso (1995-2002) y del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Michel Temer, desde el Planalto, debía conducir la transición. El plan funcionó a medias. Lava Jato de por medio, la crisis se devoró el espacio que ocuparon en las últimas seis elecciones el PSDB y el Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). La restauración neoliberal quedó en marcha; pero el timón, en poder del integrismo nacionalista de Jair Bolsonaro y del maximalismo de Paulo Guedes.
¿El fin del Mercosur?
El ascenso Bolsonaro pone en duda la política exterior desplegada por la burocracia de Itamaraty desde la época del Barón de Rio Branco y reafirmada desde el regreso de la democracia en 1985. La misma que con sus más y sus menos durante las últimas tres décadas sostuvo el Mercosur y guió la inserción de Brasil en el escenario regional e internacional.
Al igual que Donald Trump en Estados Unidos, Bolsonaro amenaza con romper los consensos básicos alcanzados por las élites brasileñas, lineamientos generales que no puso en duda el PT. ¿Ejemplos? Nunca hasta hoy un candidato presidencial deslizó la idea de que Brasil abandone su proyecto de buscar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Menos aún puso en duda el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, una posición que tendría efectos sobre la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares, compromiso asumido por Argentina y Brasil hace 25 años.
¿Cerrará Bolsonaro la embajada de Palestina en Brasil como prometió en campaña? ¿Revisará la relación de su país con China? ¿Seguirá los pasos de Trump y trasladará la embajada brasileña en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. ¿Se replegará la primera economía sudamericana hacia el interior de sus fronteras? ¿Buscará un alineamiento con Washington? ¿Hasta qué punto su declaración de mantener a Brasil dentro del Mercosur implica una profundización del acuerdo sellado por Raúl Alfonsín y José Sarney en 1985?
Por lo pronto, Bolsonaro planea poner al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores a un diplomático que elogia la agenda nacionalista de Trump. Se trata de Ernesto Fraga Araújo, jefe del Departamento de Estados Unidos y Canadá de Itamraty. Y no se trata solo del posicionamiento de Brasil en el Mercosur o en los BRICs. En una conducta inusual para un diplomático brasileño, Fraga Araújo usó su blog personal para lanzar argumentos “contra el globalismo” y señalar que Bolsonaro seguirá los pasos de Trump.
En un artículo titulado Trump y Occidente, publicado en una revista diplomática, Fraga Araújo también argumentó que el mandatario estadounidense “está salvando a la civilización cristiana occidental del islam radical” y de lo que define como un “marxismo globalista cultural” que “atenta contra la identidad nacional, los valores familiares y la fe cristiana”. Según el diplomático, “Brasil tiene la posibilidad de recuperar su alma occidental, abrazar el nacionalismo que defiende Trump y buscar el interés nacional en vez de estar atado a bloques de países”.
Si el avance de la derecha a nivel regional da por tierra con el objetivo de un bloque regional amplio con posiciones políticas más o menos homogéneas como el intentado con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), el matiz económico de las afirmaciones de Bolsonaro implican un casi seguro debilitamiento del Mercosur. “Haremos negocios con todo el mundo”, enfatizó el candidato.
Las vagas y altisonantes declaraciones de Bolsonaro alimentan los interrogantes. El desinterés que exhibió por el Mercosur durante la campaña y sus escasas declaraciones sobre el tema poco dicen de alianzas estratégicas. Recién la semana pasada afirmó que Brasilia no abandonará el Mercosur, aunque volvió a relativizar su importancia y agregó que el acuerdo aduanero fue “desfigurado por cuestiones ideológicas”.
Las opiniones van desde quienes sostienen que no habrá cambios radicales hasta quienes opinan que su victoria en segunda vuelta podría asestar un golpe fatal al trabajoso acuerdo edificado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. En el centro se ubican los que argumentan que las urgencias que enfrentarán Bolsonaro y Guedes en materia económica harán que Itamaraty encienda el piloto automático hasta nuevo aviso.
La dupla, sin embargo, no está exenta de contradicciones. Bolsonaro, al menos en campaña, exhibió un tinte nacionalista, se declaró “enemigo de los tratados comerciales que implican una apertura” y prometió un “proteccionismo moderno” que incluye sectores como los productores de electrodomésticos, alimentos, autopartes, plásticos, químicos e insumos industriales, además de la industria farmacéutica.
Lo que está en juego
Algunos sostienen que la primera víctima de Bolsonaro podría ser el demorado tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. Un mal trago para Mauricio Macri, su principal y casi único impulsor. Hasta hace poco, Cambiemos conservaba la esperanza de anunciar durante la cumbre del G20 que se realizará el mes que viene en Buenos Aires una declaración política que reafirmara que las negociaciones entre ambos bloques siguen en pie.
La alternativa es impensable sin el visto bueno de Brasil. De hecho, las declaraciones proteccionistas de Bolsonaro ponen en veremos muchos de los 14 capítulos generales, de los cuales 10 estarían cerrados y otros 4 en discusión. En la Cancillería argentina sugieren que desde la Unión Europea se espera que Brasilia exponga un criterio de negociación.
Lo que está en juego no es poco. Uruguay viene bregando por discutir en forma unilateral tratados de libre comercio y podría redoblar la presión para conseguirlo. “Precisamos librarnos de las amarras del Mercosur y partir hacia el bilateralismo. ¡Brasil tiene autonomía para comerciar con todo el mundo!”, tuitió Bolsonaro en plena campaña. Música para Montevideo, más allá de la distancia que separa al presidente Tabaré Vázquez de Bolsonaro y de las críticas lanzadas al candidato desde el Frente Amplio.
¿Qué se puede esperar de aquí en más? Algo dejó trasuntar la semana pasada el canciller uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, quien está al frente del Mercosur hasta fin de año. En un cónclave organizado por la Asociación Europea de Libre Comercio, donde se comentaron las alternativas de las elecciones brasileñas, el diplomático uruguayo arriesgo que Montevideo podría sumar el apoyo de Macri.
La posibilidad se discutió en Nueva York. Fue en un encuentro informal de los cancilleres del Mercosur durante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Allí se pusieron blanco sobre negro las alternativas: seguir con el actual esquema de negociación en bloque o relajar las normas que hoy impiden a los socios del Mercosur negociar rebajas de aranceles por fuere de la unión aduanera.
De consumarse la flexibilización, la propuesta se concretaría en Montevideo a fin de año. Para esa fecha Argentina asumirá la presidencia pro tempore. Será el momento de las definiciones. Y no se trata solo de definir la relación comercial con la Unión Europea. También están en danza otras negociaciones abiertas con Canadá, Singapur y Corea del Sur. Todas con el objetivo de quitar trabas a las exportaciones.
El argumento central para relajar las cláusulas del Mercosur será la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre Estados Unidos, México y Canadá. Según Cambiemos, la modificación del actual arancel común sería la vía para concretar una inserción exitosa en la agenda internacional. Algo bastante parecido a lo que sostiene Uruguay y sugieren las palabras de Bolsonaro.
Qué dice Guedes
Para entender la retórica del hombre clave de un muy probable gobierno de Bolsonaro hay que internarse en las largas y caóticas interpretaciones históricas con la que suele arropar sus entrevistas. Su visión sostiene que la dictadura brasileña concentró el poder en una clase política que se agostó en un modelo dirigista. Luego, la expansión del gasto público que obraron las políticas sociales de Lula y Rousseff habrían corrompido la democracia, estancando la economía y agredido los valores de una clase media abandonada.
“La izquierda compró a los conservadores oportunistas y la redemocratización se devoró a sus hijos”, gusta decir Guedes. Los principales responsables de la crisis en términos amplios serían tanto Cardoso como Lula. En este contexto, su misión como súper ministro de Bolsonaro sería ponerle un techo más bajo al gasto público. Una suerte de última barrera para evitar un colapso que de otra forma considera inevitable. En pocas palabras: alejar el fantasma del default mediante un nuevo y brutal ajuste.
Según su visión, Brasil enfrentaría desafíos equiparables a los de China y Rusia. ¿Sus modelos? Los que define como demócratas liberales, al estilo de la canciller alemana Angela Merkel y el presidente chileno Sebastián Piñera, quien no ahorró elogios al programa neoliberal de Guedes.
Hasta el momento, el posible súper ministro apenas explicitó dos ideas: iniciar la transición hacia un sistema de jubilaciones por capitalización sin contribuciones patronales ni estatales y vender todas las empresas públicas que puedan ser de interés para el sector privado. Esto último con el argumento de reducir un 20 por ciento la deuda externa. El programa se completaría con la reducción del gasto público para alcanzar el déficit cero. Los subsidios sociales, de continuar, deberían ser financiados por los estados y municipios.
Con relación al sistema previsional, Guedes promueve una copia del implantando en Chile a principios de los ’80 donde cada trabajador deposita cerca del 10 por ciento de su salario en una cuenta individual. La iniciativa la conoció de primera mano. Fue cuando se desempeñó en Santiago de Chile como docente universitario durante el último tramo de la dictadura de Augusto Pinochet.
Desde entonces se transformó en un promotor del esquema de capitalización. Los críticos advierten que sería poco menos que completar el suicidio económico y social iniciado por Temer. ¿El motivo? El sistema previsional brasileño tiene 30 millones de beneficiarios y siete de cada diez perceptores reciben apenas un salario mínimo. Aun así, es el principal sistema de redistribución de la renta del país.
Su otra idea es privatizarlo todo. En la mira de Guedes están Petrobras, Electrobras, el Banco de Brasil, la Caja Económica Federal y la Empresa Brasileña de Correos y Telecomunicaciones. También los aeropuertos, las autopistas y las terminales portuarias. ¿Entrarán también en su radar las empresas estatales del área de defensa donde el lobby militar pisa fuerte desde los tiempos de Getúlio Vargas? De intentarlo es dable suponer que chocará con la resistencia del general Augusto Heleno Ribeiro Pereira, el ex comandante de la Amazonia y de las fuerzas de la ONU en Haití que Bolsonaro postula al Ministerio de Defensa.
La gobernabilidad, todo un tema
¿Qué chances tiene la dupla Bolsonaro/Guedes de concretar lo que trasunta en campaña? La pregunta no es ociosa en un sistema presidencialista de coalición. La duda refiere a su base legislativa. El Partido Social Liberal (PSL) apenas contará con 52 diputados sobre un total de 513 provenientes de 30 partidos que exhiben una muy lábil alineación programática. En el Senado tendrá solo 4 legisladores sobre un total de 81 que responden a una veintena de espacios políticos.
El condicionamiento lo experimentaron Lula y Rousseff. Los analistas brasileños destacan que a Bolsonaro no le alcanzará con sumar a ruralistas y evangélicos, los dos mayores lobbys legislativos. Los primeros, agrupados en el Frente Parlamentario de la Agropecuaria que apoyaba a Alckmin, se pasaron a sus filas. Lo mismo hicieron los evangelistas liderados por Emir Macedo, el fundador de la omnipresente neopentecostal Iglesia Universal del Reino de Dios.
Guedes, por lo pronto y sin más precisiones, habla de una “alianza de centro-derecha para terminar con tres décadas de socialdemocracia” y hacer “lo que los Chicago Boys hicieron en Chile”. La prensa brasileña señala que la base de sustentación de Bolsonaro como diputado siempre estuvo en los sectores más reaccionarios y sus posturas nunca se alejaron del proteccionismo. Recién en los últimos tiempos viró hacia el neoliberalismo y encontró en Guedes el cerebro económico que le faltaba; además de una carta de presentación ante el empresariado industrial y financiero.
Lo dicho: la dupla no está exenta de contradicciones. Cuando Guedes afirmó que reimplantaría el impuesto a las transacciones financieras para reemplazar otros gravámenes desató la bronca de los industriales paulistas y del sector agropecuario. Bolsonaro lo desmintió y Guedes relativizó la idea. De allí en más, el binomio se replegó sobre frases simples y efectivas. Sobran ejemplos. “Brasil es el paraíso de los rentistas y el infierno de los emprendedores”, repite Guedes.
CEOs y más CEOs
La alquimia, al menos por ahora, funciona. Guedes ya se lanzó al armado de su equipo. Los nombres consignados por la prensa brasileña permiten vislumbrar el rumbo. Casi todos proceden del sector financiero y tendrán como misión aportar los cuadros técnicos de los que carece el PSL para ocupar 22 ministerios, los directorios de las empresas estatales y los entes autárquicos. El argumento para atraerlos: que trabajarán sin interferencias políticas.
Algunos ya figuran entre sus asesores. Es el caso de Alexandre Bettamio, CEO para América Latina del Bank of America, y João Cox, presidente del consejo de administración de TIM, la filial brasileña de Telecom Italia; además de Sergio Eraldo de Salles Pinto, candidato a la presidencia del Banco de Brasil y socio de Bozano Inversiones, la compañía que fundó y preside Guedes. Otro CEO suena es Roberto Campos Neto, director del Santander, un economista liberal que asumiría al frente del Banco Central si Ilan Goldfajn no acepta seguir en el cargo.
Un caso paradigmático es el de Maria Silvia Bastos Marques. La actual CEO de Goldman Sachs en Brasil fue presidenta del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) con Temer y tiene un largo historial relacionado con las privatizaciones de la década del ’90. Su propuesta: financiar con fondos federales la venta de los activos estatales, abrir la banca pública al capital privado y modificar la carta orgánica del BNDES, una institución que Guedes identifica como “una usina generadora de privilegios”.
¿De dónde salió Guedes?
Antes de convertirse en uno los fundadores del Banco BTG Pactual, además de socio mayoritario de Bozano Inversiones e integrante de los directorios de varias compañías, Guedes se graduó como economista en la Universidad Pública de Minas Gerais, hizo un post grado en la Fundacion Getúlio Vargas y un master en la Universidad de Chicago.
A principio de la década del ’80, con un grupo de neoliberales participó de la refundación del Instituto Brasileño de Mercado de Capitales (Ibmec). La institución, creada en los ’70 por la antigua Bolsa de Valores de Rio de Janeiro para brindar capacitación técnica, derivó en universidad privada.
Entre sus principales apoyos se encuentra el Instituto Millenium, un think tank de defensa con sede en Río de Janeiro creado en 2005 para difundir una visión neoliberal. La entidad recibe donativos deducibles de impuestos de grupo industriales y financieros, aseguradoras, empresas de servicios y grandes medios de comunicación, como el Grupo Abril y el Grupo RBS, un conglomerado afiliado a la Rede Globo que tiene ocho periódicos, cuatro portales de Internet, tres canales de televisión, 43 emisoras de radio y otras 110 afiliadas a Rede Gaúcha Satc.
¿Un Trump sin contrapeso?
Los datos de la Fundación Getúlio Vargas señalan que a fines de 2017, 23 millones de brasileños vivían bajo la línea de la pobreza. Unos 6 millones 270 mil más que en diciembre de 2014. Casi 15 millones lo hacían con menos de 140 reales al mes. Unos 38 dólares per cápita. La recesión, la más larga en la historia del país, disparó el número de desocupados y 65 millones de brasileños no trabajan ni buscan empleo. La deuda pública del gobierno federal trepa al 87 por ciento del PBI y alcanzará el 100 por ciento en 2023. Para entonces, los intereses rondarán los 100 mil millones de dólares al año.
Desde la centroizquierda brasileña aseguran que las propuestas económicas de la dupla Bolsonaro/Guedes consolidará el poder del 10 por ciento de la población más acomodada, un grupo que ya concentra el 43 por ciento de la riqueza. Al igual que en la Argentina, el esquema ideado por las élites brasileñas parece no contemplar los límites que pueden dibujar el descontento popular. En los dos últimos dos años, bajo la gestión de Temer, el salario real cayó un 10 por ciento y acrecentó las desigualdades sociales.
La caracterización de Bolsonaro como un Trump sudamericano es tentadora. La alienta el propio candidato. “Soy su admirador. Él quiere unos Estados Unidos grandes, yo quiero un Brasil grande”, afirmó el jueves pasado en Río de Janeiro. Lo mismo que Trump: “Brasil no puede ser un país de fronteras abiertas”, aseguró sobre el tema de los inmigrantes.
Sus comentarios sexistas, xenófonos y su militarismo podrían traducirse como un Brasil, first, pero sin los contrapesos institucionales del sistema político estadounidense. No es raro que The Economist, la biblia del liberalismo conservador, lo definiera como una “amenaza para Brasil y América latina”. De allí que muchos se preguntan si el ascenso de Bolsonaro no supondrá el inicio de un período de alta inestabilidad en Brasil. La imprevisibilidad como norma.
La inquietud se extiende incluso a un think tank conservador como el Cato Institute de Washington. Es lógico. De ganar en segunda vuelta, Bolsonaro comandará el destino de la octava economía mundial. Brasil, además de un extensísimo litoral marítimo tiene fronteras con casi todos los países de América del sur. Al frente de las Fuerzas Armadas de la segunda potencia militar del hemisferio occidental quedaría un militar.
¿Qué piensa Ribeiro Pereira? Dos intervenciones lo pintan con claridad. El candidato a ocupar el Ministerio de Defensa fue uno de los más entusiastas impulsores del nombramiento del general Walter Souza Braga Netto como interventor federal en el área de Seguridad de Río de Janeiro. Según Ribeiro Pereira, la proximidad de Brasil con Perú, Colombia, Paraguay y Bolivia pone al país en riesgo de convertirse en un narcoestado. En febrero pasado, consideró “ideal” que la Justicia respalde a las Fuerzas Armadas para que puedan disparar a matar al avistar a sospechosos portando armas.
“La situación es de emergencia y por eso requiere medidas enérgicas”, dijo ante una platea de trescientos oficiales durante un acto en Escuela Superior de Guerra. En esa misma intervención abogó por una mayor participación de los militares en la administración pública. “Colombia tuvo cincuenta años de guerra civil con la insurgencia marxista porque no hicieron lo que se hizo en el Araguaia”, afirmó en referencia al episodio que entre 1972 y 1975 se conoció como Guerrilla del Araguaia. Fue cuando las Fuerzas Armadas acorralaron a los miembros del Partido Comunista de Brasil que luchaban por la instauración de un régimen socialista. El movimiento insurgente fue arrasado y los militares que actuaron cometieron crímenes de lesa humanidad posteriormente amnistiados.
”Seguramente aparecerán un montón de personas chillando por los derechos humanos. Para que haya derechos humanos primero tenemos que solucionar el problema de la seguridad. El verbo de la misión es eliminar. No sirve arrestar al traficante porque dos días después la justicia lo suelta. Queda sólo una opción”, sentenció Ribeiro Pereira. En Araguaia, las Fuerzas Armadas ejecutaron al menos 40 guerrilleros detenidos.
Algunas conclusiones provisorias
Parece claro que Bolsonaro puede ser malo para la región y la Argentina. Desde la asunción de Tancredo Neves (1985), el sistema político brasileño garantizó la continuidad de la integración regional. En la práctica, Lula no cambió la principales líneas de acción, solo las profundizó.
El Mercosur siempre prevaleció. Incluso se fortaleció con la internacionalización de las empresas brasileñas en nuestro país. Una corriente de capitales que financió el BNDES y que arrancó en 2002 con la adquisición de Petrobras de la petrolera Pecom Energía al Grupo Pérez Companc e que incluyó la compra de firmas como Acindar, la laminadora Sipar, los frigoríficos Swift Amour y Quicfood, la cervecera Quilmes, la cementera Loma Negra, la siderúrgica Acerbrag y la textil Alpargatas, entre otras.
Por ahora, la pregunta sobre el rumbo que tomará Brasil seguirá sin respuesta. La locomotora, por lo pronto, sigue sin traccionar. La economía del principal socio de la Argentina continúa empantanada en una crisis con final abierto. No es poco. La situación impacta en las grandes firmas argentinas y se derrama sobre las pymes industriales y proveedoras de servicios. Brasil explica el 80 por ciento de las exportaciones nacionales al Mercosur.
El único dato alentador de este lado de la frontera es la reducción del déficit comercial que registra la Argentina con Brasil. Un 27 por ciento menos en lo que va de esta año con respecto al mismo período de 2017. Unos 4.200 millones de dólares. No es por buenas razones. El resultado es por los efectos combinados de la maxi devaluación del peso y la recesión local, que desalentaron las importaciones y permitieron un tibio repunte de las ventas.
La coyuntura, está claro, nada aporta al análisis de largo plazo. El horizonte solo se despejará hacia fin de año. Se verá entonces si Brasil mantiene los pocos consensos nacionales alcanzados en el escenario que preservaron el PT y el “centrao”. Los vientos que soplan no son buenos. La desesperación del macrismo por cerrar un tratado de libre comercio con la Unión Europea, la presión de Uruguay para negociar unilateralmente y el ninguneo de Bolsonaro al Mercosur insinúan un panorama aún más oscuro para la integración regional.