Una campaña electoral a base de fake news, una izquierda que no se recupera de sus propios errores, unas fuerzas armadas con enorme presencia en la vida cotidiana de los brasileros. Todo sumado da como resultado a Bolsonaro, un neoliberal dispuesto a todo.

Vladimir Safatle nació en Chile pero vive hace mucho tiempo en Sao Paulo, donde enseña en la universidad y escribe una columna muy leída en la Folha de Sao Paulo. Ante la casi segura victoria de Bolsonaro, la analiza como la consecuencia de un país que nunca cerró la etapa de la dictadura, de los errores del PT y de una sociedad en la que el racismo y el autoritarismo siguen teniendo mucho predicamento.

 ¿Cómo se explica la creciente adhesión al autoritarismo en Brasil?

-Nada de la actual situación es comprensible sin remitirnos a lo que sucedió luego de la dictadura militar. Brasil fracasó rotundamente en conseguir superar su pasado dictatorial, que vuelve a asombrar ahora. Ningún país de América Latina se enfrenta a un riesgo tan explícito de militarización e incluso de un golpe de Estado al modo tradicional como Brasil. No hay país en el que haya una presencia tan fuerte de las Fuerzas Armadas en la vida pública. Esto muestra, muy claramente, que la solución conciliatoria producida por la transición en dirección a la democracia fue la mayor cobardía de la  historia del Brasil.

En esa transición se preservó a grandes de la clase política que estaban directamente vinculados a la dictadura, así como mantuvo, en el seno de las Fuerzas Armadas, una mentalidad que justificaba situaciones de excepción y  que ahora vuelve a hacerse evidente. También preservó, en el seno de la sociedad civil, un potencial de apoyo a gobiernos aparentemente fuertes y autoritarios debido al hecho de que Brasil, en ningún momento, impuso un deber de memoria y justicia de transición, que sería fundamental para que no estuviésemos viendo regresiones como las de ahora.

-¿Y cuál fue el papel de la Constitución de 1988, que acaba de cumplir 30 años, en este proceso?

-La Constitución de 1988 fue la expresión de esa gran política conciliatoria. Se dice mucho que es una constitución ciudadana, que garantiza derechos fundamentales. Por un lado, fue una constitución sin vigencia. Hasta hoy, tuvimos 95 enmiendas constitucionales, más o menos tres por año. Para aprobar una enmienda, el Congreso necesita de dos tercios. En el caso brasileño, esa negociación dura meses. La función del Congreso Nacional desde el fin de la Constituyente fue simplemente la de des-constituir la Constitución. Nació ya con este sello. Por otro lado, 30 años después, hay leyes constitucionales que nunca fueron implementadas por falta de leyes regulatorias. Es una aberración. La ley que establece el impuesto sobre las grandes fortunas es constitucional y nunca fue aplicada. La constitución nace como letra muerta.

Por otro lado, fue  resultado de una gran voluntad  de conciliación entre varios sectores de la sociedad brasileña, inclusive aquellos ligados a la vida militar. El ejército llegó con 28 párrafos cerrados, prácticamente haciéndoselos tragar a los constituyentes. Entre ellos, el artículo que define la función de las Fuerzas Armadas. En el caso brasileño, la preservación del orden, otra aberración completa, porque la función de las FFAA es la defensa de la integridad del territorio nacional y punto. Entonces, lo que está explotando ahora era una bomba de tiempo que nadie quiso ver.

– ¿Es posible pensar en un gobierno de Bolsonaro en los moldes tradicionales, articulando en el Congreso para gobernar con mayoría?

– Dentro de un posible gobierno de Bolsonaro, varias opciones se ponen sobre la mesa y que van a depender mucho de la resistencia con que se enfrente. Ahora, es importante recordar algunas cosas. La primera es que Brasil es una cierta aberración desde el punto de vista de los ajustes neoliberales hasta hoy.

Debido a los pactos de la Nueva República, no había condición de avanzar mucho, tampoco de retroceder. Había fuerzas sociales claramente constituidas que creaban un cierto equilibrio. Esto hizo, por ejemplo, que los grandes ajustes neoliberales aplicados en otros países latinoamericanos, como Argentina, no se produjeran acá.

Brasil llega a 2018 con dos de las más grandes empresas siendo públicas, así como dos de los más grandes bancos. Además de esto, con un sistema de salud que cubre 207 millones de personas y es gratuito, universal, cosa que ningún país con más de 100 millones de habitantes tiene. Hay, también, 57 universidades federales completamente gratuitas. No son universidades para la élite. Solo en la Universidad de San Pablo, 60% de los alumnos vienen de familias que ganan hasta diez salarios mínimos. Se percibe que Brasil llega a en una situación muy atípica desde el punto de vista del neoliberalismo.

 

Los defensores de la agenda neoliberal comprendieron que la única manera de imponer sus reformas sería de una manera autoritaria, como en el modelo chileno de Pinochet. Es un neoliberalismo claramente autoritario, diferente del europeo. Allá, la extrema derecha es anti liberal, proteccionista, incorpora ciertas demandas sociales provenientes de la izquierda y usa la lucha contra el sistema financiero en su discurso.

Exactamente por esto, el neoliberalismo en Europa tiene que ser implementado por figuras más de centro. No es lo que sucede en Brasil. Las encuestas muestran que 68% de la población brasileña está contra las privatizaciones; 71% contra las reformas en las leyes de trabajo y 85% contra las reformas previsionales.

– ¿La adopción de esta agenda sería, por lo tanto, electoralmente inviable?

– Solo tienen una manera de implementarla: escondiéndola, no dejando que quede claramente expuesta y tematizada. La única forma de hacer eso es alimentar y resucitar los peores fantasmas autoritarios de la sociedad brasileña, colocándolos en el centro del debate político. Todas esas bravuconadas prejuiciosas son piezas fundamentales en la estrategia retórica de anulación del espacio político. Lo que vimos fue una anti-campaña, basada en el vaciamiento del espacio político, por medio de ese tipo de provocación a las minorías vulnerables –negros, mujeres, LGBT– que se movilizan, con toda justicia, y ese juego ocupa toda la escena de la campaña.

Por un lado, un potencial fascista que estaba más o menos reprimido gana derecho de existencia y aflora de manera muy fuerte. Esto viene de lejos. La dictadura militar tuvo apoyos civiles, y la gente conoce muy bien el patrón racista y prejuicioso de muchos sectores de la sociedad brasileña. Por otro lado, hay un elemento fundamental y absolutamente impresionante: la campaña sale del espacio público y se desplaza hacia el ambiente virtual, difícil de ser compartido por la sociedad. En ese espacio, la producción continua de imágenes y vídeos falsos de fuerte interpelación retórica termina definiendo el tono de los discursos.

Estos elementos constituyen otro modelo de campaña completamente fuera de los patrones tradicionales de la democracia liberal. Ella ya tiene sus límites, pero estaba obligada a conservar un espacio público al interior del cual la sociedad, como un todo, podía operar una oposición. Ese elemento fue brutalmente retirado. El candidato Bolsonaro recibió una cuchillada y pasó la campaña entera fuera de ella. Todas las veces en que su vice o su economista hacían una declaración, eran dichos catastróficos, inmediatamente rechazadas. O sea, no hubo campaña, en el sentido tradicional del término.

– Esta elección estuvo marcada por la circulación masiva de las noticias falsas y el rechazo al periodismo. ¿Cómo es posible que haya debate si algunos grupos están cerrados a las discrepancias?

– La política nunca fue una cuestión de argumentaciones. Es un error creer eso. Se trata de la movilización de afectos, que, a su vez, expresan adhesiones a formas de vida distintas y opuestas. Vos no podés argumentar contra afectos, sino que los descontituís. Es un proceso diferente. No obstante, los afectos no son irracionales. Tienen una dinámica propia y deben ser comprendidos en su especificidad. En cierto sentido, en una situación tecnológica como la nuestra, cualquiera puede producir fake news.

La campaña de Bolsonaro parecía un mamarracho, amateur, hecha a las apuradas. Pero empezamos a notar que no era así. Era extremadamente organizada, por la calidad del material que circulaba. Los materiales que anularon la manifestación contra él, comenzaron a circular horas después de los actos y eran extremadamente bien producidos. Yo me pregunto: ¿quién fue el responsable? ¿En qué productora fue hecho?

Ni siquiera se sabe quién es el publicista de Bolsonaro. ¿Será, entonces, que no había estrategia de campaña o, en realidad,  está siendo pensada desde otro lugar donde no llegamos siquiera a ver? Nada cierra en esta historia. Son organizadas redes en WhatsApp con más de 8 mil personas, que se articulan entre sí y proliferan un conjunto enorme de imágenes extremadamente bien editadas por profesionales.

– Los cientístas políticos acostumbran analizar la actual crisis política partiendo de la elección de 2014. ¿Pero cuál es la relación del momento actual con las protestas de 2013?

-Ese es un acontecimiento fundamental de la historia brasileña. El fenómeno de 2013 fue la mayor oportunidad perdida por la izquierda. Era una manifestación popular, que dejaba muy claro el nivel de descontento, frustración social, con una perspectiva de enriquecimiento que no ocurrió.

Podría, si, haber sido utilizada por la izquierda para decir: “Estamos presos de una camisa de fuerza para conseguir hacer un segundo ciclo de políticas de crecimiento y redistribución de la riqueza. Debemos asumir esto y luchar contra varias barreras políticas” y cosas de esta naturaleza. Pero eso no fue hecho. La izquierda quedó temerosa del hecho de que las manifestaciones llevaron a la calle tanto a quienes estaban dispuestos a ir más lejos, como a sectores reactivos de la sociedad.

Toda manifestación popular convoca a los sujetos emergentes y a los reactivos. Si vos no sabes dar forma a los emergentes, los reactivos toman la situación. Fue eso lo que sucedió. Un clásico, literalmente. Marx mostraba esto desde 1848, cuando intentó investigar cómo se perdió la revolución proletaria, transformándose en el ascenso de Napoleón Tercero, por el golpe del 18 Brumario.

Las protestas de 2013 muestran imágenes del pueblo contra el poder. Ante las imágenes del pueblo que fue a romper el Congreso Nacional y acabó prendiendo fuego el Palacio Itamaraty, siempre tenés a aquellos que empiezan a gritar “orden”.

Comenzaron a hacer eso, y ahí llegó 2014. Después de la elección, yo escribí en el diario Folha de S. Paulo que la polarización no terminaría la semana siguiente y sólo iba a  profundizarse. Que era necesario estar preparados para eso. Que no iba a ayudar imaginar que la elección había pasado y ahora todo iba a volver a la normalidad. Pero el gobierno creyó que eso sí era posible e intentó crear un modelo de conciliación. Juntó a todos los sectores conservadores dentro del gobierno, desmovilizó su lado, mientras el otro lado fue para arriba ante el vacío, porque no había movilización en reacción.

En una sociedad polarizada, lo primeroque tenés que hacer es fortalecer tu polo, porque la única posibilidad de sobrevivir es esperar unidos. Vos ves que si avanzar demasiado el otro avanza también. Eso no fue hecho.

La izquierda brasileña quedó embalsamando un cadáver, que es el lulismo. Dio lo que tenía que dar, no daba más. Se dice que Lula tendría el 40% de los votos, y es verdad. Si estuviese en campaña, él ganaría, eso está claro.

Por ese motivo, tuvo que ser puesto en prisión. En caso contrario, llegaría  presidente. Pero el hecho es que esto ocurriría por una lógica muy racional de la población. El presente es catastrófico; el futuro, completamente incierto. Por lo tanto, vuelvo al pasado, que era mejor. De hecho, lo era. Esto no tiene nada que ver con el potencial de transformación que Lula representa, sino con una situación de pavor social. En tanto dinámica de transformación, el lulismo es un cadáver, aun cuando ganara.

 

Fuente: Revista Lobo Suelto.