Un panorama político, nacional e internacional, de los últimos años en Ucrania, la región y las relaciones con Rusia. Un gobierno neofascista y ultranacionalista, hoy encabezado Volodimir Zelenski, que creyó que sus aliados “occidentales” y en especial la OTAN, saldrían corriendo en su auxilio.
Antes que nada, hay que tener en cuenta la larga historia de Ucrania enfrentada hasta en guerras civiles. Luego de su incorporación a la URSS, se mantuvieron las históricas diferencias profundas entre el sureste y el oeste. Para no extendernos en estas líneas diremos que desde la Revolución Rusa en adelante, el sector sureste fue prorruso, especialmente en Jarkor, Donestk, Lugansk y Crimea, y el oeste del país fue nacionalista o ultranacionalista, algo que no pudo impedir, aunque se lo propuso, la Revolución Bolchevique.
Cuando el 22 de febrero de 2014, el Parlamento ucraniano destituyó al presidente Víctor Yanukóvich y modificó la constitución, recrudecieron las históricas diferencias internas y se produjeron protestas al menos en once ciudades: Donetsk, Járkov, Odessa, Lugansk, Mikoláyiv, Dnipropetrovsk, Mariúpol, Melitópol y Jersón. En todas ellas se abogaba por la unidad del país, contra la decisión del parlamento de derrocar al presidente Yanukóvich y en favor de mantener relaciones amistosas con Rusia, habida cuenta de que en varias de esas localidades la mayoría de la población es prorrusa y habla dos idiomas: ucraniano y ruso.
Desde fines de 2013 apareció en escena el “Sector Derecho”, una organización política de ideología ultra nacionalista, neofascista o ultraderechista y paramilitar ucraniana, formada por varias organizaciones en el Euromaidán en Kiev que, desde su creación, abogó por una inclusión europeísta y la ruptura con Rusia, además del derrocamiento de Yanukóvich, a quien acusaban de prorruso. Sus miembros se multiplicaron en poco tiempo y en apenas tres meses, para fines de marzo de 2014, cuando se constituyeron como partido político formal, saltaron de 5.000 a 10.000 afiliados. Violentos al extremo, armados con armas de fuego, fueron protagonistas de numerosos enfrentamientos con otros ucranianos que rechazaban la decisión del parlamento y hasta con la propia policía del país. El hecho más aberrante cometido por el Sector Derecho fue la masacre de Odessa, cuando incendiaron la Casa de los Sindicatos, lugar donde se refugiaron cientos de personas a las que atacaron en una manifestación donde los trabajadores prorrusos protestaban. Quemaron vivas a 46 personas y, como mínimo, dejaron 174 heridos, 25 de los cuales fueron internados en estado crítico. Las dantescas imágenes de la masacre circularon por las redes, espantando al mundo entero por la crueldad con que fueron asesinados los manifestantes.
Después del golpe de estado, hubo elecciones en junio de 2014 y ganó el empresario chocolatero Pietr Poroshenko quien no pudo evitar ni la decisión separatista de Donestk y Lugansk ni la anexión de Crimea ejecutada por Rusia y apoyada por un referéndum con el 97% de votantes en su favor. Poroshenko enfrió las relaciones con Rusia y atacó repetidas veces ambas auto proclamadas repúblicas con el fin de someterlas al nuevo esquema de poder, recostado hacia la derecha (el líder del Sector Derecho, Dmitró Yárosh, fue asesor de las Fuerzas Armadas de Ucrania hasta el 11 de noviembre de 2015) y el europeísmo. Con ataques armados recuperó a la separatista Jarkor y en febrero de 2019 modificó la constitución y definió el curso estratégico de Ucrania para su incorporación a la Unión Europea y la OTAN. Es decir, Poroshenko dejaría servidas en bandeja las condiciones para que su sucesor concretara el sueño europeísta de la derecha ucraniana y, a la vez, rusófoba. En abril de 2019 el actual presidente, Volodímir Zelenski, le ganó las elecciones en segunda vuelta por el 73,23%. Tanto uno como el otro nunca cesaron de atacar militarmente a Donestk y Lugansk y promovieron todo tipo de sanciones internacionales contra Rusia por haber mantenido las relaciones y la ayuda con las dos auto proclamadas repúblicas. Las incursiones militares ucranianas causaron más de 13.000 muertos.
En 2015 se reunieron en Minsk (Bielorrusia) los gobernantes de las dos repúblicas separatistas con los de Rusia (impulsor del encuentro), Alemania, Bielorrusia, Francia y Ucrania y firmaron un acuerdo de cese el fuego y otras cláusulas. Sin embargo, esos acuerdos nunca fueron respetados por Ucrania que continuó con su política de agresión y acoso a Lugansk y Donestk. Cabe señalar que tanto el papel de Rusia, como el de los demás países que participaron de la cumbre, fue solamente el de intermediarios para lograr cierta paz en la zona. Los separatistas, por su parte, formaron milicias autoconvocadas a las que se sumaron miles de rusos en su apoyo. Rusia nunca mandó su ejército ni sus soldados, aunque muchos de los rusos que cruzaron la frontera hacia el Donbas eran reservistas y ex soldados. En lo formal, tampoco reconoció a ambas repúblicas hasta esta semana, pese a que las dos pidieran su ingreso a la Federación Rusa en mayo de 2015. El reconocimiento de Lugansk y Donestk como repúblicas independientes facultó al gobierno ruso para celebrar acuerdos con ellas de cooperación militar, económica y comercial, lo que en buen romance abrió la puerta para el ingreso de tropas rusas en defensa de ambas repúblicas. Al igual que como sucedió en Crimea, el pueblo de Donestk y Lugansk celebró la decisión política de Putin y hasta la festejó con fuegos artificiales.
Como si fuera un genérico ruso, con Ucrania está sucediendo lo mismo que sucediera con Georgia en 2008. Mijeíl Saakashvili, como Volodímir Zelenski, pidió su ingreso a la OTAN, lo que ocasionó el rechazo de plano por parte de Rusia, pues al igual que con Ucrania, consideró que esa decisión ponía en riesgo su frontera y su seguridad nacional. Y para sostener su oposición tenía dos cartas en la manga: Abjasia y Osetia del Sur, ambas prorrusas y desprendidas de Georgia.
Abjasia, tras la disolución de la URSS, no aceptó integrar Georgia y en 1992 se declaró república independiente. Osetia del Sur, por su parte, se había desmembrado de Georgia en 2004 constituyéndose también como república independiente aunque Rusia, manteniendo buenas relaciones con ambas, no las reconoció como tales. Cuando Saakashvili decidió invadirlas, Rusia las reconoció como repúblicas e intervino militarmente de inmediato. La guerra duró poco, comenzó el 7 y terminó el 12 de agosto de 2008, momento en que el entonces presidente ruso Dimitri Medvedev dio por terminada la intervención militar en esos territorios. A posteriori se firmó un plan de paz propuesto por la Unión Europea en el que se pactó la retirada de las fuerzas militares de ambos bandos y se retrotrajo la situación a la anterior del comienzo del conflicto. Por supuesto Georgia se quedó afuera de la OTAN y nunca más se le ocurrió meterse con el oso ruso. Actualmente, Abjasia y Osetia del Sur son dos repúblicas reconocidas solamente por Rusia, Nicaragua, Venezuela, Nauru y Siria.
Algunos temores de Rusia sobre la posibilidad de que Ucrania podría desarrollar armas nucleares tienen fundamento: la fábrica ucraniana Yuzhmash, exfabricante de misiles soviéticos ubicada en Dnipró, en épocas posteriores a la caída de la URSS le habría vendido clandestinamente viejos propulsores soviéticos a Corea del Norte. Se cree que delincuentes y exempleados traficaron elementos que favorecieron a los norcoreanos para llegar a su armamento nuclear actual. Es muy posible como consecuencia del caos en que quedaron los países tras la caída de la URSS y más considerando que Ucrania sobresale y sobresalía por su alto grado de corrupción. Hasta el hijo del actual presidente Biden se vio envuelto en ella: Hunter Biden, miembro de la junta directiva de Burisma Holdings, una empresa ucraniana de gas natural, entabló relaciones financieras con el oligarca corrupto Mykola Zlochevsky y juntos hicieron ganar millones de dólares a sus empresas… Todas estas maniobras sucedieron mientras su padre era el vicepresidente de Obama…
Con estos antecedentes y en medio de una feroz escalada propagandística occidental contra Rusia encabezada por Estados Unidos y sus socios más firmes en la OTAN, el presidente Volodimir Zelenski, tras ser recibido con una ovación de pie en la Conferencia de Seguridad de Múnich la semana pasada, se subió al caballo y se atrevió a amenazar con desistir del Memorándum de Budapest de 1994 por el cual Ucrania renunció a la posesión y/o fabricación de armas nucleares. Es muy posible que esa declaración tan osada fuera la gota de agua que rebalsara el vaso ruso. Si Rusia, no habiendo reconocido a las repúblicas separatistas ni movido tropas al Donbas ni invadido Ucrania, igualmente era sancionado una y otra vez con serias medidas económicas y con la dilación de la puesta en marcha del Nord Stream II, ¿debía esperar a que Ucrania fuera aceptada en la OTAN, que se armara de un arsenal nuclear cuyas fábricas estaban en condiciones de crear bombas nucleares pues tenían todo dado por herencia de la URSS, que se fortaleciera para cumplir el sueño occidental de debilitar a Rusia y ponerla de rodillas? Ése y no otro fue el razonamiento para decidir la intervención militar en Ucrania, algo que también estaba en los cálculos de Occidente y hasta era esperado para tener la excusa justa de sancionar aún más a Rusia y acogotar su economía.
Zelenski fue la carnada, la punta de lanza de uno más de los tantos perversos planes de la OTAN y su necesidad no sólo de expansión militar, sino de manipulación y sometimiento económico del planeta. Tarde se dio cuenta de su triste papel el presidente ucraniano. No tuvo nada de estadista. Creyó que podía llevarse por delante a la potencia militar más poderosa y moderna del mundo y que sus nuevos amigos, los que lo aplaudieron de pie en Munich, saldrían corriendo con sus tropas a aplastar al oso ruso. “Nos han dejado solos para defender nuestro Estado”. Sí, Zelenski, te dejaron solo porque no aprendiste nada de lo que pasó en Georgia, porque te creíste que tu acariciada OTAN pondría el cuero y las armas, porque no te enteraste que JAMÁS intervendrían de forma directa porque para eso tienen a sus peones jugando en el gran tablero que ellos controlan y manipulan.
Pues como Ucrania no integra la OTAN, ninguno de los países que la conforman pueden salir en su auxilio. Rusia no está obligada a cumplir los acuerdos de Minsk porque su papel era sólo de intermediario. No se comprometió a nada, sólo a acercar a las partes para lograr una paz duradera entre las repúblicas separatistas y Ucrania. Ni siquiera las reconoció durante el período 2015-2022. Se cansó de denunciar la violación sistemática de los ucranianos a los acuerdos de Minsk y todos los que hoy se desgarran las vestiduras por su decisión de aplastar cualquier posibilidad de crecimiento militar en Ucrania hicieron oídos sordos, inventaron todo tipo de campañas y acorralaron al oso ruso hasta dejarlo sin salida.
La guerra es la continuación de la política por otros medios. Y los rusos lo saben bien, lo tienen muy claro. Mientras, queda a la luz el doble rasero de todas las organizaciones internacionales que se escandalizan por la acción militar de Rusia, cuando sólo dejaron en aguas de borraja las sanciones por las innumerables veces que Israel atacó a Palestina o las masacres cometidas con las invasiones a Iraq y Afganistan por parte de Estados Unidos o la masacre de yemeníes ejecutada por Arabia Saudita o la invasión y latrocinio de los bienes de Libia o el reclutamiento de mercenarios para invadir Siria sometiéndola a una guerra interminable y tantas otras barbaries cometidas por el impoluto occidente, el colonialista e invasor occidente. Por nada de eso se escandalizaron y nunca aplicaron ningún tipo de punición.
Habrá que ver si las sanciones pueden con la economía rusa, habida cuenta de que en sus reservas posee activos de gran liquidez compuestos por oro monetario, monedas extranjeras y derechos especiales de giro y su volumen llega a los 638.200 millones de dólares. Habrá que ver, también, cuáles serán las sanciones rusas que prometió Putin quien dijo que serían dolorosas para occidente.
La guerra con Georgia apenas si duró unos días. También allí Rusia eliminó puertos, aeropuertos y lugares claves para terminar con las agresiones a Osetia del Sur y Abjasia, como ahora está haciendo con Ucrania, eliminando los puertos donde la OTAN se hacía los rulos para instalar su flota en el Mar Negro. Es tarde para lágrimas. Nadie puede hacer una oda a la guerra, salvo los señores de la guerra que digitan los hilos de sus títeres para salvarse de su crisis terminal. Queda esperar que esta guerra sea corta como la de Georgia, que el costo humano sea el mínimo, que lleguen pronto la mesa y las sillas que sienten a los responsables de esta hecatombe para encontrar una salida de paz para sus pueblos, porque no olvidemos nunca que la sangre, siempre, la ponen los pueblos mientras los poderosos brindan con champán. Y queda esperar que la nueva provocación de occidente no termine en lo que ninguno quiere: una guerra mundial que hasta puede acabar con el planeta tal como lo conocemos.
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