Una monja y su relato estremecedor de cómo intentó salvar a las alumnas de un colegio que fueron raptadas para cambiarlas por armas o convertirlas en esclavas sexuales. Un viaje al centro del horror.

En marzo de 1997 fue nuevamente África donde fuimos tras una historia con mi compañero Philippe Chlous. Fue por cierto una, historia terrible por cierto y mucho más lo seria cuando escuchamos el relato completo de lo que había ocurrido  en una aldea de Uganda en la región de Kiryondongo, al norte de la capital Kampala. Supimos de un secuestro masivo de niñas que asistían al colegio Saint Mary, un pensionado para niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años administrado por monjas católicas italianas. No era el primero ni sería el último. Los secuestradores eran miembros del Ejército de Resistencia del Señor (LRA por sus siglas en inglés) y comandados por Joseph Kony, llamado también el Señor de la Guerra, un genocida perseguido por la Corte Penal Internacional. Esas niñas secuestradas eran moneda de cambio para comprar armas o terminar como esclavas sexuales en Sudán y cuando secuestraban niños los terminaban convirtiendo en terribles máquinas de matar. Esto fue lo que nos relató una monja de nombre Raquel y que sirvió para el artículo que nos publicó la revista Biba, un mensuario orientado al público femenino editado en Francia. Raquel fue una de las monjas que decidió jugarse la vida e ir detrás de los atacantes para salvar las niñas.

“Para cuando el ataque terminó, todo era desorden y caos, el único vehículo del colegio estaba en llamas, entonces le pedí a uno de los instructores que me ayudara a seguirlos, las niñas secuestradas dejaban caer cosas como para señalar el camino y tuvimos mucha suerte de no saltar por los aires ya que cuando realizan estos ataques dejan minado el camino de escape. Luego de casi dos días de persecución y cuando ya perdíamos las esperanzas, nos topamos con ellos. El jefe de los secuestradores quedó muy impresionado por nuestra audacia, hasta me habló respetuosamente y simplemente me dijo que iba a hablar por radio con su  jefe Joseph Kony y que él decidiera qué hacer. Le pedí que me dejara hablar con Kony, pero no hubo caso y me respondió que habría una respuesta al día siguiente. Me dejaron ver a las niñas, estaban atadas y aterrorizadas, en un momento uno de los soldados se abalanzó sobre una niña, le grité y logré detenerlo. Se escuchaban ruidos de helicópteros del ejército y los rebeldes nos obligaron a escondernos junto con ellos. A la mañana siguiente el comandante vino a  contarme la decisión que Kony le había transmitido por radio y esta era que me dejaban regresar con cien chicas  mientras que ellos se quedarían con treinta y yo tenía que hacer la selección de quién se quedaba y quién se volvía”. En ese momento la hermana Raquel se quiebra en su relato y se tapa la cara, nosotros tampoco podíamos esconder la angustia de lo que estábamos escuchando. “Le imploré que me dejara volver con todas ellas, que yo no podía hacer esa elección. Imperturbable, el comandante me dijo que era eso o nada, Fui a hablar con mis estudiantes y transmitirles la terrible noticia, yo aún no lo sabía, pero ellos ya habían hecho su selección imaginando que yo no podría hacer semejante cosa. Habían elegido quedarse con las niñas de piel menos oscura ya que se cotizaban a mayor valor. Las niñas lloraban, me pedían que las llevara con ellas, que se portarían bien de ahora en mas, como si eso fuera lo determinante en ese momento. Una me preguntó qué iba a ser de sus padres pues era hija única, otra me pidió que la eligiera a ella o su hermana ya que si no volvíamos con  ninguna de las dos sus padres iban a morir de tristeza. Me di vuelta para que no me vieran llorar, detrás de mí estaba impasible el comandante que dio una orden y las treinta desafortunadas que habían seleccionado fueron separadas del grupo entre llantos y gritos…”

Quedamos en silencio un buen rato, no podíamos hablar ni mirarnos, en este mismo momento siento esa angustia que sentí al escuchar semejante historia hace ya casi 25 años. Al cabo de un buen rato nos invitaron a recorrer el colegio y me permitieron tomar las fotos. Días después fuimos a Ruanda y nos instalamos en Kigali, donde tres años antes había ocurrido el Genocidio Tutsi por parte del gobierno hegemónico Hutu. Hicimos unas entrevistas pactadas para dos publicaciones corporativas francesas y visitamos un campo de refugiados en las afueras de la capital y también a pedido in situ de una ONG contra el trabajo infantil, un horno de ladrillos donde sólo trabajan niños y niñas, luego de esto regresamos a Kampala, aeropuerto de Entebbe en un viaje bastante tortuoso y pocos días después emprendimos el regreso a Francia.