El recuerdo de un militante de la Resistencia Peronista del fracasado levantamiento de los generales Valle y Tanco el 9 de junio de 1956 y la masacre perpetrada en respuesta por la dictadura de Aramburu y Rojas.
Hace 65 años, en una fría y lluviosa madrugada del 12 de junio de 1956 era fusilado -asesinado- el General Juan José Valle. El día anterior, en la unidad militar de Campo de Mayo, tuvieron un idéntico final los coroneles Alcibíades Cortínez y Ricardo Santiago Ibazeta; Treinta y un patriotas civiles y militares fueron asesinados en esos trágicos días de “noche y niebla”.
En aquella época un grupo de oficiales y suboficiales del Ejército acompañados por un numeroso grupo de civiles organizaron un levantamiento para terminar con la dictadura cívico militar encabezada por Pedro Eugenio Aramburu, que había llegado a la Casa Rosada en noviembre de 1955, luego de desplazar al General Eduardo Lonardi, que había encabezado el golpe del 16 de setiembre de ese año que puso fin al segundo periodo de gobierno de Juan Domingo Perón.
Se inició así una gestión con un claro alineamiento con los Estados Unidos. El embajador de este país, Albert Nufer, se transformó en el principal “consejero” del nuevo gobierno. En esta dirección lanzo una violenta represión – se contaban por más de 30 mil los presos políticos – al mismo tiempo que se intervenían los sindicatos, se suspendían las paritarias “sine die”, se prohibía, con penas de cárcel, la mención de los nombres del “Viejo General”, de su esposa y del Movimiento.
En sintonía con esta postura, el país se incorporaba al Fondo Monetario Internacional, retiraba su embajador en la URSS y se negaba a reconocer al gobierno de la República Popular de China, surgido luego del triunfo de la Revolución en ese país en el año 1949.
La asonada estaba encabezada por Valle y el general Raúl Tanco. Este último, junto con el coronel Nasta, estaban situados en nuestra ciudad – Paraná – a la espera de que los oficiales comprometidos tomaran la unidad militar con asiento allí. Los grupos de civiles, entre los que estaban mis amigos Gabriel Bourdin y Leandro Pérez, ocuparían la emisora radial –LT 14 –para trasmitir la Proclama. La situación prevista no se produjo por lo que los referidos jefes militares se refugiaron en el stud de Angel Roland; el último secretario general del Sindicato de Jockeys y Entrenadores. Por su parte en violentas redadas eran detenidos los civiles.
La dictadura estaba decidida a dar un “escarmiento”, por lo que decretó la Ley Marcial y tiñó de sangre esos tres días, asesinando a 18 militares y 13 civiles. Parte de esos últimos, en una noche de terror en el basural de José León Suárez, que fue inmortalizada en una investigación de Rodolfo Walsh titulada Operación Masacre.
Con uno de los sobrevivientes, Julio Troxler, compartí la cárcel en 1970. Este extraordinario ser humano y militante revolucionario fue asesinado el 20 de setiembre de 1974 por la siniestra Triple A. El “Somaten criollo”, como la denominara el General Perón “en su Laberinto”.
En noviembre de 1955 Alejandro Olmos comenzó a editar la revista Palabra Argentina, que se transformó en vocero de la Resistencia. Desde la misma se propuso realizar una marcha del silencio en homenaje a los caídos en ese intento fallido. Nosotros, con la Juventud Peronista en la clandestinidad en nuestro “lugar en el mundo”, la ciudad de Paraná, intentamos llevarla a cabo en junio de 1957. La represión la impidió, pero fue un recordatorio importante.
No cabe duda que los sublevados estaban infiltrados por el Servicio de Informaciones del Estado en cuya dirección estaba el general Juan Constantino Quaranta, un oscuro personaje responsable del asesinato del abogado Marcos Satanowsky, apoderado del diario La Razón. Esto también fue investigado por Walsh, que publico sus conclusiones en la revista Mayoría, de los hermanos Tulio y Bruno Jacovella.
Además, los sublevados no contaban con la anuencia de la dirección burocrática del Movimiento Peronista, que no quería confrontar con el Régimen.
Estos crímenes de lesa humanidad no han sido investigados ni sus autores incriminados, pese a que son delitos imprescriptibles. Esta manifestación del Terrorismo de Estado del régimen castrense vulneró claros principios constitucionales. La “legitimación” que le otorgara el dictamen del entonces Procurador General de la Nación, el penalista Sebastián Soler, revela, una vez más, la subordinación del Poder Judicial a los gobiernos de turno.
Mas allá de estas consideraciones, el heroísmo de aquellos compañeros merece nuestro reconocimiento y su gesta forma parte de la historia no oficial que la escriben los pueblos.
Manuel Gaggero es abogado y periodista. Ex Director del diario “El Mundo“ y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”. Este recuerdo integra el primer tomo de su libro “Un Viaje hacia las Utopías Revolucionarias”, editado por la Editorial “De la Comarca”.
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