Qué es la Agrupación Tradicionalista Gauchos de Güemes, cuyos integrantes borraron los pañuelos de las Madres en la plaza principal de la capital. Aquí un repaso de su historia, atravesada por la infamia.
La dictadura del militar salteño José Félix Uriburu, iniciada el 6 de septiembre de 1930, aportó a la historia de la infamia nacional y provincial en más de un sentido: el 20 de febrero de 1932, cuando entregó el poder al general Agustín Pedro Justo, ya había proscripto a la UCR, había dado nacimiento a la que el periodista tucumano José Luis Torres bautizó como “Década Infame” (el gobierno fraudulento de muy pocos para pocos) y había instaurado la tortura a los opositores, para lo que fue precursor del uso de la picana eléctrica y de la formación de la primer área policial dedicada a la persecución política: la Sección de Orden Político de la Policía de la Capital. También originó la que se conoce como “doctrina de los gobiernos de facto”, sentada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en una acordada en la que lo reconoció como presidente.
El dictador provenía de una tradicional familia salteña cuyos integrantes participaron en la lucha por la independencia, en la represión a los federales, en las campañas de aniquilamiento a los pueblos originarios y en la organización del Estado argentino. Prácticamente todos los miembros de su familia ocuparon cargos públicos, en la provincia, en la región (incluido el Nordeste) y el país. Su tío, José Evaristo Uriburu, abogado y político, fue el decimotercer presidente argentino. José Félix fue su secretario. Más tarde fue agregado militar en Madrid, Londres y Berlín, donde se contactó con la guardia imperial del Káiser y se convirtió al militarismo prusiano.
A Uriburu le cabe en la historia ser recordado como el primero en romper el sistema democrático más o menos en los términos en que se conoce hoy en día. El militar pretendía implantar las ideas del Ejército Prusiano y los fascistas. Impuso un nacionalismo aristocrático y permitió que la Iglesia Católica obtuviera una injerencia inédita en los asuntos del Estado. Y para llevar a cabo esta tarea no tuvo reparos en fusilar a sus opositores sin la molestia de juicios previos, o tras juicios sumarísimos, y los encarcelamientos y torturas se repitieron en todo el país, como también los exilios.
El dictador quería poner freno a las ideas socialistas, comunistas y anarquistas que campeaban en el territorio nacional, incluida su provincia natal, donde, según recuerdan las historiadoras Miryam Corbacho y Raquel Adet, los militantes de estos partidos (igual que en otras ciudades) se dedicaban a difundir el derecho a tener derechos y la ley Sáenz Peña (llamada de voto universal porque permitía que votaran los varones de cualquier clase social).
Pero no todo era purismo ideológico, había otras razones para el golpe, más del orden material. Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen, el presidente que había exacerbado el odio de los conservadores y de las compañías extranjeras por su decisión de apoyar la nacionalización del petróleo. La pelea era contra la estadounidense Standard Oil Company, la anglo holandesa Royal Duch Shell y sus operadores locales, ejecutivos, economistas y políticos. El pensador Juan José Hernández Arregui explica la caída de Yrigoyen “bajo el triple signo de la depresión mundial de 1929, la ofensiva petrolera yanqui y el retorno político de la oligarquía ganadera al poder”.
A pesar de que ya contaba con 76 años, el presidente derrocado fue uno de los que sufrió la cárcel, en su caso, en la isla Martín García. Otro detenido fue el diputado nacional por Salta Ernesto F. Bavio, quien había impulsado la ley de nacionalización del petróleo. Otro defensor del petróleo, Adolfo Güemes (nieto del héroe gaucho), gobernador de Salta entre 1922 y 1925 y radical yrigoyenista, también fue a parar a la cárcel en Martín García.
Salta era escenario de esa disputa entre el gobierno de Yrigoyen, que pretendía defender la soberanía nacional sobre el petróleo, con el general Enrique Mosconi a la vanguardia, y la Standard Oil. El gobernador Adolfo Güemes acompañaba la política nacional y más tarde, luego de un intermedio de gestión de Joaquín Corbalán, que favoreció las pretensiones de la Standard, el también radical Julio Cornejo iba a retomar la línea política de Güemes. No todos los salteños acompañaban la postura nacionalista: “Un operador notorio de la Standard Oil fue el senador por Salta Robustiano Patrón Costas.” Recuerda Gerardo Bavio en su libro Huellas de la memoria.
Caído Yrigoyen, Uriburu mantuvo una relación estrecha con su provincia natal. Incluso participó en un Te Deum en la Catedral de Salta en el que se invocó la tradición nacional como el horizonte al que se pretendía regresar para encarrilar al país. Esa posición de la oligarquía local, que cantó loas al golpe, fue repudiada por otro salteños. Adet y Corbacho reseñan una protesta de estudiantes, que mereció una nota en el diario Nueva Época: “Los estudiantes secundarios de Salta no concurrieron hoy a clases en señal de protesta y luto por el asesinato de sus compañeros en la Capital Federal. Congregados en una manifestación que recorrió las calles de la ciudad dando vivas al imperio de las leyes sobre la tiranía. Al llegar a la esquina del Colegio Nacional los muchachos se descubrieron y guardaron silencio en homenaje a sus compañeros caídos en defensa de las libertades públicas.”
Como ocurriría en los sucesivos golpes, Uriburu intervino las provincias. En Salta asumió el coronel Ernesto Day. Aunque solo cumplió estas funciones por unos días, vale la pena recordarlo porque la historia familiar del coronel bien puede seguirse como una línea que permite comprender mejor la continuidad de ciertos pensamientos. Descendiente suyo fue el coronel Ernesto Day Linares (fallecido en junio de 2012) que presidió la Agrupación Tradicionalista Gauchos de Güemes y autor del poema A mi sable, un rosario de insultos a “los zurdos” y de reivindicación del Operativo Independencia y la denominada guerra sucia:
Y fue el monte tucumano,
testigo de la eficiencia,
con que al “Plan Independencia”
lo supimos aplicar
para hacerlos ¡recagar!
sin dudas y sin clemencia.
Solo a manera de muestra, para ayudar a comprender no solo la continuidad de estos pensamientos, sino también el complejo entramado de relaciones familiares que se vienen tejiendo desde la misma constitución de Salta como provincia (y también en la región), resulta ilustrativo recordar que el coronel Ernesto Day (el primero) fue presidente del exclusivo Club 20 de Febrero entre 1932 y 1934.Unos años más tarde el abogado, político y escritor Ernesto Aráoz iba a presidir este Club. El poeta fue uno de los que saludó fervorosamente el golpe de Uriburu: “La República ha vuelto, por obra de la revolución, al ritmo de su civilidad”, celebró en su libro El alma legendaria de Salta, editado en 1936. En el mismo sentido, resulta esclarecedor recordar otros nombres de la primera comisión directiva del Club 20, fundado en 1908: su primer presidente fue el político y empresario Ángel Zerda, dos veces gobernador de la provincia y uno de los primeros dueños del Ingenio Ledesma; su primer secretario fue Robustiano Patrón Costas, dueño del otro gigante del azúcar, San Martín del Tabacal, y el mismo que hacía fuerza por la desnacionalización del petróleo. Muchos años después, en 1946, el linaje de Patrón Costas iba a participar de la fundación de la Agrupación Gauchos de Güemes, cuyo lema es Dios, Patria y Tradición y cuyo presidente en 2015, Carlos Alberto Diez San Millán, se cuenta entre los que reivindican acciones de terrorismo de Estado, como el Combate de Manchalá, y en 2010 celebró la muerte del ex presidente Néstor Kirchner.
El lema de la Agrupación Gauchos remite inevitablemente al de otra organización más explícita, creada diez años después, en Buenos Aires: Tradición Familia y Propiedad (TFP), fundada en Argentina en 1956 por laicos católicos ultraderechistas, y que persigue “el esclarecimiento de la opinión pública (…) sobre la influencia deletérea ejercida en escala creciente por los principios socialistas y comunistas en detrimento de la Tradición y de las instituciones de la Familia y la Propiedad privada”, y cuyo líder más reconocido es el abogado Cosme Béccar Varela, descendiente de Horacio Béccar Varela, que fue ministro de Agricultura del gobierno de facto de Uriburu.
Volviendo a Salta, el 22 de septiembre de 1930 el coronel Day cedió su breve intervención al general de división Gregorio Vélez, salteño también, veterano de la campaña contra los pueblos originarios en la zona del río Pilcomayo y que había sido ministro de Guerra durante la gestión de Roque Sáenz Peña. También él había estudiado en el Colegio Nacional de Salta, pero no lo alentaban los mismos principios democráticos que movilizaron a los estudiantes cuando se acometió el golpe: al contrario, su gestión es recordada como de un marcado “nacionalismo católico aristocrático” (Adet y Corbacho), a tal punto que mandó que todas las oficinas públicas exhibieran un cartel con la leyenda “Dios, Hogar y Patria. Hermosa trilogía cuyos frutos son progreso, paz y fraternidad entre las naciones.”
(Fuente: http://vove.com.ar/una-tradicion-golpista/ )