Hace medio siglo, un mayo convulsionado por las protestas populares llegaba a su punto más alto el 29, con el “Cordobazo”, cuando el sindicalismo combativo y el conciliador, a los que se sumaron los estudiantes y el pueblo en general, tomaron a calles de la ciudad. Fue un hecho que dejó una marca indeleble en la historia argentina. Este 29 – 50 años después – La CGT de “los gordos” convoca un paro sin movilización. (Foto de portada: Osvaldo Ruiz).
Fueron 48 horas de furia que dejaron marca en la historia. El 29 de mayo de 1969, hace ahora medio siglo, los obreros mejor pagos del país se levantaron con los estudiantes contra la dictadura de Juan Carlos Onganía. Toda una ciudad se plegó a la gigantesca protesta que quedó registrada como el Cordobazo. El “paro activo” de la mañana se convirtió en una rebelión popular al mediodía y en una insurrección urbana generalizada por la tarde. Unas 150 manzana del casco céntrico quedaron en poder del pueblo y con las fuerzas de seguridad replegadas. El mayor alzamiento obrero desde la Semana Trágica de 1919 se convirtió, por su sorpresiva virulencia, en la gran pueblada argenta. Ni la primera ni la última pero si la más emblemática y conocida en el mundo. Sus imágenes sacudieron al país y, sobre todo, a una generación. Muchos jóvenes de entonces creyeron ver en ese estallido el inicio de una revolución y actuaron en consecuencia.
Lo planeado y lo imprevisto
Setenta y dos horas antes del estallido ya era un secreto extendido que algo iba a suceder en Córdoba ciudad. Lo supo de primera mano el periodista Sergio Villarroel, que por entonces regenteaba la parrilla “El Manantial”, en la céntrica avenida Colón casi Alvear. La había comprado con la indemnización por el despido del canal de tv de la universidad. El 12 de septiembre de 1966 denunció, mirando a cámara, el asesinato en una protesta estudiantil de Santiago Pampillón, el primer muerto del onganiato.
Dos años y medio después la historia volvía a repetirse: en Corrientes la policía baleó a principios de mes, durante una marcha contra el cierre del comedor universitario, al estudiante de medicina Juan José Cabral y en Rosario a los estudiantes Adolfo Bello y Luis Blanco. El 23 de mayo hubo una marcha del silencio que terminó en el primer Rosariazo. La CGT dialoguista, que ayer como hoy detentaba el edificio de la calle Azopardo, lanzó un paro nacional para el viernes 30 de mayo. Reaccionaba ante el malestar social palpable desde el cierre de los ingenios tucumanos y de ramales ferroviarios un año antes. Sentía además el aliento en la nuca de la CGT de los Argentinos, que nucleaba al sindicalismo combativo.
En una mesa de la parrilla, el jefe del poderoso gremio mecánico cordobés, Elpidio Torres, y del líder de colectiveros, “El Negro” Atilio López, le contaron detalles de cómo se implementaría en la provincia la medida. Elpidio era el dirigente más poderoso de la regional “legalista” que reunía entre otros a los trabajadores del complejo industrial automotriz, uno de los más grandes del país. Explicaron que habían acordado con el “Gringo” Agustin Tosco, referente provincial de CGTA, unificar la protesta y darle una modalidad especial por agravios específicos: la quita por el gobierno nacional del sábado inglés, que estipulaba el pago de la jornada completa por sólo 4 horas trabajadas. Había generado indignación en las bases, con asambleas y manifestaciones. El paro sería “activo” y empezaría 14 horas antes que el nacional. La marcha desde los lugares de trabajo al acto en el centro permitiría sumar a la protesta gremial el malestar cívico por la reciente convocatoria a un Consejo Asesor Económico con reminiscencias corporativas y aumentos de impuestos sobre la clase media.
El laboralista Lucio Garzón Maceda tomó un lápiz y dibujó sobre el mantel un croquis con el recorrido. Hijo de un prócer de la Reforma Universitaria de 1918 y asesor del mecánico, comentó que se había acordado enfrentar la represión. Para ello, en los talleres se preparaban gomeras, bolillas de metal, bulones y un stock de artefactos para la autodefensa. Contaron que se había conversado con los dirigentes estudiantiles con una pregunta concreta: “¿Qué pueden aportar ustedes?”.
“Yo hacía notas para el Canal 13 porteño. Avisaba y me pedían la cobertura. Avisé y en el avión del 29 a la mañana llegó Andrés Percivale, conductor del noticiero, con 600 metros de película, una enormidad”, contó Villarroel, cuando lo entrevisté al cumplirse un cuarto de siglo para el diario en que trabajaba. “Marchamos rápido para el centro y cuando llegamos a Colón y La Cañada nos cruzamos con la primera manifestación, que creo que eran de Luz y Fuerza. Venían gritando contra el gobierno pero sin ningún desmán. Hasta que la policía empieza a tirar gases y tiros al aire. La imagen que más recuerdo es la de la gente desde las casas y los edificios céntricos. Lo que menos hacían las Doña Rosa era aplaudir: tiraban cartones y cajones para las fogatas. A la una y media lo entrevisto a Tosco y me dice que la adhesión popular había superado todos los cálculos”. La protesta sindical ya había perdido toda centralidad. Ganaba el espontaneísmo.
Zona liberada
Las imágenes que mejor guarda la memoria de aquellas jornadas épicas son la de manifestantes arrojando piedras contra policías a caballo y casco; estos retroceden disparando sus pistolas contra la multitud en medio de la humareda de los gases. Casi un calco de las fotos icónicas del 2001 con el Obelisco porteño al fondo. Otro registro muestra a Tosco al frente de la columna de su gremio pugnando por llegar a la vieja Plaza Vélez Sarsfield enfundado en su clásico overol de obrero de la eléctrica Epec.
Las filmaciones de ese día evocan a otras de enero de 1959, durante la toma del frigorífico Lisandro de la Torre del barrio porteño de Mataderos, y a los Planes de Lucha de la CGT de 1963/65 con ocupación de las plantas. Se ve a los obreros del complejo fabril de Ika-Renault en el barrio de Santa Isabel ya en la puerta del establecimiento y marchado por la ruta 36, donde se le suman otros obreros. Van los de Transax, Thompson Ramco, Ilasa, Perdriel, incluso de Fiat, con sindicatos de empresa. También hay vecinos, algunos en sus bicis y motos.
Todas las crónicas periodísticas coincidieron en que el vendaval de ira se desató luego de que un joven operario de tapicería, Máximo Mena, fue baleado en una corrida. Las columnas de humo negro de las gomas quemadas comenzaron a visualizarse desde distintos puntos de una ciudad todavía chata, dando la magnitud y extensión de las refriegas. Ardieron la confitería La Oriental, reducto del funcionariato; el flamante edificio de la firma norteamericana Xerox, y una concesionaria de autos donde los Citroën en exhibición se convirtieron en una pira infranqueable, mientras otros eran usados para conectar barricadas. Pero no hubo saqueo.
“Después de que mi columna se dividiera por los gases, balearon a Mena. Me fui al gremio y me aposté como un jefe de estado de mayor. Allí me hablaban delegados diciendo que estaban en tal esquina con una barricada y pedían instrucciones. Pero a las 2 de la tarde la policía ya se había replegado a las comisarías y unas 150 manzanas eran de la gente. Fue mucho más de lo que esperábamos”, me contó Elpidio Torres hace ya 25 años.
Libros y Alpargatas
El 26 de mayo del ´69 la policía detuvo al llegar a Córdoba al líder de la CGT de los Argentinos, el dirigente gráfico Raimundo Ongaro, que viajaba para estar en el paro activo. El propio Perón había alentado la fractura sindical desde Madrid para “limar” al jefe metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, que preconizaba un peronismo sin Perón y orientaba a los “legalistas”. También para jaquear al team gobernante de militares antiperonistas y macartisas, que habían puesto a los jóvenes en la mira con su moralismo religioso. La Federación Gráfica de la avenida Paseo Colón, sede de la CGTA, abrió sus puertas no sólo a agrupaciones sindicales sino a organizaciones estudiantiles y a nuevos militantes. Al igual que en el Instituto Superior de Cultura Religiosa de la porteña calle Rodríguez Peña les daban un espacio para sus asambleas y reuniones. Participaban de lo que los historiadores han denominado el “nuevo compromiso juvenil” de esos años.
La efervescencia estudiantil estaba más vinculada ideológicamente a la Revolución Cubana y el guevarismo que al Mayo Francés del 68. También al compromiso cristiano con los pobres expresado por el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Curas que habían apoyado las marchas contra los cierres de ingenios tucumanos y las Marchas del Hambre en el norte santafesino. Trescientos de ello se había constituido formalmente en Córdoba en 1967. Se debatía sobre el rol del peronismo, del movimiento obrero y la lucha armada, siempre para una revolución social radical con todos los matices imaginables.
En Córdoba Tosco lideraba un proceso análogo a Ongaro. Autodefinido como marxista pero sin afiliación partidaria, era ajeno a la interna peronista; un rara avis en el mundo sindical, bien visto por los radicales que históricamente habían ganado las elecciones en la provincia. Un sindicalista de izquierda y pluralista pero respetado por todos, en especial por las bases, por sus “uñas bien cortitas”. Cuando el líder de la CGTA salió esposado del aeropuerto cordobés, se detonó un ensayo general de la inminente pueblada. Hubo una “toma” del Barrio Clínicas, atestada de pensiones para los estudiantes llegados del interior. Se voltearon columnas de alumbrado y armaron barricadas; tiraron bolitas para que resbalaran los caballos policiales y miguelitos para que no entraran los carros de asalto. La Federación Universitaria de Córdoba, que presidía en esos días el comunista Carlos Scrimini, ya había adherido al paro activo, al igual que la mayoría de las agrupaciones que la integraban. Entre ellos los integralistas, de cuño social cristiano, en los que militaba el hoy recién reelecto gobernador Juan Schiaretti.
En cualquier caso, la vieja consigna nacionalista “Alpargatas si, Libros no”, adoptada por el primer peronismo, ya no tenía cabida y había sido reemplazada por el “obreros y estudiantes, unidos adelante”. Las crónicas de aquellos días cuentan que una de las consignas entonadas por los manifestantes que se escuchaba entre los gases lacrimógenos y las balas era: “Luche, luche, luche/ no deje de luchar/ por un gobierno obrero/ obrero y popular”. Con la particularidad de que los mecánicos cordobeses eran los obreros mejor pagos de ese entonces y no tenían temor a perder el empleo.
El paro del 29
No es difícil descubrir las diferencias de momento histórico entre aquella huelga y el paro general convocado para el próximo miércoles 29 por la CGT, que no mencionó el aniversario aunque seguramente lo tuvo en cuenta. Tampoco alcanza con marcar lo poco que se parecen los actuales dirigentes cegetistas, y en especial los “gordos”, con figuras excepcionales del movimiento obrero como Agustín Tosco y Raimundo Ongaro que fueron, por otra parte, exponentes de una época irrepetible.
Es más útil saber que, como lo marcó hace décadas el académico británico Daniel James, la resistencia y la integración son dos líneas que atraviesan la historia del movimiento sindical argentino. Combativos y dialoguistas, con las denominaciones de cada momento, hubo siempre. Y que la histórica pueblada de hace medio siglo sencillamente no hubiera sido posible si una alianza transitoria pero virtuosa entre vandoristas y combativos para un objetivo compartido: ponerle los puntos a la dictadura. Una posibilidad excepcional vinculada a la gran autonomía del sindicalismo cordobés, al hartazgo social con el autoritarismo, y a una búsqueda decidida de esa unidad sindical.
“Hubo dos bisagras para el acuerdo. Uno fue el ‘Tuerto’ Garzón Maceda, asesor de Elpidio. El otro fue el ‘Flaco’ Jorge Canelles, un dirigente comunista de la construcción, que fue a verlo a Torres y lo tanteó para ver si estaba de acuerdo en unificar el paro. Luego habló con Tosco, y lo convención de que tomara la iniciativa. Fue el Gringo el que llamó”, me aseguró el periodista ya fallecido Luis Reinaudi, quien llevaba la página sindical del desaparecido vespertino Córdoba.
Lo distintivo del Cordobazo respecto de otras puebladas fue, además de su inusitada virulencia y masividad, la centralidad de los trabajadores como convocantes de los demás sectores sociales. Una diferencia sustancial con el alzamiento de los estudiantes parisinos, que asumieron el rol de la vanguardia, uno de los debates de la época.
Los infiltrados
“Graves hechos subversivos registráronse ayer en Córdoba” tituló el diario La Nación el viernes 30, día del paro nacional. Atribuyó los combates a una “estrategia insurreccional de neto corte subversivo” infiltrada en la protesta. Con el mismo recurso había explicado en enero de 1919 la matanza de 1300 obreros en las calles porteñas durante la pueblada desatada tras la represión a los huelguistas de Vasena por las 8 horas de trabajo. En un recuadro comparó el estallido local con el “bogotazo” del 9 abril de 1948 tras el asesinato del líder liberal colombiano Eliecer Gaitán, que dejó medio millar de muertos y detonó la violencia política durante 70 años.
Cuando las tropas aerotransportadas del general Sánchez Lahoz lograron 48 horas después retomar el control urbano con apoyo de blindados, el saldo estimativo fue de 30 muertos (oficialmente sólo 12), medio millar de heridos y unos 300 detenidos, incluidos los máximos líderes sindicales, que de inmediato fueron juzgados por “consejos de guerra especiales” y condenados. Tosco se llevó el premio mayor con 8 años y medio, penas que no llegaron a cumplirse.
Las tropas entraron a la ciudad a las 5 de la tarde del mismo 29 pero la resistencia tenaz y programada las detuvo en algunos barrios, en especial el Clínicas. Esa noche los trabajadores de Luz y Fuerza provocaron un apagón en gran parte de la ciudad que permitió a militantes apostados en los techos hostigar con revólveres y escopetas a los soldados y retrasar el operativo. Algunos analistas creyeron ver en la dilación una jugada del comandante en jefe, el general “liberal” Alejandro Lanusse, para debilitar al corporativista Onganía, y saldar la disputa interna. La salida política se demoró hasta 1973 con la violencia política ya detonada.
En un mundo sin internet ni satélites de comunicaciones y con larga distancia telefónica mediante operadoras, los diarios porteños apenas publicaron radiofotos de colectivos quemados. Por esas restricciones técnicas y la censura militar hubo que esperar un día para empezar a ver en Buenos Aires y el resto del país las imágenes filmadas de la pueblada, y las coberturas gráficas, en especial de la revista Así.
El nuevo ciclo
Esas imágenes conmovieron a un país pero sobre todo a una generación. Para la académica Mónica Gordillo, estudiosa de las rebeliones argentas en esos años, el Cordobazo “abrió un ciclo de protesta” colectiva que se prolongó hasta el fin de esa dictadura. En agosto del ‘69 se produjo el segundo Rosariazo y en marzo del ‘71 un segundo Cordobazo, bautizado irónicamente Vivorazo por la amenaza del interventor José Camilo Uriburu de cortar de un solo tajo la “serpiente” de la rebelión. El sentimiento de injusticia se generalizó y convirtió en movimiento social. Hubo Mendozazo, Correntinazo, Rocazo y hasta un minúsculo pueblo viñatero en Salta –Animaná- quedó envuelto en el fuego de las puebladas a repetición.
Los protogrupos armados ganaron volumen y adeptos con su lectura de las “condiciones subjetivas” de la población puestas a prueba en los días de furia del ’69. Un mes después del Cordobazo fue asesinado en la sede central de la UOM “el Lobo” Vandor, y un año más tarde se produjo el secuestro y muerte del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu, a manos de los Montoneros, que detonó la salida de Onganía. Se multiplicaron los robos de armas en polígonos, comisarías y cuarteles.
Elpidio Torres, el “Lobito” cordobés, fue barrido de la conducción del SMATA al año siguiente de la pueblada por una camada de nuevos dirigentes muy vinculados a sus bases y emergentes de aquellas jornadas. Nacía el “clasismo”, que luego fue barrido por los matones sindicales, la Triple A y la dictadura. Su figura central fue el comunista revolucionario René Salamanca, secuestrado y desaparecido el 24 de marzo de 1976. Elpidio murió en 2002 y en las próximas semanas será inaugurado en la zona norte de la ciudad un hospital que llevará su nombre, el menos reconocido de los tres hacedores del Cordobazo.
Atilio López fue electo vicegobernador de Córdoba por el Frejuli el 11 de marzo de 1973 pero fue depuesto el 28 de febrero del 74 junto al gobernador Ricardo Obregón Cano por un golpe policial, el “Navarrazo”, que los acusó de promover la “infiltración marxista”. Tuvo respaldo del gobierno nacional y culminó con la intervención provincial, en el proceso de demolición de gobiernos provinciales no encuadrados en la ortodoxia peronista. El 16 de setiembre de ese mismo año, el Negro López fue secuestrado y asesinado por la Triple A en la localidad bonaerense de Capilla del Señor. La autovía sobre la antigua ruta 5 que va a Alta Gracia, y por cuya vieja traza avanzaron en 1969 los obreros de marchaban hacia el centro, lleva hoy su nombre.
La identidad del Cordobazo
A fines del 2006 la ciudad de Córdoba impuso el nombre de Agustín Tosco a su avenida de circunvalación. El mayor líder de la gran pueblada argentina había muerto el 4 de noviembre de 1975 en una clínica Buenos Aires a los 45 años y con nombre falso, víctima de una encefalitis bacteriana que no pudo tratar en su ciudad. Amenazado por la Triple A desde el Navarrazo, estaba en la clandestinidad y guardado en un convento. Su cadáver volvió también clandestino y a su sepelio en el cementerio San Jerónimo fueron 20 mil personas. Baleadas por matones, debieron abandonar el ataúd en una cripta vecina y recién por la noche lo colocaron en el panteón del gremio, donde aun yace.
En la noche de su reelección, el pasado 12 de mayo, Juan Schiaretti, se reivindicó con orgullo como uno de los dirigentes estudiantiles de aquellos días como una suerte de marca identitaria. Pocos meses después se enroló en el Peronismo de Base, brazo político de las FAP y luego vivió el exilio dictatorial como ejecutivo de una gran empresa del Grupo Macri. Ya en democracia integró como funcionario de segunda línea el equipo de su antiguo compañero de aula, el ministro Domingo Cavallo. Algunos aseguran que ese muchacho en el aire que arroja la piedra a los policías -imagen clásica del Cordobazo- era otro miembro del equipo de la convertibilidad: Juan Carlos Pezzoa. Otros peronistas de aquellas jornadas fueron Arturo Puricelli, luego gobernador de Santa Cruz y Jorge Busti, de Entre Ríos, así como los diputado (mc) Juan Carlos “el Conde” Ramos y Rodi Vitar.
A fines de su primera gobernación, el 2011, el Gringo Schiaretti envió un proyecto para cambiar el nombre de la circunvalación Tosco por el del primer gobernador provincial, Juan Bautista Bustos. Pero una ley del Congreso Nacional lo obligó a respetar el nombre asignado ya que se trata de una ruta nacional.
“Todos quedamos muy marcados. Es una vivencia que nos acompañará toda la vida”, evocó el cordobés radical Carlos Becerra. Entonces tenía 19 años, estudiaba derecho siguiendo los pasos de su padre, que era abogado de la CGT, y representaba a Franja Morada ante los sindicatos. La imagen de las vecinas abriendo la puerta de las casas para que los manifestantes se refugiaran en las corridas y a vecinos llevando botellas de kerosene para alimentar el fuego de las barricadas es mención común en los participantes. “Nunca me voy a olvidar un cartel pintado con aerosol verde en Chaco y Chubut con la inscripción: “Barrio Clinicas, territorio libre de América”, recordó quien luego fue secretario general de la Presidencia con Raúl Alfonsín y jefe de la SIDE con Fernando de la Rúa.
El médico Carlos Scrimini, entonces comunista y secretario de la FUC, agradeció a la vida. ““Tuve el privilegio de respirar ese olor tan particular de la libertad total que existe en estos momentos. El sistema dominante se quiebra, aunque sea sólo por 24 hora. El privilegio de saber que se puede ganar”.
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