Una historia tan desconocida como increíble: de cómo el almirante Issac Rojas – uno de los ideólogos y perpetradores de la criminal Revolución Fusiladora de septiembre de 1955 en la Argentina – le salvó la vida a un militante comunista paraguayo detenido por Stroessner.
Este breve relato es a pedido expreso de Horacio Paone. Pues el posteo de una brutal fotografía de su autoría (que ilustra esta nota) trajo a mi memoria, un episodio que me fuera relatado por el fotógrafo, dibujante y publicista Alberto Próspero Barrett Viedma, nieto del anarquista español Rafael Barrett (1876-1910).
Si la vida es una tempestad, como sintetizó Virginia Martínez, para titular su libro sobre algunos miembros de la familia Barrett. Podría aderezar, aseverando que la memoria, es lo más cercano al oleaje de un mar impredecible y traicionero.
Rafael, el abuelo anarquista, migró al Paraguay de post guerra guazú o guerra grande, con el inicio del siglo XX. Se casó con la asunceña Panchita López Maíz, y tuvieron un único hijo, Rafael Alejandro, más conocido como Alex Barrett.
En los años veinte, Alex partió a Buenos Aires y realizó estudios en la Escuela Naval Militar. Fue camarada de remesa y amigo personal del joven guardiamarina Isaac Francisco Rojas. Cumplida su instrucción, retornó al Paraguay para combatir en la infausta guerra del Chaco (1932-1935). Se sumó al final del conflicto bélico, a la revolución nacional y popular de febrero de 1936, primero, y a la guerra civil de 1947, después. Continuó su vida civil como integrante del Partido Comunista Paraguayo y su Frente Unido de Liberación Nacional (1959-1960). Desde 1961 y para siempre, debió emprender el exilio junto a su esposa Deolinda Viedma Ortiz y sus diez hijos, empezando por el Uruguay y terminando por Venezuela. Una verdadera diáspora familiar.
Una de las hijas de Deolinda y Alex, fue Soledad Barrett Viedma, militante comunista paraguaya en el Uruguay y de la “Vanguarda Popular Revoluciónaria” del Brasil. Fué asesinada en la localidad de Olinda, Pernanbuco, en un falso enfrentamiento.
Otro de los hijos, fue Alberto Próspero Barrett Viedma. También militante comunista paraguayo, quien residió en Montevideo, y desde 1970 hasta su fallecimiento en 2018, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Experto en artes visuales, dibujo, pintura, fotografía. Construía sus propias herramientas. Su departamento en el barrio de Once, era un gran laboratorio con varios cuartos oscuros y con infinidad de inventos.
Durante el terrorismo de estado en Argentina (1976-1983), Alberto Barrett Viedma, volcó sus conocimientos a producir documentos y pasaportes para la fuga y resguardo de perseguidos políticos. Según su testimonio y denuncia, en 1978, fue secuestrado y llevado al centro clandestino El Olimpo. Su cautiverio duró quince días. Testimonió en el juicio a las juntas militares de 1985. Escuchó y dio el nombre de varios secuestrados, entre ellos, el de su amigo, Ignacio Samaniego Villamayor, con estatus de refugiado ante la ACNUR quién ya tenía boleto para viajar a Suecia. Reconoció la cara y voz del torturador conocido como “Turco Julián”.
A los doce días de su secuestro, recibió una extraña visita. Un oficial de la armada argentina con uniforme y portafolio. Este militar lo interrogó a solas en un cuarto, para verificar su identidad y calificar las razones de su secuestro. Sintió que cada palabra preguntada y respondida significaban para él, un pulgar arriba o un pulgar abajo. Vida o muerte. Intuyó que su padre Alex, exiliado en Venezuela, podría haber recurrido a su antiguo camarada de la Escuela Naval Militar, el ya ex almirante Isaac Rojas. Su intuición se fue confirmando en el transcurrir del interrogatorio, cuando el oficial de marina le preguntó, por qué su padre, no siguió la carrera militar en la Argentina. Para decirle finalmente el veredicto: “preparáte que vas a salir libre, flor de palanca tenés, paraguayo”.
Alberto Próspero Barrett, nieto de un anarquista, hijo de un ex militar comunista, vivió para recordar. Incomprendido por salir vivo. Tal vez, debido a una lejana amistad juvenil, o tal vez, al recurso de un código de camaradería en desuso, que le funcionó a un padre, para salvar la vida de un hijo.
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