Un periodista y dos encuentros con Leonardo Favio. Desde el frustrado proyecto de filmar la vida de Severino Di Giovanni hasta el guión de Sinfonía de un sentimiento y, en el medio, el baúl de un Ford Falcon.
Corría 1987 y, recién vuelto del exilio, Leonardo Favio quería filmar la vida de Severino Di Giovanni. El problema era, claro, los fondos. Héctor Ricardo García estaba dispuesto a darle toda la manija posible. A mí me tocó entrevistarlo en un hotel de Palermo, donde por entonces citaba a los periodistas.
Recuerdo que fue una charla larga y que Favio insistía, una y otra vez, en la riqueza del personaje. Pensado a la distancia, tal vez lo viera como antes había visto a Moreira y después concibió a Gatica: un tipo entero que se la jugaba, marcado por un destino trágico. Iba a ser, sin dudas, una película épica.
De la conversación sólo recuerdo dos frases. Las dos dichas después de que diéramos por terminado el reportaje. La primera fue cuando salimos a la calle para hacer algunas fotos más. El fotógrafo le pidió que le hiciera señas al primer taxi que pasara y se subiera. Le gustó la idea. El primero en pasar fue un Ford Falcon, que le frenó al lado. Favio manoteó la puerta, la abrió… pero no se subió. Se quedó ahí, parado, con la puerta en la mano, como si estuviera confuso pero con una sonrisa equívoca en los labios. No subió.
-¿Sabés que pasa? – me dijo -. Cada vez que me toca un Falcon no sé si subirme por la puerta o meterme en el baúl.
Minutos después, al despedirnos, me regaló una foto en sepia del militante anarquista y me pidió: “Hacé una buena nota, necesito difusión, porque para esta película nadie quiere poner guita”. La entrevista, a doble página, con la foto de Severino y la suya abriendo la puerta del taxi, fue publicada finalmente en Flash.
Favio nunca filmó la historia de Severino di Giovanni.
Diez años más tarde, en octubre de 1997, me contactó a través de Tito Jacobson. “Favio tiene una propuesta para vos, llamalo”, me dijo Tito. Dos días después me recibió en su productora, no recuerdo si sobre Riobamba o Ayacucho, cerca de Santa Fe. Me hizo un pequeño tour por las oficinas y durante poco más media hora me mostró, en la pantalla de una computadora, varios retazos de material fílmico: dos o tres noticieros de Sucesos Argentinos, un discurso de Evita, otro del general – todos ellos en blanco y negro –, y una parte del desfile militar realizado el día de la asunción de Perón a la segunda presidencia. En color. “No sabía que había películas en color de esa época”, le dije, sorprendido. “Es de una cadena norteamericana”, me contestó.
Un rato más tarde, en su oficina, buscó de una estantería una pila enorme de fotocopias y las apoyó sobre el escritorio. Después abrió un cajón y sacó cinco resaltadores de diferentes colores, que puso encima de las fotocopias.
-Tengo grabaciones de todos estos discursos. Lo que quiero es que me elijas frases importantes que tengan que ver con política, economía, soberanía, estatizaciones y me las selecciones con diferentes colores – me pidió.
-¿Para qué?
-Voy a hacer una trilogía sobre Perón.
Me quedé en silencio casi un minuto, mirando la pila de papeles. Por un lado, me fascinaba la idea y que Favio hubiera pensado – vaya uno a saber porqué – en mí para ese trabajo. Por el otro, sabía que no era el tipo indicado: no tenía dudas de que Favio iba a hacer una película peronista.
Gobernaba Menem y para mí – que nunca había sido peronista y estaba seguro de que jamás lo sería – el Turco era la continuidad de Perón. En el medio de la historia, Cámpora había sido un accidente, una perversión más o quizás un error táctico del viejo general. El peronismo, una máquina de construir poder que, tarde o temprano pero siempre, funcionaba por derecha.
-No sé si soy la persona indicada – le dije, y le expliqué.
-Pensalo y contéstame en dos días – me respondió. Y agregó: – Pero llevate los discursos.
Agarré, también, los resaltadores de colores. Lo llamé dos días después y le dije que no, que no podía. Favio no insistió y yo me olvidé del asunto.
Cuando, años después, vi Sinfonía de un sentimiento quedé maravillado. Favio demostraba, una vez más, que era un monstruo del cine emocional. Y del cine con mayúsculas también.
Me había emocionado y casi sentía pena por mí por no ser peronista y ser incapaz de sentir esas cosas. Pero, bueno, en la vida hay cosas que uno no puede ser.