Los optimistas la escriben con “V” y los más pesimistas con “L”. La mayoría lo hace con “U” y algunos con “W”. ¿Cuán profunda y larga será la recesión? El interrogante insume horas de debate. Mientras tanto, la desocupación crece, la inflación afloja poco y nada, el salario pierde por goleada, el riesgo país aumenta y la incertidumbre global se dispara. Algunos datos para tener en cuenta. (Foto de portada: Claudia Conteris).

Economistas y analistas, entre los que no faltan los viejos y desgastados gurúes de la city, intentan desentrañar la curva que adoptará la economía en los próximos meses. El abecedario de la recesión en versión power point. Según la academia, las hay de cuatro tipos. Existen algunas en forma de “V”. Son las que duran unos dos trimestres. Otras dibujan una “W”. Tienen una duración similar, pero luego de un breve periodo de recuperación siguen entre seis y nueve meses de recaída. Las más frecuentes se parecen a una “U” y se pueden extender más de un año. Por último, las más graves: las que tienen forma de “L”. Una depresión sin salida a  la vista.

Quienes tienen una visión moderadamente optimista afirman que la economía describirá una “U”. Son los que señalan que se llegó al fondo y que durante el segundo trimestre de 2019 vendrá una lenta recuperación de la mano del sector agropecuario, el comercio exterior y por una paulatina recomposición del salario. Esto, en teoría, propiciaría un tímido repunte de la demanda interna. Mejora que será casi imperceptible para el común de los mortales.

El gobierno lo niega. Afirma que la letra correcta es la “V”. Luce poco probable. La lectura tiene poco seguidores. El motivo: la recuperación no será tan veloz como el desplome. Menos aún ante un panorama global de menor crecimiento y más incertidumbre. La premisa oficial implica que el mercado financiero se convencerá que la pax cambiaria llegó para quedarse, que la inflación bajará a niveles tolerables y que la reducción de la tasa de interés estará entonces a la vuelta de la esquina. Demasiados supuestos. Ya se sabe: pueden pasar cosas.

Dejando de lado la “W”, que implica rebotes y recaídas periódicas como las que atraviesa España, queda la temida “L”. Una prolongada y oscura depresión. En ese caso, lo peor no pasó. Estaría por venir. A la caída en picada seguiría un largo estancamiento. La paz de los cementerios. Para algunos se prolongará más allá del año que viene. La causa habría que buscarla en lo que algunos llaman “la política del triple cero”. El efecto combinado de cero emisión, cero déficit fiscal y cero intervención cambiaria en un contexto de inflación alta y persistente.

Con “E” de endeudamiento

Las promesas de campaña quedaron sepultadas por la realidad. La economía sucumbió por el peor de los combos: ajuste y mala praxis. Sin un norte claro, Cambiemos llegará a octubre del año que viene con el pulmotor del FMI. Después de ahí se verá.

Cubiertas las necesidades financieras de este año con el préstamos del FMI, y suponiendo que a la dupla Dujovne/Sandleris consigan renovar la totalidad de los vencimientos de las letras emitidas por el Tesoro y el Banco Central, el próximo gobierno deberá lidiar con vencimientos que rondarán los 38 mil millones de dólares en 2020, los 55 mil millones en 2021, unos 57 mil millones en 2022 y no menos de 50 mil millones en 2023.

¿Qué arrojan las simulaciones? Que aun cuando se consiga un superávit fiscal primario creciente hasta alcanzar el 2,5 por ciento del PBI y se pueda refinanciar la deuda vieja, la deuda total llegará a casi 80 por ciento del producto en 2023. De allí el bajo precio que exhiben los títulos públicos en el mercado bursátil. Una apuesta solo apta para los amantes del riesgo. Esto si todo sale bien; es decir: si el país crece a una tasa anual promedio del 3 por ciento. Una tasa cuasi china.

Con “R” de riesgo

Ni pax cambiaria, ni baja de la tasa de interés, ni retroceso de la inflación… Para la city y el gobierno, la  variable clave es el riesgo país. El famoso indicador del J.P. Morgan que miran analistas financieros y traders. El termómetro de la confianza, que en diciembre marcaba 350 puntos básicos y hoy supera los 700. ¿Riesgo político? En parte, pero a corto plazo. En el mediano pesa lo dicho: la deuda. Sin tasas chinas, la relación deuda/producto quedará muy pronto entre el 80 y el 90 por ciento del PBI. Treinta puntos por encima del promedio de la región. Para peor, una parte importante está en moneda extranjera. Si la economía no supera rápido la recesión, la carga fiscal por intereses será insostenible.

Aunque las lecturas de lo que está por venir puedan diferir, todos coinciden en que el año electoral redoblará la fuga de capitales. No lo dice solo el kirchnerismo y la izquierda. Lo admiten banqueros y empresarios. Estos últimos hablan de “ruido político”. El monto, una incógnita. Algunos arriesgan cifras. Dicen que la historia demuestra que nunca bajó de los 20 mil millones de dólares en un año electoral. Unos y otros comparten la misma hipótesis: si la elección se polariza solo los muy arriesgados se quedarán para presenciar el escrutinio.

Un dato más. De esos que vienen de afuera. La diferencia entre los rendimientos de los bonos del Tesoro estadounidense a dos y diez años se viene achicando. Los economistas lo llaman “una inversión de la curva de rendimiento”. En criollo: las tasas a corto plazo tienden a superar a las tasas de plazos mayores. Lo contrario de lo que ocurre cuando una economía crece en forma sostenida. ¿Por qué se invierte la curva? Sencillo: porque el mercado global ve más problemas entre Estados Unidos y China. Nada de tregua.

De confirmase este escenario, el vuelo a la calidad podría despegar en cualquier momento. Sí, el tan mentado flight-to-quality, también conocido como flight-to-safety. El sálvese quien pueda. Las consecuencias son conocidas: fuga, presión cambiaria, inflación en alza e inversiones en veremos. En síntesis: una economía cada vez más anémica. Un páramo. Nada propicio para los brotes verdes.

Con “P” de pobreza

En el primer semestre de este año, la pobreza multidimensional alcanzaba al 48 por ciento de los niños, niñas y adolescentes del país. Diez puntos por encima del promedio general. Unos 6,3 millones de chicos, de los cuales el 20 por ciento padece privaciones “severas”, como vivir en zonas inundables, cerca de basurales o no haber concurrido nunca a la escuela.

Los datos, difundidos esta semana por Unicef en el marco del trabajo que realizaron investigadores de las universidades públicas de Salta y General Sarmiento, son contundentes e incuestionables. No solo porque confirman una realidad que se intuye. También porque resultan de cruzar los datos que surgen de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec.

A diferencia del organismo, que insiste en medir la pobreza y la indigencia solo en base a los ingresos monetarios de los hogares, el trabajo auspiciado por Unicef explora la vulneración de derechos básicos en materia de educación, protección social, vivienda, saneamiento, acceso al agua de red y hábitat seguro. Es de manual. Casi sin inversión en infraestructura y con los brutales recortes en las transferencias sociales, el panorama histórico se agravará.

El resultado del informe habría sido sería peor si se hubiera podido incorporar variables como salud y nutrición, dos cuestiones que no evalúa el Indec. El relevamiento, además, confirma la enorme desigualdad de oportunidades. ¿La más notoria? En educación. Según los investigadores, un niño que vive en un hogar cuyo adulto a cargo no completó el primario tiene tres veces más probabilidades de estar privado de por lo menos uno de sus derechos básicos con relación a otro que reside en un hogar cuya adulto de referencia terminó secundario.

Con “D” de desocupación

El último informe del Centro de Capacitación y Estudios sobre Trabajo y Desarrollo (Cetyd) de la Universidad Nacional de San Martín señala que “el trabajo registrado presenta en una marcada tendencia declinante”. El número: 123 mil trabajadores perdieron su empleo desde principios de este año. Una reducción del 1,8 por ciento que “se explica por la dinámica negativa del empleo asalariado en el sector privado formal y la reducción en la cantidad de monotributistas sociales”. Un retroceso mayor a los registrados en las fases post devaluatorias de 2014 y 2016.

El análisis procesa la información disponible hasta fines de noviembre y señala que la reducción es consecuencia de la decisión de las empresas de no cubrir las vacantes generadas por las desvinculaciones voluntarias. También por los despidos, aunque no sea la principal causa. Al día de hoy, las incorporaciones cayeron al nivel más bajo desde 2002. “Un proceso de destrucción que se concentra en los puestos de menor calificación con diferente intensidad según los sectores y que profundiza la inequidad”, advierte el documento.

Los cierres y achiques de millares de pymes constituyen una constante que movilizó esta semana a las cámaras del sector. Los empresarios no quieren más empleados. Ni regalados. Es obvio. No encuentran compradores. La malaria no reconoce sectores, con excepción de la intermediación financiera y los servicios sociales. Las estadísticas del Ministerio de Trabajo en base a las declaraciones juradas a la seguridad social marcan que la ocupación cayó un 2,5 por ciento en las unidades de entre 10 y 49 empleados; un 1,4 por ciento en las que registran dotaciones que oscilan entre 50 y 199 trabajadores; y un 1,1 por ciento en las compañías con más de 200 empleados.

Las perspectivas son pésimas. En el tercer trimestre, la desocupación medida por el Indec alcanzará los dos dígitos. Empujados por la inflación, los sectores vulnerables y las personas hasta ahora inactivas salieron a buscar empleo para completar sus ingresos. Más competencia para los desocupados recientes y los jóvenes, que suelen revistar bajo el rótulo de “nuevos activos”.

La desocupación quedaría en torno al 11,5 por ciento, con picos superiores en los conurbanos industriales. No será solo por el cierre y el achique de las empresas. “En el último año, 398 mil personas se sumaron a la población ocupada, pero solo 247 mil se incorporaron al mercado laboral”, señala el Cetyd. Otra forma de verlo: 151 mil adultos se sumaron a las filas de los desocupados. Casi un 14 por ciento más que en el segundo trimestre del 2017. Es decir: aumentó la tasa de actividad.

Con “P” de precarización

Los emprendedores a los suele interpelar el discurso de Cambiemos deberán, en el mejor de los casos, conformarse con changas de pocas horas u ocupaciones precarias con salarios de miseria. Ante este panorama, las escasas empresas que sumen personal optarán por las modalidades contractuales más precarias.

Según el Cetyd, casi el 90 por ciento del crecimiento neto de ocupados en el último año lo explican el trabajo informal y los cuentapropistas. El último rubro subió en la fase expansiva y subirá aún más con la recesión en marcha. La dinámica, advierte el Cetyd, “refleja la desalarización de la estructura ocupacional y se verifica, incluso, en el trabajo registrado con el fuerte crecimiento de la participación de los monotributistas” por las tercerización de tareas.

La consecuencia también es conocida: el avance de modalidades contractuales que no se encuentran sujetas a la normativa laboral ni a los convenios colectivos. Minga de representación sindical. Otro dato: la tasa de empleo no registrado ya es la más alta de los últimos cinco años.

Con “M” de mishiadura

En apenas diez meses, es decir hasta octubre pasado, el poder adquisitivo de los salarios en el sector privado formal cayó un 10 por ciento, retroceso que podría alcanzar el 13 por ciento hacia fin de año. Siempre en promedio. La estimación surge del trabajo del Cetyd, que toma como referencia 17 convenios colectivos. La erosión, sin embargo, de no mediar recomposiciones en el último bimestre treparía a casi el 20 por ciento en la administración pública, la industria de la alimentación, las textiles y en el sector del transporte. Los convenios que salgan mejor parados habrán perdido un 10 por ciento. Una cifra muy parecida al rezago de las jubilaciones, las pensiones, las asignaciones familiares y la Asignación Universal por Hijo.

Con “T” de transferencia

No sorprende. Hoy, producir en la Argentina es un 15 por ciento más barato que hace un año. Solo entre diciembre y octubre, el costo se redujo casi un 12 por ciento. Los datos provienen del Índice de Costo Argentino de Producción que elabora la Fundación de la Universidad Argentina de la Empresa. El indicador incorpora salarios, logística, presión tributaria, costo de la construcción y de materiales, el precio de los bienes de capital, de los combustibles y el costo de crédito. Mirado desde otro lado: los beneficios de muchos sectores empresarios aumentaron por encima de la inflación.

El trabajo del Cetyd le pone números a la transferencia desde los asalariados hacia las empresas. Entre el segundo trimestre de este año y el mismo período de 2017, los trabajadores formalizados cedieron un 2,7 por ciento del Valor Agregado Bruto. El 2,1 por ciento quedó para las empresas y el 0,7 por ciento lo concentró el Estado por la reducción de los subsidios. La lista de ganadores la encabezan por lejos los bancos; seguidos por la minería, la actividad inmobiliaria, la agricultura y, en mucho menor medida, por el transporte, las comunicaciones y la industria.

Con “L” de límite

Endeudamiento, riesgo país, pobreza, desocupación, precarización laboral, mishiadura generalizada y transferencia de recursos hacia unos pocos son solo algunos de los efectos de la economía de Cambiemos. La lista de calamidades es casi interminable y se podrían añadir otros desastres, como el desplome de la industria, que perdió en apenas tres años lo que ganó en la década de la “pesada herencia”. Hoy, cuatro de cada diez equipos productivos están paralizados. En algunos sectores, como el textil y entre las terminales automotrices, el parate es todavía mayor. La entramado industrial retrocedió una década y nadie en su sano juicio piensa en invertir si tienen capacidad ociosa.

Por lo pronto, Macri ya no hace pronósticos. No hace falta. Lo que evita lo dice el propio FMI. La economía volverá a caer en 2019. La OCDE, que encandila con su recetario de libre comercio a los ceos del gobierno, le puso un número tentativo: una baja del 1,5 por ciento. Fuego amigo que desgasta y un círculo rojo que se desencanta y exaspera. Algunos de sus integrantes ya tomaron distancia. Se embarcaron en diálogos con la CGT y la CTA para elaborar un documento. Son los sectores de la UIA que no se sienten representados por la conducción de la central. Quieren que la Iglesia sirva de puente. Muy a tono con el clima navideño.

Cambiemos juega en el límite y lo sabe. Su propia tropa se lo advierte. Las fisuras internas son evidentes. Vidal y Larreta no quieren verse arrastrados. Los gobernadores radicales hacen su juego. Saben que ningún oficialismo con tan malos resultados resultó reelecto. Algo, no poco, juega para Macri. Se dijo una y mil veces. La oposición dividida.