Como hizo la dupla Cavallo-Sturzenegger, Macri jugó la última ficha: el regreso al FMI. Una apuesta para apagar el incendio. Las condicionalidades, la ilusión del gobierno y un crédito que rondaría los 30 mil millones de dólares. Según los funcionarios, apenas un acuerdo preventivo para suavizar las turbulencias.
La dinámica que adquirió en las últimas semanas la corrida cambiaria y la decisión del mercado financiero de cerrar las fuentes de financiamiento precipitaron lo que más temprano que tarde era inevitable: la vuelta al Fondo Monetario Internacional. El disparador era previsible ante la negativa de Macri a modificar el rumbo de colisión. Las mil veces anunciada decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de elevar su tasa de referencia y la inviabilidad del esquema económico implementado por Cambiemos desde fines de 2015 redoblaron en la plaza local el famoso vuelo a la calidad que se registra en los mercados emergentes. Un proceso que recién comienza.
La huida no se hizo esperar y el premio mayor que ofreció al Banco Central con una tasa del 40 por ciento a los valientes que se quisieran quedar no resultó como lo previó el mejor equipo de los últimos cincuenta años. El miedo, finalmente, pudo más que la ambición. En buen criollo: plata en mano, culo en tierra. Tampoco resultó el anunciado recorte extra del gasto público. Las señales no funcionaron y, como ocurrió en tiempos de Alianza, el gobierno se apresuró a depositar sus esperanzas en que el FMI oficie de garante de última instancia para apagar el incendio. La movida es posible que tenga éxito. Se verá hasta cuándo y a qué costo.
Lo que quedó claro en estos días es que no todo es cuestión de números. La política también aporta. Y en este terreno se dibujan los límites por ahora difusos que puede imponer el descontento social. La caída de la imagen presidencial, incluida María Eugenia Vidal, y los reacomodamientos de la oposición suman. No en vano, y más allá de los números, los inversores le adjudican a Macri pocas chances de profundizar sin ayuda externa un ajuste que les asegure el repago de los intereses de una deuda que crece a un ritmo insostenible. Menos posibilidades le otorgan de conseguir los dólares ante un persistente desarme de las posiciones que los fondos y muchos ahorristas, algunos pequeños y muchos medianos, mantienen todavía en Lebac.
Sin el salvavidas del FMI, la ecuación solo cerraría con una brutal represión. El espejo, en ese caso, muy probablemente le devolvería a Macri la oprobiosa imagen de una Alianza en retirada. De allí la ansiedad por anunciar que recurrirá el FMI. La urgencia, en el horizonte inmediato, se explica por lo que pueda ocurrir el martes próximo, cuando el Banco Central intentará renovar el vencimiento de 650 mil millones de pesos en Lebac. El anzuelo será la súper tasa. Una estampida sería la catástrofe.
“No habrá medidas adicionales. Le pusimos la pata financiera a los anuncios del viernes. Con esto cerramos”, simplificaban en Hacienda luego del guionado mansaje de Macri desde la Casa Rosada. Para entonces, Macri ya le había pedido auxilio a Christine Lagarde. Las negociaciones arrancaron por la mañana. Cerrarlas insumirá unas dos semanas. Con el objetivo de no perder tiempo, Dujovne se apresuró a hacer la valija. Viajó anoche a Washington. Otros tiempos, las mismas premuras que en épocas del blindaje y el megacanje. Algunos protagonistas se repiten. En aquella ocasión, los roles principales estuvieron a cargo del hoy asesor en las sombras Domingo Cavallo y del entonces secretario de Política Económica, Federico Sturzenegger. Esta vez, el elenco lo encabeza formalmente Dujovne y lo completan el jefe de Gabinete, Guido Sandleris; el secretario de Hacienda, Rodrigo Pena; y el secretario de Política Económica, Sebastián Galiani. Hay otros funcionarios menores. Frente a ellos no estará el alemán Horst Köhler, sino la francesa Lagarde. Apenas un detalle. El objetivo es el mismo: conseguir ayuda financiera. Esta vez, unos 30 mil millones de dólares que rescaten a Macri de las llamas.
El comando central quedó en Buenos Aires. Todos reportarán al círculo presidencial que forman Mario Quintana, Gustavo Lopetegui y el recién redimido Sturzenegger. En el gobierno se ilusionan con la posibilidad que el FMI no imponga condiciones excesivas. Dicen que no es el mismo Fondo Monetario de los años ‘80 y ‘90. Aducen que, en última instancia, el organismo avaló la política desplegada hasta aquí por Cambiemos. Traducido: que los deberes están en marcha. La lógica suena conocida: se trataría simplemente de salvar a un buen alumno. La cuestión, sin embargo, no es tan sencilla. Elude una cuestión central.
Aunque los objetivos del FMI y Cambiemos puedan coincidir nada dicen sobre los plazos para alcanzarlos. Macri esperaba sortear las presidenciales para luego profundizar el ajuste. Su gran temor es que Lagarde & Cia. le exijan que acelere. Sería el fin del supuesto gradualismo. Lo mismo que el círculo rojo le reclama con mayor o menor vehemencia según las circunstancias. Macri sabe que su futuro político se juega en una carrera contra reloj. Octubre de 2019 no está lejos. Más recortes en el gasto público, menos obras de infraestructura y una mayor devaluación del peso, sumados a una inflación que no cede, redundarán en una menor demanda y en un menor de nivel de la actividad económica. En síntesis: más malaria para amplios sectores de una sociedad ya fastidiada y en el momento más inoportuno.
Ni que decir del costo político que implican las exigencias con tono de recomendaciones plasmadas por el FMI en octubre del año pasado, cuando la misión del organismo encabezada por Roberto Cardarelli concluyó la revisión del Artículo IV. Las pistas que aporta el documento son claras. Según el documento, la Argentina debe privatizar una parte del sistema previsional para reducir las jubilaciones futuras y avanzar en la flexibilización de la legislación laboral; además de remover las pocas barreras comerciales que aún quedan en pie; entre otras cuestiones, como facilitar el acceso a las empresas multinacionales. La esperanza de Macri es sencilla: que Largarde apriete, pero no ahorque. Somos nosotros o el populismo, es la fórmula elegida para negociar.
Hace menos de un año, Dujovne aseguró que el gobierno no tenía en sus planes un programa de financiamiento con el Fondo Monetario. Quedará para otro momento dibujar un perfil del sonriente Dujovne que frente a las cámaras de TN sostuvo un cartelito con la leyenda: “No volvamos al Fondo”. Lo cierto es que los bancos y fondos de inversión que alimentaron la puesta en escena son los mismos que la sepultaron. La colocación de deuda concretada por Luis Caputo en enero pasado por 9 mil millones de dólares fue la última prueba de amor que le tendió Wall Street. Desde el divorcio, Dujovne fatigó micrófonos y redacciones condescendientes diciendo que el programa de financiamiento de este año estaba cubierto. Para lograrlo, Caputo aceleró las colocaciones de Letras del Tesoro Nacional, al tiempo que refinanciaba vencimientos.
Hoy, cuando la sequía de dólares es evidente, Cambiemos echó mano del plan B que siempre negó: recurrir al FMI. Sus funcionarios dicen que se trata de “un acuerdo preventivo” destinado a “suavizar las turbulencias”. Nada se animan a decir sobre el monto del endeudamiento y el plazo. Para facilitar el mal trago alegan que la tasa es más baja que la que ofrecería el mercado. Eso, claro está, en el hipotético caso que alguien estuviera dispuesto a financiar un esquema que a solo dos años y medio de su implementación hace agua. En los hechos, ni siquiera pueden explicar a qué tipo de programa atarán la suerte del país.
“Confiamos en que Washington apoyará las necesidades de la Argentina”, repiten como un mantra a sabiendas del peso que tiene Estados Unidos en el organismo. En Cambiemos saben que de ahora en más será muy difícil anunciar buenas noticias. Las remarcaciones de precios ya comenzaron, el salario real seguirá cayendo y que problemas como el desempleo y la pobreza cobrarán cada vez mayor centralidad. El sueño de ingresar en la OCDE quedó atrás. También el ambicionado investment grade. Para peor nadie puede asegurar que la ayuda del FMI no termine alimentando una nueva fuga de capitales como sucedió en los tiempos no tan lejanos del final de la Alianza.