El Covid-19 desenmascaró las debilidades de las economías nacionales, la anarquía que reina en el sistema financiero internacional y la falta de liderazgos globales. Las consecuencias: una crisis sin final a la vista y una casi segura recesión mundial de características inéditas.
Rara avis in terris nigroque simillima cygno”, escribió Juvenal hacia finales del primer siglo. “Un ave rara en la Tierra, muy parecida a un cisne negro”, sería una traducción aproximada. Con el correr de los siglos, la frase del célebre autor de sátiras se convirtió en sinónimo de lo imposible. Y así quedó, incluso después de que a principios del siglo XVIII los colonos ingleses desembarcados en Australia dieran cuenta de la “rara avis”, la enjaularan y los naturalistas británicos la catalogaran como lo que era, un Cygnus atratus.
En 2007, el matemático y ex operador financiero de origen libanés Nassim Nicholas Taleb utilizó la frase “cisne negro” para titular un libro de su autoría. Vendió tres millones de ejemplares. Fue un best-seller durante ocho meses. Según el autor, el descubrimiento de los colonos ilustra la limitación del aprendizaje concretado desde la observación y la experiencia. La fragilidad de nuestro conocimiento. Una sola ave negra invalida una afirmación generalizada. Es todo lo que se necesita.
Hechos tan disímiles como los atentados a las Torres Gemelas, el descubrimiento de América, la gripe española y los avances científicos y tecnológicos, como la híper comunicación global mediante internet, podrían ser calificados como “cisnes negros”. La visión implica un mundo dominado por sucesos imprevistos, casi azarosos, altamente improbables y que no obstante tienen una enorme influencia. Una idea tentadora. Post facto -postula Taleb-, el cisne negro permite racionalizar el imprevisto. La historia sería opaca, veríamos lo que aparece, nunca el guion.
¿Se puede considerar al Covid-19 un cisne negro? Está claro que nadie podía preverlo. Tan claro como que se posó sobre una economía mundial débil, ya en transe de recesión, mantenida desde 2008 a base de incesantes estímulos monetarios en un contexto marcado por la ausencia de liderazgos políticos a nivel global y en su última fase caracterizada por la llamada guerra comercial entre Washington y Beijing y la pulseada entre Rusia y Arabia Saudita por el precio del petróleo. Apenas dos ejemplos.
Hay quienes piensan diferente a Taleb. El crack del fatídico lunes negro, según Nouriel Roubini, no es otra cosa la consecuencia de una larga fila de “cisnes blancos” que, aunque a la vista de todos, los gobiernos y los hacedores de políticas económicas evitaron mirar. Por ahora, Estados Unidos, China, Rusia y los países europeos juegan al Antón pirulero. Lo peor en una pésima situación. Con el nacionalismo y el proteccionismo en alza, la posibilidad de una cumbre mundial para coordinar medidas cotiza en baja.
Mientras tanto y sin liderazgo, los capitales financieros deambulan con pánico y sin rumbo saltando de un refugio a otro, dejando en el camino un tendal de números en rojo. La recesión mundial está la vuelta de la esquina y, a diferencia de las dos últimas de este siglo, se anuncia con características propias.
¿Volver a los setenta?
Economistas como Joseph Stiglitz y Kenneth Rogoff dicen que todavía es demasiado pronto para predecir los efectos de largo plazo del Covid-19, pero no tanto como para reconocer que la próxima recesión global será muy diferente a las de 2001 y 2008. El peor de los escenarios es casi una realidad. Lo reconoció el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. La crisis traerá aparejados severos problemas en la oferta y la demanda.
De confirmarse el pronóstico recesivo por problemas en las cadenas globales de producción habrá caída de la producción, escasez y aumento de precios. Una situación de similar complejidad y tamaño a la que atravesó el mundo con los shocks petroleros de los años setenta. Si el temor al contagio se acentúa, crecerán los ahorros preventivos, tanto de las empresas como de las familias. Aun cuando las tasas de interés se acerquen a cero, o sean incluso negativa, algo que ya ocurre en la zona del euro.
No pocos analistas adviertan que los bancos centrales están a un paso de precipitarse en la trampa de la liquidez que describió John Keynes. Las medidas para aumentar la masa monetaria no conseguirían dinamizar la economía. El pánico haría que personas y empresas prefieran conservar todo el dinero antes que invertir y gastar. Y aunque el sistema financiero global parece más sólido que cuando estalló la crisis de las subprime, el endeudamiento global con relación al PBI es mayor. Está en su máximo histórico.
Si bien Rogoff señala que las condiciones iniciales para contener una inflación generalizada son favorables, advierte que una prolongada retirada de las principales economías detrás de sus fronteras sería una receta casi segura para el retorno de las presiones inflacionarios. ¿La razón? Que el principal factor subyacente a la baja inflación actual es el proceso de globalización registrado durante las últimas cuatro décadas.
Clima de guerra fría
De ganar Trump las elecciones presidenciales, Estados Unidos seguramente seguirá enfrascado en una creciente guerra comercial, tecnológica y gepolítica con China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Sus contendientes tienen motivos de sobra para desafiar el (des)orden global que lidera Washington. Que la recesión hunda la reelección de Trump es en principio una buena perspectiva para más de cuatro. Rusia, por lo pronto, no dudó en quebrar a la Opep. Su decisión pone en problemas a Arabia Suadita, que necesita un barril de petróleo más caro. También Estados Unidos, en su caso para tornar rentables sus reservas no convencionales.
Hacia el interior de Estados Unidos, el panorama es poco menos que caótico. El pandemia reforzó la posición de los políticos que abogan por desacoplarse de la economía china. En especial en las filas republicanas. La guerra sino-estadounidense, un conflicto de baja intensidad, es probable que escale. Algunos líderes y periódicos chinos hablan de conspiración. Argumentan que no pueden ser coincidencias la sucesión de brotes de gripes porcina y aviar, la epidemia por el coronavirus y los disturbios políticos en Hong Kong.
Si el gobierno y la economía china quedan severamente dañados por la crisis, Beijing precisará un chivo expiatorio externo. No es difícil imaginar que una respuesta china a las presiones de Washington tome la forma de un contrataque cibernético. Hay objetivos obvios. Los hackers chinos, pero también los rusos, norcoreanos e iraníes, podrían interferir en las elecciones estadounidenses. Con el electorado ya tan polarizado, no es improbable que algunos salgan a las calles para desafiar los resultados.
Ante semejante panorama, Estados Unidos no se quedaría de brazos cruzados. Seguramente aumentará la presión sobre sus rivales con sanciones económicas y otras formas de guerra comercial y financiera, aunadas a sus propias capacidades para desplegar un ataque cibernético. ¿Una primera guerra mundial en las redes? ¿Otro cisne negro? El desorden económico, financiero y político sería masivo.
Por ahora, las condiciones políticas para superar la crisis no aparecen. Los líderes de la Unión Europea, los funcionarios del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional están tan desacreditados como Trump. Angela Merkel está en retirada, Emmanuel Macron batalla en el frente interno y Boris Johnson sigue incrementando las posibilidades de que el Brexit termine en portazo. A menos que la situación política internacional cambie rápidamente son muchas las razones para esperar una recesión global larga y severa.
Mientras tanto, habrá quienes seguirán machacando con complejos modelos econométricos. Harán proyecciones a veinte años, pero continuarán errándole al precio que tendrá del petróleo el próximo invierno. Llegado el caso, dirán que la culpa es de un cisne negro. Lo sorprendente, sin embargo y como ocurre siempre, no serán las magnitudes de los pronósticos fallidos, sino la negativa a reconocer lo que todo el mundo sabe: que los cisnes negros no existen. La culpa, en todo caso, seguirá siendo de los cisnes blancos.
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