Los meses de recuperación no jugaron en favor del empleo y el salario. El aumento de los precios cuestiona la intención oficial de mejorar los ingresos, mientras las grandes empresas capturan el rebote y deprimen el mercado interno. La prueba: las ganancias declaradas por las compañías que cotizan en la Bolsa de Comercio.
Las empresas que cotizan en el mercado bursátil comenzaron a enviar sus balances económicos a la Comisión Nacional de Valores y a la Bolsa de Comercio. Son los resultados del primer trimestre. En la mayoría de los casos registran ganancias que resultaron muy superiores a las conseguidas hace un año atrás. Un ejemplo: Cablevisión. La firma del Grupo Clarín registró una utilidad de casi 9 mil millones de pesos. Un incremento del 126 por ciento con relación al mismo período de 2020. La bonanza para los accionista del holding no se detiene allí. Telecom, contralada por Cablevisión, también informó una rentabilidad de 9 mil millones. Un aumento del 139 por ciento.
Hay otro casos. Pan American Energy, la empresa de la familia Bulgheroni asociada a la china CNOOC, revirtió su performance de los tres primeros meses de 2020, cuando apuntó pérdidas por 1.300 millones. En el arranque de este año consiguió una ganancia de 7.376 millones. La compañía – que opera yacimientos convencionales y no convencionales – es una de tres petroleras más relevantes del tablero local, podio que comparte con YPF y Tecpetrol, del Grupo Techint.
Otra de las ganadoras es la multinacional de origen local Arcor. La compañía, cuyo principal accionista es la familia Pagliani, está volcada a la producción de alimentos. Sus ventas al exterior representan un tercio de sus ingresos. Acumuló una rentabilidad de 3.857 millones entre enero y marzo pasados. Un fabuloso aumento de 468 por ciento contra los 679 millones que declaró en el mismo período de 2020. Loma Negra no se quedo atrás. La firma del grupo brasileño Camargo Correa concentra casi la mitad del mercado interno del cemento. Informó una ganancia de 2.567 millones. Una ganancia interanual del 156 por ciento.
No son casos aislados. Según el mercado, los balances marcan una tendencia. La citrícola San Miguel informó una ganancia de 537 millones. Un suba del 44 por ciento. La firma es propiedad de los Miguens Bemberg. La compraron tras vender la cervercera Quilmes, lo que les permitió incursionaron en otros rubros, como el eléctrico en Central Puerto. El margen, sin embargo, no le impidió mantener una cerrada negativa a conceder un aumento a los cosecheros. Su postura, con el apoyo del gobierno tucumano y la policía local, terminó con una veintena de detenidos trasladados en la comisaría de Faimallá. Fue hace apenas dos semanas.
Sociedad Comercial del Plata no se quedó atrás. El holding, que concentra el 70 por ciento de sus inversiones en el negocio del petróleo y sus derivados, pero también en la agroindustria, la construcción y la producción de alimentos, revirtió la pérdida de 885 millones que reportó en el primer trimestre de 2020. Declaró ganancias por 1.141 millones. La lista sigue y, seguramente, se ampliará en las próximas semanas cuando ingresen más balances. En lo inmediato, la historia amaga con repetirse. El año pasado quedará como el peor para la sociedad en general. No así para la mayor parte de las grandes empresas. De las setenta que cotizan en el mercado bursátil, solo veinte cerraron con pérdidas en 2020.
Un dato más. Son las compañías que colocaron esta semana al frente de la Unión Industrial Argentina – lideradas por Arcor, Techint y el Grupo Clarín – a Daniel Funes de Rioja, el abogado, lobista y titular de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios. Un habitué histórico de los despachos oficiales. El gobierno, en tanto, sigue creyendo que es posible conseguir un contexto de crecimiento que permita a todos los sectores tener buenos márgenes de rentabilidad y, al mismo tiempo, facilitar la redistribución del ingreso hacia los trabajadores y las pymes. El mundo ideal. Kulfas y Guzmán creen, incluso, que es factible sin afectar la ganancia de las grandes empresas. La famosa concertación de precios y salarios que rechaza el empresariado. Por ahora, nada de eso se verifica.
Lo que Alberto no dice
Matías Kulfas es el economista que más escucha Alberto Fernández. Su lectura de los problemas económicos se puede leer en Los tres kirchnerismos (2016), un texto poco transitado que arrima pistas concretas sobre el pensamiento presidencial. El texto lo visitó Socompa hace tiempo. Revisitarlo no viene mal en el contexto actual.
¿Qué sostenía entonces el ahora Ministro de Producción? Que la industria y el sector energético, los pilares del superávit comercial en los años dorados del kirchnerismo, devinieron en escasez de divisas. Lo que la vulgata bautizó como “viento de cola” relajó la restricción externa. Sin embargo, el congelamiento de las tarifas disparó el déficit fiscal vía subsidios, incrementó la necesidad de financiamiento y terminó alimentando la inflación. Conclusión: el cepo trajo menos crecimiento. Los logros sociales se mantuvieron, pero con fórceps.
La visión la suscribe Martín Guzmán. Coinciden en evitar saltos devaluatorios, pero también un atraso cambiario. Un camino finito. Tanto como esquivar los desajustes monetarios y fiscales. Todos factores que impulsan la inflación, además de la suba de los precios internacionales de los commodities que el país exporta. Mucho más que la puja distributiva. En otras palabras: la recuperación del salario real debería darse en un contexto sin grandes pujas que retroalimenten los precios, o disparen una demanda que el entramado industrial no esté en condiciones de satisfacer. Sería un logro histórico. Pocas veces se dio.
Un tema central
La polémica en el Frente de Todos no es nueva. La discusión sobre la política tarifaria y los subsidios se remonta al inicio del gobierno. No en vano Guillermo Nielsen, que sonaba para asumir como secretario de Energía, terminó en la presidencia de YPF y desde allí partió como embajador a la lejana Arabia Suadita. Su intención de concretar un cluster hidrocarburífero blindado con una legislación especial quedó en el cajón.
Si la pandemia puso un paréntesis en la pulseada, la formalidad de las audiencias publicas, las declaraciones cruzadas y el pedido de renuncia a Federico Basualdo acapararon los medios. No es un tema menor. Los precios de las tarifas, de tan pesada materialidad como el dólar y los salarios, atraviesan el entramado productivo. La preocupación de Guzmán se explica por la dinámica de los próximos meses. Con un único aumento anual no disminuirán los subsidios, y eso rompe las proyecciones del Presupuesto 2021. Además, la cuenta enfrenta presiones al alza. ¿La razón? El aumento de las importaciones para cubrir la baja en la producción de gas natural y compensar el consumo de los stocks de gasoil y fueloil que usan las centrales térmicas.
Y más allá, ¿qué?
El escenario de hoy nada tiene nada que ver con el proyectado por el Gobierno en el Presupuesto 2021. Dista mucho de lo imaginado. La posibilidad de cerrar las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional antes de las elecciones, el control de la pandemia y la confianza en el virtuosismo que generaría la recuperación económica siguen siendo objetivos. La negociación con el FMI no parece exenta de condicionalidades. La pulseada sigue, pese a la meticulosa agenda presidencial en Europa. La posibilidad de despejar la carga de vencimientos por los próximos tres o cuatro años parece por ahora un horizonte lejano. El FMI como socio en la recuperación también.
Hasta ahora, los meses de recuperación no jugaron a favor del empleo y el salario. El aumento descontrolado de los precios, y en especial de los alimentos, cuestionan la intención oficial. Lo expuesto: las grandes empresas capturan el rebote que se inicio en mayo y la tasa mensual de recuperación pierde fuerza. Los datos del Estimador Mensual de Actividad Económica de febrero último dan cuenta de una contracción interanual del 2,6 por ciento. La actividad mejoró, pero la pobreza no descendió. Los datos reportados a la CNV por las grandes empresas confirman lo que se sabe: que la reactivación de las grandes empresas no produce más empleo. La desocupación y el cuentapropismo siguen mandando.
Por lo pronto, la reactivación engrosa vía precios los márgenes de las empresas dominantes y la inflación desarticula el intento del Gobierno por impulsar una recuperación basada en la expansión del mercado interno y la mejora del poder adquisitivo de los salarios.
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