El gobierno recurrió a las demonizadas retenciones para recomponer los ingresos fiscales. El ajuste, sin embargo, sigue su curso. Sin cambios de fondo, todo parece confirmar la peor de las presunciones: la recesión es el objetivo buscado. La estrategia del FMI para que el país genere los dólares que garanticen el repago de la deuda.
Casi más de lo mismo. De lo mismo porque Cambiemos no cambió. El origen de todos los males, según el gobierno, sigue siendo el déficit fiscal; y el equilibrio de las cuentas públicas, la panacea. Si se quiere, también, un poco menos de lo mismo. ¿Por qué? Porque, aunque de manera culposa, Cambiemos recurrió a una medida que demonizó: las retenciones. Un mal trago para el discurso oficial.
“Es malo, muy malo, malísimo”, dijo Macri casi a modo de disculpa. Para aventar el fantasma heterodoxo calificó la medida como de excepcional en el marco de una situación de emergencia. En principio, solo regiría para este año y el próximo. Se verá.
Un manotazo de ahogado, según muchos. Nada que despeje la peor de las presunciones: que la recesión no es el efecto colateral de una pésima praxis, sino el objetivo buscado. La verdadera meta del FMI. En otras palabras: el mecanismo diseñado para que el país vuelva a tener los dólares necesarios que garanticen el repago de la deuda con los acreedores externos.
La hoja de ruta exigida por el FMI está en los detalles de la carta de intención. La teoría es sencilla. El dólar recontra alto planchará las importaciones y mejorará el saldo de la balanza comercial. A su vez, el recorte de la inversión pública y la devaluación, que licuará las obligaciones del Estado nacional en pesos, le permitirán al Tesoro arrimarse al equilibrio fiscal. La inflación seguirá su curso y la pérdida del salario contraerá la demanda; finalmente, se apaciguarán las remarcaciones. La famosa paz de los cementerios. El largo plazo de Keynes.
Los números que maneja en reserva el equipo económico lo dicen casi todo. La inflación anual se ubicará en el mejor de los casos en torno al 45 por ciento y la caída de la actividad económica será del orden del 2,4 por ciento del PBI. Apenas dos de los presupuestos macroeconómicos sobre los cuales Dujovne elaboró las proyecciones que presentó luego del discurso de Macri y antes de partir rumbo a Washington para obtener una nueva ayuda financiera.
“Veníamos bien, pero la situación cambió y nos agarraron todas las tormentas juntas”, se repitió Macri. El argumento insiste en atribuirle los problemas a causas exógenas y a imponderables. Lo mismo que Dujovne. La sequía, la guerra comercial de Estados Unidos versus el resto del mundo y la suba de la tasa de interés de la Reserva Federal serían los factores desencadenantes de la malaria. Sin embargo, a esta altura, queda claro que no son esos los problemas centrales. Tampoco Turquía ni Brasil.
El problema es la pésima política de Cambiemos que apostó por el endeudamiento con acreedores externos, abrió en forma irrestricta la cuenta de capital y eliminó todas y cada una de las exigencias para que los exportadores liquidaran sus divisas en el mercado local en plazos razonables. Cambiemos, además, leyó muy mal la situación mundial. Apostó por la continuidad de los factores que encumbraron a Obama, y estos factores perdieron ante Trump.
Solo la sordera del gobierno podía no oír lo que era un secreto a voces. Se advirtió en este mismo espacio. También en otros. El mundo se cerraba y Macri se abría. Lo que Macri y los suyos no pudieron o no quisieron leer lo hicieron los fondos de inversión locales y extranjeros. El modelo era insustentable sin una megadevaluación. El gradualismo tenía fecha de vencimiento. Expiró con la primera corrida.
Recortes y retenciones
Apertura, desregulación, endeudamiento y recorte de la inversión pública seguirán siendo los ejes del programa. Los que más tienen aportarán muy poco. El peso continuará recayendo sobre la inmensa mayoría de la sociedad. La generalización de las retenciones, que aportarían unos 6.000 millones dólares extras a los ingresos fiscales, suena a casi nada.
El restablecimiento de las denostadas retenciones, que Dujovne prefiere nombrar como derechos de exportación, consistirá en una suma fija, que bien podría licuarse si el dólar sigue avanzando. Para evitar malquistarse con el sector agropecuario, uno de los puntos de apoyo del macrismo, bajarán de ahora en más del 25 al 18 por ciento.
Conclusión: el poroto, el aceite y la harina de soja tributarán aproximadamente el 28 por ciento. Un pequeño costo extra que el complejo aceitero eludió en parte al adelantar las declaraciones juradas. ¿Información privilegiada? Lo cierto es que recién el lunes el gobierno cerró hasta nuevo aviso el registro.
Que el gasto público es inflexible a la baja es una verdad de Perogrullo. El gobierno lo sabe y tira los últimos manotazos. La reducción de los subsidios económicos tendrá un efecto cascada. Las provincias, según la intención del gobierno, deberán hacerse cargo de los subsidios al transporte público, en su mayor parte concentrados en el área metropolitana. Vidal y Larreta, para compensar, deberán ahondar el recorte en obra pública. Lo mismo deberán hacer, aunque en menor medida, los gobernadores del interior.
El mazazo será fenomenal. Se sumará al recorte equivalente al 0,7 por ciento del PBI anunciado por Dujovne en el rubro de las inversiones. Unos 200 mil millones de pesos menos. En conjunto, el paquete de medidas se debería traducir, según el power point oficial, en un aumento de los ingresos del 1,3 por ciento del PBI y en una reducción del gasto del orden 1,4 por ciento.
El Riesgo Macri
Las medidas económicas anunciadas, los enroques en el gabinete y la reducción de ministerios no alcanzarán. Menos todavía en un marco de incertidumbre de tal magnitud que los propios funcionarios admiten que no pueden predecir el precio de dólar. El peligro de una nueva y más potente espiralización de la crisis está a la vuelta de la esquina.
Aun bajo el paraguas de un remixado acuerdo con el FMI, seguirá pendiente la pregunta del millón: ¿puede Macri garantizar una masa crítica de apoyo para cumplir con el ajuste comprometido? Y no se trata ya del límite que pueda dibujar de aquí en más el descontento popular. Los gobernadores serán un factor central. El consenso sobre el borrador de Presupuesto 2019 que el gobierno da por descontado no es tal. Para peor, la grieta al interior de Cambiemos parece agrandarse día a día.
Dada la magnitud del ajuste, los bonos extraordinarios anunciados para los beneficiarios de planes sociales no alcanzarán para contener las necesidades básicas de los más postergados. El gobierno bien lo sabe. La iniciativa suena a burla. Tan provocador como proponerle a jubilaciones y pensionados que buscan auxilio en los créditos que formalizará la Anses; o pretender que las pymes tomen los créditos que lanzará Producción para financiar la fabricación de bienes y servicios que no encuentran compradores. Ni siquiera el relanzamiento del programa Precios Cuidados que Cambiemos dejó morir garantizará un precio accesible para los alimentos de la canasta básica. Todas medidas simbólicas.
La era del hielo
La crisis se prolongará y se alimenta del ajuste sinfín. La actividad caerá aún más, el desempleo ganará terreno, la inflación ya desboca seguirá su curso y la pobreza aumentará. La fuga de capitales no cederá. La larga noche de la recesión se instaló y está claro que Macri no manda. La era del hielo, que le dicen algunos. El modelo que alentó el círculo rojo se topó con la realidad. Era de manual. ¿Necedad? ¿Ineptitud? ¿Negocios turbios? Las proporciones quedan a gusto del lector.
El desconcierto de los que apostaron por Cambiemos es mayúsculo. Se vio con claridad en el Consejo de las Américas. Caras largas, gestos adustos, aplausos tibios. Nada se modificó desde entonces. La opinión es mayoritaria: Macri tiró la llave por la ventana cuando acordó con el FMI. El acuerdo duró casi nada. Ahora, la gran apuesta de Cambiemos es conseguir que el organismo acelere los desembolsos pactados.
No será tarea sencilla. Los técnicos de Lagarde se oponen al uso de reservas para contener la disparada del dólar y exigen con renovada presión que el Tesoro nacional asuma dolarizado el pasivo en pesos de la bomba de Lebac que armó Sturzenegger en el Banco Central. La idea de Caputo de utilizar reservas contradice las exigencias cambiarias y regulatorias que levanta Largarde. Nada de control de cambio ni restricciones al flujo de capitales. Mucha libre flotación. La misma que hundió a Sturzenegger.
Paradoja del liberalismo criollo: los axiomas defendidos a rajatabla por la academia ortodoxa, la city y el capital concentrado lejos de generar confianza azuzan el temor. Por lo pronto, el miedo le sigue ganando a la codicia y desatando nuevas corridas. Tormentas, que le diría Macri, a duras penas capeada a fuerza de rematar reservas, elevar los encajes bancarios y subir la tasa de interés. Más frío. Muchísimo frío.
El presupuesto, una clave
Los números se amontonan. Son dólares y los que hay no alcanzan. Vamos por partes. Los cálculos de las consultoras estiman que los vencimientos por intereses y amortizaciones no renovadas de las empresas privadas rondarán los 20 mil millones hasta fines de 2019. El déficit de la balanza comercial sumaría otros 8 mil millones. En un escenario optimista, financiar la fuga de capitales, que en el primer semestre de este año alcanzó los 16 mil millones, insumiría no menos de 25 mil millones adicionales. Total: 53 mil millones.
No es todo. Sumados los 7 mil 500 millones que dice Dujovne requerir para cerrar el programa financiero, la cifra final ascendería a un piso de 60 mil 500 millones. Las necesidades financieras del sector público y privado. En Hacienda argumentan que, si el FMI acelera los desembolsos, el riesgo de default se extingue. Una de bomberos. Saben, sin embargo, que no es suficiente. De allí que la planilla oficial haya incorporado temas hasta ahora tabús, como recomponer los ingresos.
¿Giro heterodoxo? ¿Baño de realidad? Por lo pronto, apenas un tímido intento por fortalecer los ingresos y aventurarse en la intención de trasladar una porción mayor del ajuste a las provincias. La definición, va de suyo, se jugará en el campo político. En el horizonte destaca la negociación por el presupuesto. Una señal que el FMI considera sinónimo de consenso político. La tarea, como siempre, estará a cargo de la dupla Peña/Frigerio.
La tenida se dará en un contexto conocido. El oficialismo insistirá en la necesidad de alcanzar el déficit cero. A falta de inversiones, la nueva piedra filosofal de Cambiemos. Los gobernadores responderán que algunas provincias ya lo alcanzaron y que otras están en camino. Se los adelantó el mendocino Cornejo, aliado de Macri y presidente de la UCR. En términos similares se explayaron el salteño Urtubey y el zigzagueante Pichetto. Algunos, más combativos, o menos racionales como dicen los voceros de la Rosada, no están dispuestos a cargar con el costo.
Nada cierto
Caputo tiene línea directa con los fondos del exterior. Templeton y BlackRock están que trinan. No son los únicos que se subieron a los BOTEs. Apostaron por una tasa alta y un dólar quieto. La megadevaluación los dejó mal parados. No ganaron todo lo que deseaban. Ahora, amenazan con vender los títulos que les quedan. Una caía abrupta del precio de los bonos dispararía aún más el Riesgo País. Tampoco ayudan las previsiones negativas de las calificadoras a las que el gobierno buscó seducir con una estrategia market friendly.
Caputo se le hizo saber a Macri. Le dijo que también los fondos de inversión quieren ver el borrador del presupuesto. Lo mismo que el FMI. Y lo quieren cuanto antes. Lo dicho: nadie cree en la capacidad presidencial para concretar en soledad el ajuste. Todos miran de reojo el descontento social y el paro posdatado de la CGT. De allí que Peña y Frigerio apuraran la convocatoria a los gobernadores de las diecinueve provincias en manos de la oposición.
Mientras tanto, la suba de los encajes bancarios y de la tasa de interés, sumados a los nuevos recortes en la inversión pública nacional que replicarán las provincias seguirá acentuando la recesión. El déficit financiero crecerá. Sin dólares genuinos o nuevos créditos del FMI no habrá superávit fiscal que valga. Muchos productos que necesita la economía continuarán sin precios y la inflación ya desbocada se comerá lo que queda del salario.
La conclusión es obvia: el combo pegará sobre los trabajadores y las pymes. Ni que hablar en los sectores ya sumergidos. La desocupación y la pobreza irán en aumento.
Ninguna sorpresa: la recesión es la medicina elegida. Mientras tanto, el gobierno buscará construir un nuevo enemigo interno: los “predicadores del miedo”; en el mejor de los casos “los malas onda”, los que “se resisten el cambio”. Un cambio que no existe, porque Cambiemos no cambió. Es más de lo mismo.