El nuevo acuerdo con el FMI anticipa lo peor: monetarismo duro y cruel. El dólar, la banda de flotación, una zona liberada y algunos datos que hablan del naufragio y de los ganadores de siempre. El enamoramiento de Macri con Lagarde, una boda que pagarán los asalariados, las pymes y el próximo gobierno.
Si con el acuerdo de junio Cambiemos resignó la política fiscal mediante un brutal recorte de la inversión en infraestructura y de los subsidios sociales, ahora, con el acuerdo remixado que anunciaron Lagarde y Dujovne desde Nueva York, se rindió ante el altar del monetarismo más duro y cruel. La escuela de Milton Friedman.
La imposición del FMI de no intervenir en el mercado cambiario mientras el dólar se mantenga por lo pronto entre los 34 y los 44 pesos, combinada con el corset que implica congelar el dinero circulante, supondrá consecuencias sociales aún más gravosas que las actuales; incluso en el hipotético caso en que, como auguró el nuevo presidente del BCRA, Guido Sandleris, se alcance un equilibrio entre la divisa estadounidense y los precios.
El panorama, por cierto, pinta de mal en peor. El agravamiento de la recesión por una mayor caída de la demanda de los sectores con ingresos fijos es una hipótesis nada improbable bajo el esquema adoptado. En otras palabras: los asalariados pagarían con creces un ajuste redoblado que busca exorcizar el demonio de la inflación mediante el déficit cero. Un horizonte que se refuerza con el anuncio de que no habrá un tope explícito para las tasas de interés del BCRA que replican las entidades del sistema financiero. Otro golpe a las pequeñas y medianas empresas.
Los ropajes con los que Dujovne y Sandleris intentaron travestir las medidas exigidas por Lagarde para ampliar en 7 mil millones de dólares el monto inicial de 50 mil millones y, adicionalmente, adelantar desembolsos por 19 mil millones hasta fines de 2019, no alcanzaron para ocultar lo evidente: el carácter ultra ortodoxo del rumbo que tomará de ahora en más la política económica. Lo que subyace es evidente: la suba del dólar y la disparada de los precios serán las herramientas para frenar la inflación. La falta de pesos obrará el resto.
Tras la corrida cambiaria que se llevó en noventa días los 15 mil millones de dólares del primer tramo del préstamo original, Dujovne y Lagarde buscaron presentar el nuevo acuerdo como un apoyo de la comunidad internacional a las reformas estructurales que propone Cambiemos. Las penurias de hoy en pos de un futuro venturoso. En los hechos, lo acordado solo parece garantizar la sustentabilidad del propio Macri y el repago de la deuda pública. Un aporte a la gobernabilidad que desesperadamente buscó Cambiemos en el FMI. Lo que le niega la calle y le retacea el mercado.
La fragilidad del rumbo es evidente. Dujovne -con el visto bueno de Lagarde- reconoció que los fondos que aportará el organismo ya no tendrán el mentado “carácter precautorio” con el que fueron definidos en el acuerdo caído. De la conferencia en Nueva York surge que podrán ser plenamente utilizados como “soporte presupuestario”. En otras palabras: si por la recesión los ingresos son insuficientes, algo muy probable, Cambiemos podría echar mano del crédito para solventar gastos corrientes. “Confiamos en la Argentina, este es el desembolso más grande de la historia del FMI”, dijo Lagarde.
La futura y brutal herencia
“Mejoramos el monto y el perfil de los desembolsos”, afirmó Dujovne. Es la foto, no la película. De lo acordado surge que el salvavidas original se elevará de 6 mil a 13 mil 400 millones de dólares este año, y de 11 mil 400 millones a 22 mil 800 millones el próximo. Según algunos economistas, los montos despejan dudas sobre un posible default en lo inmediato. Admiten que no la incertidumbre en el mediano plazo: la que vendrá después de diciembre de 2019, cuando el país deberá enfrentar vencimientos en plazos cada vez más cortos y por montos crecientes. Tampoco la que se instalará durante la campaña electoral.
Las proyecciones del gobierno permiten orejear ya la brutal herencia que deberá enfrentar el próximo gobierno. Hacia diciembre del año que viene, la incidencia de los intereses de la deuda en el gasto total del presupuesto alcanzará un nivel del 14 por ciento. Muy similar al que se registraba a fines de 2001. Según advierte el Instituto de Trabajo y Economía de la Fundación Germán Abdala, “a pesar del ajuste fiscal y a raíz del elevado endeudamiento, se alcanzaría en 2019 el mismo déficit (el primario más los intereses) que el observado en 2015”.
La diferencia con la pesada herencia del kirchnerismo es clara: la totalidad del déficit se explicará por los intereses de la deuda. De otra forma: se desvanecerá el único logro que Cambiemos tenía pensado presentar al final de su gestión: el déficit cero. “¿Qué sentido tiene lograr el equilibrio primario a costa de un proceso de endeudamiento y de una carga de intereses insostenible?”, se pregunta el informe de la Fundación Abdala. La respuesta para los que no participan de la timba financiera es obvia: ninguno.
Zona liberada
¿Cuánto durará el shock de confianza? Se verá con el correr de las semanas. Por lo pronto, Sandleris se estrenó en el cargo con una hoja de ruta delineada por Lagarde & Cia. Dejado atrás el espejismo de las metas de inflación que intentó implementar Sturzenegger, el reemplazante de Caputo buscó eludir la palabra “banda” y habló de “zonas”. Un eufemismo de reminiscencias castrenses. Dijo que habrá una de “intervención”. La otra será de “no intervención”. La liberada. Precisó lo obvio. Que si el dólar supera el límite superior, el BCRA venderá. Solo hasta 150 millones diarios para contener la eventual disparada.
En lo inmediato, en la zona liberada seguirán haciendo su trabajo los capitales especulativos. No hay motivo para pensar lo contrario. Las altas tasas de interés que ofrecen las letras BCRA y del Tesoro son alicientes suficientes para que la bicicleta financiera siga pedaleando. Más aún con la garantía de repago que ofrecen los fondos del FMI y una zona no intervenida que se actualizará diariamente a una tasa del 3 por ciento mensual hasta fin de año. Ganancia segura. Hasta el menos versado puede calcular el precio a dólar futuro. Un sendero de mini devaluaciones que recuerda la fatídica tablita de Martínez de Hoz.
Hay un problema adicional. El ingreso de divisas especulativas, sean para carry trade o lo que fuere, puede plantear un nuevo desafío. No ya el de controlar a los capitales que pueden darle demasiada volatilidad al tipo de cambio, sino el de la presión a la baja en el precio del dólar. Un atraso cambiario que reavivará los reclamos del sector exportador. Una alternativa que nadie descarta: la inflación por encima del rango máximo de flotación. Será una vuelta a empezar.
“Estamos muy cómodos con el nivel actual, por eso está en el centro del rango “, dijo Sandleris. Traducido: para el FMI y Dujovne, el tipo de cambio habría encontrado un equilibrio y la corrida cambiaria que arrancó en abril habría llegado a su fin. No todos piensan así. Además, muchos descreen de las bandas cambiarias. “Es un error. Siempre que explicitás algo, el mercado te mueve el arco”, sentenció un ex director del BCRA ante la consulta de este cronista. Su lectura señala que el esquema “es atractivo para determinar el sendero del dólar en un año electoral y después del golpe de confianza que generó la corrida”. El fututo, un albur.
Hoy por hoy
El control “estricto” de los agregados monetarios que anunció Sandleris, un ancla inflacionaria “simple y contundente”, según leyó en la conferencia de prensa, augura peores noticias para la producción y el empleo. El gobierno hizo suyo el axioma de Friedman: “La inflación es en todo lugar y en todo momento un fenómeno monetario”. La posibilidad de estimular la economía en el ciclo recesivo quedó definitivamente descartada. El objetivo es claro: limitar el crecimiento de la oferta monetaria a una tasa constante y moderada. El costo social, para el gobierno, por el momento no parece importar.
Los números, sin embargo, no acompañan y empiezan a dibujar límites al esquema de Cambiemos. El descontento popular, rezagado por la dinámica sindical, anticipó las estadísticas y no dudó en sumarse al paro general. Sobran motivos. La industria se desplomó un 5,7 por ciento en julio y cuatro de cada diez equipos productivos están paralizados. La economía cayó un 2,7 por ciento. El desempleo va en alza y la precarización laboral también. La fuga de divisas no se detuvo: redondeó los 4 mil millones de dólares en agosto. El salario promedio per cápita, según el Indec, se ubicó al cierre del primer semestre en 9 mil 800 pesos mensuales, unos 320 dólares al tipo de cambio de junio; 240 dólares, según el actual.
El enamoramiento de Macri con Lagarde puede terminar muy mal. Es imposible que lo haga suyo la mayor parte de la sociedad. El FMI, se sabe, es mala palabra. La pronuncie quien la pronuncie. Las encuestas lo señalan. Matrimonio de conveniencia, dirán algunos. “No sé cómo decirlo porque estamos hablando de enamoramiento, debo confesar que con Christine hemos iniciado una gran relación”, dijo Macri. “Espero que todo el país se enamore de ella”, agregó. Una obsecuencia obscena que resume la propuesta de Cambiemos: seducir a los especuladores de toda laya de que el país sigue siendo un buen negocio. Solo le faltó bailar con Margaret Thatcher. Es obvio. Hubiera dicho lo que suele decir: “No hay otra opción”.