La caída de la recaudación preanuncia la continuidad del ajuste. La reducción de la capacidad contributiva de personas y empresas pone en duda el déficit cero. La incertidumbre manda y el experimento cambiemita se hunde. La oposición, en su laberinto.
Los resultados eran de esperar. Nada de que asombrarse. La tendencia recesiva tiene dinámica propia. Se alimenta del torniquete monetario, del recorte del gasto público, de la erosión del salario, de las tasas siderales y de una inflación que amenaza con espiralizarse al compás del dólar. Nada augura un repunte consistente de la actividad en los próximos meses. Ni siquiera el paquete de créditos con fondos de la Anses que prepara el gobierno y que anunciará en los próximos días.
El deterioro va más allá de la coyuntura y amenaza en lo inmediato con llevarse puesto el equilibrio fiscal primario, el único objetivo de Cambiemos. El síntoma más claro de la desintegración es la caída de la recaudación. La planilla Excell de la Afip no miente. La iliquidez y la brusca caída de la actividad redujeron la capacidad contributiva de personas y empresas. Cerrada la vía del crédito, la situación preanuncia el final del experimento cambiemita y el inicio de un nuevo ciclo de ajuste.
Veamos. En el primer trimestre, la recaudación acumuló un retroceso del 11 por ciento interanual. El tema no es menor. El propio staff report del FMI admite la situación. Solo la generalización de los derechos de exportaciones impidió que la situación se tornara más crítica. Los números quedaron lejos de las proyecciones oficiales. En el período enero-marzo, los recursos del Estado crecieron un 39 por ciento, 5 puntos por debajo de la meta. Tampoco la evolución del gasto primario se ubicó dentro de los parámetros buscados. Quedó un 2 por ciento por encima del 25 por ciento proyectado.
Conclusión: el superávit primario sumó 86 mil 400 millones de pesos. Muy lejos de la meta oficial de 126 mil 600 millones. La solución propiciada por el FMI es la clásica: aumentar la presión impositiva o bien recortar todavía más el gasto público. La encrucijada a la que se enfrenta Cambiemos es notoria. Las dos alternativas generan espanto en un oficialismo que busca hacer pie en la cada vez menos ancha avenida del medio, allí donde el desencanto y la bronca tallan con fuerza.
Descartada ambas opciones, tarde o temprano, dependerá de los tiempos políticos, Macri se verá obligado a convalidar una nueva devaluación o bien apelar a la emisión. En otras palabras: más inflación. Por ahora, apostará al retraso del tipo de cambio en un nuevo intento por contener los precios. Hacia allí apuntan los esfuerzos de Dujovne y Sandleris: convencer al FMI de que se trata de la mejor opción. Tanto como el acuerdo de urgencia que busca cerrar el gobierno para congelar por seis meses los precios de los alimentos de la canasta básica.
La discusión con el FMI no es técnica. Es política. La llave la tienen Steven Mnuchin, el jefe del Tesoro estadounidense, y David Lipton, el delegado de la Casa Blanca en el FMI. El atajo oficial implica aplicar dosis masivas de dólares en el mercado. El problema es conocido: el FMI no quiere que se replique la experiencia de Luis Caputo, que desde el BCRA rifó unos 10 mil millones de dólares entre agosto y septiembre pasados en para contener lo inevitable. Dujovne y Sandleris intentarán convencer a sus interlocutores que ahora es diferente. Que las dosis masivas son la única opción. Saben que las dosis homeopáticas, los 60 millones diarios prescriptos por Lagarde, no alcanzarán en caso de estampida.
Para peor, los acreedores, suman presión. Descuentan una renegociación de la deuda y desprenden de los títulos públicos. El famoso Riesgo País sigue en alza. De allí que el jueves pasado, horas antes de que el FMI hiciera público el staff report, la calificadora Fitch señalara que el riesgo crediticio se extiende a todos los sectores y que se mantendrán incluso después de las elecciones. Dijo más. Calificó como “elevado” el riesgo para la sustentabilidad de la deuda y remató señalando que las metas fiscales exigidas por FMI “parecen cada vez más difíciles de lograr”.
¿Síndrome de Estocolmo?
A nueve meses de concluir su mandato, el macrismo no consigue convencer. Las promesas de un futuro mejor ya no ilusionan. Atado al plan recesivo del FMI, su modelo suma contradicciones y críticos. La alianza que construyó desde el llano y pareció consolidar en las legislativas de 2017 se deshilacha. La clase media quiere darle la espalda, pero no se anima. La CGT, atrapada en el toma y daca, aguarda la definición política del Justicialismo para salir a la cancha. En la Unión Industrial arrecian los enojos. Lo explica la recaudación: la asociada al mercado interno se derrumbó en términos reales un 12 por ciento en marzo interanual y profundizó las caídas del 9,4 y del 10,6 por ciento de enero y febrero, según el Instituto de Análisis Fiscal (Iaraf)
Al igual que en los ’90, la cúpula empresarial está maniatada. En el actual esquema sus alternativas son pocas: ceder espacio al capital extranjero o fusionarse como socio menor. En las tenidas del Consejo Directivo circula una broma: “Ningún empresario nace Ratazzi”. No es un hashtag, pero podría serlo. El dardo, lanzado por los socios menores de la entidad, apunta no solo al colorido pariente de los poderosos Agnelli. Hace blanco también a una extensa lista que incluye al titular de la entidad, Miguel Acevedo.
El empresario, presidente de Aceitera General Deheza, representa los intereses de la Cámara de la Industria Aceitera (Ciara). Los que retacean agrodólares. Pese a las broncas, es casi segura su continuidad al frente de la UIA. Sus críticos, entre los que hace punta el titular de la filial santafesina, Guillermo Moretti, dicen que la dirigencia “vive en una realidad paralela”. Son los califican a Dante Sica, como “ministro de la desindustrialización”.
Las broncas se reavivaron en los últimos días. El disparador fueron las declaraciones de Héctor Méndez. El ex presidente de la entidad, devenido en empresario millonario con empresa quebrada, dijo que el sector vive una “crisis terminal” y calificó a Cambiemos como un “fracaso rotundo”. Sin embargo, ante un eventual balotaje entre Macri y Cristina, afirmó que “volvería a votar por Macri”.
¿Síndrome de Estocolmo? ¿Será que Méndez espera que alguna pequeña bondad de Macri pueda salvarlo? ¿O será que los popes industriales están convencidos que es imposible escapar a los designios del neoliberalismo? En uno u otro caso, Méndez y muchos de su estirpe hacen suyos los argumentos de Macri y para explicar el fracaso apelan a una hipótesis auxiliar: la mala praxis.
La llave: los agrodólares
Descartados los desastrosos fundamentos de la economía y la inconsistencia financiera queda el factor político. Sí, la incertidumbre política existe. No es un invento. Que el fantasma lo agiten la ortodoxia, lo más rancio del círculo rojo y los medios hegemónicos es otra cuestión. Los une el espanto al kirchnerismo. No el amor a Macri, cuyas acciones vienen en picada. Tampoco ayuda al contexto general que la oposición multiplique candidatos.
Por ahora, la apuesta del FMI, de los grandes fondos de inversión y del sector financiero por Macri es fuerte. Pero no será eterna. Las incógnitas se develarán hacia mayo-junio. Será con los competidores alineados. No antes. ¿Cuándo suene la campana, le sacarán el banquito?, como diría Ringo. Se afirmó en este espacio: pocos, casi nadie, querrá quedarse para seguir en vivo el conteo de votos.
Que el gobierno diga que no le preocupa el dólar, o que el BCRA afirme que está dispuesto a mantener la política monetaria restrictiva todo el tiempo necesario no mueve el amperímetro. Es lógico. A nadie escapa que sin el crédito del FMI, el país estaría en default y que las reservas del BCRA se habrían extinguido.
Si los 9 mil 600 millones que habilitarán Lagarde & Cia desde el 15 de abril para vender en el mercado cambiario son insuficientes, el destino de Cambiemos dependerá en gran medida de los agrodólares. Hoy, como en el pasado, los grandes exportadores retacean la liquidación de divisas y le ponen todavía más presión al mercado cambiario. La depreciación real del tipo de cambio, que alcanzó el 30 por ciento desde fines de 2017, no les cierra. Dicen que se la comió la inflación.
Según los datos de la Cámara de la Industria Aceitera y del Centro de Exportadores de Cereales (Ciara-Cec), las liquidaciones sumaron unos 4 mil 200 millones en el primer trimestre. Un 10 por ciento menos que en el mismo período de 2018. ¿La súper cosecha? Bien gracias. Y vale la pena aclarar que la causa del retaceo no hay que buscarla en los productores, sino en el puñado de mega exportadoras. Son las que tienen la llave.
Entre la pasión y el cinismo
Cambiemos no solo carece de progresos económicos que mostrar. Tampoco logró en tres años avances sustantivos en la batalla discursiva. El viejo neoliberalismo, que permeó en amplios sectores de la sociedad, en especial en la clase media, se diluye con rapidez. Los grandes males de la pesada herencia, como la inflación, el déficit fiscal y el deterioro de la balanza de pagos, se agravaron.
Ni qué decir de la pobreza, que según Claudio Lozano en base a datos del Indec habría alcanzado en el último trimestre de 2018 al 36 por ciento de la población. Unos 16 millones de pobres. Casi 5 millones más que a principios del año pasado. Un salto que supera los de 2002, 2014 y 2016. El panorama, desolador e ignominioso, habla de un drama de larga data que empeoró Cambiemos. Antes del Rodrigazo, la pobreza se ubicaba en el 4 por ciento. Desde entonces, impulsada por las sucesivas crisis, se consolidó en niveles estructurales crecientes, con picos que oscilaron entre el 20 y el 55 por ciento.
Pese al desastroso panorama actual, todavía queda en pie entre los grupos que orbitan el núcleo duro del Pro el rechazo a las políticas redistribucionistas que caracterizaron la experiencia kirchnerista. Se diría que poco, casi nada, desde donde el oficialismo pueda hacer pie de cara a octubre. Sin embargo, tampoco la oposición la tiene fácil. En especial el kirchnerismo. Ese rechazo es duro de roer. La razón, tal vez, esté en una batalla ideológica muy poco eficaz para ganar votos.
Salvo en algunos pocos sectores altamente politizados, la campaña electoral se juega en el terreno de las vivencias personales. No pocas nacen del bolsillo. Un territorio fértil para la pasión y el cinismo. La primera expande la grieta. El segundo es campo ideal para el márketing político de Cambiemos, que se nutre de una oposición que no define un rumbo, y lo dicho: multiplica posibles candidatos. El último, Roberto Lavagna, reavivó la avenida del medio.
¿Cordura, qué cordura?
El ex ministro de Economía de Néstor Kirchner propone una suerte de “regreso a la cordurda” que cala en el fastidiado círculo rojo. No es muy diferente al “peronismo racional”, que entronizó como interlocutor privilegiado la Casa Rosada. El mismo que votó el pacto fiscal, miró para otro lado cuando el acuerdo con el FMI y aprobó el Presupuesto 2019. Sus diferencias con Massa son tácticas, pura cosmética.
La propuesta de Lavagna es parar la pelota. Para hacerlo, va de suyo, primero hay que tenerla. Y eso está en cuestión. Solo será candidato si consigue demostrar encuestas de por medio que puede ganarle a Macri en una segunda vuelta. ¿Qué dice el hombre? Por ahora, poco y nada. Su definición es por la negativa. Pone un límite: el kirchnerismo. Imagina, al fin y al cabo, un armado que reste votos a Cambiemos. Que sume descontentos y desilusionados. Si lo votos kirchneristas llegan, mejor, pero que lo hagan en la segunda vuelta. Los prefiere silenciosos.
Lo de Lavagna, aunque poco sustancioso, es interesante de analizar. No desde lo electoral, eso se verá. Lo suyo se presta a ser leído en términos más simbólicos que efectivos. El panorama industrial sombrío, la valorización financiera y la disparada de los costos, sumados a la apertura importadora, alientan un realineamiento de los bloques de poder económico. Lavagna vio el hueco y se mandó. Su postulación contaría con un fuerte respaldo de varios sectores de la CGT y de la UIA.
¿Candidato muleto? Algo de eso hay. El bondi, al menos en una primera etapa del viaje, los dejaría bien a casi todos. En el mediano y largo plazo, otro sería el cantar. La renegociación de la deuda con el FMI podrá traer un respiro. Abriría un espacio de transición, pero no resolverá el problema central: la restricción externa.
En el círculo rojo imaginan que al menos podría cerrar la famosa grieta. Algo así como una garantía de gobernabilidad. Hoy, cuando las rebajas impositivas y del salario no entusiasman a la fracción empresaria atada al mercado interno, y la clase media beneficiada por el kirchnerista abjura de la meritocracia y de la onerosa libertad de mercado, Lavagna se autoproclama como el hombre capaz de capitalizar los realineamientos sociales y del sector empresario.
Dejando de la ortodoxia pura y dura que propicia no abandonar el “modo ajuste”, casi nadie niega la necesidad de una estrategia que promocione las exportaciones sobre la base de un tipo de cambio competitivo y que, además, ponga en marcha un shock distributivo que impulse la demanda interna. La salida, sin embargo, no puede eludir cuestiones de fondo.
Apenas dos. Las más urticantes. La primera: de qué forma evitar que el excedente se transforme en divisas que fugan. La discusión es complicada. Pianta votos. En especial entre la clase media. Cambiemos elevó al rango de Derecho Humano la compra de dólares. El punto, no obstante, es ineludible. El sector privado acumula 64 mil 500 millones de dólares desde 2016. Casi 37 mil millones en lo que va de este año. En la bolsa hay de todo. Especuladores, empresarios y ahorristas.
¿El segundo tema? La productividad, en especial de las empresas medianas y pequeñas, que dependen en el corto plazo de la eficacia de distintos mecanismos de intervención estatal para seguir produciendo y ser competitivas. Una discusión que incluye la actualización de los convenios colectivos para hacer sustentables los derechos laborales, pero también la reinversión del excedente para cerrar una brecha tecnológica que se agranda día a día.
Quousque tándem, Argentina?
¿Qué considera justo la sociedad? ¿Qué se entiende por justicia social? El interrogante puede parecer ocioso o un tanto lejano, muy académico, pero es clave de cara a resolver esa suerte de empate histórico; hegemónico, según la definición de Portantiero. El empate que polemizó Marcelo Diamand en su artículo El péndulo argentino: ¿hasta cuándo?
Se dirá que el concepto de justicia, más aun el de justicia social, cambia con las épocas, incluso con las coyunturas. Si dirá, además, que bucear en el imaginario en que los actores sociales experimentan los conflictos políticos, económicos y culturales es una tarea para llenar varios volúmenes. Que el tiempo apremia. Tan cierto como que consiste en una tarea impostergable si el objetivo es construir un consenso que pueda detener el péndulo en el lugar adecuado para evitar la reprimarización en marcha y salir de la financiarización.
Y no se trata de la búsqueda de un consenso bobalicón. Es obvio que la puja entre los dos modelos de país, el nacional-desarrollista y el conservador-liberal –por ponerles etiquetas un tanto desgastadas y poco estridentes-, no pasa por una discusión académica. Lo que está en juego es el poder económico y la distribución del ingreso. El tiempo se agota, la multiplicación de candidatos no ayuda y los temas de fondos siguen sin aparecer en la agenda política.
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