Las razones de algunas de las “balandronadas” de Trump, que parecen tener sentido si se las piensa como un intento de demorar el acelerado desarrollo chino, que podría adelantar la hora de una paridad que está a tiro de piedra, no más allá de una generación, para expresarlo en las “breves” unidades de tiempo chinas.
Hace pocas semanas Donald Trump anunció un unilateral incremento de los aranceles de importación de acero (25 %) y aluminio (10 %) para todo el mundo, aduciendo que es un tema de seguridad nacional. En realidad la medida está dirigida básicamente a China y otros a los que quiere poner en caja. Los voceros de su gobierno ya anunciaron que se abre un régimen de excepciones, y allí fueron casi todos los países interesados, entre ellos Argentina y Brasil, que lograron la eximición. Argentina tiene una pequeña participación en las importaciones de EEUU: suma apenas el 0,6 % del acero y el 2,3 % del aluminio. Techint y Aluar son las empresas argentinas que podrían haber sido afectadas. La participación de Brasil es mucho más importante, siendo el cuarto proveedor de acero a EEUU.
Hasta hace algunas décadas EEUU era el principal productor de ambos insumos industriales básicos, pero el crecimiento de otros países, especialmente China (e India), lo han ido desplazando de ese sitial.
Al momento actual China tiene más del 50 % de la producción mundial de ambos insumos, mientras EEUU ha descendido al 4º lugar en acero (precedido por Japón e India), con un 4,9 % de la producción mundial, y al noveno en aluminio (precedido por Rusia, Canadá e India, entre otros) con un minúsculo 1,5 % del mundo.
Si la disputa fuese solamente en estos commodities industriales de uso difundido – al margen de su gran importancia – no debería alcanzar para desatar una guerra comercial. El problema con China es que el déficit comercial ha ido incrementándose en forma incesante hasta llegar a los 375.200 millones de dólares en 2017, un 66 % del déficit comercial total de EEUU (566.000 millones de dólares.
Es por ello que Trump no se limitó a las sanciones en acero y aluminio sino que el pasado 16 de marzo anunció que impondría derechos a 1.300 productos chinos que afectarían exportaciones por hasta 60.000 millones de dólares. Aduce el gobierno de EEUU que China no cumple con el reconocimiento pleno de la propiedad intelectual y copia desarrollos tecnológicos norteamericanos, sin pago de royalties. Estas disputas se suman al argumento que el yuan está artificialmente devaluado para beneficiar sus exportaciones. China está graduando su reacción aplicando aranceles a productos norteamericanos.
¿Por qué estas reacciones ahora, cuando el crecimiento de la economía mundial se ha recuperado luego de los años de la crisis de las hipotecas sub-prime? Se supone a priori que un mayor crecimiento mundial permite una resolución más amigable de las diferencias comerciales que una economía estancada o de muy bajo crecimiento.
Hay quienes opinan que estas reacciones de Trump son para su “mercado interno”, para congraciarse con sus votantes trabajadores blancos del “Rust Belt”, o cinturón de óxido que forman los estados base de la industria norteamericana, afectados por años de retroceso. Sin despreciar el aspecto electoral (todo presidente norteamericano aspira a tener una segunda presidencia) tendemos a creer que hay un plan más elaborado, y que no es sólo el carácter belicoso de Trump con sus poses de cowboy.
Para ello nos tenemos que alejar del foco comercial del problema y verlo con perspectiva global y de largo plazo. La economía es la base de la fortaleza de los países y cuando se llega a un nivel de desarrollo es inevitable la confrontación en distintos planos con la potencia hegemónica. Es un principio del pensamiento geoestratégico. Inglaterra accede al nivel de potencia mundial como resultado de su dominio de los mares y del desarrollo industrial en el que aventajaba al resto de Europa. La batalla de Trafalgar en 1805 ganada por los británicos contra la armada franco-española marca el inicio de su hegemonía. Era el “primero entre los pares” al superar en desarrollo y capacidad militar a los otros países europeos, y fue consolidando esa posición hasta ser desafiada en el siglo XX por las potencias emergentes de Alemania, Japón y especialmente de Estados Unidos. Las diferentes potencias se transformaron, en el cuarto final del siglo XIX, en potencias imperialistas, con la colonización formal o económica de distintas áreas del mundo. Las diferencias por el reparto de esos botines y las posibilidades que se abrían o cerraban por no tenerlo dieron origen a las dos guerras mundiales del siglo XX, en rigor guerras inter-imperialistas. La visión edulcorada de los filmes de Hollywood como la lucha entre el bien y el mal oscurece los motivos de las dos carnicerías más grandes en la historia de la humanidad, disputada entre los países más cultos y refinados del planeta.
El liderazgo de Estados Unidos se fue consolidando desde el fin de la primera Guerra Mundial hasta el fin de la segunda, en 1945. El cambio no fue traumático debido al vínculo histórico entre ambos países, que por herencia comparten raza, afinidades, cultura y alianzas estratégicas (o políticas). Por el contrario, la potencia que ahora despunta no tiene lazos de sangre, étnicos, culturales, ni sistemas políticos afines. Comparten sí, el sistema económico capitalista, aunque los chinos mantienen una porción importante de su economía en manos del Estado (las finanzas, las empresas de infraestructura, las de servicios públicos y determinadas industrias consideradas estratégicas para el desarrollo). Parece una paradoja que China, un capitalismo de Estado con crecimiento acelerado de las empresas privadas, se manifieste en su política comercial exterior como el país más liberal, mientras que Estados Unidos, que ha erigido como una religión la ausencia del Estado en la propiedad de empresas, pregona una posición proteccionista.
Con su estilo de gobierno Trump se propone evitar un viraje en la relación de poder con China y busca reafirmar la posición de Estados Unidos como potencia hegemónica, al margen de las animadversiones que ello pueda producir entre sus propios aliados. Ese es el verdadero sentido de “America First” (Estados Unidos primero) con que inauguró su mandato. Ese es el sentido del muro con México, las disputas comerciales con China, las apuestas riesgosas con Corea del Norte, el retiro del Acuerdo Transpacífico, el enfriamiento de un acuerdo general con la Unión Europea, las disputas con Rusia sobre Siria y Ucrania, la vuelta atrás en los acuerdos con Irán, la expansión del gasto militar, la presión para que Europa asuma mayor participación en su propia defensa, y la contenida reacción ante los movimientos de su oponente en el Mar del Sur de China, para nombrar sólo algunos de los infinitos focos de tensión que ocupan a la superpotencia. Unas veces atendidos con la diplomacia de la presión económica, otras veces apelando a alguna de sus seiscientas bases militares esparcidas por el mundo, para lanzar los “pequeños ángeles alados” (los drones armados y teledirigidos) o incursiones militares para decir la última palabra de la negociación (la guerra es la continuación de la política por otros medios, decía Carl von Clausewitz).
El nuevo escenario mundial no cambiará de la noche a la mañana, y por el momento lo destacado es la emergencia de China, no la declinación de Estados Unidos. Efectivamente siguen siendo la potencia dominante, más hegemónica de lo que fuera Gran Bretaña durante sus dorados años imperiales, sigue teniendo la industria más desarrollada y productiva (no necesariamente más barata por el costo de su mano de obra), el más alto desarrollo científico y las tecnologías de punta en casi todas las áreas de la economía, y su inmenso poder militar basado en esa supremacía tecnológica.
Frente a ello China ha dado pasos de gigante en todos los terrenos, incluido sin dudas el militar. En 2016 China exportó por más de 2 Trillones de dólares (25 % a Estados Unidos), sin descuidar el crecimiento de su inmenso mercado interno. Está haciendo una masiva inversión en infraestructura, puentes, caminos, puertos y aeropuertos, energía y telecomunicaciones. El sistema de tren bala chino es el más extenso del mundo (22.000 kilómetros). Si bien comenzó su desarrollo en base a la abundancia de mano de obra barata, esa fase está quedando atrás, y hoy sus salarios son superiores a los de México. El 13º Plan Quinquenal iniciado en 2016 establece objetivos para llegar a ser una “nación innovadora” para 2020, un “innovador internacional líder” para 2030 y “base mundial de innovación científica y tecnológica” para 2050. Se han comprometido a lograr que los gastos en Investigación y Desarrollo llegue a ser el 2,5 % del Producto en 2025 (son 2,1 % actualmente y eran 0,9 % en el 2000). Ya son el país de mayor cantidad de patentes industriales por año. Ejemplo de ello es que el área Shenzhen- Hong Kong es la segunda a nivel mundial en términos de nuevas patentes. Por el momento el esfuerzo está más dedicado a la tecnología que a la ciencia básica, con un 5 % del gasto de Investigación y Desarrollo. Estas proporciones se prevén cambiar fuertemente (Plan Made In China 2025) para que las nuevas tecnologías pasen a basarse en avances científicos propios. Al momento actual es el país con más desarrollo en robotización aplicada y uno de los principales exportadores en ese campo. Está liderando el “Internet de las Cosas” (IoT), chips inteligentes en un sistema cibernético integrado. Los avances en inteligencia artificial son muy significativos. Para llegar al grado de desarrollo tecnológico de punta en el mundo hay que tener una masa crítica de graduados universitarios y una decisión política de avanzar en los campos de vanguardia tecnológica. Se gradúan más de 6,3 millones de personas por año, seis veces más que al inicio del siglo, y cuentan con un plan de retorno de sus graduados en el exterior (más de 800.000) para apuntalar esos avances.
Una de las ventajas de China en su innovación es la falta de estructuras previas que en su atraso frenen su desarrollo, como fue durante años el caso inglés de industrias basadas en el carbón. China abraza la digitalización, no digitaliza viejos modelos que no tiene, avanzando a saltos sobre competidores americanos y europeos.
Estos son los pasos que está dando China en la economía para superar su atraso relativo respecto a los países centrales. Es consciente que ese desarrollo encontrará límites en las esferas de influencia de otros países, en especial de Estados Unidos, y de allí su proyecto ya en ejecución de la Nueva Ruta de la Seda, un conjunto de mega inversiones en infraestructura en más de 50 países que cubren las distintas rutas que antiguamente ligaban a China con Europa, y que va a significar la expansión del comercio en el corazón de Eurasia, de dos vías. Por un lado las exportaciones industriales chinas, y por el otro las importaciones de materias primas (en especial el preciado petróleo de Medio Oriente) y tecnología de la Europa más desarrollada.
Es en este marco que se debe entender el reciente anuncio de la cotización del petróleo en los llamados “petroyuanes” respaldados en oro, para dejar de pagar el preciado combustible en dólares. El debut de estos petroyuanes en la bolsa de Shanghái ha sido todo un éxito hace pocos días (contratos por 18.300 millones de yuanes, equivalentes a 2.900 millones de dólares el primer día). China ha superado a EEUU como primer importador mundial de petróleo, pero los mercados que regulan la cotización (el tipo Brent, en Gran Bretaña, y el tipo WTI, en Estados Unidos) cotizan exclusivamente en dólares. China, para comprar petróleo a sus proveedores, Rusia e Irán los más importantes, tenía que hacerse de los dólares en el mercado internacional o usar sus reservas. Con el nuevo sistema de yuan respaldado en oro, la cotización del mercado de futuros de Shanghái será la tercera alternativa a usarse. Es el principio del fin de la hegemonía del dólar, tema sumamente complejo que se profundizará con la incorporación formal del yuan como moneda de reserva internacional, prevista para 2020.
El tema tiene muchos más aspectos que aquí, por la tiranía del espacio, no podemos desarrollar. Quedaríamos satisfechos si el lector cambia su percepción sobre los movimientos de Trump, interpretándolos solamente como balandronadas de un agresivo cowboy norteamericano, y lo piensa como un intento de demorar el acelerado desarrollo chino que podría adelantar la hora de una paridad que está a tiro de piedra, no más allá de una generación, para expresarlo en las “breves” unidades de tiempo chinas.