Alberto Fernández marcó su agenda: deuda, inflación y déficit. En ese orden. La visión del Grupo Callao señala que el éxito relativo del cepo y el fracaso de la desregulación cambiemita abrieron espacio para discutir cómo regular el flujo de divisas. Una cuestión clave de cara a las recurrentes crisis externas y al delicado panorama financiero de los próximos años.
La lectura no es complicada. La salida devaluadora torna imposible el déficit cero: alimenta los precios, se come los aumentos de tarifas y obliga a mantener los subsidios. La vorágine esmerila los sueldos, ralentiza la recaudación e impide reactivar la economía. Con semejante escenario se hace imposible pagar la deuda. Las claves serían entonces cuidar el frente fiscal, salir de la recesión, mejorar los ingresos y aumentar las exportaciones. El mundo ideal.
Hoy, para el equipo de Alberto Fernández, el peor escenario es que Macri se fume el préstamo del FMI para contener el dólar. Lo mismo que desvela a los bancos y fondos de inversión que tienen en cartera títulos argentinos. Renegociar el préstamo stand by es una alternativa que ya nadie descarta. La explora el propio Cambiemos en los apurados intercambios que suelen mantener Sandleris y Dujovne con los funcionarios del Tesoro estadounidense. La llave del FMI.
Fernández no descartó tocar esa puerta. Pero habría otra. Tal vez complementaria. La dejó entrever hace unos días: renegociar una parte de los vencimientos con acreedores privados. Allí talla Guillermo Nielsen. El ex secretario de Finanzas es experto en esas lides. Los integrantes del Grupo Callao rescatan su experiencia. No su lectura general de la economía, donde suele converger con las coloridas apreciaciones del talibán Espert y el conferencista anarco-liberal Milei.
La interpretación pública que hacen los interlocutores de Fernández, por caso el ex viceministro de Economía Álvarez Agis, es que los problemas más serios desde el punto de vista financiero se darán en 2021 y 2023 por la altísima concentración de vencimientos. El análisis agrega que en la medida en que Cambiemos no se patine el crédito del FMI alimentando el carry trade, el próximo gobierno tendrá algo de tiempo para reencauzar el perfil de los vencimientos. No mucho, pero algo al fin.
“Lo que les preocupa a los inversores no es la regulación, sino saber si van a cobrar”, afirmó Agis a poco de regresar de Nueva York, en donde se reunió con representantes de bancos y fondos de inversión. Agregó que nadie quiere recrear al cepo. Algo similar a lo dicho por Axel Kicillof en el Argentina Project del Wilson Center: nadie quiere un default.
Quienes participaron de la experiencia del cepo subrayan que sirvió para evitar la fuga de divisas, pero admiten que el mismo tiempo frenó el ingreso de fondos. En definitiva: no resolvió la restricción externa. La cuestión, ahora, vendría por el lado de la sintonía fina. Algo parecido a lo que postuló Cristina cuando fue por la reelección, pero que nunca se intentó.
La clave pasaría por regular la cuenta de capital para administrar los dólares, el bien más escaso. Desde el Grupo Callao destacan que el FMI no descarta medidas de ese tipo y que hasta los países de la OCDE mantienen regulaciones. Ni qué decir de los países de la región. Puro sentido común. Según Agis, la desconfianza de los inversores se relaciona no tanto con quién ganará las elecciones sino con la evolución de la economía. La regulación, si les garantiza el cobro, los tendría sin cuidado. La estrategia es clara: volver al “los muertos no pagan”, que solía repetir Néstor en los tiempos de Lavagna.
“La deuda fue contraída y es parte de la realidad. El que asuma la tomará como un punto de partida. Habrá que analizarla y negociar”, dijo por estos días Cecilia Todesca. La economista, que también integrante del Grupo Callao, se desempeñó en diversas áreas del Banco Central durante el kirchnerismo y fue jefa de gabinete de Mercedes Marco del Pont. “Hace falta un consenso amplio. Las políticas que se diseñen van a necesitar a todos los actores sentados en la mesa”, puntualizó.
Un éxito relativo
Matías Kulfas es uno de los economistas que más escucha Fernández. Su libro Los tres kirchnerismos arrima varias pistas sobre el pensamiento del Grupo Callo. El ex gerente general del BCRA con Marco del Pont y ex director del Banco Nación entre 2008 y 2012 hace una caracterización de las presidencias de Néstor y Cristina. El texto, entre otras cuestiones, pone el acento en el desacople entre las herramientas económicas y el mantenimiento de los logros sociales.
Sostiene que en ese desacople está la razón de la dureza exhibida por la última Cristina. Según Kulfas, una dureza que carecía de fundamentos sólidos. A grandes rasgos, el autor señala que a medida que el endurecimiento ganó vigor, la economía se fue estancando. La industria y el sector energético, que fueron los pilares del superávit comercial, devinieron en escasez de divisas. Lo dicho: el cepo trajo menos crecimiento. Su éxito, entonces, fue relativo. Las conquistas sociales se mantuvieron con fórceps. La conclusión, en la arena política, es que faltó transversalidad.
En un artículo publicado en la revista Anfibia poco después del anuncio de la fórmula Fernández-Fernández, Kulfas propone una lectura en donde “el péndulo argentino” que postuló Marcelo Diamand y “la grieta” son dos formas de expresar un único problema, el que deviene en los recurrentes ciclos de expansión y ajuste. En el terreno del debate político y cultural: el empate hegemónico del que hablara Juan Carlos Portantiero.
El tema es conocido. La pulseada entre el campo y la industria. El primero genera muchos dólares, pero poco empleo. La segunda, mucho empleo y pocas divisas. “La grieta expresada como un conflicto entre visiones o intereses extremos y sin puntos de encuentro es el principal obstáculo -escribió Kulfas-. Agitar esa contradicción puede ser políticamente rentable en el corto plazo para algunos sectores, pero en nada contribuirá a resolver la crisis vigente y afrontar los desafíos que se vienen”.
Con relación a los primeros años del kirchnerismo, la vulgata hablaba del “viento de cola”. De una coyuntura global favorable que relajó la restricción externa. Ahora, las cosas pintan mal. En los próximos años no habrá términos de intercambio favorables, ni buenos niveles de reservas que permiten sortear los desequilibrios. Tampoco crédito externo para cubrir los desfasajes. Ergo: no habrá margen para una recuperación traccionada en forma exclusiva por el consumo y el gasto público.
Salir con un acuerdo
El análisis de los economistas que integran el Grupo Callao subraya que el problema de la inflación no se arregla arrinconando al consumo o reduciendo la cantidad de dinero en circulación. Tampoco con un festival de bonos. La idea es el acuerdo económico y social que propuso Cristina. Un camino no solo deseable, sino más bien inevitable, según el Grupo Callao.
Kulfas apunta que la puja distributiva, los saltos del dólar y los desajustes monetarios son factores que impactan, en mayor o menor medida, en la dinámica de la inflación. El objetivo sería concertar precios y salarios. Aquí, un párrafo clave de lo escrito por Kulfas: “Una condición necesaria que deberá ser acompañada de una política monetaria y fiscal consistente, donde se evite la apreciación del tipo de cambio, donde se busque el equilibrio fiscal sustentado en el crecimiento y buenas reglas para ahorrar en tiempos de crecimiento, gastar más en períodos de desaceleración y crisis”. Dólar alto y fondo anti cíclico, el mismo del que hablaba Lavagna en los tiempos de Néstor.
¿Es posible conseguir un contexto de crecimiento que le permita a todos los sectores tener buenos márgenes de rentabilidad y, al mismo tiempo, facilitar la redistribución del ingreso hacia los trabajadores y las pymes? Kulfas cree que sí. Y que es posible sin afectar la ganancia de las grandes empresas. Admite, sin embargo, que se trata de un escenario que se dio pocas veces en la historia argentina.
“La recuperación deberá seguir un proceso mucho más calibrado que en el pasado”, escribió Kulfas. En otras palabras: la recuperación del salario real debería darse en un contexto sin grandes pujas distributivas que retroalimenten la inflación o disparen una demanda que el entramado industrial no esté en condiciones de satisfacer. El peligro, en este último caso, es que se generen importaciones que agraven la delicada situación externa.
El programa, va de suyo, supone una coordinación muy fina de las políticas fiscal, monetaria, cambiaria, productiva y financiera para poner en marcha una regla que el economista define como sencilla: asistir con financiamiento barato en moneda nacional a quien genere dólares genuinos. Léase: sustituir importaciones. Lo que permitiría afrontar los vencimientos de la deuda externa.
Kulfas no evita un tema conflictivo: el tamaño del Estado. Lo define como “un elemento central de discusión”. Su lectura destaca que la Argentina tiene un Estado de bienestar que provee muchos servicios, pero no siempre de buena calidad. “Salir de la grieta es también superar esa falsa dicotomía entre mucho Estado y nada de Estado”, afirma. Lejos de proponer un Estado con una fuerte impronta intervencionista, los integrantes del Grupo Callao ponen de relieve la existencia de una estructura productiva con capacidades ya desarrolladas en el sector privado. Lo que no impediría, según el planteo, la creación, por ejemplo, de una empresa nacional ligada al Conicet y a las cooperativas jujeñas para desarrollar una cadena de valor en torno al litio.
La realidad, la realidad…
La propuesta general es tentadora, pero el camino angosto. Para algunos pueda sonar a poco después de las calamidades provocadas por Cambiemos. Para otros, como para el núcleo duro del poder económico, no deja de molestar. La razón es que la idea de fondo de la fórmula Fernández-Fernández choca con la visión conservadora del círculo rojo, en donde la expansión democrática de la participación ciudadana y el compromiso social son factores negativos que producen una sobrecarga de expectativas en la sociedad, fragmentan el escenario político y llevan al populismo. Se sabe. Para el círculo rojo, la gobernabilidad es un acuerdo de cúpulas. Como mucho, un círculo rojo ampliado a la dirigencia política y sindical. En ese esquema no hay lugar para los movimientos sociales.
El Grupo Callao, sin embargo, es optimista. Sostiene que la mitad de los votos que consiguió Macri en las presidenciales eran prestados. El antikirchnerismo duro no pasaría del 25 por ciento del electorado. El resto apoyó explícitamente al kirchnerismo o, como mínimo, nunca quiso perder el piso de los logros sociales alcanzados con Néstor y Cristina. Para resumir: si la mayoría en 2015 se inclinó por un cambio, habría sido solo porque visualizó que se había agotado la fase dinámica de la economía K. De los que se trataría ahora es de recrear, pese a las restricciones actuales, las condiciones para un crecimiento. En el plano interno, por la vía de un acuerdo social. Hacia afuera: déjennos crecer y renegociemos los vencimientos como gente sensata.
La realidad se impone. Con recursos escasos, la solución es política.
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