El Banco Central es cada vez más dependiente de las entidades financieras privadas que operan en el país. El subsector, fuertemente internacionalizado, no sume riesgos, retacea crédito a la producción, apuesta a la compra-venta de divisas y obtiene ganancias tan enormes como seguras con las Leliq.
Antes del “Rodrigazo” y desde que se creó el Banco Central en 1933, las entidades del sistema financiero captaban ahorros del público y prestaban a las personas y a las empresas mayormente donde estaban radicados. De esta forma cumplían el rol de reasignar recursos desde aquellos que tenían capacidad de ahorrar hacia quienes requerían créditos para vivienda, consumo y producción.
En 1974 existían más de 800 entidades distribuidas por todo el país – la inmensa mayoría, cajas de créditos y sociedades cooperativas – y el volumen total de préstamos al sector privado representaba el 43,55 por ciento del PIB. La Argentina era el país más integrado del continente. Exhibía la menor desigualdad de ingresos. La desocupación abierta y la pobreza eran del 4 y el 6 por ciento, respectivamente.
Dictadura mediante, la reforma financiera del ‘77 – en su esencia todavía vigente – dio como resultado que en la actualidad queden 78 entidades, de las cuales 65 son bancos: 52 privados y 13 públicos. Hoy, cuando la pobreza supera el 42 por ciento, el crédito total al sector privado se reduce al 11 por ciento del PIB. La mitad son préstamos personales para financiar, principalmente, descubiertos en tarjetas de débito. El resto lo explica el financiamiento a empresas.
La tragedia social y productiva ocasionada por Cambiemos y los efectos económicos de la pandemia hicieron que muchas familias deban financiar sus gastos con tarjetas de crédito, la principal vía de endeudamiento de los hogares. Según el Banco Central, el 35 por ciento son refinanciaciones de deudas anteriores a tasas nominales del orden del 62 por ciento anual.
Siempre según el BCRA, a principios de este año unos 6 millones de argentinos no tenían más alternativa que recurrir al sistema financiero paralelo. Lo que se conoce como Otros Proveedores No Financieros de Crédito (Opnfc): supuestas cooperativas, mutuales, fintechs y emisoras de tarjetas de compra por fuera del circuito bancario. Un submundo en el que operan firmas como Crédito Ya y Efectivo Sí, que cobran tasas que alcanzaban en febrero pasado el 199,93 por ciento nominal anual, o que trepaban al 77,25 y 43,44 por ciento en los casos de las tarjetas de crédito y débito de Mercado Pago.
Un sistema ineficaz y gravoso
Los estados contables de los diez primeros bancos privados y la forma en que reasignan los depósitos que absorben demuestran la ineficacia del sistema y lo gravoso que significa para la economía. La información más reciente del BCRA – en agosto presentó el informe sobre las entidades del sistema correspondiente a febrero último – señala que el Santander Río, el Galicia y el BBVA captan depósitos que en conjunto superan en un 25 por ciento a los absorbidos por el Banco Nación, el primer banco del país. Dos billones de pesos contra 1,7 billones, respectivamente.
Tan cierto como lo expuesto es que el Banco Nación posee más títulos públicos – esencialmente Letras de liquidez (Leliq) – que los créditos que concede. Una situación similar a la que registra el resto del sistema. Sin embargo, mientras la banca oficial procura ampliar el crédito para consumo y producción, la privada utiliza los excedentes monetarios de la población para posicionarse, sobre todo, en títulos de la deuda pública y en Leliq, no para financiar capital de trabajo e inversiones.
Lejos de asumir riesgos, le prestan básicamente al sector público – principalmente al mismo BCRA -. Y no solo obtienen fuertes ganancias, sino que además – en especial los más grandes – contribuyen activamente a presionar sobre el tipo de cambio canalizando las órdenes que reciben de sus grandes depositantes para operar en el Contado con Liquidación y el Mercado Electrónico de Pago de la Bolsa de Comercio.
Pero hay más. Los grandes bancos privados tienen la llave del comercio exterior. Un nicho donde manda la doble contabilidad por la sub y sobre facturación de exportaciones e importaciones. Como si fuera poco reciben depósitos en dólares. Unos 18 mil 600 millones a febrero pasado – de los cuales prestaron apenas 5 mil 200 millones -, constituyendo con ese encaje a engrosar las reservas brutas del BCRA. Una situación que les es sumamente ventajosa. ¿La razón? El BCRA depende de esos fondos.
El análisis no puede soslayar el alto grado de extranjerización. Los diez principales bancos privados explican el 47,4 por ciento de los depósitos. De ellos, seis son extranjeros. Además, se debe contemplar que el Fondo de Cobertura BlackRock posee casi el 19 por ciento del paquete accionario del Banco Galicia y reconoce su participación en el Banco Macro, dos entidades que el BCRA considera como de capitales nacionales.
El juez habilita
El panorama explica porqué mientras el PBI cayó en un 9,9 por ciento en 2020 – unos 35 mil millones de dólares -, la ganancia de los diez primeros bancos privados fue de 220 mil millones de pesos. Suma mucho menor que otrora, pero que obtuvieron por la rentabilidad que les garantizó el BCRA mediante las Leliq y los Pases Pasivos. Esas operaciones explicaron el 47 por ciento de sus ingresos financieros. Es decir: casi la mitad está vinculada con la deuda remunerada de unos 3,9 billones de pesos del BCRA.
Esa facultad de trabajar en pesos y en divisas explica que el volumen de las Leliq haya crecido casi un 300 por ciento y los pases pasivos un 400 por ciento durante el gobierno de Alberto Fernández; mientras que la asistencia del BCRA al Tesoro Nacional lo hizo en apenas un 83 por ciento.
Al contrario de lo que interesadamente sostienen los grandes medios y los especializados en temas financieros, el principal destino de la emisión monetaria no es financiar el déficit fiscal. Menos que menos la asistencia a la población con planes sociales. La impresión de billetes tiene como objetivo, básicamente, sostener el pago de los intereses de los Pasivos Remunerados de la entidad: las Leliq y los Pases Pasivos.
En pocas palabras
El sistema financiero funciona mal, se beneficia a sí mismo y no se puede contar con él para salir de la crisis. Confisca el capital de las personas y empresas, que deben pagar intereses exorbitantes por el poco crédito que generan las entidades. Pero es todavía más confiscador con el BCRA y el Tesoro Nacional. Su poder, en definitiva, reside en funcionar como articulador entre los acreedores externos (deuda externa) e internos (títulos de deuda interna), como así también de su rol como financiador del comercio exterior.
Se trata, sin duda, de un sector clave. El BCRA debería determinar las reglas de comportamiento y no como ocurre hoy, que son las entidades privadas los que imponen sus intereses sobre la producción y el trabajo. Motivo más que suficiente para modificar las normas que rigen el funcionamiento de los bancos y la Carta Orgánica del BCRA. Se trata, al fin y al cabo, de volver a tener una sistema financiero como el que tuvo el país hasta la reforma cívico-militar del ‘77.