Las características de la reactivación no permiten recomponer el nivel de empleo que se registraba en la previa de la pandemia. El desocupación se mantiene en dos dígitos y la leve baja interanual se debe – en gran medida – al efecto desaliento. Si la demanda interna no se recompone, la creación de empleo difícilmente se sostenga. Los últimos datos del Indec sobre industria y construcción suman señales de alerta.
Los números fatigan, pero hay que repasarlos. En el primer trimestre, el PIB creció un 2,5 por ciento frente al mismo período de 2020. Lo hizo impulsado por la inversión. Lo suele destacar Martín Guzmán. Está un 20 por ciento por encima del nivel de la pre-pandemia. En ese contexto, sin embargo, la desocupación pasó del 10,4 al 10,2 por ciento. Una mejora estadística.
La caída tiene una doble lectura. Hay un lado bueno y otro malo. El primero: que entre el primer trimestre de este año y el primero de 2020, la tasa de empleo pasó del 40,1 al 41,6 por ciento. Se generaron unas 690 mil ocupaciones. Las diseccionó el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPPyP) que conduce Claudio Lozano: “Se explica por una creciente asalarización, principalmente formal (+6,3%), pero también informal (+5,2%), en contraste con una caída del autoempleo (-3,6%)”.
¿El lado malo? El efecto desaliento: retrocedió la tasa de actividad. Cayó 0,8 puntos porcentuales. Dicho de otra forma: parte de los que perdieron el trabajo decidieron retirarse del mercado laboral. El fenómeno contiene el desempleo. El IPPyP propone un ejercicio: con una tasa de actividad equivalente a la del primer trimestre de 2020, la desocupación en los primeros tres meses de este año habría sido del 11,7 por ciento. Todavía sería más alta de llevar el ejercicio de comparación al período de la pre-pandemia.
¿El rebote se agota?
La recuperación, por ahora, se agota en el vendaval de precios. Si bien en los primeros tres meses los salarios nominales acompañaron a la inflación, están muy lejos de recuperar lo perdido. Un 7 por ciento entre marzo de este año y el mismo mes del año pasado; un 21 por ciento desde fines de 2017, según el IPPyP. Atrapado en esa lógica, el consumo sigue estancado. Las grandes empresas recomponen ganancias vía precios.
¿El rebote se agota? Hay bastante de eso. Por lo pronto, si la demanda no se recompone, la reactivación y la creación de empleo difícil que se sostengan. Revertir el deterioro del salario real suena imperioso. El Indec confirmó hace unos días lo obvio: los consumos público y privado registran caídas interanuales del 0,7 y el 0,5 por ciento, respectivamente.
Si bien el empleo creció algo impulsado por los asalariados formales e informales, el panorama a futuro es complejo. La actividad económica registró en abril su tercera baja intermensual consecutiva y la Encuesta de Indicadores Laborales del Ministerio de Trabajo – que anticipa al Indec – da cuenta de una baja del empleo registrado que contrasta con el incremento del primer trimestre. Un descenso interanual del 0,4 por ciento en abril.
Los últimos datos informados por el Indec sobre los niveles de actividad en la industria y la construcción deberían encender las alertas. Ambos sectores se desaceleran. Registraron las cuartas bajas mensuales consecutivas. La producción manufacturera cedió en mayo un 5 por ciento con relación a abril y la construcción, en el mismo período, lo hizo un 3 por ciento.
La segunda ola y la posibilidad de una tercera seguirán impactando en el desempeño económico, y por ende en el mercado laboral. Las consultoras coinciden en que la inversión seguirá creciendo más rápido que el consumo privado. En otras palabras: el poder adquisitivo y los puestos de trabajo se recuperarán lentamente.
¿Cuántos empleos formales hacen falta crear para retornar a los niveles de la pre-pandemia? Unos 140 mil, según el Centro de Estudios Económicos Scalabrini Ortiz (Ceso). Más de 430 mil para volver a valores similares a 2017. Para el empresariado, la solución es la de siempre: flexibilizar. La Unión Industrial difundirá en los próximos días un documento. Lo central: reclamar que el gobierno levante la prohibición de despedir. Lo presentará como una medida transitoria. La de fondo huele más rancia: reemplazar las indemnizaciones por un seguro de desempleo.
La embestida se alinea con el reclamo por el equilibrio fiscal. La piedra filosofal para lograr un acuerdo con el FMI, según el consenso de mercado. Algo de esto último primó hasta ahora en la lectura oficial. El déficit presupuestario como porcentaje del PIB es menor al de cualquier año del período 2016-2019. “Los gastos de capital, si bien reflejan un rol muy importante de la obra pública – crecieron un 120 por ciento los primeros cinco meses en comparación con 2020 -, explican apenas entre el 6 y el 7 por ciento del gasto público. De allí que el gasto total sea inferior en términos reales al de 2020 por los menores gastos asociados a la cuarentena”, puntualiza el Ceso.
Una pregunta clave
El panorama obliga: ¿queda margen para seguir impulsando la demanda interna sin recalentar la economía?, se pregunta el último informe del Ceso. Responde que sí y apunta tres razones. La alta capacidad ociosa que exhiben muchos bloques industriales, el muy bajo nivel de empleo y la recomposición de ganancias que registran los sectores beneficiados con el rebote de las ventas. Se trataría, entonces, “de combinar los excedentes de las empresas con los recursos fiscales para trasladarlos al consumo por la vía de la recuperación salarial”, propone el documento.
El giro de Guzmán parece dar cuenta del planteo. “Se aplicarán todos los instrumentos necesarios para que los ingresos de los trabajadores crezcan en términos reales”, dijo esta semana. ¿Un programa oficial para un año electoral? Habrá que ver. Lo que está claro es que las propuestas conservadoras tiene como límite las urnas. Los hogares todavía no logran superar los golpes del macrismo y la pandemia.
En lo inmediato, si el límite está dado por la capacidad del Estado para financiar los desequilibrios externos, y no por los recursos fiscales, la clave pasaría por mantener bajo control el frente cambiario, “el que más posibilidades tiene de frustrar la recuperación”, advierte el Ceso. Luego de las elecciones, está claro, será otro cantar. Las presiones cambiarias seguramente aumentarán al compás de la negociación con el FMI. En el mientras tanto, la cuestión será administrar la salida de divisas. Un patrón histórico en los años electorales.
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